MÁS LIVIANO QUE EL AIRE DE FEDERICO JEANMAIRE POR ADOLFO ARIZA

MÁS LIVIANO QUE EL AIRE DE FEDERICO JEANMAIRE POR ADOLFO ARIZA

Me encontré un libro sin leer en mi biblioteca, una vez más (hubo una etapa de mi vida que estuve con otras actividades y leí muy poco).

Cuando miré la contratapa, me llamó la atención el comienzo: “Una anciana de 93 años mantiene encerrado en el baño de su casa a un adolescente que la abordó en la calle para robarle.” Me interesó cómo habría hecho el autor para construir una buena novela con ese formato, a la que se otorgó el Premio Clarín de Novela 2009, por lo demás.

En ENTREVISTA FEDERICO JEANMAIRE ESCRITOR (https://www.clarin.com/ediciones-anteriores/corazon-libro-gano-premio-clarin-2009-autor_0_Bk_XB_0TKg.html), el autor cuenta cómo le llegó la idea de la que nace la novela :

“Es el gran origen de todo el texto. Hace muchos años mi tarea en la Biblioteca del Congreso, donde trabajo, era microfilmar diarios. Me encontré con una historia impresionante de una señora tucumana, que tenía siete hijos, y para el Centenario sale a volar en globo, cae en el Río y muere.”

Como este hecho fue la etapa final de la vida de la madre de la anciana (Delita la llama ella) que le cuenta al adolescente a través de la puerta del baño, y que es una narración dentro de la narración.

Este formato narrativo es lo que en Wikipedia se define así: “La narración enmarcada o relato-marco es una técnica literaria que consiste en la inclusión de uno o varios relatos dentro de una narración principal.”

No es novedoso, aunque hay diferencias con ejemplos muy famosos, como los relatos incluidos en el Decamerón de Boccacio, o más cercanamente, el del Viejo Vizcacha en el Martín Fierro de Hernández.

La historia de Delita, la madre de Rafaela, la anciana mencionada, no es una narración breve, y es el centro de la presentación de la situación de la mujer en el primer cuarto del siglo XX, y que, en más de un sentido, no ha cambiado aún.

Así se lo cuenta al adolescente:

“¿Qué era lo que había pasado con Delita? Ése es el asunto que quiero contarle. Paciencia. Ya mismo voy ahí. No, no. Lo que le vengo diciendo hasta ahora no es ninguna pavada. Era necesario. Si no, después, usted no va a entender nada. Delita quería volar. Pero no es que quería tirarse desde un techo o desde la ventana de un cuarto piso. No como un pájaro, quiero decir. Lo que ella quería era subirse a un avión. Y no subirse como pasajera o como acompañante, no, lo que en verdad quería mi madre era pilotear un aeroplano, así se llamaba a los aviones en aquel tiempo. Usted se imagina: mil novecientos dieciséis y una joven y bella mujer de la alta sociedad porteña que pretende pilotear un avión. Era imposible. Perfectamente imposible. Si la mujer era apenas algo más que un animal doméstico. Un animal antipático pero necesario. Necesario para la reproducción de la especie o el mantenimiento de las fortunas familiares o la satisfacción de los deseos masculinos más bajos.”

Nunca escuchamos al adolescente encerrado sino a través lo que cuenta Lita (el chico la llama así, según ella):

“Era preciosa, Delita, eso decían todos los que la conocieron. Y tan joven. Delita, mi madre. No, por favor. Yo lo escuché gritar un rato larguísimo, sin molestarlo, desde la mesa de la cocina, y ahora usted, apenas comienzo, me vuelve a interrumpir. Creí que habíamos llegado a un acuerdo. Está bien. No es que fuera un acuerdo. Pero al menos pensé que me había entendido, que después del desahogo de gritos y de golpes contra la puerta con el que me torturó mientras tomaba el té, me iba a dejar contarle lo que quería contarle sobre mi madre. Sí, por supuesto. Usted me escucha, aprende, y listo, ya está.)

