Ayer, me llegó esta nota de El País, y la comparto para que conozcan cómo se viendo la situación de nuestra Patria. Más allá del tono tremendista, la descripción es real: los supermercados se llenaron de gente que se preparaba para el desastre.

Estamos en una situación delicada, pero no estamos al borde del desabastecimiento y del corralito. Ha habido una corrida cambiaria, pero no bancaria. Sin embargo, mucha gente ha entrado en pánico, y está haciendo lo contrario de lo que hay que hacer en situaciones como éstas.

Es cierto que un rasgo propio de esta época, aquí, y en el mundo, que es la INCERTIDUMBRE, se ha agigantado exponencialmente en Argentina.

Veníamos diciendo que todas las variables, sobre todo económicas, pero, también sociales y políticas, daban mal. El Gobierno, que uno supone que lo sabía, trataba de taparlo con un relato fantasioso y perverso. Con el apoyo de medios de comunicación amigos (¿cómplices?), y una red de trolls pagados por el Estado, construyó un relato de un camino necesario hacia un futuro promisorio. En más de una ocasión en mis blogs lo describí como una MATRIX, que le sirvió para ganar elecciones en el 2015 y 2017, pero era imposible que pudiera con la tormenta que la gestión macrista había desatado sobre Argentina.

Sobre la base de los microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) relativos al primer trimestre de 2019 que publicó el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), surge información incontrastable que indica que, en los últimos doce meses, en la Argentina se crearon casi cuatro millones de nuevos pobres y un millón de nuevos indigentes.

Esto significa que, sobre una población urbana de 40.500.000 personas, hay 13.800.000 pobres, con un aumento en doce meses de 3.600.000 nuevos pobres. De esos totales, los indigentes urbanos suman 2.900.000, con un incremento de casi un millón de nuevos indigentes.

Según Infobae, unas cincuenta pequeñas y medianas compañías están cerrando por día en la Argentina debido a la crisis económica, advirtieron en la Asamblea de Pequeños y Medianos Empresarios (APYME) y en la agrupación Empresarios Nacionales para el Desarrollo Argentino (ENAC).

Según la AFIP, son 43 empresas las pymes que cerraron por día entre enero y abril de 2019, y dejaron de existir 5170 firmas en ese cuatrimestre. En un año ya superan las 12 mil. La cantidad de empresas activas es la más baja desde abril de 2010.

Finalmente, se perdieron 266000 puestos de trabajo en un año.

Argentina era –y debe seguir siéndolo- un país distinto en América Latina. Siempre nos enorgullecimos de tener una clase media que en otros países no había. En gran medida, esas pymes que están cerrando eran las que proveían esos empleos que se perdían.

Por esto, este modelo, semejante al de Chile o Australia, aspira a que Argentina se quede con la producción de algunas commodities exportables y no desarrolle productos industriales ni avance en Ciencia y Tecnología.

No había manera de que no se produjera una crisis como la que sucedió. Argentina cuenta con una organización social, política y sindical también única en América Latina (y tal vez más allá). No podía no haber reacción, los argentinos no íbamos a permitir que destruyeran nuestro sistema de vida. Con este modelo del Gobierno de Macri, 20 millones de argentinos/as debían desaparecer porque no tenían cabida en este sistema productivo primarizado.

Era una posibilidad real –más allá de las diferencias epocales-, que se desataran protestas que podían tener consecuencias trágicas, como en el 2001. Sin embargo, casi todos los sectores tuvieron una actitud prudente, sin abandonar las denuncias y los reclamos.

Y sucedieron las PASO, estas elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias tan controvertidas por estos días, y que habrá que revisar.

Las encuestas más difundidas daban ventaja a la fórmula Fernández – Fernández, con diferencias de por lo menos dos puntos, aunque había de todo un poco, inclusive el viernes previo a las elecciones, se difundió una encuesta que mostraba paridad entre Fernández y Macri, y se generó una injustificada euforia bursátil (personalmente, escribí una entrada: ¿OYERON HABLAR DEL “BOOSTING” ELECTORAL? http://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2019/08/10/oyeron-hablar-del-boosting-electoral/), en la que dudaba de esas predicciones).

