Conocí (sí, eso fue) a Liliana Bodoc cuando leí Los días del venado, la primera novela de la trilogía de épica latinoamericana que se llamó La saga de los confines. (los otros son Los días de la sombra y Los días del fuego), allá por el 2000.
Me gustó mucho y la empecé a usar como libro de lectura con mis alumnos de Lengua. En años posteriores fui agregando las otras novelas de la saga (aclaro que mis alumnos/as leían seis libros por año).
No recuerdo si conocí (personalmente) primero a Liliana o a Jorge, su esposo, del que tomó el apellido como escritora, pero sé que la invité a dar una charla a mis alumnos/as que habían leído sus obras. Aceptó –como siempre- con todo entusiasmo. Para los chicos/as fue una experiencia inolvidable. Nunca habían conocido a una escritora de verdad, y les encantó su modo de entender la literatura, como algo encarnado en la vida de la gente, sobre todo de América Latina, con la mirada puesta en la justicia social.
He leído casi toda su obra, y creo que Liliana es una de las mayores escritoras contemporáneas que he conocido, por eso, cuando leí Elisa, la rosa inesperada, después de la muerte de Liliana, fue un golpe muy fuerte, tan fuerte como cuando la inhumamos en el Memorial.
Me abracé a Elisa, como ya no podía hacer con Liliana, y quiero compartirla con uds.
“Hay que andar por el mundo como si no importara
sin preguntar el nombre del pájaro y la planta,
ni al capitán del buque, adónde lleva el agua.
Mirar al otro lado del que todos señalan,
que es allí donde crece la rosa inesperada.”
Estos versos son con los que comienza esta novela juvenil y son del poema “Canción de guía”, de Conrado Nalé Roxlo.
Como siempre, no voy a anticipar el argumento, pero diré que Elisa es una adolescente rubia que vive con su abuela en una villa de Santa Fe, rodeada de negros y de cumbia, abandonada por sus padres, y llena de rencor por ese mundo que rechaza.
Desde allí comienza el viaje, pleno de peligros y malos tratos, al Norte, donde pasará situaciones terribles, donde la acecharán los diablos, a Tilcara; allí una voz de niña de piedra y el silbido de un viejo la rescatarán del peligro. Volverá a Santa Fe, al origen repudiado, ahora la posibilidad de la salvación.
Llevaba la marca de la soledad, la que la ponía en manos del peligro, de los diablos. “Soledad de la pena, soledad de los pobres”, la llamó.
¿Apareció la rosa inesperada? ¿O es la cumbia inesperada, la rechazada, que nace en las palabras que escribe, en la “cantata villera” que la pone a resguardo de los diablos?
“Mamá cumbia”, la que le escribe a su madre, Irene, es la síntesis del fin del viaje:
“Cumbia, sacáme de acá,
Lleváme lejos
Que está el diablo ofreciendo caramelos.”
La cumbia es la rosa inesperada, la que la salva porque la reconcilia con su origen, condición imprescindible para hallar la felicidad.
En una entrevista que le hicieron alumnos/as de Santa Fe, cuando presentó el libro allí, en el Taller El Lecturón. Santa Fe, agosto de 2017, dijo:
“Primera novela que no quise escribir, que me salió a buscar.”
No es autobiográfica, pero tiene temas que le eran cercanos. Es una novela de mujeres, como fin de un proceso personal en el que las mujeres fueron buscando y encontrando un lugar protagónico. Por eso, aparece el tema de la trata de mujeres y la soledad y exposición que se dan en la vida de muchas mujeres, como el sacrificio silencioso de Rufina, su abuela.
En otro momento dijo: “Este libro me llevó a transitar caminos que no tenía previstos. Cambiar de planes. Aquí hay incluso una modalidad de relato fantástico por el que yo no había transitado nunca. Por eso creo que este libro es como una bisagra.”
En Elisa había experiencias personales: el Viaje a Tilcara fue una de ellas. Allí se enferma, como dice en una entrevista “de una enfermedad violenta, no solo física, sino espiritual y moralmente”, como Elisa. Se siente sola, como Elisa.
La novela nace de la idea de una novela de viajes, por eso la bitácora (www.elviajedelilianabodoc.com.ar), aunque la vuelta a Santa Fe surge un par de años después, de su vida, de su infancia santafesina y de sus visitas posteriores.