Lo había encerrado con una treta cuando el chico le pedía las cosas valiosas que pudiera tener en la casa, en defensa propia, pero después quiere ayudarlo, rescatarlo de la vida terrible que llevaba en la villa donde vivía hacinado con su familia, quiere enseñarle los que para ella es una vida mejor. O sea, una vida de un chico de clase media: conseguir un trabajo, una novia, formar una familia, que es lo que ella no había tenido, por los egoísmos de la familia y la sociedad de esa época.

En la misma entrevista de antes, Jeanmaire explica sus objetivos al escribir la novela:

“Me impresiona el salto llamativo que ha hecho la mujer en el siglo XX, de no ser nadie a ser mucho más que el hombre en muchos casos. En la historia de la aviación se ve el esfuerzo de la mujer por decir: “yo también puedo morir por algo que me interesa”. Con esa sola historia quería hacer una novela. Hasta que, hace un par de años, decidí que quería escribir sobre la realidad. Tuve la idea de la novela e incluí también este relato. Eso explica por qué la protagonista tiene 94 años, porque es la historia del siglo XX. El título “Más liviano que el aire” alude al deseo de la mujer. El libro juega con lo liviano que es el deseo de la mujer, pero en realidad no tiene nada de liviano. Es una manera de decir lo obvio desde un costado oblicuo. El libro cuenta el camino que hace la mujer a lo largo del siglo XX, que no tiene nada de liviano.”

No es el único aporte crítico del autor a la sociedad que aparece en la novela:

“Planteás una cuestión de clase entre la vieja de una familia aristocrática y un chico marginal. ¿Qué peso tiene lo social en tu novela? Mucho. Durante mucho tiempo yo iba de bar en bar para escuchar hablar a la gente y ver cómo era su relación con las palabras y con los demás. Es muy interesante ver cómo la gente se pelea por tener el control de la conversación. No dialoga, monologa. En la novela se juntan dos polos opuestos: ella es lo más viejo que se puede ser y él, lo más joven. Y no hay diálogo. Mi manera de exhibir esa incapacidad de diálogo es que la palabra del chico nunca aparece. Eso tiene que ver con que la señora viene de la clase que ha tenido el poder en la Argentina y tiene el poder del discurso. “

Debo confesar que comencé a leer la novela con cierto escepticismo. Desde mi experiencia de lector y profesor de Literatura me parecía difícil producir un relato que mantuviese tensión e interés con este monólogo – diálogo en un espacio tan limitado, sin casi acción posible. Sin embargo, la leí con interés porque – a pesar esas “limitaciones, incluidas las de los recursos literarios-  en ese lapso de cuatro días desde el 29 de noviembre hasta el 2 de diciembre están contenidos cien años de vida argentina, y los ochenta años de diferencia entre la anciana y el chico.

Como la anécdota de la tucumana del globo, también Lita y el chico –Santi- tienen referencia en la realidad. En https://www.clarin.com/ediciones-anteriores/corazon-libro-gano-premio-clarin-2009-autor_0_Bk_XB_0TKg.html , se cuenta:

“Se propuso encontrar a los personajes en su propio entorno. Tenía que verlos, sobre todo a la mujer. Por suerte encontró a una vecina de 93 años que contaba con los atributos físicos del personaje: salud, fortaleza física y, quizás, un antiguo brillo en la mirada de esos que dicen “vos y cuántos más”. Así nació Rafaela, o Lita. Una señora de barrio que tiene 93 “para 94”. Un día, un ladrón la apunta en la espalda con el filo de un cuchillo cuando está entrando a su casa y le dice que entre y le dé todo el dinero que tiene.”

Pero no son solo esos elementos de la sociedad los que se manifiestan en la novela. En la misma entrevista se lee: “A mí lo que me interesa es lo solos que vivimos todos y lo difícil que nos resulta comunicarnos, y que es esa soledad la que termina por generar violencia”.