En realidad, había otras encuestas que estaba mucho más cerca de lo que en definitiva pasó. La que más cerca estuvo del resultado fue Proyección, que registró 45,1% de intención de voto para el Frente de Todos y 30,2% para Juntos por el Cambio. Es decir, una diferencia de 14,9 puntos, a 0,67 décimas de la diferencia real.

La sociedad argentina supo analizar la situación del país, y elegir una alternativa política que le ofreciera la esperanza de recuperar la calidad de vida perdida.

O sea que se confió en una salida democrática, como correspondía; es cierto, falta mucho tiempo para el 10 de diciembre, cuando debe asumir el nuevo Gobierno, y la situación es difícil, pero es importante que el pueblo haya superado toda la engañosa estrategia político electoral del Gobierno, y haya actuado con la madurez política requerida.

Será necesario tener la tranquilidad necesaria para avanzar hacia las elecciones de octubre, si es que no se adelantan, como algunos lo han reclamado para evitar que el deterioro del país se profundice. En este sentido, el Gobierno no ha estado a la altura de la situación, y ese es uno de los factores que acentúa la incertidumbre.

Confiamos en que la sociedad en su conjunto siga manteniendo la actitud de sensatez que lo ha caracterizado hasta ahora, a pesar de la emergencia social en que estamos viviendo.

Que no se cumplan los negros augurios de El País, que una vez más los/las argentinos/as salgamos de la crisis, como ocurrió en el 2001.

Que el próximo Gobierno sepa conducir ese proceso que nos lleve a la estabilidad económica y social que merece la Patria.

La nota En El País, 16/08/2019

Los argentinos encienden las alarmas de otra crisis terminal

https://elpais.com/internacional/2019/08/15/argentina/1565832758_522354.html

El último derrumbe del peso activa las estrategias de una población habituada a situaciones

Los argentinos sienten en la piel la inminencia de una gran crisis. Es una sensación casi imperceptible, un malestar que recorre todo el cuerpo e insinúa que algo no anda bien tras la calma de un día cualquiera. El malestar crece poco a poco hasta que se transforma en preocupación y luego en angustia. La realidad, finalmente, termina dándoles la razón. Esta vez llevan tiempo con la piel erizada, atentos a una nueva debacle. En las calles de Buenos Aires se respira crisis.

Las elecciones primarias del domingo, que dieron un abrumador triunfo al kirchnerista Alberto Fernández por encima del liberal Mauricio Macri, consumaron los peores augurios. El peso se desplomó casi 30% desde el lunes y la Bolsa perdió en una sola jornada el 38% de su valor, la segunda mayor caída en la historia de los mercados. El bloqueo político entre un presidente sin poder y un ganador que debe convalidar su título en octubre complica aún más las cosas. ¿Qué hacen los argentinos ante la catástrofe? Lo que han hecho siempre: aguantar.

“El lunes fue un desastre, hice cuatro ventas en todo el día”, dice Carlos Gutiérrez detrás del mostrador de un local de venta de comida para mascotas en Villa Urquiza, un barrio de clase media de Buenos Aires. El martes, Gutiérrez recibió por WhatsApp el mensaje de uno de sus proveedores: “A raíz del aumento que ha sufrido el dólar, nos vemos obligados a incrementar la lista de precios un 15% a partir del día de la fecha”. Tiempo después, otro vendedor le advertía de que “debido a la incertidumbre” había decidido suspender las ventas durante una semana. Mientras tanto, le aconsejaba que “aumente la mercadería un 12%”.

Puede elegirse como punto de partida mayo del año pasado, cuando el presidente Mauricio Macri anunció el inicio de una negociación con el Fondo Monetario Internacional. Macri presentó como una bendición que el resto del mundo confiaba tanto en su Gobierno que estaba dispuesto a prestarle dinero, muchísimo dinero. Finalmente, fueron 57.000 millones de dólares, un récord sin precedentes. Con la vuelta al Fondo, los recuerdos de las peores crisis arruinaron el sueño de los argentinos, que desde entonces se prepararon para lo peor. Y lo peor sucedió.