Es una novela de viajes porque reúne sus condiciones claves: ser documental y literaria.
Como el que comenzó Liliana Bodoc hace alrededor de veinte años, el mismo que la llevó a Tilcara, de donde escapó de los diablos, como Elisa.
Su muerte la llevó a otro viaje, en otro plano. Siempre enfrenté el dolor de su muerte con la convicción de que tenía que tener un sentido dentro de lo que siempre buscó: las palabras que crearan un mundo mejor que el que la historia nos había dado
El mundo que crean las palabras de Liliana Bodoc es un universo complejo, con civilizaciones enteras, con hechos, símbolos, sueños, seres fantásticos, o no tanto.
Con Elisa accede al mundo más circunscripto de las mujeres de toda edad, con todas sus problemáticas, en Argentina, ahora: la búsqueda de la felicidad, el despertar de la sexualidad, el conocimiento de sí mismas y la construcción de la identidad en la adolescencia; pero también la trata de personas y la violencia sexual.
Más circunscripto, pero no menor.
Si no han leído otras obras de Liliana, empiecen por esta: será como caer como Alicia en el País de las Maravillas en un pozo que te lleva un mundo nuevo, hacia otras vidas, incluida la propia: Vale la pena.
Hace poco, mientras preparaba mi último comentario de libros en este blog (https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2020/08/29/distancia-de-rescate-de-samanta-schweblin-por-adolfo-ariza/), en el que un elemento narrativo fundamental es el envenenamiento por uso de pesticidas, en Mendoza hubo una manifestación “en contra del modelo agroindustrial que ha desarrollado, sin ética ni misericordia, el capitalismo neo liberal que se instaló desde los ’90, y que está poniendo a la raza humana en riesgo de extinción” (me estoy auto citando).
Se sumaron las dos situaciones, y ayer apareció esta nota:
“Tenemos poco tiempo por delante para decidir si la vida humana organizada sobrevivirá en la Tierra o sucumbirá a la amenaza de un desastre ambiental”, agregó Chomsky.
Adicionalmente, encontré la nota de Clarín que voy a compartir más abajo con ustedes, que habla directamente de ecocidio, y pensé que, a pesar de que había publicado alguna entrada antes, debía ir por más, porque no hay otra alternativa. Me acordé de otro libro, lo hojeé y localicé la cita siguiente:
“Además, estamos acercándonos rápidamente a varios puntos de inflexión, más allá de los cuales incluso una reducción espectacular de las emisiones de gases de efecto invernadero, no bastará para invertir la tendencia y evitar una tragedia mundial. Por ejemplo, a medida que el calentamiento global funde las capas de hielo polares, se refleja menos luz solar desde nuestro planeta al espacio exterior. Ello significa que la Tierra absorbe más calor, que las temperaturas aumentan todavía más y que el hielo se funde con mayor rapidez.
Una vez que este bucle retroactivo traspase un umbral crítico alcanzará un impulso irrefrenable, y todo el hielo de las regiones polares se derretirá, aunque los humanos dejen de quemar carbón, petróleo y gas.” (Yuval Harari, 21 lecciones para el siglo XXI, p. 139).
Espero que esta entrada ayude en algo en esta lucha que debiera ser una gesta mundial, porque, de no ser así, no va a cambiar la situación que plantea la nota de New York Times.
Me comprometo a continuar colaborando en todo lo que esté a mi alcance para triunfar en esta guerra, que voy a calificar como épica porque deberá ser la hazaña que salve a la humanidad.
O sea, también a mis hijos/as, nietos/as y bisnieta. Por eso me pongo a velar las armas, como los caballeros medievales, para conseguir el triunfo final.
Los ambientalistas promueven crear la figura del ‘ecocidio’ como delito penal
Desde agosto, mientras enormes extensiones del bosque tropical del Amazonas se han reducido a cenizas y la indignación se intensifica, un grupo de abogados y activistas han estado promoviendo una idea radical. Un día, dentro de unos cuantos años, imaginan que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sea llevado a La Haya para ser enjuiciado por ecocidio, un término que ampliamente se entiende como la destrucción deliberada y generalizada del medio ambiente. Y esperan que la ofensa, a la larga, sea vista a la par con otros crímenes de lesa humanidad.
