Dejé de escribir entradas sobre el mundo post pandemia, porque no tenía sentido seguir haciendo elucubraciones sobre un futuro tan difícilmente predecible.
Es cierto que sigo escuchando iluminados que saben todo lo que va a pasar, pero –además de las intenciones que están detrás de las propuestas-, si nos fijamos en cómo se ha ido modificando todo lo que ayer era verdad tajante, no parece serio seguir avanzando en esa dirección. Esta conclusión me hizo que elaborara pocas entradas a partir de eso, ya que resulta muy difícil encontrar temas interesantes y no caer en los excesos reiterativos que padecemos en la actualidad.
Sin embargo, esta nota de Natanson me resultó interesante, no solo por el análisis de la realidad actual que hace –tema siempre opinable-, sino por lo que resalto en el título: el Gobierno debe definir una agenda que le permita aprovechar la importante imagen positiva que ha logrado y que, necesariamente, decaerá si no se instalan temas importantes para la mayoría de la sociedad y que signifiquen avances en la superación de alguno de los déficits que padece Argentina.
Alberto ha mencionado varios de esos temas posibles, y se conoce que se está trabajando en proyectos distintos, pero, cuando hablamos de agenda, hacemos referencia a un plan de acción que se hace conocer, que se comunica bien (un aspecto poco fuerte de este Gobierno más de una vez), pero que, previamente, se ha trabajado con actores y sectores de la sociedad.
La oposición macrista tiene una larga, y lamentable, expertise en la instalación de temas que deterioren la imagen del peronismo. Fue un elemento central de su estrategia para ganar las elecciones del 2015, y se consolidó cuando Macri fue Presidente.
Es lo que ha venido haciendo la oposición desde que asumió el Peronismo: cualquier tema que les ha parecido útil para deslegitimar al Gobierno, se ha transformado en títulos de los medios del tipo de “Cruje el Frente de Todos”. Lo han hecho con la cuarentena y con Vicentín, por citar ejemplos cercanos; han puesto en acción todo su sistema de trolls y bots que sigue en pie, han convocado a marchas y caravanazos, incluso violentos.
Hay que tomar la iniciativa, pero virtuosamente, no para hacer daño, sino para establecer nuevas expectativas positivas en una sociedad que, además, las necesita para salir de la dureza del mundo de la pandemia.
Esa es la agenda que quisiera que el Gobierno hiciera conocer.
QUE SE VEA, SE COMPRENDA, SE COMPARTA, QUE UN PROYECTO MEJOR DE PAÍS SE ESTÁ GESTANDO, Y QUE TODOS/AS TENEMOS UN LUGAR Y UNA MISIÓN EN ÉL.
Más por imperio de las circunstancias que por propia voluntad, el gobierno de Alberto Fernández estuvo condenado desde el comienzo a ser un gobierno monotemático. Asumió en medio de una recesión y a las puertas de una crisis social que solo la expectativa de un cambio político inminente lograba contener, con el desafío de renegociar urgentemente la deuda heredada, y en eso estaba, hablando con los acreedores y tratando de asistir a los sectores más castigados, cuando irrumpió el coronavirus, que lo obligó a concentrarse en el nuevo mundo de cuarentenas, curvas y contagios. El manejo responsable, abierto y empático de la crisis produjo un “efecto estadista” que elevó su imagen a niveles impensados: entre 50 y 60 por ciento de apoyo a la figura del Presidente, entre 60 y 70 por ciento de aprobación al gobierno y un respaldo cerrado, que llegó a rondar el 85 por ciento, a las decisiones sanitarias (1). La cuestión no es entonces si la imagen de Alberto caerá, porque ningún gobierno puede prolongar semejante apoyo ad infinitum, sino qué hacer con ese capital político; en otras palabras, cómo gestionar el descenso.
Un camino posible es buscar nuevos temas de gestión, abrir la agenda de la pos-pandemia. María Esperanza Casullo lo sintetiza con inteligencia: “Alberto tiene que elegir un conflicto antes de que el conflicto lo elija a él” (2). Coincido, pero matizaría el apotegma señalando que tal vez no se trate exactamente de elegir un conflicto sino un tema: el tema puede conllevar, por supuesto, un conflicto, o muchos, pero no necesariamente supone una disputa en lógica amigo-enemigo, o en todo caso no es necesario empezar por ahí (la tesis kirchnerista de que la política es conflicto y que la tarea de un buen líder consiste en seleccionar a sus adversarios es falsa: puede ser conflicto pero también articulación, coordinación y consenso).
Quizás una forma de imaginar esta nueva agenda sea pensarla desde el territorio, una dimensión de la política que a menudo se pasa por alto, y hacerlo en un doble sentido. Por un lado, la evolución de los contagios ha permitido que casi todas las provincias pasaran de una fase a otra del confinamiento hasta recuperar una cierta normalidad, quedando el entramado denso que forman la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano como la zona de mayor peligro. Como señala Julio Burdman (3), esto puede afectar la lógica metropolitana de la política argentina, el hecho de que el destino del país radica básicamente en lo que ocurra en el AMBA, de donde surgieron o donde se consolidaron todos los fenómenos políticos importantes pos-reforma constitucional del 94 (la Alianza, el duhaldismo, el kirchnerismo, el cristinismo, el macrismo y el Frente de Todos).
La combinación entre la centralidad política del AMBA y la crisis sanitaria despierta en el interior sentimientos anti-porteños muy arraigados, cuyo origen puede rastrearse a la conformación misma de Argentina como Estado-nación: basta recorrer los comentarios en los medios y las redes para detectar críticas y burlas a la situación de Buenos Aires, una cierta sensación de que “por fin les tocó a ellos”, y la percepción del AMBA como un gueto malsano donde los superricos (que trajeron el virus de Europa) y los ultrapobres (que viven hacinados y no pueden mantener la distancia social) conviven mal y se contagian.
En este contexto, el gobierno tiene la oportunidad de desplegar políticas nacionales en las provincias que han liberado casi completamente su actividad económica. La buena relación del Presidente con los gobernadores es fundamental para una perspectiva de federalismo que debería también ser revisada: el federalismo entendido no como una invocación vacía ni como un reclamo de descentralización y recursos, que es como muchas veces se percibe en las provincias, sino como la posibilidad de construir un desarrollo más equilibrado (lo que en ocasiones implica centralizar: la educación secundaria, por citar un ejemplo clásico, ofrecía oportunidades más igualitarias cuando estaba bajo control del Estado nacional que después de ser transferida a las provincias). Pero no nos desviemos. Lo que quiero plantear es que la división entre el AMBA y el resto del país está más viva que nunca y que el gobierno puede aprovecharla para avanzar en una agenda extra-metropolitana de gestión.
El segundo aspecto de la reflexión territorial es un espejo del primero. Azuzadas por el pánico, las tres administraciones principales (nacional, bonaerense y porteña) mostraron a lo largo de estos meses niveles de coordinación inéditos, incluso cuando dos de ellas están bajo control político de los herederos de los polos de la grieta: el macrista Horacio Rodríguez Larreta y el kirchnerista Axel Kicillof. Este proceso, inédito desde la autonomización de la Ciudad en los 90, demuestra que la idea de que el virus está produciendo cambios radicales no es un sueño abstracto de filósofos excitados sino algo verificable, bien concreto.
¿Podría ser el origen de una gestión más articulada en el principal conglomerado urbano de Argentina? En un momento difícil, Alberto ha demostrado capacidad para moderar los conflictos y lograr la cooperación de la Ciudad y la Provincia, trascendiendo diferencias abismales de tamaño, nivel socioeconómico, perfil ideológico… El virus anestesió la grieta y engendró lo más parecido a un gobierno de unidad nacional que registra nuestra historia reciente, una modesta Moncloa epidemiológica. Y como la experiencia histórica demuestra que el trabajo conjunto contribuye a desarmar prejuicios, funda lazos de confianza y crea mecanismos burocráticos que perduran, quizás los incipientes avances en materia de coordinación sanitaria y de transporte puedan replicarse en áreas cuya gestión también requiere una estrategia conjunta: educación, medioambiente y, sobre todo, vivienda y seguridad (en este último aspecto la actitud de Sergio Berni resulta, por decirlo de alguna manera, escasamente constructiva).
Volviendo al planteo inicial, la relegitimación popular de la figura de Alberto, un dirigente que llegó a la Presidencia tras una decisión de Cristina y al frente de una coalición amplia y heterogénea, formada a partir de una reacción al macrismo, constituye una oportunidad impensable hace dos o tres meses. Como la mayonesa, el poder vence si no se lo usa; se escurre. Pero hay que usarlo con astucia. La reforma de la Justicia, anunciada antes de la irrupción del virus y retomada ahora, es un proyecto tan importante como limitado en su interés a la superestructura política, puro círculo rojo. El tratamiento de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, que también había comenzado a analizarse en marzo, se encuentra suspendido ante el temor a que su aprobación en una sesión semi-presencial habilite una catarata de reclamos judiciales posteriores que pongan en riesgo su implementación.
