
MERCEDES ARAUJO LA HIJA DE LA CABRA
POR ADOLFO ARIZA
Ya he escrito una entrada sobre la segunda novela de la autora (de la que casi no sabía nada por entonces): Botánica sentimental (https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2024/04/10/botanica-sentimental-de-mercedes-araujo-por-adolfo-ariza/).
Por lo tanto, creía que estaba en espacio conocido; es más, cuando Mercedes fue a una Feria de libros en Mendoza, le pedí que me firmara un ejemplar de La hija de la cabra, charlé con ella e iniciamos una relación que mantenemos en las redes.
Me sentí muy orgulloso cuando me dijo que le había gustado la entrada de arriba que comparto con Uds.
Poco de esa experiencia me sirvió con la lectura inicial de La hija de la cabra, aunque siguió abonando a lo que sostuve en esa entrada:
“Me atraen mucho las novelas sobre Mendoza. Me acuerdo de Álamos talados de Abelardo Arias o la obra de Di Benedetto, o Draghi Lucero.
Encontrar la tierra donde nací, crecí y vivo, la tierra de mis padres, de mis hijos y mi bisnieta en las letras me provoca una emoción muy interna, tenue, pero esencial.
Y Botánica sentimental también lo provocó, quizás más acentuadamente, porque está escrita desde la vida de Mercedes, su autora –tan mendocina- y de sus personajes, sus mujeres que aparecen desde la historia de Mendoza, de sus terremotos desde aquel que la destruyó en 1861, de sus montañas, de su vino fermentado desde la uva y la sangre, desde siglos.”
Y rescato otro fragmento de esa nota, porque ayuda a comprender también La hija de la cabra:
“Los mendocinos vivimos en oasis, en menos del 5% de la superficie total de Mendoza -y la autora lo menciona. El resto es desierto, y altas montañas.
Es un mundo duro, donde todo cuesta, como el agua que nos trae el deshielo. El sistema de irrigación para aprovechar el agua de los ríos fue comenzado por los huarpes, con técnicas originarias de los incas.
Terremotos, y agua, mirar para arriba para ver si va helar o granizar. Sí, una vida dura, fue mi vida, y la historia de los/las mendocinos/as.”
También encontré ese mundo en la primera novela de Mercedes, La hija de la cabra, que ganó en 2011 del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes. En alguna de las síntesis que leí, encontré: “El relato se centra en la historia de amor de “la Juana” –una india huarpe mendocina, hija del cacique Cunampas– y un blanco durante la época del Virreinato. Pero también es la historia de la familia de Juana, de los hombres y mujeres de la comunidad, del hambre, de la sequía, de la ambición de quienes explotan la tierra; una verdadera épica del páramo.”
La copié porque es muy buena, aunque queda en el camino la difícil –para mí, ese momento- tarea de entrar profundamente (o sea leer) en el mundo del desierto de esa época en que nos meten los personajes de la novela, incluido el territorio.
Claro, utilicé el método menos adecuado (sobre todo para esta novela): no leerla de corrido. Por eso, cuando retomaba la lectura se me hacía difícil entender el juego de la vida de los personajes y el avance de la historia
Fui a buscar mi ejemplar de Botánica sentimental, volví rápidamente a recorrer ese territorio de 1861, esa época, esos personajes, y al completar La hija de la cabra, comprendí que el sentido era el mismo, solo que el territorio era distinto, era el desierto, el duro secano del Norte mendocino y sus habitantes, indios, cura, blancos prófugos.
Mercedes ha ido más atrás, antes del nacimiento del país, al Virreinato.