Actualmente no hay un delito internacional que pueda ser usado para hacer criminalmente responsables a los líderes mundiales y ejecutivos de corporaciones de las catástrofes ecológicas que resulten en los desplazamientos masivos y disminuciones poblacionales asociados con los crímenes de guerra. Pero los ambientalistas dicen que el mundo debería tratar al ecocidio como un crimen contra la humanidad ahora que se hacen patentes las amenazas inminentes presentadas por un planeta cada vez más caliente.
En Bolsonaro han llegado a ver algo así como un villano ideal hecho a medida para un caso legal de prueba.
“(Bolsonaro) se ha convertido en un símbolo de la necesidad de un crimen de ecocidio”, dijo Jojo Mehta, cofundadora de Stop Ecocide (Paren el Ecocidio), un grupo que busca darle a la Corte Penal Internacional de La Haya la jurisdicción para procesar a líderes y negocios que conscientemente causan un amplio daño ambiental.
El primer llamado prominente a prohibir el ecocidio fue hecho en 1972 por el Primer Ministro de Suecia, Olaf Palme, anfitrión de la primera cumbre importante de Naciones Unidas sobre medio ambiente. En su discurso en la conferencia, Palme argumentó que el mundo necesitaba urgentemente un enfoque unificado para salvaguardar el medio ambiente. “El aire que respiramos no es propiedad de ninguna nación”, dijo. “Los grandes océanos no están divididos por fronteras nacionales; son nuestra propiedad común”.
La noción tuvo poca adhesión, y Palme murió en 1986 habiendo logrado pocos avances para establecer principios vinculantes para proteger el medio ambiente.
Durante los 80 y 90, los diplomáticos consideraron incluir al ecocidio como un delito grave mientras debatían con las autoridades de la Corte Penal Internacional, que fue establecida principalmente para procesar los crímenes de guerra. Pero cuando el documento constitutivo de la Corte, conocido como el Estatuto de Roma, entró en vigor en 2002, el lenguaje que habría criminalizado la destrucción ambiental a gran escala había sido eliminado por la insistencia de importantes naciones productoras de petróleo.
En 2016, el principal fiscal de la Corte señaló un interés en dar prioridad a casos dentro de su jurisdicción que incluyeran la “destrucción del medio ambiente, la explotación ilegal de recursos naturales o el desposeimiento ilegal de tierras”.
Esa acción llegó mientras los activistas sentaban las bases para un cambio trascendental en la jurisdicción de la Corte. Su plan es lograr que un Estado que sea parte del Estatuto de Roma proponga una enmienda a su acta constitutiva estableciendo el ecocidio como un crimen contra la paz. Al menos dos terceras partes de los países que son signatarios del Estatuto de Roma tendrían que respaldar la iniciativa para prohibir el ecocidio para que la Corte obtenga un mandato expandido, y aun entonces aplicaría sólo a países que aceptaran la enmienda. No obstante, podría cambiar la opinión mundial respecto de la destrucción ambiental.
Los activistas dicen que no faltan culpables que podrían ser enjuiciados si el mundo decidiera prohibir el ecocidio. Pero pocos son tan fascinantes como Bolsonaro, un ex capitán del Ejército de extrema derecha que en su campaña prometió hacer retroceder los derechos de las tierras de los pueblos indígenas y abrir áreas protegidas de la Amazonia a la minería, la agricultura y la explotación forestal.
Bolsonaro es un potencial acusado porque ha sido desdeñoso de las leyes ambientales de su país. Prometió poner fin a las multas emitidas por la agencia que hace cumplir las leyes ambientales. Se queja de que la Constitución de 1988 de Brasil separó demasiada tierra para comunidades indígenas que “no hablan nuestro idioma”.
Desde que Bolsonaro asumió el cargo en enero, la deforestación en la Amazonia se ha elevado de manera significativa, preparando el camino para los miles de incendios que empezaron a arder en agosto.
El mes pasado, enfrentando la presión internacional y un boicot a algunas exportaciones brasileñas, Bolsonaro ordenó una operación militar para extinguir los incendios en el Amazonas. Pero el mensaje del gobierno ha sido que la angustia mundial por el Amazonas es una intromisión injustificada en la soberanía de Brasil.