La intervención de Vicentin, la gran iniciativa del oficialismo en estas semanas, su rescate, por usar las palabras del Presidente, genera efectos profundos, por el tamaño de la empresa, los intereses directamente involucrados y las eventuales consecuencias de que el Estado opere directamente en el complejo mercado de granos. Pero también demostró los riesgos que implica adoptar una decisión de gran calado sin medir cabalmente las consecuencias legales, sin articular una coalición amplia de apoyos sociales y políticos y sin planificar antes una comunicación clara y consistente. La palabra expropiación generó ecos profundos que no solo despiertan el rechazo de los teflones de Recoleta sino de un universo mucho más grande, a punto tal que coincidieron en cuestionar la decisión oficial los legisladores por Córdoba, las entidades del agro (incluyendo a la Federación Agraria), buena parte de los productores a los que supuestamente se pretendía salvar y el lavagnismo, en tanto que se mantuvieron en un silencio sugestivo Sergio Massa, casi todos los gobernadores y el santafesino Omar Perotti, que terminó elaborando un proyecto alternativo.
Bueno, malo o regular, el proyecto de estatización reavivó los espectros de la batalla cultural entre cristinismo y macrismo, una batalla cuyo origen se sitúa también en una iniciativa orientada a intervenir sobre el sector agropecuario y decidida sin consultas previas por funcionarios porteños que conocían poco el tema. Como hojas agitadas por una tormenta, volaron en estos días tópicos como “populismo”, “Venezuela”, “propiedad privada” y “libertad” (y “oligarquía”, “medios concentrados”, “corporaciones”). Felizmente, Alberto decidió desactivar a tiempo el conflicto y aceptar la propuesta más moderada de Perotti, y al hacerlo demostró dos cosas: que la tónica del retroceder nunca/rendirse jamás del kirchnerismo no es la suya, y que, también en contraste con el pasado, su gobierno no está dispuesto a resignar la relación con las provincias del centro y entregar la zona núcleo –los votantes de la soja– al macrismo.
Sucede que, con su indisimulable aire a 125, el caso Vicentin producía una división de la política y la sociedad en mitades, que es justamente lo que terminó llevando al kirchnerismo a la derrota y lo que Alberto debería tratar de evitar: el 48 por ciento obtenido en las elecciones presidenciales no está tan lejos de un hipotético 44, y el 41 del macrismo no está tan distante de un posible 45. Aunque categórico, el triunfo del Frente de Todos fue contingente, un proceso cuya reversión siempre está a la vuelta de la esquina en el contexto de democracias fluidas y hegemonías breves.
Como señala Martín Rodríguez, Alberto es un creador de fotos: la foto de Cristina con Massa y su famoso “cafecito” durante la campaña, así como la foto con Kicillof y Rodríguez Larreta, son ejemplos de esta voluntad del Presidente, que podría recurrir a su destreza de fotógrafo para que otra foto –la que ilustra a Mauricio Macri y Elisa Carrió conversando preocupados por el anti-republicanismo del gobierno– sea la única foto opositora posible. En otras palabras, aislar a los sectores más radicales de Cambiemos, una coalición que no es menos amplia ni menos heterogénea que la oficialista, a partir de temas que trasciendan el apoyo de los votantes naturales del Frente de Todos: la transformación del Ingreso Familiar de Emergencia a una renta básica universal y la construcción de una estructura impositiva más progresiva pueden ser los ejes de una “épica de la reconstrucción” que le permita a Alberto bajar, pero despacito y sin tropezarse.
Esto lo dicen el Presidente y la VicePresidente de la UCR, y esta aceptación reticente da una idea de cuán necesario es que avance esta alternativa destinada a atenuar la enorme –y vergonzante- desigualdad social de la Argentina.
Por eso, me pareció conveniente compartir esta nota porque es un buen planteo para comprender un concepto –a esta altura- indiscutible: no podemos dejar en manos del mercado la supervivencia básica de todos los habitantes de Argentina, sino que cada uno de ellos debe recibir un monto que mes a mes, y garantizado por el Estado, le permita cubrir las necesidades básicas que requiere una vida digna.
NO ES UN REGALO, ES UN DERECHO HUMANO.
El obsceno crecimiento de la desigualdad social y de la riqueza de los grupos económicos concentrados requiere decisiones de este tipo, y la sociedad en su conjunto debería apoyar a los Gobiernos que avanzan en la implementación de estrategias que permitan que vayamos hacia una Argentina más justa y equitativa.
SERÁ JUSTICIA
INGRESO UNIVERSAL Y JUSTICIA FISCAL
Ahora es el momento ideal para dar paso a una reforma progresiva del sistema tributario nacional
Según las últimas proyecciones de la CEPAL, en 2020 la Argentina va a sufrir el mayor aumento de la pobreza de la región, con un incremento del 10,8%, y un aumento de la desigualdad en la distribución del ingreso del 6% o más. En este marco, sería prioritario pensar en una readecuación del IFE (Ingreso Familiar de Emergencia), tomando como ejemplo el antecedente de España, que planteó una prestación social más contundente y con mayor llegada a amplios sectores de la población, así como iniciar un camino sin tropiezos hacia una reforma tributaria progresiva que permita la redistribución de la riqueza y evite que la mayor parte del excedente se dirija hacia guaridas fiscales.
La pandemia expuso los problemas estructurales de la economía argentina, entre ellos, las carencias en el sistema de protección social, la fenomenal concentración de la riqueza que agudiza las desigualdades y el abandono de una enorme masa de excluidos. Urge avanzar en la conformación de un nuevo Estado con garantías plenas del cumplimiento de los derechos económicos, sociales y culturales para todos los ciudadanos que tenga su base en una distribución más equitativa de la riqueza.
El 15 de julio la CEPAL publicó un informe especial de Covid-19 (N° 5) que muestra que, en la región, hay amplios estratos de la población muy vulnerables a la pérdida de ingresos laborales. Para la Argentina, prevén una caída del 10,5% del PIB y el mayor aumento de la pobreza de la región para el 2020 (10,8 puntos porcentuales), al mismo tiempo que proyectan un aumento de la brecha de desigualdad en la distribución del ingreso (medida por el GINI) de un 6% o superior. Asimismo, estas nuevas proyecciones muestran que, en la región, las personas de estratos pobres, de ingresos bajos y medio-bajos pasarán de 470 millones en 2019 a 491 millones de personas en 2020, representando un 79,2% de la población total, con ingresos per cápita de hasta tres veces la línea de pobreza.
En los últimos meses, la CEPAL se ha mostrado favorable a un ingreso básico de emergencia equivalente a una línea de pobreza (costo per cápita de adquirir una canasta básica de alimentos y otras necesidades básicas) durante seis meses, para toda la población en situación de pobreza en 2020.
En un informe previo (Informe especial de Covid-19, N° 3), la CEPAL afirma que el alcance de las transferencias directas que están realizando los gobiernos, como el IFE, debe ser permanente, e ir más allá de las personas en situación de pobreza y llegar a amplios estratos de la población muy vulnerables a caer en ella, como los de ingresos bajos no pobres y los medios bajos. Asimismo, sostienen que esto permitiría avanzar hacia un ingreso básico universal que se debe implementar gradualmente en un período definido de acuerdo con la situación de cada país, teniendo en cuenta que la superación de la pandemia tomará su tiempo y las sociedades deberán coexistir con coronavirus, lo que dificultará la reactivación económica y productiva.
En la Argentina, el debate sobre un ingreso ciudadano universal ha adquirido mayor relevancia en las últimas semanas y, recientemente, el Ministro Daniel Arroyo ha afirmado que existe un proyecto en marcha. Parece ser un puntapié fundamental para comenzar a debatir las herramientas disponibles para erradicar la pobreza. Para ello, es importante destacar que el monto de ese ingreso básico universal tiene que ser lo suficientemente elevado como para garantizar el objetivo de terminar con la pobreza y mejorar la distribución del ingreso.
En España, en los últimos días del mes de junio se realizó el primer pago del Ingreso Mínimo Vital, un nuevo derecho ciudadano que asegura una red de seguridad para todxs lxs ciudadanxs. El gobierno español sostuvo que esta medida garantiza que la población cuente con un mínimo de ingresos que le permita vivir dignamente, por lo que no se presenta como una asignación excepcional, sino con carácter definitivo.
El Ingreso Mínimo Vital en España funciona como una prestación no contributiva de la Seguridad Social que garantiza ingresos mínimos a quienes carecen de ellos. Se define como un derecho subjetivo de la ciudadanía, dado que se recibirá siempre que se cumplan los requisitos de acceso, como ocurre con el derecho a la pensión de jubilación o la prestación por desempleo. Garantiza una renta de 462 euros al mes para una persona adulta que viva sola y, cuando se trata de una unidad de convivencia, la cantidad se incrementa en 139 euros al mes por cada persona adicional, adulta o menor, hasta un máximo de 1.015 euros al mes. Además, para las familias monoparentales, se añade un complemento de 100 euros. Cualquier persona con ingresos inferiores a la renta garantizada por el Ingreso Mínimo Vital y un patrimonio menor al máximo establecido, podrá ser beneficiaria de este ingreso.