Eso está representado por los personajes de la novela, que no se pueden ver, solo comunicarse a través de una puerta maciza, y el desenlace de la narración es la demostración de esa afirmación.

Podría creerse que es una novela de tesis, en las que predomina la idea sobre la acción. En este tipo de relato hay un intento de enseñar y dejar conclusiones teóricas con la narración. Generalmente hay un manejo de los personajes para llegar a resultado preconcebidos, pero no es así, o no lo parece, y gran parte de la habilidad narrativa de Jeanmaire es justamente que nos metamos en la novela por interés narrativo, no intelectual.

Este Licenciado en Letras y profesor en la Universidad de Buenos Aires logra una novela muy atractiva. Pensemos en lo que dijo Saramago, miembro del jurado que seleccionó la novela para el premio Clarín. “Más liviano que el aire, la novela ganadora, “habla de la vida contemporánea donde el bien y el mal comparten una frontera difusa.” Esa frase lo emocionó al autor porque reconoció que había comprendido perfectamente el sentido de la novela.

En algún momento, el autor dijo: ““Más liviano que el aire no ha dejado de estar presente”. Es cierto, de ahí también la actualidad de la novela: el contexto, los personajes, se sienten con realidad y vida. También colaboran con esto los recursos literarios: el monólogo que enmarca un diálogo que no escuchamos le da valor teatral al relato. A través de él conocemos el pasado, el presente, lo historia de Rafaela y su familia, la vida del adolescente en la villa.

LOS INVITO A LEER LA NOVELA, ES UNA NARRACIÓN NOVEDOSA Y POTENTE.

ESCOLARIZACIÓN, APRENDIZAJE Y LO QUE NECESITA LA SOCIEDAD: SITUACIÓN DE HOY

ESCOLARIZACIÓN, APRENDIZAJE Y LO QUE NECESITA LA SOCIEDAD: SITUACIÓN DE HOY

Voy explicar las razones por las que elegí la nota de abajo para una entrada:

¿HAY LUGAR PARA LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL EN LAS ESCUELAS?

LA FANTASÍA DE ENSEÑAR EL FUTURO

https://www.revistaanfibia.com/la-fantasia-de-ensenar-el-futuro-inteligencia-artificial/?fbclid=IwAR3CDsnourxwCe89yhNAsPts8-FyhEHqA8vZ3K_Uw57ifyfj-6EDsTPD944

En primer lugar, porque me pareció que mostraba una interesante comprensión del modo en qué se forman los saberes académicos –que no es lo mismo que los escolarizados o escolarizables- y evita los lugares comunes y clásicos que nos solemos encontrar en teorías pedagógicas.

“Flavia Terigi, una de las pedagogas más lúcidas de nuestro país, lo describe así: “La escuela transmite un saber que no produce; y para poder llevar adelante ese trabajo de transmisión, produce un saber que no es reconocido como tal”. Así, sostiene, se descontextualiza el saber de su ámbito de producción (la academia) y se lo recontextualiza en la escuela, generando un saber nuevo, original, sui generis, que socialmente no es reconocido (ni ese saber, ni la función de los docentes como especialistas en esa tarea).”

En segundo, porque aborda un tema que no es nuevo, aunque sí lo son los saberes o contenidos que se proponen como necesarios (a veces imprescindibles) para que sean enseñados en la escuela.

Así comienza la nota:

“Hay una fantasía generalizada de que la escuela debe incorporar materias que enseñen educación financiera, tecnología blockchain o diseño de motores de inteligencia artificial. “Ahí está el futuro”, repiten, como si el presente fuera esclavo de ese futuro y no su condición de posibilidad.”

En general, esto siempre ha sido así: proponer temas que se ponen de moda como lo que debe enseñar la escuela y no las asignaturas obsoletas e inservibles que enseñamos (paso a la primera persona porque lo viví personalmente cuando daba clase).

Hoy esto es más complejo todavía por la incidencia de la tecnología, muchas veces ligada a intereses económicos, y por la velocidad con que aquella evoluciona y se transforma.