Eloísa Machado, profesora de Leyes en la Universidad Fundação Getúlio Vargas en San Pablo, señaló que el hecho de que Bolsonaro desmantelara las protecciones ambientales, lo que ha devastado a las comunidades indígenas de la Amazonia, podría cumplir ya con los criterios de crímenes de lesa humanidad en el marco de la ley internacional existente. Dijo que podría equivaler a genocidio. Ella y un equipo de eruditos están redactando una queja que la Corte Penal Internacional podría utilizar como plan para abrir una investigación contra Brasil.
En el mejor de los casos, los activistas dicen que tomaría unos cuantos años reunir el apoyo que necesitan para enmendar el Estatuto de Roma. Pero elevar el perfil del debate sobre la penalización del ecocidio podría avanzar un largo trecho para moldear la evaluación de riesgos de corporaciones y líderes mundiales que hasta ahora han considerado los desastres ambientales principalmente como pesadillas de relaciones públicas.
“Utilizamos la ley criminal como la línea entre lo que nuestra cultura acepta y lo que no”, dijo Mehta. “Una vez que se tiene una ley criminal establecida, uno empieza a cambiar la cultura”.
Es la primera novela de Samanta Schweblin (Ciudad de Buenos Aires; 1978), publicada en 2014 por Penguin Random House. Desde 2012 reside en Berlín, donde escribe y dicta talleres literarios.
Compré este libro hace un tiempo porque lo vi recomendado en algún lado, pero quedó en mi mesa de luz, y ahora lo elegí como el segundo libro para comentar.
Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, es una nouvelle, o novela corta. La autora no se considera novelista, sino cuentista, y esta obra es una demostración de ese argumento. Su narración es, intrínsecamente, un cuento. Más precisamente, un cuento de terror.
Este tipo de cuento generalmente es una historia de ficción, aunque puede ser real. Se enfoca en los patrones de miedo, suspenso, produciendo sensaciones de terror y escalofrío. La misión es provocar inquietud y desasosiego.
Esto se percibe desde el primer momento en Distancia de rescate. Es inevitable una sensación de inquietud, incluso necesité parar la lectura un par de veces para tomar aire y descansar un poco. Ahora bien, lo llamativo es que el avance narrativo usa como recurso el diálogo, la conversación, entre Amanda, la madre de la pequeña Nina, y David, hijo de Clara, junto con las mismas Clara y Nina. A ellos se suman el esposo de Clara y el padre de Amanda, especialmente en el diálogo con el que concluye el relato, aunque el final sea abierto, no tanto en los hechos, sino en la proyección de las situaciones de la novela en el tiempo y en el espacio. O sea, el desasosiego no va a desaparecer cuando cerremos el libro, porque hay cosas sobre las que no terminamos de saber lo que pasó, o que no tienen una explicación en la realidad, y porque no podemos dejar de sentir que en verdad hay algo amenazante, y nos incluye.
Es una forma no convencional de narrar, porque no es fácil mantener el ritmo narrativo con el diálogo de los personajes, como si fuera una obra de teatro, pero Schweblin lo logra, y logra que se instale ese “mundo flotante” del que habla Henri Gouhier (La obra teatral), por el que, desde que se levanta el telón y hasta que se baja, se instala un mundo que los espectadores creemos que es real (si es verosímil, claro) y lo vivimos así: odiamos al villano, sufrimos con el dolor de los personajes, etc. Ahora bien, lo llamativo es que lo logra sin el escenario, sin esa habitación de tres paredes donde toman vida las obras teatrales. Incluso sentimos una tensión semejante a la que se da cuando un drama alcanza el clímax. La diferencia es que, en Distancia de rescate, cuando se cierra el telón, nos queda la sensación de que algo terrible sigue pasando.
Ahora Netflix la va a llevar a la pantalla; será interesante ver si logra algo semejante a lo que consiguió Schweblin con la palabra escrita.
Hay en Internet varias notas sobre la novela, algunas demasiado bien escritas –como me dijo alguna vez mi querido Profesor, el Dr. Adolfo Ruiz Díaz-, así que evitaré hacerme el crítico literario, y solo intentaré compartirles mis vivencias de lector.