El deterioro fue veloz. A principios de mayo se necesitaban 21 pesos para comprar un dólar. En octubre ya eran 41. Y este miércoles, 63. El Gobierno intentó contener la caída de la moneda local con tasas de interés de hasta 70% y la economía colapsó. El consumo se detuvo y crecieron la pobreza y el desempleo. Miles de pequeñas empresas cerraron. Óscar Ferraro tiene 65 años y desde hace 25, cuando perdió su trabajo como gerente comercial de una multinacional que se fue de Argentina, vende insumos de oficina a grandes empresas. Timonel en mil crisis, sabe cuándo el mercado tambalea. Lleva tiempo con el termómetro en números rojos y el lunes puso en práctica toda su experiencia. “Como en la hiperinflación de Raúl Alfonsín o la debacle de 2001”, dice.

El “canibalismo” de la crisis

Ferraro acaba de transferir a la cuenta de un proveedor de cartuchos de impresora el dinero de una compra que realizará mañana. “El martes pasé precios a un cliente con un dólar a 61 pesos y hoy mi proveedor ya me pidió 63. Entonces pagué por adelantado para congelar el precio”, explica, y lamenta que en la crisis aparece lo que llama “canibalismo”: “El grande se come al chico, el que tiene el dinero en la mano te pone el precio. Lo que no entienden es que si les cobro al valor de hace una semana, me como los márgenes de ganancia”.

“Sube el dólar, no tengo un mango” (un peso), cantan los alumnos del tercer grado de una escuela pública de Colegiales, en el norte de la capital. La melodía es la de la Bella Ciao, la canción popular rescatada por La casa de papel. Los argentinos se preparan desde niños, gracias a los anticuerpos que reciben de sus padres, que a su vez los recibieron de los suyos. La experiencia se mete en el ADN nacional y permite sobrevivir. Cómo hacen Gutiérrez, Ferraro y también Jorge Favur, un peluquero de 46 años que para ahorrar gastos ya no prende la calefacción y mantiene las luces de su comercio apagadas cuando no hay clientes. “Lo primero que hice el lunes fue ir al supermercado y comprar 10 kilos de carne de pollo y maples de huevos, antes de que aumenten”, cuenta.

Favur no fue el único. Las ventas en supermercados mayoristas subieron un 40% entre el lunes y el martes en productos como harina, fideos y pañales. La estrategia fue demorar el impacto en el bolsillo del pico de inflación que vendrá. La fiebre por comprar antes de las subidas de precios complicó el trabajo de Eduardo Pérez, encargado de un restaurante de Barracas, en el extremo sur de la capital. “En el mayorista pusieron límites a la cantidad de unidades”, se queja Pérez, abrumado por la necesidad de cambiar el menú ante la falta de insumos. “Ayer teníamos en las previsiones un matambre de cerdo”, explica, “pero como no pudimos conseguir lo cambiamos por carne de vaca. Algunos frigoríficos incluso cerraron, porque dicen que no saben a qué precio vender”.

El día a día de los argentinos es mucho más que preocuparse por comprar dólares antes de que la cotización frente al peso siga subiendo. Como cantan los niños, nadie tiene “un mango” y queda poco margen para el ahorro si uno es un simple asalariado. Tampoco hubo largas colas en los bancos para retirar dinero, tal vez por el temor a males mayores. Una cadena de WhatsApp que circuló entre votantes kirchneristas pedía no participar de protestas como las que en diciembre de 2001 terminaron con el Gobierno de Fernando de la Rúa. “Compañeros, están llegando cadenas de cacerolazos. No hacer nada de eso. Mucho menos tomar las calles. Nos quieren responsabilizar de todo y generar caos. Reenvíen, por favor”, decía el texto. Todos desean que Macri termine su mandato, sea como sea, y garantizar el triunfo de Fernández en las elecciones de octubre.