Asimismo, esta renta es compatible con otros ingresos. Mientras no se supere el umbral establecido, puede otorgarse de forma simultánea con otros ingresos, incluidos los laborales y los obtenidos por lxs trabajadorxs autónomxs; es compatible con otras ayudas sociales, tales como becas o ayudas para el estudio, ayudas por vivienda, ayudas de emergencia y otras similares. No se dirige sólo a personas sin ningún ingreso o a personas desempleadas, sino también a personas y hogares con bajos ingresos.
Covid-19 ha desatado crisis económicas de magnitud inusitada en todo el mundo, ha generado enorme sufrimiento, a la vez que ha dejado en evidencia que existen problemáticas sociales estructurales –ignoradas por cuantioso tiempo— y ha dejado testimonio de que es posible utilizar la emisión monetaria y la inversión pública a requerimiento de los Estados para paliar las crisis.
La Agenda Regional de Desarrollo Social Inclusivo aprobada en 2019 por los Estados miembros de la CEPAL en la Tercera Reunión de la Conferencia Regional sobre Desarrollo Social de América Latina y el Caribe (Ciudad de México, 1° a 3 de octubre de 2019) ofrecía propuestas para avanzar en la garantía universal de un nivel de ingreso básico y evaluar la posibilidad de incorporar gradualmente en los sistemas de protección social de los países una transferencia universal para la infancia y un ingreso básico de ciudadanía. De la misma manera, es importante que los registros de la población destinataria sean lo más amplios y actualizados posible.
Ante las necesidades sociales apremiantes es ahora el momento para plantear estas políticas sociales acompañadas de una reforma tributaria progresiva que permita brindar los recursos necesarios para destinar a estas transferencias. La situación de emergencia nos empuja a focalizar recursos en los sectores vulnerabilizados y gravar con mayores alícuotas a los estratos sociales más elevados y a las grandes empresas.
En este contexto, un informe de la OCDE publicado el 8 de julio muestra las impresionantes deformaciones del sistema impositivo internacional que permiten la elusión de las empresas multinacionales, las cuales, obviamente, repercuten en la falta de recursos estatales locales. Este reciente informe publica nuevos datos que proporcionan información agregada sobre las actividades fiscales y económicas globales de casi 4.000 grupos de empresas multinacionales con sede en 26 jurisdicciones y que operan en más de 100 jurisdicciones en todo el mundo.
Lo interesante del informe es que la propia OCDE expone las atrocidades del sistema impositivo internacional. Informa que existe una desalineación entre el lugar donde se reportan las ganancias y el lugar donde se realiza la actividad económica, siendo que las empresas multinacionales informan una participación relativamente alta de las ganancias en determinados “centros de inversión” —una forma sutil de nominar a las guaridas fiscales— que no presentan relación con la participación de los empleados y activos tangibles.
Los “centros de inversión” son definidos por la OCDE como jurisdicciones con una posición de inversión extranjera directa (IED) total por encima del 150% del PIB e incluyen a Bahamas, Barbados, Bermudas, Islas Vírgenes Británicas, Islas Caimán, Chipre, Gibraltar, Guernsey, Hong Kong, China, Hungría, Irlanda, Isla de Man, Jersey, Liberia, Luxemburgo, Malta, Islas Marshall, Mauricio, Mozambique, Países Bajos, Singapur y Suiza. Sostiene que los centros de inversión son diversos y consisten en jurisdicciones de nula tributación junto con otras jurisdicciones con tasas de impuestos positivas.
Asimismo, la OCDE expone que, teniendo en cuenta las ganancias de las empresas multinacionales por empleado, tienden a ser más altas en los países que presentan tasas nulas de impuestos a las ganancias corporativas y en los llamados “centros de inversión”. A su vez, en promedio, la participación de las ganancias de entidades vinculadas sobre los ingresos totales es mayor en los “centros de inversión”. Además, en los “centros de inversión” la actividad económica que predomina, declarada por parte de las entidades que allí se radican, es “tenencia accionaria y otras participaciones de capital”, es decir, son en su mayoría compañías holdings, lo que permite inferir la utilización de estructuras de planificación fiscal abusiva.
Según Tax Justice Network, el Reino Unido, Suiza, Luxemburgo y Holanda son el eje de la elusión fiscal global, y su última investigación demuestra que en conjunto estos cuatro países son responsables del 72% de las pérdidas impositivas del mundo por desvío de ganancias de empresas multinacionales.
Coronavirus expuso los graves costos de la opacidad que impera en el sistema tributario y financiero internacional vigente. Las recomendaciones de regulación global que promueven los organismos internacionales, como la OCDE, son insuficientes y están adaptadas a los intereses de los países centrales.
La desregulación de los sistemas financieros y tributarios internacionales ha erosionado la eficacia de los instrumentos de regulación nacional. Las empresas y la riqueza de las personas de alto patrimonio se conforman con carácter multinacional, de modo de maximizar las ventajas competitivas y optimizar los costos fiscales, mientras que la capacidad regulatoria de los Estados queda restringida por las fronteras nacionales.
El sistema internacional vigente, enmarcado en la liberalización financiera y la desregulación de los flujos de capital, fue moldeado por los países centrales únicamente en beneficio de sus propios intereses económicos y políticos, y no hace más que profundizar los problemas de escasez de divisas y el desequilibrio externo de los países periféricos, perpetuando su dependencia externa.
La OCDE actualmente funciona como el ámbito de regulación del sistema impositivo internacional, sin embargo, no es el órgano más adecuado puesto que representa los intereses de sus países miembros, que son principalmente los países centrales. Cuesta creer que los beneficiarios de las medidas que vayan a ser adoptadas en el ámbito de la OCDE sean los países periféricos, que son los primordiales perjudicados por la opacidad financiera y tributaria. Por su parte, la ONU representa un espacio mucho más representativo de la voluntad de las diversas naciones del mundo, ya que sus Estados miembros son los 193 países del mundo reconocidos internacionalmente como soberanos, y cada miembro posee un voto.
Resulta necesario desarrollar una agenda alternativa de propuestas de regulación abordada desde la perspectiva de los países periféricos. Asimismo, es fundamental fortalecer el sistema tributario nacional, reforzando la legislación tributaria doméstica en pos de combatir las prácticas de evasión y elusión fiscal internacional.
Ahora es el momento ideal para dar paso a una reforma progresiva del sistema tributario nacional priorizando las necesidades de los sectores vulnerabilizados por sobre los intereses de las grandes corporaciones que operan en Argentina y las familias más ricas del país.
He mencionado
este tema más de una vez en mi blog, por la trascendencia que tiene para América
Latina ya que es más evidente que nunca la imposibilidad de que nos
desarrollemos y demos a nuestras sociedades la vida digna que merecen sin tener
envergadura continental.
Si los países
latinoamericanos no nos integramos en un espacio de poder conjunto, no tenemos
chance de definir condiciones y estrategias que nos beneficien frente a los
centros de poder que, además se mueven con los parámetros de un capitalismo
neoliberal depredador del ambiente y de los recursos humanos de nuestros
países.
Por eso, me
interesó esta nota que recupera un eje permanente de la doctrina de Perón: la
unidad latinoamericana. Es llamativo que, a más de sesenta años de su
enunciado, este discurso de Perón tenga tanta vigencia, y también que varios
países de América Latina estén avanzando en sentido contrario, fomentando y
acordando Tratados de Libre Comercio (TLCs) en condiciones de asimetría que
solo nos traerán pobreza y destrucción de nuestros recursos materiales y
humanos. Es más, el Presidente brasileño ha manifestado su rechazo y desinterés
por el Mercosur, por ejemplo.
No será fácil
actualizar las condiciones que posibilitaron la propuesta del ABC (Argentina,
Brasil y Chile) porque los otros dos países tienen gobiernos neo liberales que
buscan complacer a los países centrales, además Chile desde la dictadura de
Pinochet y la conducción de los Chicago Boys abrió totalmente su economía y
celebró muchos TLCs totalmente incompatibles con un desarrollo industrial
propio.
Sin embargo, no
hay alternativa: la integración de AL es la única posibilidad de salir de las
crisis sociales y políticas que han surgido con gran fuerza y que, en el marco
de la pandemia mundial, amenazan con estallidos sociales de imprevisibles
dimensiones y consecuencias.
Es cierto que no
se ven los líderes –por lo menos en Brasil y Chile- que promuevan políticas en
la dirección que mencionamos, pero hay dirigentes que las valoran, y, sobre
todo, una enorme ebullición social contra un modelo político y económico que
nos ha llenado de pobres.
Nuestra
comprensión –hablo de la sociedad activa, sobre todo los más jóvenes, o las
mujeres, o todos los sectores que tienen una visión progresista- es clave para
que empecemos a caminar en el rumbo que nos permita ponernos de pie y ser
países más justos e igualitarios.
Por eso, leamos, comprendamos, hablemos con otros, desarrollemos propuestas y tratemos de organizarnos alrededor de un modelo político superior al que nos propone el capitalismo neo liberal con mentiras que son espejitos de colores y que nos destruyen como sociedad.
Mi interés con
esta nota es alentar una reflexión estratégica en materia internacional,
reflexión que ha estado postergada por tantas urgencias, padecimientos, recelos
y perplejidades internas.