Por ahí, encontré un párrafo que comparto abajo, y del que no recuerdo su origen, pero no tengo muchas ganas de perder tiempo en buscarlo. Me pareció un aporte interesante:
“El libro tiene una gran cantidad de lecturas. Puede decirse que es una novela sobre la ambigua relación entre madres e hijos, ese amor y adoración que se puede convertir en puro terror y ansiedad. También el tratamiento del campo, de lo rural y bucólico y su transformación en algo peligroso y tóxico. Y quizá el punto más controvertido de esta historia, su punto de género fantástico. Distancia de rescate es un relato de terror, donde el curanderismo rural tiene un papel central en cuanto a conceptos tan extraños como la transmigración de almas.”
Todo eso está en la obra; es más, el título alude a “esa distancia variable que me separa de mi hija”, como dice Amanda y que calcula constantemente a base del tiempo que tardaría en correr hacia su hija y salvarla en caso de un peligro inminente, pero no creo que se limite a esto, tal vez aluda al rescate de algún mundo de los que se presentan en la novela
Leí por ahí que “podríamos arriesgar que se trata de una de las primeras novelas argentinas en ocuparse del campo como escenario en el siglo XXI, de la transformación de ese espacio verde y bucólico de los siglos XIX y XX en pesadilla agrotóxica, y no sería tan errado”.
Esta me parece la lectura central.
En estos días hubo en Mendoza una manifestación en contra del modelo agroindustrial que ha desarrollado, sin ética ni misericordia, el capitalismo neo liberal que se instaló desde los ’90, y que está poniendo a la raza humana en riesgo de extinción. Los reclamos eran:
Cambios en el modelo agroindustrial
Participación ciudadana en la toma de decisiones.
Detener ya la profundización extractivista, la quema de humedales, los desmontes, y el avance de la frontera agropecuaria.
No al acuerdo de megafactorías porcinas con China ni con nadie.
No al modelo de agronegocio impulsado por el Consejo Agroindustrial Argentino.
Transición inmediata hacia un modelo justo, soberano y sostenible de producción de alimentos agroecológicos
Creo que esa es la amenaza que se cierne sobre todos en la novela, y que sigue flotando cuando terminamos de leerla. Sin embargo, no hay nada en Distancia de rescate que la acerque al panfleto, sino que es una excelente novela, que asume el mundo actual y lo convierte en parte de la narración. Vale la pena leerla, se las recomiendo.
No sé el sentido que tenga dentro de este ambiente destructor la curandera de la casa verde, que puede hacer trasmigración de almas, y cuya acción es clave en el desarrollo del conflicto, pero lo que causa las tragedias que suceden en ese espacio rural es la contaminación, supongo de glifosato, porque los campos de soja lo cubren casi todo. Sin embargo, a pesar de esta falta de relación interna, se transforma en actor clave.
Todo eso transcurre en no mucho más cien páginas, después de que Amanda y Nina llegan desde la ciudad al campo, a un lugar de paz y escape; sin embargo, van apareciendo, cruzándose con las vidas de ellas, las presencias siniestras que hemos mencionado.
Si fuera un drama, sería una tragedia, por la muerte de Amanda, pero hay otros elementos que quedan sueltos, y que también son trágicos, como las deformaciones de la gente por los pesticidas. Esto incluye algunos que solo sospechamos: sabemos que el espíritu de David migró, pero no sabemos a qué cuerpo fue, ni qué espíritu llenó su cuerpo. Pero, al final, por algunos gestos que conocimos en otro personaje de la novela, encontramos una pista terrible. No les adelantaré nada más, porque hay que vivir todo lo que pasa en la narración, y eso es lo que les recomiendo.
David menciona muchas veces que hay que buscar lo importante, y les transcribo el párrafo final, cuando el marido de Amanda huye del pueblo hacia la ciudad:
“No ve lo importante: el hilo finalmente suelto, como una mecha encendida en algún lugar; la plaga inmóvil a punto de irritarse.”
Esa plaga –gusanos- nos acecha también a nosotros, eso es lo importante, y es lo que debemos saber.
Espero que la lectura les sea tan apasionante como lo fue para mí, y me gustaría que subieran sus comentarios a este blog. Los espero.
Elegí este tema para comenzar esta categoría que solo pretende recordar aquellas situaciones que, en Argentina, o en Latinoamérica, están pendientes de tratamiento o solución, casi sin quererlo.
Estaba buscando un tema para escribir, y encontré esta nota que comparto sobre un pueblo originario, y mientras la leía, pensé que la reivindicación de estos pueblos es una enorme necesidad, llena de injusticias ancestrales, en toda América Latina. Me dije: -Está bien, estamos repletos de urgencias, pero estos pueblos arrastran penurias de años, algún aporte tengo que hacer para su reivindicación.