En otra entrada (https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2021/11/23/hay-que-comprender-que-son-los-millennials-y-su-importancia-para-argentina/), traté el tema de lo que piensan los chicos/as de hoy de la necesidad para la vida de cursar estudios y tener títulos habilitantes que les permitan asegurar su futuro.

Esto lo había vivido personalmente cuando traté de convencer a algún nieto de que completara estudios superiores que había dejado incompletos. Comprobé que estas generaciones no ven al sistema educativo como el único sistema donde pueden aprender. Piensan así, y me cito:

“Los millennials y los centennials han llegado para darle un giro al sector educativo: los modelos actuales no se ajustan a sus demandas ni están articulados con lo que las empresas les exigen.

Las nuevas tecnologías y la globalización de los procesos han democratizado el acceso al aprendizaje y ahora cualquiera puede formarse a través de una pantalla. La oferta educativa se amplió y cualquier persona puede especializarse desde su casa.”

Otro punto es que, en general, estos contenidos que se proponen para la escuela son más propios de la Educación No Formal que de la Formal. Es cierto que esta es una clasificación vieja, pero es válida.

Leemos en Wikipedia: “Educación no formal: “comprende toda actividad organizada, sistemática, educativa, realizada fuera del marco del sistema oficial, para facilitar determinadas clases de aprendizaje a subgrupos particulares de la población, tanto adultos como niños.”

Por esa época, circa 1974, se entendían como temas propios para este tipo de Educación “los programas de extensión agrícola y de capacitación de agricultores, los programas de alfabetización de adultos, la formación acelerada impartida fuera de la enseñanza oficial, etc.” (En la misma nota de Wikipedia).

Muchos/as la consideraban un modo de compensar las deficiencias de la Educación Formal, pero pienso que más bien se trata de espacios diferentes, útiles para situaciones distintas, y cada uno con su valor propio.

Siempre esos aprendizajes tuvieron origen público y privado, con diversas alternativas, pero en la mayoría de los casos había que pagar para realizarlos; en el caso de las instituciones públicas porque eran una fuente de ingresos no presupuestaria, y en el de las privadas porque eran ofrecidos por institutos o academias que se dedicaban a eso.

Personalmente, tuve un instituto de secretariado que daba cursos anuales de secretariado ejecutivo como salida laboral. Todavía encuentro chicas trabajando gracias a esos cursos.

Está claro, como decían Les Luthiers que “parecido no es lo mismo”. Hoy el permanente surgimiento de novedades, por empuje tecnológico y financiero, como se dice en la nota: “tecnología blockchain o diseño de motores de inteligencia artificial”, hace a los contenidos dinámicos y de rápida obsolescencia.

Tengamos en cuenta que en muchos países la educación está desregulada del Estado, que era parte del proyecto de Menem para su reelección, y que afortunadamente la sociedad argentina no avaló.

Esto es un hecho importante porque la Educación es un enorme negocio, y al estar desregulada pasa a ser un bien de comercio más, con lo cual nos encontramos con una enorme oferta de calidad muy diversa y, en muchos casos, de discutible utilidad.

En este contexto hay que comprender lo que plantea la nota:

“Pues bien, ¿qué hay de estas nuevas tecnologías que hemos sacralizado y que creemos que deben entrar urgente a la escuela? Si bien las bases que dieron origen a su surgimiento tuvieron el mismo recorrido de validación científica, su uso actual, masivo, está directamente a las órdenes de la rentabilidad y la lógica mercantil. No es que queremos que se enseñe blockchain o criptomonedas en la escuela porque creamos que son saberes que conllevan debates maduros y que son objetos culturales valiosos de ser transmitidos. Queremos que se enseñe porque, hoy mismo, creemos que de esa forma se va a ganar más plata. Pero uno de los grandes problemas es que ese el uso masivo de estas tecnologías -y, fundamentalmente, su perfeccionamiento- está al servicio de unas pocas grandes empresas. Que no comparten sus avances porque la propiedad privada intelectual es la clave de sus modelos de negocios…”

El avance del modelo neoliberal en el marco (y gracias a) de la globalización conlleva un enorme aumento del poder corporativo, con grupos transnacionales, aliado con varios Estados que actúan con un claro apoyo a este proyecto, tan discutible, por lo demás.