Me sirvo para
hacerlo del discurso que pronunciara el presidente Juan Domingo Perón en la
Escuela Superior de Guerra del 11 de noviembre de 1953, discurso reservado que
solo fue hecho público en 1967 y que expone su ideario para la Argentina,
Brasil y Chile (ABC).
Es su diagnóstico
de aquellos años que “el problema fundamental del futuro es un problema de base
y fundamento económicos, y la lucha de futuro será cada vez más económica…En
consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el futuro del
mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará
extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean:
reservas de alimentos y reservas de materias primas.”
Observa además
que: “es indudable que nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona
del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de
explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del
mundo. Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha
nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja frente a las demás zonas del
mundo”. Destaca que “si subsistiesen los pequeños y débiles países”
fragmentados serían objeto fácil para ser explotados, por lo que es
indispensable evitar la dominación. Por ello, subraya que eso “ha inducido a
nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva
de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una
defensa futura en común.” Su idea de unidad no es el resultado de una cuestión
“abstracta e idealista”: es el producto de intereses específicos, de
convergencias razonables con los vecinos y de una mirada de largo aliento.
En esa dirección,
Perón afirma que “ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera
para que esta unión pueda realizarse en el continente”. Y no se trataba solo de
influir a los gobiernos, sino también—y singularmente—“a los pueblos…que son
los permanentes, porque los hombres pasan y los gobiernos se suceden, pero los
pueblos quedan.”
Razona que países
como la Argentina “no pueden tener en el orden de la política internacional
objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.” Y
en ese sentido, asevera: “la República Argentina sola, no tiene unidad
económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco
tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman” una formidable
unidad económica. Por lo tanto, “toda la política argentina en el orden
internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión, para que,
cuando llegue el momento en que seamos juzgados por nuestros hombres frente a
los peligros que esta disociación producirá en el futuro, por lo menos tengamos
el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.”
De esta alocución
hay varios puntos que merecen ser destacados. Primero, es un diagnóstico
realista de una época. Segundo, denota una comprensión de los fundamentos
materiales para eludir la plena dependencia y procurar grados de relativa
autonomía internacional. Tercero, manifiesta la vocación de unidad—sin
hegemonía–que se resume tanto en la idea como en una práctica unificadora.
Cuarto, expresa un sentir promisorio respecto a América del Sur, no exento de
una templada auto-estima nacional. Quinto, supone el reconocimiento de que
junto a la diplomacia interestatal es esencial alentar y reivindicar la diplomacia
entre los pueblos. Sexto, valora la cercanía geográfica, la consolidación de
una iniciativa tripartita y su proyección paulatina en el ámbito sudamericano.
Y séptimo, expone la convicción de que un objetivo vital de la política
exterior debe someterse a la evaluación concreta.
El mundo actual
tiene sin duda notables diferencias con aquel que miraba Perón hace 67 años.
Sin embargo, hay también continuidades. Hoy es indispensable para el desarrollo
nacional la ciencia y la tecnología—sin desdeñar los recursos alimentarios y
naturales–, al tiempo que la pugnacidad entre grandes potencias persiste,
aunque sea entre actores diferentes a los de la Guerra Fría. Es evidente que la
conjunción de fragmentación diplomática, inestabilidad política, fragilidad social
y debilidad económica ha llevado a América Latina a ser menos gravitante y más
vulnerable; lo cual ha derivado en una mayor dependencia de distintos centros
de poder. Sin embargo, también es importante entender mejor las dinámicas
socio-políticas del área en las que las aspiraciones progresistas de reforma
para la inclusión, la justicia, la sustentabilidad y la autonomía siguen
vigentes. La Argentina de entonces–una potencia regional muy relevante–no se
asemeja a la de hoy que ha venido padeciendo un declive indisimulable que
erosiona su capacidad de proyectar poder, influencia y prestigio. El espíritu
asociativo que de tiempo en tiempo ha surgido en América del Sur con el empuje
de diversos países según determinadas coyunturas, está muy desdibujado en la
actualidad.
En ese contexto,
¿tiene sentido reflexionar hoy sobre el ABC? Las distancias evidentes en las
creencias políticas y entre los liderazgos presidenciales en los gobiernos de
Buenos Aires, Brasilia y Santiago y las trayectorias históricas entre los tres
países ¿impiden re-conceptualizar la idea y su práctica? ¿Es posible recuperar
en la actualidad aquel espíritu de unidad económica entre las tres naciones y
agregar algún propósito político común entre ellas? ¿Cuál de los tres países
puede retomar un intercambio tripartito que permita el florecimiento de un
nuevo ABC?
A riesgo de ser
controversial sugiero: a) el ABC puede regenerarse si se superan obstáculos
dogmáticos, más que ideológicos, en los tres países; b) el ABC sigue teniendo
un sentido económico formidable si las naciones quieren evitar la aquiescencia
a los más poderosos en el escenario pos-pandemia; c) el ABC puede ser un ancla
de estabilidad en una Sudamérica que vivirá un gran torbellino socio-político
una vez se logre superar la covid-19; d) el nuevo ABC necesita de sustentación
en los tres pueblos; y e) el renovado ABC puede ser promovido por Argentina
como parte de una decisión consensual y plural que involucre al gobierno así
como a distintos actores políticos, sociales, económicos, científicos,
intelectuales e incluso militares.
El ABC de Perón
fue en realidad el segundo; el primer ABC fue el de la mediación de la
Argentina, Brasil y Chile de 1914 procurando evitar un conflicto entre México y
Estados Unidos que, a su turno, facilitó la firma en 1915 de un pacto de no
agresión y cooperación exterior entre los tres países. Quizás sea tiempo de
concebir un tercer ABC en circunstancias muy diferentes y difíciles a las de
los dos anteriores.
Fue en aquel
discurso del 1953 que Perón aseveró: “el año 2000 nos va a sorprender o unidos
o dominados”. De no actuar con audacia este primer cuarto del siglo XXI nos
puede sorprender con otro dilema como naciones: inviables o realizables.
Juan Gabriel
Tokatlian es vicerrector de la Universidad Di Tella.
El día en que el
Frente de Todos ganó las elecciones y Macri salió a hablar con un discurso
conciliador y amplio, tan contrario a su práctica, tuve la clara visión de que
empezaba la campaña para recuperar el poder, sin reflexión ni mea culpa.
En realidad,
habían comenzado con esta estrategia cuando las PASO les hicieron comprender
que iban a perder el poder, solo han ido adaptándola a las circunstancias,
fundamentalmente atentos a cualquier suceso que les permita desgastar al
Gobierno.
Es evidente que
es una guerra sin cuartel, sin mayor respeto de las normas éticas, ni de la
democracia, ni de los valores republicanos que han enarbolado como bandera para
atacar a un Gobierno democrático que está tratando de poner un país devastado por
ese mismo macrismo.
Por esa
convicción que tengo, comparto esta dura nota de Atilio Borón que trata que
comprendamos en qué encrucijada nos encontramos los/las argentinos/as.
Tal vez no
comparta todo lo que pone Borón, pero me interesa que se destaque lo que dice
el título: es una batalla decisiva en la que nos jugamos el modelo de país por
el que votamos el año pasado.
Somos más, el
macrismo residual se ha corrido más hacia la derecha, y es un núcleo duro que
daría la vida porque el peronismo desapareciera para siempre. Como dijo Byung
Chul Han: el éxito de la derecha es que la gente se haya identificado con sus
valores y los defienda como propios… (cito de memoria). Afortunadamente
Argentina supo elegir una opción que tiene que ver con el pensamiento del Peronismo
y de los populismos latinoamericanos.
HAGAMOS TODO LO
QUE ESTÉ A NUESTRO ALCANCE PARA DEFENDER LO QUE ELEGIMOS: UN PAÍS MÁS JUSTO
PARA LA MAYORÍA DE LOS/LAS HABITANTES DE ARGENTINA.
La cuarentena y
el caso Vicentin han exacerbado las ansias revanchistas y desestabilizadoras de
la derecha que recurriendo a sus formidables oligopolios mediáticos -inagotables
usinas de desinformación y manipulación de cerebros y corazones- y a su
infantería de combate partidario trata de maniatar al gobierno, provocar su
parálisis y, ¿por qué no?, su dimisión. Sería una ingenuidad pensar que una
ofensiva tan furiosa y tan bien concertada pueda tener otra cosa que no fuese
un objetivo de máxima. Suena un tanto exagerado pero la historia argentina
enseña que los grupos dominantes rara vez movilizan sus recursos y destinan
tanto tiempo y energía si no es por el premio mayor. Aquí lo que está en juego
no es una concejalía o una subsecretaría sino lisa y llanamente el pronto
retorno a la Casa Rosada.