Creé una categoría para incluir entradas sobre temas que no deben seguir siendo olvidados, y voy a compartir esta nota sobre la nación mapuche porque es clara, fundamentada, y no hace apologías llorosas que duran poco.
Por supuesto que tenemos muchos pueblos originarios olvidados y maltratados a lo largo y a lo ancho de América Latina, pero elegí al mapuche por ser un buen ejemplo de cómo piensan los Gobiernos neo liberales y las corporaciones que los apoyan y muchas veces los llevan al poder. Cuando la desaparición de Santiago Maldonado –desgraciadamente no fue la última-, los mapuche de Argentina y Chile fueron elegidos como chivos expiatorios para cargarles la culpa de esa desaparición. En ese contexto, se difundieron falsedades, no solo sobre los hechos ocurridos, sino también en las características de esa nación, en su pertenencia a Argentina, e incluso se crearon conspiraciones internacionales inexistentes y antojadizas.
Es cierto que muchas de estas fake news y mentiras no resisten un mínimo análisis, y llegan a la ridiculez, pero no es menos cierto que un sector de nuestra clase media urbana las creyó cuando los medios oficiales y los equipos de trolls y bots las desparramaron en las redes sociales.
Por eso me pareció oportuno compartir esta nota que explica y describe muy bien cómo los mapuche se desarrollaron en el país, sobre todo en los últimos siglos.
Creo que conocer la verdad sobre esta nación, en primer lugar, corrige la visión falsa que dejó un ataque mentiroso y perverso en el conocimiento de muchos/as argentinos/as, y, en segundo, debería colaborar en que incorporemos la reivindicación de los pueblos originarios como una obligación central para nuestro país.
La situación de los mapuche no es diferente a la de los otros Pueblos Originarios. El Censo Nacional de Población realizado en 2001 en la Argentina permite verificar que un 96,3% de los mapuche son argentinos por haber nacido dentro de las fronteras de la Argentina. El 89 % de los mapuche, además, ha nacido en la misma provincia en la que fueron censados. Esto nos dice que a pesar de que muchas personas creen que los mapuche son chilenos, la realidad es otra muy diferente.
Desde el punto de vista de la ciencia antropológica, es un sinsentido equiparar variables de pertenencia étnica y de estado-nación, dado que son conceptos de diferente tipo, que no se afirman ni se niegan mutuamente. En otras palabras, ser mapuche no contradice ni impide el ser argentino o el ser chileno, como tampoco lo obliga, ya que son pertenencias de distinto orden.
Por otra parte, desde el punto de vista histórico, pensar que ser mapuche es ser chileno es un anacronismo, dado que los sentidos de pertenencia indígena se remontan a una antigüedad mayor a la del trazado de las fronteras internacionales. Estos individuos que hoy son considerados chilenos o argentinos según hayan nacido más allá o más acá de la Cordillera, tienen un origen familiar enraizado en alguna de las antiguas identidades territoriales (pehuenche, guluche, puelche, huilliche, moluche, picunche, waizufche, chaziche, lafkenche, furilofche, wenteche, nagche, mahuidache, etc.) que hoy componen en conjunto la ancestralidad mapuche y que antes de la consolidación de las fronteras estatales eran soberanas en un territorio compartido bajo sus propias reglas. Ningún investigador que trabaje con fuentes antiguas puede negar estas presencias en el territorio pampeano y patagónico desde varios siglos atrás. No hay dudas de la preexistencia al Estado nacional, por ejemplo, de los pehuenche o de los huilliche, nombrados en infinidad de documentos virreinales y crónicas de viajeros.
Cuando Alonso de Ercilla escribió su poema “La Araucana”, a mediados del siglo XVI, para describir la guerra de conquista en el centro-sur de Chile, eligió un nombre poético para la región circundante a la Plaza de Arauco, que extendió a sus habitantes. Pero este nombre no refleja la interacción entre las diferentes identidades territoriales ni es el nombre que los mapuche eligieron para representar su identidad en sentido amplio.