Dice Mercedes Araujo que la idea de la trilogía fue (https://www.agenciapacourondo.com.ar/fractura/mercedes-araujo-hay-que-ver-como-lo-que-uno-elige-contar-habla-de-todo-aquello-que-no-se):
“Nace con la idea de contar un territorio dentro de Mendoza que me impacto profundamente. Es realmente un desierto, que se asemeja al desierto del Sahara: altos limpios, médanos, vegetación, espinillos, animales del desierto, extensiones polvorientas. Empecé a estudiar el lugar que originalmente habitaban los Huarpes entre la frontera de Mendoza y San Juan. Habían tenido relación previa con los Incas y después, con la colonia que tuvo un impacto enorme sobre ese pueblo, fueron desplazados y llevados a pie a cruzar la cordillera para servir en las minas de oro. Ahí está una de las causas de su desintegración como pueblo.”
Conozco bastante esos ásperos lugares que describe la autora, y traté de comprender cómo serían en esa época, y fue un ejercicio duro. Entonces, traté de concebir la novela en el sentido que autora menciona en la misma entrevista:
“Después vino el proyecto de escribir la novela, que tiene un trabajo con el lenguaje particular. Es una búsqueda, un intento de crear y recrear una sintaxis o una cosmovisión, algo que fuera de otro que no conocemos, porque ese pueblo está devastado. Pero traté de trabajar en una mitología y trabajar con un lenguaje que se pareciera a una cuestión mística de una cosmovisión diferente, para poder recrear, ficcionalizar algo que cuente de lo otro que ya no está.”
O sea que lo que ya no está se introduzca entre nosotros como si fuera ahora, y lo logra: la agonía del blanco es real, aunque se cuente como historia.
Me resultó más dura esta lectura que la de Botánica sentimental a pesar de que en ella la vida ocurría en esa Mendoza destruida por el terremoto que aparece allí. Pensé, y comprendí que el territorio de esa época y sus habitantes (humanos y animales) era una Mendoza distinta, bella (con belleza de ese desierto de Mendoza) y terrible como era la vida entonces, en esos lugares.
Ese pueblo desvastado aparece ante nosotros con una realidad que solo la escritura puede lograr, y vemos –como es normal en la narrativa de Mercedes-, a las mujeres en toda la dimensión que tuvieron en la vida de la sociedad, a los hombres en un mundo donde la vida vale poco, al desierto con toda la riqueza que solemos ignorar, donde el agua es todo (Mendoza es así), y es escasa.
Mercedes cierra la entrevista así:
“APU: ¿Qué es lo más importante que tomás al momento de escribir?
M.A.: Lo más importante es ser fiel a lo que quiero decir y cómo quiero decirlo. El proceso de escritura es un diálogo constante conmigo misma, un ir y venir entre lo que siento, lo que pienso y lo que quiero expresar en el papel. Es un proceso íntimo y personal, donde el lenguaje se convierte en el medio para explorar y entender el mundo que me rodea. Escribir es una forma de reflexión, de introspección, pero también de comunicación, de conexión con otros. Así que, lo más importante es mantener esa autenticidad, ese compromiso con mi propia voz, sin dejarme llevar por las expectativas externas.”
Haber encontrado esta entrevista me ha permitido incorporar muchos elementos valiosos, pero no me ha hecho fácil agregar nuevos aspectos, salvo de lo que he sentido al leer la novela.
Para expresar esto tengo que aludir a las dos novelas mientras espero -si llega, como quiero-, la obra que complete la trilogía.
Ambas son Mendozas –históricas y presentes-, vivas desde las letras, porque la autora quiere contar lo que no han contado, como una arqueóloga, para que con esos elementos reconstruyamos no sólo el pasado, sino también el presente y el futuro.
Me gustaron esas reconstrucciones, y si bien es cierto que como mendocino vivir en esas narraciones de Mendoza, tiene un sentido profundamente bello, creo que para cualquiera conocer así nuestra tierra, vale mucho, y agradezco a Mercedes su aporte al encuentro con mi hermosa Provincia, que es así, bella y dura, fuente de grandes proyectos, como la independencia de la América colonial, como escribir narraciones y poemas, como producir música que sigue sonando.
Me gustaría leer la tercera novela.
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