El presidente
Alberto Fernández ha sido blanco de un encarnizado ataque, en donde se mezclan
insultos personales, descalificaciones y burlas, siguiendo meticulosamente los
consejos que Eugene Sharp formulara en el manual de golpes de Estado que
redactara para la CIA. [1] Partamos de la base que si alguien abre el buscador
de Google con esta frase: “Alberto Fernández dictador” encontrará más de cuatro
millones de resultados. Basta con recorrer las primeras páginas para comprobar
la gravedad y extensión de tan maligna caracterización. Para el megaempresario
Martín Varsavsky “Alberto tiene «un pequeño dictador escondido», y lo mismo
opinan el diputado nacional del radicalismo Alejandro Cacace, el abogado Carlos
Maslaton, Elisa Carrió y las lumbreras que acuñaron el término “infectadura”,
amén de tantos otras y otros para los cuales el dictador no está oculto, sino
que se exhibe con toda su prepotencia a plena luz del día. Para combatir a un
dictador Sharp aconseja, aparte de muchas otras medidas, “practicar la
desobediencia civil, acosar a funcionarios, burlarse de ellos, difundir sátiras
que ridiculicen al gobernante, despliegue de banderas y colores simbólicos,
gestos groseros, no-cooperación administrativa, etcétera.” Es decir, las
medidas e iniciativas que proponen los ideólogos de la “infectadura” y están
llevando a cabo los líderes de la “oposición democrática” en las últimas
semanas.
Al día de hoy el
presidente se encuentra objetivamente a la defensiva: el “periodismo de guerra”
ejercido por órganos que son cualquier cosa menos periodísticos trabaja a
destajo para desacreditarlo y deslegitimarlo ante los ojos de la población. El
objetivo: erosionar por completo su autoridad y preparar la siniestra figura
del “vacío de poder”, tantas veces utilizada en la historia de Latinoamérica
para justificar golpes de Estado. Mientras, la pandemia prosigue su curso y la
prolongada cuarentena es cada vez más difícil de sostener. Para las clases y
capas populares quedarse en casa no es una opción realista o eficaz, sea por el
hacinamiento de sus viviendas y barrios y por la naturaleza de sus medios de
vida que las obligan a salir a diario a la calle a conseguir unos pesos.
Algunos sectores de las capas medias pueden adaptarse a los rigores de la
cuarentena, pero un prolongado encierro en un pequeño departamento para un
grupo familiar de cuatro o cinco personas puede tener consecuencias
psicológicas y médicas muy graves, aparte de las económicas. En resumen: una
situación que puede, pasado tanto tiempo, desquiciar a una sociedad por más
integrada que ésta sea.
Para paliar estos
efectos se requiere de un Estado potente, dotado de los recursos necesarios
para enfrentar en simultáneo un triple desafío: combatir la pandemia en los
hospitales, asegurar la efectividad de la cuarentena y hacer llegar a millones
de hogares el dinero o los bienes (alimentación, medicamentos, etcétera)
necesarios para sobrevivir bajo estas durísimas condiciones. Dinero para quienes
están en la informalidad; para los precarizados, o para los que conservaron sus
empleos, pero se encuentran suspendidos y sólo reciben parte de su salario;
dinero para sostener el consumo de los desocupados y también para las miles de
pymes que se encuentran al borde de la bancarrota si es que no cayeron en ella.
Y el problema es que las arcas del Estado están exhaustas por el enorme
esfuerzo ya hecho en estos meses, agravado por la caída a pique de la
recaudación fiscal y por las gravosas secuelas de “la otra pandemia”, la
producida por los cuatro años del desastroso gobierno de Cambiemos.
Derrotada la
pandemia, aún quedará en pie tener que lidiar con una crisis económica que todo
indica no será de fácil o pronta resolución. En Estados Unidos se extenderá
hasta finales del 2021, según lo declarara Jerome Powell, el Chairman del
Federal Reserve Board. Pensar en una inmediata recuperación del nivel de
actividad económica en la Argentina es una expresión de deseos más que el
resultado de un sobrio análisis de la realidad. Téngase en cuenta que en
nuestro país la pandemia difícilmente será controlada antes de septiembre, y
ojalá que no más tarde. Luego, muy lentamente se podrá salir a circular por las
calles para comenzar a normalizar la vida económica y las actividades
escolares, culturales y recreativas.
La gente querrá trabajar,
pero cerca de un tercio de las pymes, las grandes dadoras de empleo en la
Argentina, habrá cerrado sus puertas, muchas de ellas de forma definitiva.
Poner en marcha los motores de la economía requerirá, tanto en Estados Unidos
como en la Argentina, una enorme inyección financiera por parte del Estado. Así
lo expresó Powell para su país, y no será diferente sino aún más necesario en
la Argentina. Sin esta ayuda buena parte de esas pymes habrán desaparecido para
siempre. Otras sobrevivirán, pero a condición de que cuenten con una generosa
ayuda del gobierno. Y el problema es que no habrá mucho incentivo para producir
y contratar trabajadores porque la gente sólo tendrá dinero para adquirir lo
más esencial. O sea, una crisis que de modo simultáneo incide por el lado de la
oferta y de la demanda.
Por lo tanto,
habrá que contar con extraordinarios recursos financieros para subsidiar a la
oferta, a fin de que las empresas reinicien sus actividades; e incentivar la
demanda, para que la gente tenga dinero y pueda comprar lo que necesite. Esta
fue la exitosa receta de John M. Keynes para combatir a la Gran Depresión de
los años treintas. Lo anterior requiere un enorme crecimiento del presupuesto
del sector público. ¿Qué hacer? El endeudamiento externo no es opción porque
esa fuente está cegada desde finales del gobierno de Mauricio Macri. La emisión
incontrolada desataría una peligrosa espiral inflacionaria que en la Argentina
acabó con varios gobiernos. Las empresas públicas, pocas, no generan ganancias
como para sostener este renovado nivel de gasto público. Entonces, ¿no hay
dinero? Sí lo hay, porque en la Argentina como en toda Latinoamérica el
problema no es la pobreza sino la riqueza, concentrada en muy pocas manos y
fuente inagotable de cuantas dictaduras asolaron a la región. Por eso habrá que
hacer que el Congreso apruebe, con la mayor urgencia, una reforma tributaria
integral en línea con la que existe en los países europeos o en Corea del Sur
donde, por ejemplo, los intereses devengados por los plazos fijos pagan un
impuesto que varía según el monto de la rentabilidad entre el 14 y el 25 por
ciento mientras que en la Argentina no pagan ni un centavo. Aquí, el impuesto a
las Ganancias … ¡lo pagan los asalariados! Por consiguiente, hay mucha tela
para cortar en materia impositiva haciendo que las grandes fortunas paguen
impuestos como lo harían en otros países, cosa que le aporten al Estado los
recursos necesarios para enfrentar un desafío de inéditas proporciones. Si los
opositores en el Congreso obstaculizan este plan, habrá que extremar los
recursos para persuadirlos de que deben acompañar esta iniciativa o hacerse
cargo de la catástrofe que se produciría en caso de persistir en su negativa. Obviamente,
lloverán las críticas sobre el gobierno nacional pero mucho peores podrían ser
las que caerían si, a causa de la impotencia estatal, los muertos se cuenten
por decenas de miles, la desocupación llegue a varios millones, las empresas
estén arruinadas y la gente no tenga dinero siquiera para comer.
La excepcional
gravedad de esta situación obligará al gobierno a hacer lo que este país debió
haber hecho hace muchos años. El gravamen extraordinario a la riqueza que, al
día de hoy, 23 de junio de 2020, no tiene “estado parlamentario” deberá ser
tratado por la Cámara de Diputados sin más dilaciones. Pero ese “aporte” apenas
si servirá para aliviar la situación por un par de meses, siempre y cuando se
lo apruebe en las próximas semanas. Porque la ayuda que llega a destiempo no es
ayuda. Por cierto, esto acrecentará la gritería de los poderes fácticos que no
ahorrarán denuncias y urdirán todo tipo de operaciones para desgastar a la
“dictadura” de Alberto Fernández. Habrá que hacer oídos sordos al alboroto
porque cualquier esfuerzo que se haga por aquietar los fervores del “sicariato
mediático” y las tropas de asalto de la derecha sólo servirá para que ambos
redoblen su ofensiva. La política del apaciguamiento tiene poquísimas chances
de éxito en política. La ensayaron los gobiernos del Reino Unido y Francia en
los Acuerdos de Münich de 1938 para atemperar el belicismo de Hitler y sólo
sirvieron para enfervorizar aún más su afán de conquista. Y ya sabemos cómo
terminó esa historia. Y regresando nuestro país recordemos lo que le ocurrió al
gobierno de Raúl Alfonsín, salvajemente atacado también por los mercados y las
grandes corporaciones. Tras la renuncia de Juan V. Sourrouille, el nuevo
Ministro de Economía Juan C. Pugliese trató de calmar los ánimos de las fieras
del mercado hablándoles desde el corazón y aquellos le respondieron con la
gélida frialdad del bolsillo. Pocos meses después Alfonsín tuvo que terminar
anticipadamente su mandato y entregar la banda presidencial a Carlos S. Menem.
