ÉSTE ES EL MAR DE MARIANA ENRÍQUEZ POR ADOLFO ARIZA

ÉSTE ES EL MAR DE MARIANA ENRÍQUEZ POR ADOLFO ARIZA

Cuando buscaba una novela para mi esposa en un mesón de una librería, encontré esta novela corta de Enríquez, a la que apenas conocía. Me atrajo por alguna razón todavía desconocida, y me la llevé.

Alcancé a leer unas páginas y la dejé: la narración de cómo Helena lleva a una fan de Fallen –una chilena adolescente- al suicidio, me impactó mucho. La describe así: “Había elegido bien, pensó Helena, antes de evaporarse en el calor del vagón. Era débil y estúpida y cobarde.”

Dejé de leerla. He dado clases en el Secundario durante más de cuarenta años y he estado con muchos adolescentes –algunos de los cuales deben de haber sido como Estefanía, una de esas adolescentes a las que cazaban las de la especie de Helena, las del Enjambre, fans no humanas, que “nunca dormían, como los tiburones.”

No pude sobrellevar, en ese momento, la dureza de ese mundo de ficción y volví la novela a la estantería de mi biblioteca.

Como ya he dicho, no suelo dejar novelas a medias, y retomé su lectura hace unos días. La leí casi de corrido, porque es muy atrapante esa historia del tipo de las que le gustan a Mariana Enríquez, historias de sectas, de monstruos, que le permiten adentrarse en la parte oscura e inexplicable de nuestras vidas

No es un hecho casual, ni circunstancial:

“Durante su infancia, Mariana Enríquez creció impactada por las historias de magia negra en las que creía fervientemente su abuela, y que le contaba mientras vivió en Lanús, un suburbio de Buenos Aires, junto a sus padres. Cuando se mudaron a Buenos Aires, a finales de los años ochenta, arranca la democracia, hay una profunda crisis económica y ella descubre la música punk, la cultura gótica y la literatura de terror. Durante un tiempo estudió periodismo para poder escribir crónicas de conciertos, y con 19 años publicó una novela, ‘Bajar es lo peor’, que tenía todo lo que tiene que tener una novela escrita con 19 años: drogas, sexo y autodescubrimiento juvenil.” (https://www.xataka.com/literatura-comics-y-juegos/mariana-enriquez-oscuro-mundo-gran-autora-literatura-terror-espanol).

Ella misma relata la influencia que tuvo sobre ella el Informe sobre ciegos, tercer capítulo de la monumental Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, y que se puede leer de forma independiente. Esta es una historia de terror psicológico en la que un hombre se obsesiona con que todos los ciegos del mundo estén confabulados en una conspiración.

Debo confesar que me costó comprender en su momento por qué Sábato lo incluyó y el sentido que tiene dentro del universo ficcional de la novela, pero lo real es que para Enríquez fue un elemento clave para su escritura.

Como en Informe sobre ciegos, Enríquez usa como entorno y espacio actuante de su ficción a ambientes urbanos, en algún caso, Buenos Aires y en Este es el mar, Santiago de Chile y Los Ángeles, o donde haya recitales de rock o esté radicada la banda de rock.

¿A qué se dedica el Enjambre?

Así se lo describe en la novela:

“El enjambre era vasto, eran muchas sus integrantes; pero no podían cambiar de rostro ni de cuerpo, tan sólo de ropa: les tocaba un único cuerpo humano. Y muchas integrantes del Enjambre se repetían en las fotos. Habían pasado sesenta años entre una foto y otra y, sin embargo, el mismo rostro adolescente lloraba en primera fila y había llorado tantas veces durante décadas y había aparecido en tantas fotos y nadie, jamás, se había dado cuenta”.

Son una especie de musas que se integran y sobrevuelan a esas/os adolescentes capaces de cualquier cosa para estar cerca de cantantes que aman sin límites. Son las responsables de que músicos como Kurt Cobain, Sid Vicious o Jim Morrison mueran de repente –aunque sus vidas sean un muestrario de adicciones que los llevarían seguramente a una muerte casi sorpresiva que será la clave para que se transformen en leyenda para siempre.