Los pueblos asentados a uno y otro lado de la cordillera de los Andes reivindicaban identidades locales que los diferenciaban al interior de este conjunto, y a la vez, sostenían una identidad común en virtud de las características compartidas, en especial un idioma (mapuzugun), con sus variantes regionales. Todos estos pueblos se mezclaban permanentemente, por medio de la circulación de personas y de productos comercializables, de alianzas militares y de matrimonios mixtos.
En cuanto a la tan debatida antigüedad del término mapuche, Francisco P. Moreno verificó en 1876 su utilización –bajo la forma mapunche– para denominar a algunos de los participantes de un Parlamento reunido en el área de influencia del “lonko” (cacique) Sayhueque. Es muy probable que se utilizara anteriormente, ya que lo que los documentos escritos nos informan es meramente eso: lo que se ha escrito. La utilización oral de un término suele preceder a su aparición escrita
Con el tiempo, el término mapuche se fue extendiendo para abarcar al conjunto de subgrupos que comparten una cultura, y especialmente una lengua (el mapuzugun), aun con variaciones dialectales.
Las variaciones a través del tiempo en los nombres de los pueblos no necesariamente significan cambios en su identidad. En todo caso, son índice de nuevas relaciones con otros grupos, resultado del contexto histórico concreto.
Por ejemplo, es sabido que para 1810 no existía una sociedad que se presentara a sí misma con el nombre de “República Argentina” Y, sin embargo, en 2010 se celebra el Bicentenario del “nacimiento de la patria”, Así, el nombre de una nación no es inmemorial ni esencial sino contingente, y ello no afecta ni la “identidad” ni el sentimiento nacional.
En 1878 Estanislao S. Zeballos escribió, por encargo del Ministerio de Guerra un alegato titulado “La conquista de quince mil leguas”. Esta obra, donde Zeballos describió a su conveniencia un territorio y una población que no conocía, presentó varios postulados que justificaron políticamente las campañas militares. Entre ellos, que el origen (y el destino) de los indígenas estaba en Chile. Al crear un enemigo “extranjero”, el Ministerio de Guerra lograba debilitar la oposición que desde muchos sectores se hacía a la política expansionista de los presidentes Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca. En sus obras posteriores, Zeballos argumentará cada vez con mayor énfasis en la supuesta raíz chilena de los indígenas de la Pampa y la Patagonia; idea que será rescatada por la política nacionalista a partir de 1920 y difundida como verdad “científica”, aunque la raíz de su argumento no estuvo nunca en el ámbito de la ciencia, sino de la política parlamentaria y militar. En Chile, por idénticos motivos, se atribuyó a los “araucanos” un origen pampeano, de manera que también allí se convirtieron en “extranjeros”.
Se sabe que, debido a las campañas militares, numerosas familias mapuche y tehuelche huyeron hacia Chile, donde algunas de ellas se establecieron definitivamente, pero otras regresaron al oriente de los Andes, de donde eran originarias, cuando las condiciones fueron propicias. Este origen “argentino” de algunas familias aparentemente “chilenas”, está documentado en fuentes militares y en numerosos registros de historia oral. Por ende, son tan falaces las afirmaciones que pretenden asignar origen “chileno” a los mapuche o araucanos, como las que afirman un origen “argentino” para los tehuelche –otro nombre impuesto-, quienes pasaron por similares vicisitudes.
Las migraciones afectaron a la totalidad de los pueblos originarios, quienes pueden por lo tanto no residir hoy en sus territorios de ayer. Sin embargo, son originarios y preexistentes, no porque sean “originarios” de un territorio totalmente incluido en lo que hoy es territorio argentino y hayan permanecido estáticamente dentro de sus fronteras, sino porque son originarios de un territorio preexistente al trazado de las fronteras internacionales, y es en ese carácter de preexistentes que se hacen merecedores de derechos constitucionales específicos reconocidos en el derecho internacional.
Mientras esperamos que pronto se realice una decisiva, aunque parcial reparación, es indispensable comenzar a hacerse cargo, al menos, de la verdad y memoria histórica, disipando las confusiones intencionalmente fraguadas y reproducidas por intelectuales al servicio de los poderosos de ayer y de hoy.
* Antropóloga, Profesora titular de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora del CONICET. Forma parte de la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena.
Soy lector casi antes que nada, y hay un criterio que siempre sostuve: si una novela (el cuento es otra historia) en las diez primeras páginas no nos despierta interés por seguir leyendo, por saber cómo se va resolver el conflicto, por conocer mejor a un personaje, mejor dejar su lectura, por lo menos por un tiempo.