En una hora tan
especial como ésta vale la pena recordar estos antecedentes históricos que
demuestran la futilidad de la política del apaciguamiento con quienes libran
una guerra contra la “dictadura” albertista. Pero también hay que buscar
inspiración en los escritos de uno de los más lúcidos analistas de la política
de todos los tiempos. Hablo de Nicolás Maquiavelo, por supuesto. En uno de los
pasajes más luminosos de El Príncipe decía que el gobernante “dispone, para
defenderse, de dos recursos: la ley y la fuerza. El primero es propio de
hombres, y el segundo corresponde esencialmente a los animales. Pero como a
menudo no basta el primero es preciso recurrir al segundo. Le es, por ende,
indispensable a un príncipe saber hacer buen uso de uno y de otro, ya
simultánea o bien sucesivamente.” En la Argentina el poder Ejecutivo no puede
crear impuestos porque tal iniciativa es prerrogativa de la Cámara de
Diputados. Y como ya dijimos, ésta no se ha visto particularmente motivada a
tomar cartas en el asunto. La parsimonia de una buena parte de sus miembros
exhala un inocultable tufillo destituyente. Ante el bloqueo con que tropieza el
funcionamiento basado en la ley el gobierno, necesitado de recursos para
enfrentar la pandemia y la crisis económica, tendrá que apelar a su único otro
recurso: la fuerza. Esto pese a que Alberto Fernández ha dado pruebas de ser el
presidente más propenso al diálogo desde la restauración democrática, pero lo
cierto es que para que el Estado pueda contar con los recursos que requiere
para librar aquellas dos grandes batallas necesita el consentimiento de una
oposición que ha dado sobradas muestras de preferir el enfrentamiento y la
diatriba a un acuerdo de gobernabilidad.
Como anotaba
Maquiavelo, el hecho de que un gobernante no pueda, o no lo dejen, gobernar con
las leyes no lo exime de su responsabilidad de garantizar el bienestar público
apelando a la fuerza cuando sea indispensable, algo a lo cual el presidente es
refractario. Pero por imperio de las circunstancias, “la fortuna”, como decía
el florentino, no tiene otras opciones. Esa fuerza propia de los animales
encuentra en Maquiavelo una ulterior diferenciación cuando distingue entre
zorros y leones. Muchos príncipes, decía, creen que la fuerza del león les
posibilitará cortar de un tajo el nudo gordiano que los paraliza. Pero se
equivocan si creen que basta con la fortaleza del león para remover los
obstáculos que lo atribulan porque resulta que aquél tiene la fuerza, pero
carece de la astucia del zorro para eludir las trampas que les tienden sus
inescrupulosos enemigos. Tampoco es útil adoptar indefinidamente la táctica
favorita del zorro, sagaz para rehuir el enfrentamiento con sus enemigos y
sortear todas las celadas, pero llegado el momento de la verdad necesita también
él contar con una dosis de fuerza que no tiene. Por consiguiente, el buen
gobernante debe saber “ser zorro, para conocer las trampas, y león, para
espantar a los lobos.” Arturo Frondizi hizo de las artes del zorro su único
recurso de gobierno, y fue derrocado por un golpe militar; Juan Carlos Onganía
apeló exclusivamente a la fuerza y fue volteado por una enorme insurrección
popular. Otro tanto le ocurrió a Leopoldo F. Galtieri. El buen gobernante, en
la imagen de la filosofía política clásica, debe ser como el centauro: mitad
caballo y mitad hombre. Tener la fuerza del primero, pero guiada por la
racionalidad del segundo; es decir, la fuerza del león y la astucia del zorro.
¿Cómo se traduce
éste consejo en la Argentina de hoy? Creo que del siguiente modo: el gobierno
tendrá que hacer valer los poderes concentrados en el Ejecutivo nacional de una
república (federal apenas en el nombre) y lograr que los gobernadores de las
provincias convenzan a sus diputados de aprobar con la mayor urgencia el
proyecto del “aporte” aplicado a las 12.000 fortunas más grandes de la
Argentina. No sólo eso: también de que deberán abocarse, sin más dilaciones,
para consensuar una reforma tributaria que resuelva permanentemente y no sólo
“por única vez” el tema ya señalado por Juan B. Alberdi hace casi dos siglos:
la construcción de sólidas bases financieras para un Estado nacional agobiado
con responsabilidades crecientes y que, en un futuro inmediato, serán cada vez
más gravosas. Para esto el presidente deberá utilizar una cambiante amalgama de
persuasión y coerción, tal como lo han hecho todos los gobiernos del mundo en
situaciones parecidas. Recordar que Abraham Lincoln logró los votos que
necesitaba para alcanzar los dos tercios necesarios en el Congreso para abolir
la esclavitud no precisamente respetando los buenos modales, la “corrección
política” o la ética kantiana. Apeló a la fuerza, pero combinada con la astucia
y el conocimiento que tenía de su gente para lograr el objetivo supremo de su
gestión como presidente.
Tiempos
excepcionales como los que estamos viviendo requieren políticas que se apartan
de las normas convencionales. Esta es la visión de un analista político que
desea que el gobierno lleve a buen puerto la nave de la Argentina en medio de
una “tormenta perfecta” producto de la combinación de pandemia y crisis
económica y que es consciente que desde la presidencia la visión de estos
asuntos y el diagnóstico de los desafíos podrían ser diferentes. Pero quien
esto escribe sabe también que tiene la responsabilidad ética y política de dar
a conocer estas opiniones. Callarlas sería un acto de cobardía o de
imperdonable deslealtad. Es preferible dar la voz de alerta antes de una
posible tragedia y no tener después que lamentarse por su silencio cuando
tendría que haber hablado. No caben dudas de que el gobierno está librando una
guerra en dos frentes: contra el Covid-19 y contra una oposición destituyente
cuya finalidad es poner fin al gobierno del Frente de Todos para acabar con el
“populismo” de una vez para siempre. En esto no puede caber engaño alguno y
dado que la profunda vocación dialoguista del presidente tropieza con un muro
infranqueable llega entonces el turno del león. Y si éste no aparece a tiempo
la Argentina se enfrentaría a un escenario peor que el que padeciera en el
2001-2002. Un león que pueda poner en
fuga a la conspiración destituyente tendrá que apoyarse en “la calle”, como los
señalara Maquiavelo en varios de sus escritos. La movilización, organización y
concientización del campo popular será lo único que terminará empoderando al
gobierno para librar un combate decisivo contra el Covid-19 y la reacción de
una derecha retrógrada y corrupta que ha hecho de la defensa de una banda de
estafadores como el directorio de Vicentin su única propuesta de salida a la
crisis. No tiene más nada que ofrecer. Y sería fatal para este país que esa
gente regresara a la Casa Rosada.
El pueblo es por
ahora un coro silencioso, desmovilizado por la cuarentena. Pero llegado el
momento puede irrumpir como en sus más gloriosas jornadas y romper el cerco
creado en torno al gobierno e impulsarlo a avanzar por aquellas grandes
alamedas que evocara Salvador Allende para impulsar las reformas que exigen los
retos actuales. Sin esta potencia plebeya que se manifiesta en las calles el
gobierno podría sucumbir ante el peso descomunal del poder. Porque, a no
confundirse: una cosa es el gobierno y otra muy distinta el poder. Y éste sigue
estando en manos de los capitalistas con sus enormes riquezas, sus gigantescas
empresas, la protección incondicional de “la embajada”, sus grandes medios de
“confusión y manipulación de masas” y una justicia que fue complaciente con la
infamia mayúscula de una “mesa judicial” instalada en la Casa Rosada y las
operaciones de espionaje a opositores organizada por el muy “democrático y
republicano” gobierno de Mauricio Macri. Será una lucha decisiva: el gobierno
popular, que tiene los votos y gran parte de la opinión pública, pero que para
gobernar necesita tener la calle, contra el poder del establishment, que tiene
todo lo demás. No pasará mucho tiempo antes de que conozcamos el veredicto de
este enfrentamiento, crucial para el futuro de la Argentina.
[1] De la Dictadura a la Democracia (Boston: 1993), pp. 83 y ss.
No es común
encontrar cosas estas en el MDZ, pero esta nota es muy interesante. El autor
aclara que sus observaciones no tienen valor de predicción, pero me parecen un
buen aporte a la comprensión del mundo de hoy.
Es cierto que el
análisis se centra en EEUU, pero estos patrones generacionales son interesantes
para entender cómo se han tomado decisiones en ese país y el mundo.
En estas épocas, en que abundan las opiniones y teorías
sobre cómo será el mundo después de la pandemia una nota bien fundamentada, sin
pretensiones de boom para los medios, es útil. Para mí lo fue, espero que para
ustedes también.
Nueva
advertencia del historiador que predijo una grave crisis en 2020
Hace más de 20
años Neil Howe predijo que Estados Unidos viviría una crisis que llegaría a su
clímax en el año 2020. Asegura que en tiempos como el actual ha sido cuando
Estados Unidos se ha embarcado en grandes guerras.
Su vaticinio no
lo hizo mirando una bola de cristal sino sobre la base de una controvertida
teoría que este historiador, economista y demógrafo desarrolló en la década de
1990 junto a su colega William Strauss.
Estudiando la
historia de EE.UU. desde 1584, estos autores encontraron una serie de patrones
que les permitieron explicar la evolución histórica de ese país a partir de los
cambios generacionales.
El resultado se
plasmó en su libro Generations (“Generaciones”), de 1991, que dejó
una huella duradera en personalidades tan dispares como el expresidente de
EE.UU. Bill Clinton y Steve Bannon, exjefe de estrategia y antiguo hombre de
confianza de Donald Trump.