Ahora bien, en la autora lo real y lo imaginario se mezclan permanentemente. Recordemos la historia del “Club de los 27”: las estrellas del rock que murieron trágicamente a los 27 años: Robert Johnson, Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Amy Winehouse, y veremos cómo funciona el mundo que recrea Enríquez.

Helena era una más del Enjambre, del que quería salir, y fue elegida para llegar a ser una “Luminosa”, o sea una de las responsables de haber guiado a cada uno de los artistas que mencioné a ser una leyenda. Ella deberá lograr que el cantante de Fallen, James Evans, también llegue a ser una de esas leyendas con lo que ella pasará a formar parte de ese selecto grupo de seres de supra e inframundos: las Luminosas.

Pero, si no lo logra, desaparecerá.

Hay también una visión crítica del mundo del rock, del star system, en el que el valor musical tiene menos importancia que esos rituales místicos, construidos desde el conocimiento de la comunicación sociológica y la tecnología para reducir a esos fans a seres primitivos impulsados por emociones y pulsiones básicas e inmanejables.

He escuchado a más de una personalidad del rock quejarse de que este ha dejado de ser, no solo lo que fue, sino lo que le dio sentido y fin.

Es permanente –y muy atrayente, aunque tensiona la lectura- este ir y venir de la realidad a lo mágico, de lo simbólico a la descripción de sectores sociales en sus instancias más terribles y degradantes.

“Enríquez ve, como derivación de esa crítica social, a la ciudad también como una catedral de cemento y horrores. Decía en ‘Marea nocturna’ que su relación con el terror es un perfecto reflejo de la vida anónima e insensible en las ciudades: éstas y su ritmo acelerado te obligan a dejar que lo terrible, aunque suceda a nuestro alrededor, siga su curso. Y de ese modo te distancias del otro, del diferente. Todo ello (las casas, las ciudades, los niños, la sociedad) conforman el panorama aterrador que Enríquez refleja en sus cuentos, y que convierte en relatos de miedo con un uso único del folclore, las leyendas urbanas y la mitología.” (Xataka, link citado).

LAS MUSAS Y EL SUPRA E INFRA MUNDO

Las Musas son las divinidades inspiradoras de las artes, por lo tanto, tiene sentido que lleven a los artistas a ese punto supremo de lo que sería hoy la creación artística, pero ya mencionamos que el rock en la actualidad es distinto de lo que alguna vez fue.

O sea que el arte ya no es lo que era; y tampoco las musas son lo que las enciclopedias describen.

“En sus orígenes, Zeus creó el mundo y preguntó a los demás dioses si creían que se había olvidado de hacer alguna cosa. Le dijeron que sí, que faltaba algo capaz de expresar toda la belleza de aquella producción, algo que alabara ese mundo. Y así aparecen las Nueve Musas. Deidades, diosas con la función de inspirar a los auténticos artistas. O, dicho de una forma más exacta, de raptarlos. (http://vein.es/que-hay-detras-de-las-musas/)

Walter F. Otto –en la misma nota-  dice que “las musas traen el canto de “lo divino que hay en el mundo”. Porque cuando raptan a un artista, este pronuncia todo aquello que merece la pena ser dicho. Lo más hermoso e importante, y lo más terrible. Lo que tiene la capacidad de trascender el tiempo y la persona y permanecer.”

Sería arriesgado decir que Enríquez tiene en cuenta esta visión al concebir a estas musas elusivas y terribles, pero tiene sentido.

Tengamos en cuenta que las musas tienen que preservar la magia, la inspiración, para permanecer vivas por siglos (las musas de Éste es el mar también).

Tienen reglas entre ellas, que todas las musas deben de cumplir. Y no todas las musas cumplen esas reglas (como Helena, que empieza a sentir como humana).