Me enganché con Catedrales desde la dedicatoria y el epígrafe, que marcan el sentido ideológico del texto: el rechazo de las religiones. No estoy tan seguro de si también de la fe. Uno de los dos personajes centrales, Alberto, el padre de la familia en la que se mueve la novela (el otro es Carmen, su hija mayor), en el final, se plantea si la fe tiene validez o no.
Piñeiro tiene oficio de escritora, y construye una buena novela con Catedrales. Vale la pena leerla. Incluso, cuando la cerramos, después de terminarla, nos quedamos con preguntas no sobre la resolución narrativa del conflicto, sino cómo seguiría la historia y sus personajes, que siguen presentes en nosotros.
Está claro que tengo mucho cuidado de no contar la novela. Si una novela no me gusta, no la comentaré, pero, si me gusta, lo haré para colaborar con los que la quieran leer. Comentaré, trataré de destacar aspectos que sirvan para enriquecer la lectura; si conozco algún dato interesante, lo mencionaré, no mucho más que eso.
Soy Licenciado en Literatura, y esa formación debería ayudarme a conseguir estos propósitos.
Aclarado esto, paso de la propuesta ideológica que recorre toda la obra a los personajes de la novela: no todos tienen el mismo interés, sobre todo cuando lo ideológico se impone y alguno se esquematiza, pero Ana, Lía y Carmen, las hijas, (de menor a mayor), Julián, el marido de Carmen, Alberto, el padre, y Mateo, el hijo de Carmen, o sea, la familia, son el eje narrativo de la novela. Se agregan Marcela, la mejor amiga de Ana, y Elmer, un criminalista que investiga la muerte sobre la que se centran la narración y el conflicto, completan la lista de personajes, dándole nombre a los capítulos de la novela.
Esta forma de narrar, en la que cada personaje va relatando parte de la historia, desde su rol y perspectiva, en la que se entrecruzan los hechos, a veces superponiéndose, pero reconstruyendo lo que había estado treinta años sin aclararse, es interesante, y permite visualizar, además, la complejidad psicológica, central en la novela de Piñeiro, que aparece entrelazada con la historia.
Me puse a pensar en el subgénero de esta novela, más por defecto profesional que por necesidad. Les comparto las conclusiones: a veces, como en muchas novelas policiales, el género es claro, más allá de algunos matices. No es el caso de Catedrales,veamos, por ejemplo, el uso de epígrafes. Antes de comenzar la novela, nos encontramos con tres, y cada capítulo tiene el suyo. Son indicaciones del autor, para contextualizar nuestra lectura y el sentido que le daremos a la narración.
También tiene elementos de la novela policíaca (una muerte, detective), pero me voy a inclinar por caracterizarla como thriller psicológico, porque existe suspenso hasta casi el final, aunque no sea al modo de las novelas de crímenes, porque lo que ha determinado la narración ha sucedido y sucede en la mente de los personajes. Estos son los que narran en primera persona los capítulos que llevan sus nombres. Sus pasados, sus creencias (o no creencias), sus miedos, sus fobias, son las que van armando la historia.
Por supuesto, están los hechos, la descripción del espacio donde ellos ocurren, las circunstancias en que sucedieron, pero todo eso navega en los ríos de la mente de los personajes, ríos que confluyen en el desenlace, que no es abierto en sí, pero que nos deja pensando en cómo seguirán las vidas de los sobrevivientes.
Finalmente, algo que me llamó la atención: hay personajes centrales que no logran resolver válidamente los conflictos psicológicos, y esto los lleva cometer acciones erróneas, aun terribles. La muerte de Ana (una pregunta queda bailando en mi cabeza: ¿no fue un crimen?) y los hechos que le siguieron es un ejemplo. No he leído todas las novelas de Piñeiro, salvo Las viudas de los jueves, y sucede algo semejante: un accidente (mejor, suicidio) de tres hombres que no pueden resolver sus vidas en la crisis de fines de los 90’ y principios del siglo XXI. También es común en ambas algún grado de truculencia, sobre todo en Catedrales, pero insisto, es una buena novela, el planteo ideológico es válido, y agrega peso al conflicto.
Espero que la lean, y que agreguen comentarios y opiniones en el blog, así enriquecemos esta opinión entre todos.
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