Seis años más
tarde, Howe y Strauss -quienes también son los responsables de haber acuñado el
término de generación millennial para referirse a los nacidos a partir de 1982-
publicaron otro libro, The Fourth Turning (“El cuarto giro”), en el
que expandían su teoría.
En el libro
postulaban que la historia estadounidense (y de otros países desarrollados)
avanza en ciclos de cuatro cambios generacionales recurrentes que llevan a que
cada 80-90 años se presente una crisis de gran magnitud como la que se produjo
durante la Guerra Civil o en el período de la Gran Depresión y la II Guerra
Mundial.
Entonces, los
autores vaticinaron literalmente que “viene el invierno” y anunciaron
una crisis que tendría su clímax en 2020.
Howe, quien en la
actualidad trabaja como jefe de demografía de la consultora Hedgeye Risk
Management, habló con BBC Mundo sobre ese vaticinio en el contexto de la crisis
del coronavirus.
A continuación,
ofrecemos una versión sintetizada de la conversación.
En sus libros
usted predijo que en algún momento de 2020 en Estados Unidos ocurriría una gran
crisis comparable a la de la Independencia o a la de la Guerra Civil. ¿Se
parece esta pandemia por el coronavirus a la crisis que estaba esperando?
Lo que sugerimos
es que la historia, no solo en EE.UU., sino también en muchas otras partes del
mundo está impulsada por un ciclo de generaciones que se repite. Es casi como
las estaciones del año. Cada período dura aproximadamente una generación, unos
20, 22 o 23 años más o menos.
Cada cuatro de
estos periodos -lo que llamamos el Cuarto Giro- se produce aproximadamente
entre 80 y 90 años después del comienzo de los primeros tres.
Eso realmente se
alinea muy bien con las grandes crisis cívicas recurrentes en la historia de
Estados Unidos: la Revolución Gloriosa, la Revolución Estadounidense, la Guerra
Civil, la Segunda Guerra Mundial y la Gran Depresión.
Y ahora aquí
estamos de nuevo.
En la década de
1990 decíamos que estábamos en lo que llamamos el Tercer Giro, un período de
gran individualismo que llegaría a su fin en algún momento de la primera década
del siglo XXI.
Y que, si eso
sucedía cerca de 2010, el nuevo ciclo probablemente duraría hasta 2030 y sería
una era de crisis que duraría una generación, un poco como el New Deal y la II
Guerra Mundial, que realmente comenzó desde finales de los años 1920 hasta
finales de la década de 1940.
Nosotros
sugerimos que la parte más agitada de esa era comenzaría en la década de 2020.
Entonces, un punto de inflexión crítico sería el año 2020.
Ahora, por
nuestra forma de ver el futuro, el Cuarto Giro probablemente arrancó con la
gran crisis financiera y la Gran Recesión, que comenzó en 2008-2009.
Entonces,
ocurrieron grandes cambios en la actitud de las personas en Estados Unidos
hacia el globalismo, la desigualdad de ingresos y el populismo, etc.
Creo que este es
el comienzo de la segunda mitad de esa era, que es el año 2020. Y tal como
sucede, la crisis del confinamiento por la pandemia coincide perfectamente con
el comienzo del clímax de esta era.
Entonces, (la
referencia a) 2020 se debe a que es la segunda década de la era de la crisis en
la que ocurre la mayor parte de la acción.
Ustedes hablaban de cuatro tipos distintos de generaciones. ¿Puede explicar
esta idea?
Hay cuatro tipos
diferentes de generaciones, nosotros los llamamos arquetipos. Uno para cada
giro o era, entendidos como estos periodos de unos 20 años.
El Primer Giro se
parece más a la primavera, es una era posterior a la crisis. En Estados Unidos
ocurrió desde la mitad de la década de 1940 hasta principios de los años 60.
Fue un período de
instituciones fuertes y un gran sentido del progreso nacional. Un momento en el
que el individualismo, los inconformistas e incluso las minorías étnicas
raciales eran dejados de lado. Una era de gran cultura mayoritaria. Y esto es
típico de una era posterior a la crisis.
El Segundo Giro
es un despertar. Es como el verano.
Es un momento en
el que, especialmente por la nueva generación nacida después de la última
crisis, todos quieren deshacerse de las obligaciones sociales y redescubrir su
individualidad, su propio sentido de la pasión.
Son períodos de
agitación, muy creativos y de transformación en la cultura, en los valores y en
lo religioso, como ocurrió en los años 60 y 70.
Patrones de cambio generacional en Estados Unidos Teoría de Howe y Strauss
Primer Giro Generación silenciosa, nacidos entre
1925 y 1942
Segundo Giro Generación de los Baby Boomers,
nacidos entre 1943 y 1960
Tercer Giro Generación X, nacidos entre 1961 y
1981
Cuarto Giro Generación Milenial, nacidos entre
1982 y 2004
Source: The
Fourth Turning
El Tercer Giro
toma las lecciones del reciente despertar sobre la necesidad de consentir al
individuo.
En Estados Unidos
comenzó a principios de los años 80 y duró hasta principios de los 2000. Se
inició con la revolución Reagan: menos impuestos, menos regulación, más
tolerancia ante una mayor desigualdad y ante las diferencias entre los
individuos; y menos énfasis en la cohesión social.
Las décadas del
Tercer Giro, como las de 1980, 1920 o 1850, son períodos de cinismo y malos
modales. La gente vive su vida de la forma que quiere, independientemente de la
comunidad. Todos estamos orgullosos de nosotros mismos como individuos, pero
estamos muy desalentados con respecto a nuestra identidad cívica.
El Cuarto Giro es
un período de crisis política y social cuando nos reinventamos cívicamente y
renacemos como comunidad nacional.
De alguna manera
ominosa, diría que hasta ahora en Estados Unidos estos siempre han sido
períodos de guerra total. Todas las guerras totales en EE.UU. han ocurrido
durante el Cuarto Giro. Y en cada Cuarto Giro ha habido una de estas
confrontaciones.
No predigo que
vaya a ocurrir una guerra total, pero sí creo que la guerra expresa o refleja
parte de la urgencia comunitaria que típicamente vemos en estas crisis: el
populismo se fortalece, la comunidad comienza a exigir mucho más a sus
ciudadanos, las libertades individuales se debilitan.
Estas cosas
suceden durante estos períodos que, por cierto, no ocurren solo en Estados
Unidos.
Este nuevo
crecimiento del populismo y el autoritarismo se produce en gran parte del
mundo: en partes de Europa y, particularmente, en Europa del Este; en el sur y
el este de Asia.
Si miras
alrededor ves que esto es así. Líderes populistas que apelan a la mayoría
etnocéntrica de su comunidad.
Este es un
período peligroso en la historia. Y creo que, desde la II Guerra Mundial, gran
parte del mundo está en un ciclo generacional muy similar.
Si usted fuera a aplicar su tesis generacional al momento actual ¿qué
diría?, ¿qué estamos viendo? Y, más importante aún ¿qué ocurrirá a partir de
ahora?
No estoy en el
negocio de predecir eventos reales. Lo que hago es predecir estados de ánimo
sociales, lo que hace que ciertos tipos de eventos sean más probables.
Lo que sí predigo
es que, a medida que avance el 2020, veremos un aumento en los llamados de
ambos partidos (Republicano y Demócrata) para que el gobierno haga más en lugar
de menos.
Basta con mirar
la crisis del coronavirus. Ahora todos son socialistas. Nunca he visto tal
transformación: en el Congreso no queda un solo legislador que sea conservador
en términos fiscales. Incluso en el lado republicano, todos están pidiendo más
billones.
Probablemente
tendremos otra ley de estímulo a la economía con más billones en subsidios para
negocios, para trabajadores, para todos.
Ya estamos
volviendo a dar prioridad a la comunidad y, al final, esto costará dinero real.
Esto no vendrá con una tasa de interés del 0%. Más tarde, alguien tendrá que
renunciar a algo para pagar esto.
Es eso o
tendremos tasas de interés cero para siempre y nuestra economía nunca volverá a
crecer. Y, por supuesto, esa sería una situación aún más sombría, lo que
provocaría un descontento aún mayor.
Entonces, creo
que ya estamos lanzados. Ya hemos entrado en la segunda mitad del Cuarto Giro
con esta reciente pandemia y la respuesta de las políticas públicas a la misma.
También creo que
las elecciones de 2020 serán un evento muy disputado y que van a transformar
Estados Unidos, cualquiera que sea el lado que gane.
En estos momentos
parece probable que sea el Partido Demócrata, pero todavía faltan varios meses.
Hay muchas posibilidades.
Si los demócratas
ganan y exprimen su ventaja, creo que incluso podríamos correr el riesgo de
secesión en Estados Unidos. Creo que tal vez habrá algunos estados no van a
acompañar (al gobierno federal).
Por supuesto,
esto ya sucedió antes en la historia del país.
¿Cree realmente que las cosas pueden llegar tan lejos?
Esto es menos
probable si los republicanos ganan, porque creo que los demócratas piensan que
controlan la clase que dirige las instituciones nacionales.