En ese marco resulta muy complejo y casi imposible para el hombre o mujer de a pie saber el verdadero valor de lo que le ofrecen muchas veces como la panacea universal con posibilidades casi mágicas.

En realidad, ese es otro problema, que se agrega al de la dificultad para hacer escolarizables los contenidos que trata la nota.

Así lo plantea el autor:

“Tengo la idea de que no hay forma de incorporar en la escuela “materias” que se dediquen a enseñar cómo diseñar motores con inteligencia artificial o blockchain, o entrenar en el uso de criptomonedas. No hay forma, creo, de que contenidos de esas características sean “escolarizables”. Vale hacer una aclaración importantísima: sí son “escolarizables” esos temas en tanto productos sociales objetos de análisis, o sea, reflexionar en el aula sobre los impactos de sus usos, sus alcances, limitaciones, peligros. Eso sí es imperioso que se trabaje en la escuela. No es necesaria una materia: tenemos Geografía, Historia, Matemática, Informática, Economía, Formación Ética y Ciudadana y talleres interdisciplinares que pueden abordar cómo nos paramos como ciudadanos frente a estos desafíos. Sin embargo, se insiste mucho con este tema: como humanidad debemos correr detrás de estas tecnologías, domarlas lo antes posible antes de que se nos escape de las manos su ominosa y acechante inteligencia artificial que dará vuelta la taba. Le tenemos miedo a la técnica, parece que ya decidimos caer derrotados ante su poder. El filósofo Jacques Ellul dijo, en 1973, que “no es la técnica la que nos esclaviza, sino lo sagrado transferido a la técnica”.”

Es obvio que recomiendo leer la nota completa, y despacio, porque no tiene desperdicio, así que solo agregaré algunas conclusiones:

No le pidamos a la escuela que se haga cargo de emergentes que no son su objetivo: sí pidámosle que sea lo más eficiente posible en la gestión de los aprendizajes que son su responsabilidad. La nota lo pide así:

“La escuela es, a la vez que el último bastión de un encuentro relativamente igualitario de otredades, el primer encuentro profundo de las nuevas generaciones con la cultura que heredarán y que desconocen por completo, parafraseando a Hannah Arendt. En esa operación, la escuela es un muestrario vivo y dinámico del legado cultural, y no sabemos qué harán nuestres alumnes con él. Tal vez pretendan monetizarlo, incluso. Pero nuestro deber es enseñarle lo que la ciencia pública ha producido a lo largo de los siglos. En el caso de los nuevos medios digitales, ¿esas bases no están ya en disciplinas como la Matemática y la Informática? ¿Por qué tenemos que llegar a su aplicación última, cuando incluso está en pleno debate y sus lógicas de funcionamiento, en general, están ultraprivatizadas?”

Lo que sí debería proveer el sistema educativo a sus agentes educativos es la formación y la capacidad de comprensión del valor de las NTICs en la sociedad para que puedan guiar a los/las alumnos/as en la búsqueda de aquellos contenidos tecnológicos que les son útiles, si les interesan.

También debería equilibrar la formación tecnológica de los/las alumnos/as para que la mayoría pueda acceder a los contenidos y recursos que necesite. En la escuela eso es muy dispar: los/las que les interesan estos temas tienen una muy alta formación, incluso más de lo que la escuela requiere, y los/las que no, muchas veces ignoran lo básico.

Lo que sí es seguro es que –tanto como padres, agentes de la educación, o simplemente miembros de la sociedad- debemos interesarnos en que tengamos acceso a los contenidos tecnológicos que necesitamos para vivir de la mejor manera posible, lo que incluye lo laboral.

ESTA NOTA AYUDA A ESO.