Algunas musas se saltan las reglas y, entonces, el resto debe hacer pagar a la musa que desafía las reglas su castigo por su traición. En esta novela, hay una relación mucho más protectora y empática, aunque la amenaza del castigo –terrible- siempre está.

Están las Imago, que nacieron de una gota de sangre y “enloquecen y torturan a quienes persiguen en la tiniebla”. Si ellas atrapan a James, “para él significaría una vida desgraciada y el olvido”. Son las tres erinias, diosas infernales del castigo y la venganza divina. En la obra aparece Megera (La de los celos) tatuada como las fans, y Erín, la mayor, la más terrible.

Está la Madre Hécate, diosa de la hechicería y lo arcano, con una antorcha en la mano.

Es una red oscura, y una red de mujeres, que también es un rasgo de la autora: siempre el sexo femenino es la fuente de poder mientras que los hombres son sujetos pasivos. James Evans, la estrella que va a ser leyenda, se deja llevar y se limita a tocar y ser tocado. Helena, convertida en su asistente, decide por él sin llamar la atención.

Voy a resistir la tentación de seguir penetrando en ese supra mundo que contiene a los fans y al rock. Vale la pena leerla.

Mariana Enríquez nació en 1973 en Buenos Aires. Es licenciada en Periodismo y Comunicación Social, trabaja como subeditora del suplemento Radar del diario Página/12 y es docente de la Universidad Nacional de La Plata.

Su último libro, Las cosas que perdimos en el fuego, está siendo traducido a dieciocho idiomas y recibió el premio Ciutat de Barcelona a la mejor obra en lengua castellana.

VALE LA PENA LEERLA.

UN RECUERDO DE HACE MUCHO TIEMPO

Esta novela ha seguido actuando en mí: por ejemplo, el tema de las musas como guardianas de la magia y que, cuando raptan a un artista, éste dirá: “Lo que tiene la capacidad de trascender el tiempo y la persona y permanecer.” Hace unos momentos vino a mi recuerdo algo que aprendí –creo- en la Facultad de Filosofía y Letras, cursando Latín IV, con el querido Claudio Soria: poema en Latín es carmen, pero carmen también es canción, hechizo, conjuro, o sea es magia.

Tengamos en cuenta que la poesía nació unida a la música, de ahí que el término canción fuera aplicado a las composiciones en verso que cantaban los poetas.

En algún lugar, hoy, se encuentra todo esto, y lo he encontrado en Éste es el mar.

¿Ven por qué digo que hay que leerla?

EL ENTENADO DE JUAN JOSÉ SAER POR ADOLFO ARIZA

EL ENTENADO DE JUAN JOSÉ SAER POR ADOLFO ARIZA

Juan José Saer (1937-2005) publicó El entenado en 1983, hace 38 años.

La había comprado hace varios años, pero –no sé por qué- no la había leído. Mi hija, a la que le gustó mucho, me lo mencionó como tema para el blog. Le hice caso, y no me arrepiento.

El entenado narra en primera persona la vida de un grumete de una expedición española. Se basa en un hecho histórico, que la Introducción de la edición de Planeta cuya tapa muestra esta entrada presenta así: “El hecho histórico en el que se basa remite a octubre de 1515, cuando Juan Díaz de Solís sale del puerto de Sanlúcar de Barrameda con tres carabelas y alrededor de sesenta tripulantes hacia las Malucas. A principios de 1516 llega a un estuario al que llama Mar Dulce, que sería conocido después con el nombre de Río de la Plata y donde desembocan los ríos Paraná y Uruguay. Al desembarcar con un grupo de hombres en una de sus costas, cayó en manos de los indios charrúas o guaraníes, que los ultimaron con flechas y se los comieron, ante la presencia de quienes habían quedado en las naves. Sólo sobrevive Francisco del Puerto, posiblemente porque es pequeño y estos indios sólo comían los cadáveres de hombres adultos. Este grumete de la expedición de Solís permanece en la región durante diez años, hasta la llegada de Gavoto, a quien luego acompaña en varias expediciones y le sirve de intérprete; según se presume, no regresa jamás a España.”