Siempre pensé que
era más posible si los demócratas ganan: imagine si hay una regulación o algún
nuevo impuesto y varios estados rojos (republicanos) dicen “no vamos a
pagar eso, no vamos a seguir adelante”.
Eso plantea un
problema real y es interesante cómo el gobierno nacional puede enfrentar ese
dilema: si no hace cumplir esa regla, se debilita permanentemente. Este es un
problema real. Este es el momento de la verdad.
Pueden ocurrir
muchas otras cosas. La generación millennial, que siente que nunca alcanzará el
nivel de vida de sus padres, puede, a través del voto, llevar hacia un cambio
completo de nuestras instituciones económicas.
Esto, como ocurre
siempre, desatará una cierta oposición.
Este momento se
parece mucho a la década de 1930: ruptura de alianzas internacionales, aumento
de los autócratas en todo el mundo, auge del populismo y un enorme descontento
por la situación económica que conduce hacia grandes transformaciones de los
gobiernos y, en última instancia, hacia una redefinición completa de la
ciudadanía y de las propias instituciones públicas.
Con respecto a las próximas elecciones, según su teoría generacional,
deberíamos enfrentar un choque entre los baby boomers y la generación
millennial. Pero, en cambio, tenemos a Joe Biden y a Donald Trump…
El líder no es
realmente importante.
Biden es
interesante porque es miembro de la generación silenciosa, la primera en la
historia de Estados Unidos que nunca llegó a la Casa Blanca. Pasamos de George
Bush padre, que fue miembro de la generación G.I. que luchó en la II Guerra
Mundial, a Bill Clinton, que nació después de ese conflicto (boomer).
Es la primera vez
que una generación entera ha sido dejada de lado en términos de liderazgo
nacional.
Llama la atención
que los estadounidenses, en un momento de mayor crisis, miren con mayor favor a
un miembro de una generación que siempre creyó en el compromiso y el consenso.
La generación silenciosa
creció durante la crisis y llegó a la mayoría de edad durante el Primer Giro,
así que siempre han sido muy reacios al riesgo. Les ha ido muy bien
económicamente. Siempre juegan conforme a las reglas.
No ayudaron a
construir el sistema porque aún eran niños, pero siempre han sido leales y
nunca se cansaron de servir al sistema.
Siempre han sido
buenos ciudadanos, a diferencia de los boomers que llegaron a la mayoría de
edad destrozando el sistema.
Llama la atención que la otra alternativa en el Partido Demócrata era
Bernie Sanders, un miembro de la generación silenciosa que era muy popular
entre los millennials.
Sanders estaba
feliz con los millennials. Biden no es tan popular entre ellos, particularmente
entre los millennials blancos.
Él no era el candidato
favorito de nadie, quizá con la excepción de los afroestadounidenses mayores
que tienden a estar un poco más a la izquierda en política económica y en
asuntos relacionados con los derechos civiles y la justicia social, pero que
también son muy conservadores culturalmente.
Es cierto que
Biden goza de un apoyo tibio, pero es muy interesante que los demócratas
tomaron una decisión muy consciente de apoyar unánimemente a este candidato que
quizá no era su primera opción. Pero dijeron: “Vamos a movernos juntos,
vamos a cambiar Estados Unidos, vamos a reemplazar a Donald Trump”.
Si encuestas a
los millennials en el Partido Demócrata, te dirán que Biden no era su primera
opción para muchos de ellos, pero casi todos votarán por él. Aquí también hay
un enorme contraste partidista.
Creo que en las
elecciones de 2020 ellos van a romper todos los récords de participación de
adultos jóvenes y estimo que increíblemente dos tercios de los menores de 30
años de edad votarán por los demócratas.
En todo caso, aún deberíamos esperar un choque entre los millennials y los
baby boomers…
Los millennials sienten
que quieren un gran cambio del liderazgo de los boomers en las instituciones
públicas. Creo que hay un sentimiento generalizado, también en la generación X,
de que los boomers no son muy competentes como líderes cívicos.
Sin embargo, en
la vida personal y familiar nunca hemos visto una generación tan cercana a sus
hijos adultos jóvenes.
Los millennials y
los boomers están extremadamente unidos en sus vidas familiares. Viven juntos
mucho más que otras generaciones y no es solo por necesidad económica.
Los boomers
siempre fueron muy protectores y afectuosos con sus hijos millennials, que
siempre piden consejo a sus padres.
Sus críticos argumentan que usted y Strauss redujeron la historia
estadounidense a una fórmula matemática y también que su teoría no pudo explicar
eventos importantes como el 11 de septiembre. ¿Qué dice al respecto?
Si le preguntas a
muchos historiadores académicos, dirán que la historia es una tendencia lineal
continua de declive o caída, lo que creo que es poco creíble, o completamente
aleatorio o caótica, en cuyo caso es irrelevante.
Yo no trato de
predecir cada evento. Intento predecir movimientos básicos en los que se hace
más probable que sucedan cosas.
En la década de
1990, uno de los grandes competidores a nuestra visión sobre el futuro era
Francis Fukuyama con “El fin de la historia”.
Según él, los
estados-nación se desvanecerían y viviríamos indefinidamente en una especie de
capitalismo de mercado con individuos que solo competirían entre sí a través de
las fronteras. Y ese era el final de la historia.
Diría que si ese
es el estándar con el que nos comparan, creo que hicimos un mejor pronóstico.
Usted acuñó el
término millennial cuando los primeros miembros de esa generación eran niños
pequeños. ¿Cuál grande es la brecha entre lo que esperaba de ellos y cómo ellos
son en realidad?
Cuando miras
hacia atrás a cómo la gente pensaba sobre los jóvenes a finales de los 80 y
principios de los 90, creo que predijimos correctamente algunos cambios enormes
que para todos parecían completamente imposibles o improbables.
Cuando comenzó la
década de 1990, la generación X ni siquiera tenía un nombre.
Doug Coupland
finalmente les dio un nombre en 1992-93 y finalmente nos acostumbramos a la
generación X y todos pensaron que había una tendencia en la juventud hacia el
nihilismo, el cinismo y al aumento de la violencia.
Nosotros vimos un
aumento continuo en la tasa de criminalidad. En realidad, alcanzó su punto
máximo en 1984-85.
Vimos muchachos
cada vez más distanciados de su familia, en una especie de cultura desesperada
y completamente apáticos en términos cívicos. Ya sabes que el lema de la
Generación X es “funciona para mí”.
También vimos
chicos que estaban desprotegidos desde una edad temprana, que se criaban solos.
Esa es la
historia de vida de la Generación X. Ellos crecieron durante la revolución del
divorcio y no le importaban a nadie. Todo el mundo los pateó hasta la calle y
allí se vieron obligados a navegar por la vida por sí mismos.
Así, resultaron
ferozmente independientes, individualistas, algo cínicos, un poco salvajes y
poco socializados. Esa era la imagen de un adulto joven a principios de la
década de 1990.
Entonces, salimos
con un libro que representa con precisión a la generación X, pero dijimos que
venía una nueva generación y que históricamente ya antes habíamos visto este
cambio.
Después de cada
“despertar” viene este pánico moral sobre los niños. Y luego, de
repente, la próxima generación es mucho más protectora.
Cuando llegamos
al año 2000 y los millennials comienzan a alcanzar la mayoría de edad,
predijimos que cambiarían completamente la imagen de los jóvenes: estarían
mucho más cerca de sus padres, serían mucho más reacios al riesgo.
Dijimos que la
tasa de criminalidad bajaría, que estarían más interesados en educarse y en
obtener títulos y que estarían más orientados hacia la comunidad. En última
instancia, se involucrarían mucho más en la política. Serían más optimistas
sobre el futuro. Y se considerarían especiales.
Se demostró que
teníamos razón. Y puedo decir que a principios de los 90 todos pensaron que lo
que predijimos sobre los millennials parecía increíble.
La tasa de
delitos violentos en Estados Unidos ha bajado 75% desde a principios y mediados
de los años noventa. Eso se debe principalmente a los millennials. Creo que
acertamos con esa generación.
Una cosa que
predijimos que tardó mucho en cumplirse fue lo de su participación en política.
Incluso hasta hace poco la gente se quejaba porque “los millennials no
votan”.
Bueno, ahora lo
hacen, así que creo que incluso esa predicción está comenzando a cumplirse.
Creo que los
millennials van a cambiar la cara de nuestra vida cívica. Históricamente,
durante un “despertar” vemos que la sociedad cambia el mundo interno
de valores y la cultura.
Pero durante una
crisis cambiamos el mundo exterior de la economía, la infraestructura y la
política. Creo que ahí es donde los millennials serán mucho más decisivos.
Usted ha dicho que cada edad de oro comienza con una gran crisis. Así que
ahora supongo que podríamos ser optimistas…
Las edades
doradas casi siempre se refieren a una época después de una crisis que se
resolvió con éxito e integró a la sociedad en un nuevo tipo dinámico de
comunidad.
Eso generalmente
le permite a la sociedad lanzar esta era dorada que a menudo las sociedades recuerdan
como el momento en el que todos esperaban progresar y tener un futuro mejor.
Eso, ciertamente,
no es algo que caracterice a Estados Unidos hoy.
Comentarios recientes