FLOREROS DE ALABASTRO, ALFOMBRAS DE BOKHARA ANGÉLICA GOROSDICHER POR ADOLFO ARIZA

FLOREROS DE ALABASTRO, ALFOMBRAS DE BOKHARA ANGÉLICA GOROSDICHER POR ADOLFO ARIZA

Angélica Gorodischer falleció el 5 de febrero de este año en Rosario.

Fue una gran escritora argentina, pionera del género de ciencia ficción.

Tenía dos libros de ella sin leer en mi biblioteca: A la tarde, cuando llueve (Emecé, 2007), una preciosa auto recopilación de citas propias, sobre todo de charlas y conferencias, y esta nouvelle magnífica.

Cuando vi la noticia de su muerte, miré estas obras, y elegí la novela para hacer una entrada en mi blog, primero como homenaje póstumo, avergonzado homenaje por haberla ignorado, segundo, porque me enganché totalmente en su lectura.

Floreros de alabastro; alfombras de Bokhara ganó el Premio Emecé 1984-85, otorgado por unanimidad por un jurado integrado por María Esther de Miguel, Basilio Uribe y Geno Díaz.

“. Y por último, Gorodischer describía un grupo de “locas de la guerra” en el que figuraban, entre otras, Sara Gallardo, Griselda Gambaro, Luisa Valenzuela, Olga Orozco y Leda Valladares, y en el que humildemente esperaba poder ser incluida alguna vez.” (https://www.lanacion.com.ar/cultura/con-la-libertad-de-la-locura-nid220295/).

No solo debe de ser incluida, sino destacada como figura relevante, y ese sello de “loca de la guerra” se manifiesta en esta novela.

Leemos en La Nación un párrafo que demuestra lo anterior:

“Por supuesto, la aspiración “a figurar algún día” en ese grupo era un gesto de modestia o de inconsciencia saludable: al menos desde una década atrás, y aunque no gozara todavía del reconocimiento del gran público, Gorodischer era considerada internacionalmente como la más grande narradora de ciencia ficción y fantasía junto a la estadounidense Ursula LeGuin, consideración que su saga Kalpa Imperial (1983), uno de los libros más grandes y peor apreciados de su tiempo, confirmaría para siempre.”

Floreros de alabastro; alfombras de Bokhara es una novela que sorprende permanentemente, ya sea por el modo de narrar, una variante muy personal de la narración en primera persona, o por el uso “alocado” del género narrativo teñido permanentemente por sus opiniones sobre la sociedad y la historia y su vida personal (por ejemplo, los roles del hombre y la mujer, el gobierno del Proceso, México, Argentina).

Todo pasa por su subjetividad, que tiñe todo, sobre todo con un humor ácido, pero agradable.

La autora ya anuncia lo que es su novela en la contratapa:

“Nada es lo que parece en Floreros de alabastro, alfombras de Bokhara: ni las plácidas señoras burguesas, ni los doctores en ciencias políticas, ni las chicas de barrio, ni los magnates del petróleo. Ni los gatos. Sobre todo los gatos que, si bien se los mira, tienen un sospechoso aire de Sigmund Freud en sus peores momentos.

“Aquí sólo se puede confiar en el humor, en México, en la augusta sombra del maestro Chandler deslizándose entre los párrafos. ¿Quiere un consejo? Apártese rápidamente: esto más que un libro es una alfombra mágica”, dijo Angélica Gorodischer”.

No sería mala idea analizar la novela desde esa metáfora de alfombra mágica, porque en más de un momento sentimos que viajamos en una narración imprevisible.

Podemos definirla como una novela policial, cumple con los requisitos de este género, pero en la realidad no deja de ser una excusa para armar una ficción en la que es muy difícil anticipar lo próximo que sucederá.

ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LA TÉCNICA NARRATIVA

La novela tiene una narradora protagonista. Esto significa que es un doble personaje: el que narra y el que participa de la acción.