Ese es el hecho que narra la novela: el grumete llega al Río de la Plata y cae en manos de los indios colastinés, que acaban con sus compañeros, pero a él lo mantienen con vida durante años (entenado quiere decir hijastro). Dado que los colastinés son pacíficos, pero antropófagos, y que el muchacho no habla su lengua, su vida junto a ellos es un intento continuo de descifrar lo que dicen y comprender esa vida de la que termina siendo parte por los muchos años que vive allí.

Todo esto lo sabemos cuando lo escribe, a la luz de una vela, sesenta años después, de vuelta en Europa. Allí el grumete -Saer es también un grumete que viaja por mundos externos- relata su vida desde que se lanzó al mar, casi sin otras opciones, desde una orfandad interminable.

Es el relato de un observador que intenta comprender modos y relaciones profundas en la realidad.

Saer se preocupaba mucho por percibir y tratar de describir todo esto. Dijo alguna vez: “El mundo es difícil de percibir. La percepción es difícil de comunicar. La descripción es imposible. Experiencia y memoria son inseparables. Escribir es sondear y reunir briznas y astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen determinada”. En ese armado dedica extensos párrafos a sus interpretaciones y análisis del tiempo y el devenir, a lo que se puede entender del mundo, a la incertidumbre de la percepción y del conocimiento.

En ese mundo de arena amarilla, “que espesaba el azul del cielo”, a la vera del gran río, el grumete llega a aprender la lengua de los aborígenes y con ella entra un mundo distinto del que provenía, y en esa contraposición se le revelan, sin certeza, las convicciones y hechos que gobiernan ese mundo. Habla del valor del saber –y cree que no hay otro- “que reconoce que sabemos únicamente lo que condesciende a mostrarse.”

Después de muchos años, los indios lo suben a una canoa cargada de comida, y lo mandan de vuelta con los suyos.

¿Para qué? “De mí esperaban que duplicara, como el agua, la imagen que daban de sí mismos, que repitiera sus gestos y palabras, que los representara en su ausencia…” “Amenazados por todo eso que nos rige desde lo oscuro, manteniéndose en el aire abierto hasta que un buen día, con un gesto súbito y caprichoso, nos devuelve a lo indistinto, querían que de su pasaje por ese espejismo material quedase un testigo y un sobreviviente que fuese, ante el mundo, su narrador.”

Eso intenta hacer el grumete haciendo correr la pluma sobre el papel. Ser el testigo de la incandescencia fugaz de ese mundo que lo dejó vivir, sin comérselo, con esa misión. Lo demás es negrura espesa que puede absorber aquella claridad definitivamente.

Me está costando sintetizar el sentido de El entenado para que alguien pueda decidir si lo lee o no. No es lectura fácil, y casi mi animaría a decir que no recuerdo un libro igual, que me haya dejado tantas reflexiones sobre la vida y el mundo sin ser un libro filosófico, porque es una novela con elementos de las crónicas de Indias y de los relatos de los viajeros del siglo XIX.

La he sentido casi preciosista, sin ninguna intención descalificadora, sino más bien para resaltar la perfección de la construcción del relato y del mundo de ideas que invoca.

Pero lo terminé con la sensación de que también a mí me habían subido a una canoa de vuelta a un mundo que quizás exista, de alguna manera.

Saer, en sus relatos, pone en duda la capacidad de nuestros sentidos para aprehender el mundo circundante. Esta es la novela que, junto con La ocasión (la historia se ubica hacia 1860) y Las nubes (es el relato de un viaje que tiene lugar en 1804), son su trilogía sobre el pasado. Hay otra sobre el tiempo, pero siempre hay una constante: el paisaje como el ámbito donde se manifiesta el pensamiento.

Agua, cielo, playas amarillas, son los ámbitos por donde va y viene, como paciente observador, el narrador, el entenado.

Deberíamos acompañarlo, como hice yo, pero con la comprensión de que, como él, tenemos que observar para intentar comprender un mundo profundísimo: el mundo narrativo de Saer.