El análisis del odio en la sociedad –no solo argentina-, es complejo, y como aparece permanentemente en los hechos, sigue generando elementos muy importantes para entender el mundo de hoy y -lo digo otra vez- para tomar mejores decisiones.

La nueva editorial de Pepe Natanson (https://www.eldiplo.org/256-las-luchas-por-la-tierra/el-hombre-que-piensa-que-todos-piensan-como-el/) en el Dipló vuelve sobre el tema, en parte, porque la anterior recibió una crítica innecesariamente dura, y sin fundamentos, lo que lo llevó a responderla y, en parte, porque resalta algunos aspectos de la historia argentina (con elementos discutibles, aunque no sea la oportunidad de hacerlo).

Lo más importante, a mi juicio, es que avanza en su análisis del fenómeno del odio, además de volver a desarrollar lo que llama “transformación del espacio público” como factor clave para comprender el mundo en que vivimos -cómo compramos y vendemos, cómo nos relacionamos, cómo formamos nuestro pensamiento y emociones-, cuando muestra de qué manera se ha avanzado (como dijo en la editorial de septiembre) en “una hipersegmentación que las redes sociales convertirían más tarde en hiperpersonalización”. O sea, se ha acrecentado el individualismo, vivimos en burbujas que las redes y la información pública llenan de tal manera de lo que nos gusta, que creemos que todo el mundo es así.

No es ocasional, recordemos, entre otras cosas, la bandera de la meritocracia que enarbola con tanto entusiasmo el neo liberalismo y que responde al modelo de explotación laboral de los países centrales: en definitiva, significa que me salvo solo, y que, si me va mal, es solo mi responsabilidad. Por lo tanto, el Estado no debe ayudarme, y de ahí viene la descalificación de los planes sociales que se escucha –junto con otras barbaridades vergonzosas- en las marchas anti Gobierno.

Sin embargo, hoy la pandemia nos enseña, o debería enseñarnos, que no hay salvación individual, como viene diciendo el Papa Francisco.

Voy a citar un párrafo del Editorial porque me parece que afina nuestra comprensión del fenómeno del odio.

“En Las vueltas del odio, Gabriel Giorgi y Ana Kiffer lo explican en estos términos: “El odio político es, fundamentalmente, circulación. Se mueve y se adhiere entre superficies. Busca demarcar un colectivo a partir de un odio común. No siempre lo puede hacer, pero su impulso es el de operar como contagio”. Y agregan: “El odio quiere hacer mundo colectivo, que puede durar un instante, pero eso no importa: quiere trazar las coordenadas de un común a partir de la segregación de un ‘otro’ siempre demasiado próximo. Su lema fundamental podría ser: que ese o esa (o eso, porque el odio deshumaniza) desaparezca de mi vista, para fundar sobre esa desaparición un territorio común”.”

Por eso es tan tajante y violento este odio, porque implica la desaparición del otro, del distinto, del que piensa de otra manera, o es de otra raza, o es sexualmente diverso. Esta desaparición puede ser solo alejamiento (¿guetos? ¿qué se vuelvan a su país?) o desaparición (el Holocausto como ejemplo máximo, pero no aislado).

No es secundaria esta mención del fascismo, porque, aunque nunca desapareció, ha ido tomando auge tanto en Argentina, como fuera de ella.

Natanson recalca que hay odio tanto en sectores o miembros del anti peronismo como del peronismo, pero, citando a Feierstein escribe: “el odio es de doble vía, pero el fascismo está hoy limitado a la derecha.”

Lo terrible de esto, es que la clase media argentina –y mendocina todavía más-, con un alto porcentaje de anti peronistas, se ha ido corriendo a esa derecha, y desde allí se extrae el núcleo duro macrista, el que hoy, a menos de un año de asumir un Gobierno que no agrede y que se ha hecho cargo de las consecuencias del macrismo y de la pandemia, tiene actitudes de odio, incluso violentas y con ánimo destituyente.

Todo va cerrando y haciéndose evidente en la línea de tiempo: la globalización, la concentración de riquezas y poder, el incremento exponencial de las capacidades tecnológicas sin el necesario correlato de desarrollo de la capacidad de uso en favor del mundo y de la sociedad, el agotamiento del modelo mundial, el aumento de las tensiones geopolíticas, el deterioro creciente del medio ambiente, la pandemia…

El panorama da para la desesperanza, pero hay opciones:

Hemos visto en todo el mundo, y mucho en Argentina, acciones solidarias, tanto sectoriales, como personales.

El Gobierno insiste en que no hay salvación individual, y promueve la participación y la organización.

El Papa Francisco firmó este el 3 de octubre, en Asís, su tercera encíclica, “Fratelli tutti” (Hermanos todos), sobre la “fraternidad y la amistad social” y dedicada a la post pandemia; ya Laudato si (una encíclica “ecologista” donde Francisco habla de la “cura de la casa común”, es decir el mundo) fue la que advirtió sobre la crisis climática del planeta y las catástrofes que ponen en peligro la tierra y sus habitantes.

Tenemos opciones, pero la decisión es personal, y aunque todavía el juego se está desarrollando, las cartas están sobre la mesa.

Nadie puede decir –a menos que esté en modo carne de trolls- que no entiende esto, porque vive y padece esta realidad.

El dilema no es peronismo y anti peronismo: es, o trabajo para un mundo mejor para la mayoría de los habitantes, o colaboro, por acción u omisión, con su destrucción. El odio es parte de esta posición.

CADA DECISIÓN DE CADA UNO DE NOSOTROS AVANZA EN UNO DE LOS DOS SENTIDOS, NO ES NEUTRA.