Esta protagonista nos cuenta lo que piensa, siente y lo que percibe sensorialmente. En muchos momentos, lo primero es el centro de la narración de una manera muy particular, porque lo hace hablándonos, de un modo muy familiar, como si fuéramos compañeros de viaje.

Es una argentina que podría ser una turista como nosotros/as, quejándose de que en México no hay bidets (comparto totalmente la opinión).

De esa manera nos cuenta sus andanzas, en las que inesperadamente aparece como una experta espía que escala paredes de mansiones.

Muchas veces nos sentimos dentro de su mente, escuchando sus monólogos internos, o diálogos con el lector, y, por lo tanto, viviendo intensamente la acción.

Se hace necesaria hacer una mínima presentación de esta protagonista a la que nunca conocimos el nombre.

Es una señora cincuentona, porteña, que adora a las plantas y a sus hijas, y que recibe una tarde una visita inesperada, que rechaza descortésmente en primera instancia: el Dr. Marcelo J. Kerr. Por la conversación con él nos damos cuenta de que en su juventud había participado en operaciones clandestinas a favor de los aliados. Kerr es parte de una desconocida organización secreta, y le propone una misión: ir a la ciudad de México con el objeto de trabar amistad con un tal Teodoro Félix Pedro Brülsen, millonario argentino, para investigar sus actividades.

No daré más datos sobre la historia narrada, solo agregaré que ella termina aceptando la propuesta que le ofrece Kerr por los U$D 100.000 que le van a pagar, más todos los gastos. Justamente, la protagonista dice que esta importante cantidad de dinero le permitirá adquirir los floreros de alabastro y las alfombras de Bokhara que dan nombre a la novela.

Es una mujer culta, de ideas revolucionarias, y todavía capaz físicamente de desempeñarse con eficiencia en una riesgosa aventura que vamos conociendo junto con ella, aunque ni así tendremos en claro qué se investigaba, ni anticipar el desenlace, en el que la autora deja el género policial, hacia otro casi de novela rosa.

A Gorosdicher no le interesa atenerse a un género. El policial (si bien lo conoce bien, ya que su primer intento literario en 1964 fue un cuento policial (En verano, a la siesta y con Martina)) que ganó un segundo premio en un concurso de la revista Vea y lea) es un formato inicial en el que ella se mueve sin ningún prejuicio, dejándose llevar por su manera de sentir la narración. Incluso ella misma reconoce su incapacidad de sujetarse a la lógica interna del cuento policial, más allá de que usa varios clichés bastante comunes en las novelas policiales. Todo esto le da un tono paródico a la novela, como para que no la tomemos demasiado en serio.

“-Un amigo mío, Carlos Trillo, una vez me dijo: “Sos una escritora atípica”. No sé si es cierto, o si es un poco de orgullo. Ese me gusta.” (Entrevista hecha en el invierno de 2007, en el marco del ciclo de Sylvia Iparraguirre “La literatura argentina por escritores argentinos”, una serie de 24 conferencias en la Biblioteca Nacional.)

Lo es, y se propone serlo en cada momento de la narración.

He leído algún comentario sobre la novela que la cataloga como un policial negro, o sea un subgénero que introduce aspectos más oscuros, violentos, en el que el investigador corre riesgos; hay momentos de la acción que podrían analizarse dentro de este subgénero, pero no alcanzan para definir a toda la novela. Son un ejemplo más de lo que dije arriba: son parte de un juego permanente de la autora, que nos hace pensar que las cosas van a seguir por un camino, para sin transición, saltar a otra cosa.

Para eso usa los subgéneros, que le dan mayor libertad.

Entre todos esos juegos, aparecen los filosos comentarios (de Gorosdicher porque en esos momentos ella es la señora cincuentona); por ejemplo, sobre las diferencias de poder entre hombres y mujeres, o en las acciones (positivas y/o negativas) de las personas en el poder y o gobernantes corruptos.

En Una entrevista a Angélica Gorodischer (https://www.pagina12.com.ar/400564-una-entrevista-a-angelica-gorodischer) dice: “Yo escribo”, decía, y lo hacía con una imaginación enorme (“yo no investigo”), humor, gusto por la acción y la experimentación: que la escritura vaya por algún lado raro y se caiga al precipicio.”

Está claro, y hay que tenerlo en cuenta, al abrir Floreros de alabastro; alfombras de Bokhara.

Más abajo leemos:

“Su nombre también está asociado al feminismo, por el que militó y trabajó muchísimo, dio centenares de conferencias: una de las crónicas de estos días detallaba que en su biblioteca había un cartel con la inscripción “el futuro es mujer”.”

“Dirá Gorodischer: “Hay mujeres que tienen éxito y son muy nombradas. Lo que no tenemos ni llegamos a tener nunca es el prestigio de los varones”.”

Sus críticas están basadas en la realidad, y son punzantes y prácticas, pero no tiene intención de caer en polémicas, sino marcar lo que pasa en la sociedad. Le molestan las novelas ideologizantes (de acuerdo total); si quiere demostrar algo, escribe un panfleto o un ensayo o da una conferencia.

De la misma entrevista saco un comentario más, porque no deja dudas de vida como escritora:

“Pero yo pienso que he ido haciendo un camino, con altos y bajos. Si me preguntaran qué clase de camino diría que no es una autopista; más bien es una especie de camino rural, bordeado de árboles. Mejorado, ni siquiera pavimentado. Y con muchas plantas alrededor. Con curvas, idas, venidas. Por ahí sube, por ahí baja un poquito.”

Se siente hermanada con Balzac, Borges, Virginia Woolf, Armonía Somers y Clarice Lispector, entre otros, lo que nos hace ver que también en sus lecturas buscó autores diversos. Ella lo tiene claro cuando dice:

“Y me gusta esa cosa del hecho psicoanalítico: una cosa sale de otra, parece no tener nada que ver con la primera, y sin embargo están íntima y secretamente imbricadas. A veces me pregunto si la misión del escritor no será esa, encontrar hermandades y relaciones entre cosas que aparentemente no tienen nada que ver. Esa búsqueda me gusta.

Trafalgar Medrano es un buen ejemplo: un tipo que se va de viaje de negocios interestelares y luego cuenta sus aventuras en un bar rosarino.”

¿A quién elige de los autores de ciencia ficción?

A Borges, claro.

Está claro el peso que tiene lo oral en la novela: la protagonista nos habla, y habla todo el tiempo, pero, no es casual porque es de oír y guardar, no solo frase y palabras, sino modalidades de la voz, y usarlas al escribir, dejándolas que aparezcan libremente.

Para terminar porque creo que lo escrito alcanza para demostrar que vale la pena leer esta novela, y otras de Gorosdicher, copiaré un fragmento en el que describe lo que ve en la casa del que hombre al que va a espiar para descubrir en qué anda (de noche, saltando paredes y esquivando guardias).

“Planta baja y un piso. Escalera de mármol con pasamanos de madera y bronce, estatuas de efebos y doncellas sosteniendo lámparas de varias luces, enormes jarrones Ming o Tang o Sèvres o Talavera o Coyotepec, no sé ni me interesaba ni pondría yo esas cosas flanqueando las puertas de mi casa ni bajo las escaleras. Techos que sí envidié, artesonados, molduras, gargantas de luz. Cuadros, alfombras, un patio andaluz escondido en un entrepiso, y todo un poco polvoriento y casi abandonado. Qué coleccionaría este hombre. Barcos en botellas: acababa de ver dos sobre una mesa con tapa de mármol. No. Abanicos: uno en un marco dorado con cristal biselado y esquinas de bronce, otro en un atril, dos más en una vitrina en la que también había sombrillas y bastones. No, tampoco. Cuadros, eso era. Coleccionaba cuadros. Momento, por favor, ésos no eran cuadros.

Iconos. Coleccionaba iconos.”

Creo que es un ejemplo suficiente para demostrar lo que he escrito más arriba. SOLO FALTA LO OBVIO: LÉANLA, VALE LA PENA.