Desde los ’80 me interesé por lo que entonces se llamaba Informática (en mi ámbito docente Informática Educativa), sobre todo por interés humanístico (soy Profesor de Latín y di clases de esa asignatura hasta que la Ley Federal de Educación (1993) terminó con ese tipo de materias) porque consideraba –y considero- que el humanismo de hoy incluye la tecnología que atraviesa a toda la sociedad, y docente, porque quería usar tecnología para dar clase. Un obstáculo para mi acercamiento a su utilización fueron los informáticos (respetuosamente lo digo) que, en general, creen que saben de todos los temas y quieren decirnos cómo hacer las cosas, en lugar de poner sus conocimientos al servicio de los/las que sí lo sabemos. A partir de ahí, comprendí todo el valor del uso las TICs (Tecnologías de la Información y del Conocimiento) y me dediqué mucho a esos temas.
Voy a citar el comienzo de la nota para precisar el tema, además compartir una cita casi tremenda:
“La última moda en términos de tecnología es la “industria 4.0” que implica la integración plena de las TICs en los procesos productivos. Pero la pandemia muestra los enormes desafíos que tiene Argentina.”
En momentos en que el Congreso debate la Ley de Economía del Conocimiento (LEC), los autores de este ensayo plantean que “el proyecto mira sólo la demanda de las cadenas globales y no el modelo integral que nuestro país necesita.”
“La tecnología le ha fallado a los EE.UU. y a gran parte del resto del mundo en su función más importante: mantenernos vivos y saludables.
Mientras escribo esto, más de 380.000 están muertos, la economía global está en ruinas y la pandemia de covid-19 todavía está en su apogeo.
En una era de inteligencia artificial, medicina genómica y automóviles autónomos, nuestra respuesta más efectiva al brote ha sido la cuarentena masiva, una técnica de salud pública que se tomó prestada de la Edad Media.”
David Rotman, Editor de MIT Tech Review, 17/06/2020
Tengo una visión crítica y desconfiada del uso de las plataformas digitales en el mundo de hoy. No digo esto porque las cuestione tecnológicamente, sino porque son una estrategia central de las corporaciones para concentrar más riqueza sin medir costos ni daños.
Como este tema de la industria 4.0 puede ser un poco inaccesible para quienes tengan poca formación tecnológica, voy a usar un ejemplo más accesible: el de las empresas que proporcionan a sus clientes “vehículos de transporte con conductor (VTC), a través de su software de aplicación móvil (app), que conecta los pasajeros con los conductores de vehículos registrados en su servicio, los cuales ofrecen un servicio de transporte a particulares.” (Wikipedia)
Concretamente, estoy hablando de Uber o Cabify, por ejemplo.
Hemos visto que en Argentina se instalaron casi a la fuerza, y han ganado un espacio en la sociedad. Es común escuchar a alguien decir: “Tomáte un Uber”, en lugar decir un taxi, como hacíamos antes.
Deberíamos saber que esas empresas llevan trabajando años a pérdida de muchos millones de dólares (U$D 1200 millones en el 2019). No les importa, porque cuando termine el proceso tal como lo tienen planificado, serán dueños del mercado, ya que los propietarios de taxis (pequeños y medianos) habrán desaparecido. Ese costo social es solo un daño colateral para ellos.
Este ejemplo vale para la industria del conocimiento. Dicen los autores: …”a mediados de junio la Cámara de Diputados dio media sanción a la Ley de Promoción de la Economía del Conocimiento (LEC) y la semana pasada, luego de haber sido tratada en el Senado, regresó a Diputados con modificaciones. … Pero hubo aspectos críticos que quedaron al margen del debate: ¿cuál es el modelo de especialización e inserción en las cadenas globales de valor que esta ley promueve y cuál es el que necesitamos?”
También hacen una descripción del sector que es interesante para comprender qué es lo que pasa en Argentina:
“Hoy la fortaleza del sector es la exportación de servicios estandarizados de desarrollo de software. Esto es: tareas de codificación que se comercializan como horas hombre de programación en diferentes tecnologías (Java, .NET, Android) para proyectos de desarrollo de software comandados por empresas globales. En otros casos se comercializa como desarrollos a medida; es decir, el cliente establece las especificaciones del software y lo ejecuta una empresa local, lo que implica un mayor agregado de valor, pero en uno u otro caso, la propiedad intelectual será del cliente. Esta especialización lograda de la mano de los incentivos de la LPS (Ley de Promoción de la Industria del Software) y de bajos salarios en dólares, marcó la trayectoria tecnológica a seguir: desarrollo de software para terceros bajo estándares de calidad que garanticen el cumplimiento de objetivos y tiempos.
Así, al igual que otros países de la periferia, Argentina entró en la gran fábrica global de tecnología a través del “outsourcing” y el “offshoring”, es decir, subcontratación y deslocalización de la producción. Este proceso de división internacional del trabajo está comandado por las multinacionales que desde sus sedes buscan trasladar riesgos y reducir costos, conservando los eslabones de mayor valor agregado de la cadena de producción. En otras palabras, las actividades que llegan a los países periféricos son las que menos beneficios le otorgan al que busca tercerizarlas (que, vale decir, si fuera de otra manera no tendría sentido económico). En esa dirección, salvo excepciones, las empresas argentinas no se ocupan de desarrollar productos innovadores ni obtienen sus ingresos por venta de licencias o por servicios tipo “software as a service”, es decir, con modelos de negocios basados en cobros mensuales o basados en el uso en vez de la adquisición de una licencia (por ejemplo, Dropbox).”
“… la LPS dejaba la puerta abierta para dos trayectorias posibles. Una basada en la diferenciación de productos vía I+D y en la explotación de modelos de negocios con mayores tasas de ganancia. La otra, basada en la oferta de servicios estandarizados donde la competencia se orienta a la reducción de costos. Sin embargo, la segunda es la que cobró mayor protagonismo.”
“La nueva LEC no explora esa posibilidad. …Es decir, clausura, al menos de forma parcial, la trayectoria de crecimiento apalancado en la innovación y la diferenciación, y se fortalece la especialización en la provisión al mercado global de servicios de menor valor relativo.
Esto profundiza un modelo exportador que garantiza a clientes globales previsibilidad en los proyectos de desarrollo y calificación y calidad de recursos humanos a bajo costo. Pero no genera espacios para la apropiación local de los conocimientos y las rentas de innovación que las capacidades y competencias argentinas contribuyen a formar. Exportar horas hombre programador no es más que la exportación de un recurso en bruto. Se diferencia quizás en que el segundo se halla en la naturaleza, mientras que el primero fue construido con inversiones públicas en educación. Por eso decimos que la exportación a bajo valor de trabajo informático no es más que una nueva forma de extractivismo.”
Esta conclusión puede parecer tremenda, y lo es, pero no menos real, y de nuestra comprensión del mundo en que vivimos depende el futuro de la Patria, o sea de nuestros descendientes.
“Pero la orientación exportadora basada en bajos costos atenta contra eso. Ahora las empresas locales deben competir por recursos humanos calificados, formados en instituciones y universidades públicas con demandantes globales de mayor poder adquisitivo que se llevan la mayor parte de los beneficios del desarrollo del sector en nuestro país.”
…
“La industria de alta tecnología global (Google, Amazon, Facebook y Apple) continúa concentrando poder y decidiendo el futuro en función de los intereses de una pequeña élite global. La subordinación a estos actores puede significar el ingreso de divisas, pero la competencia por bajos costos no es sustentable en el mediano plazo.”
La Argentina y la pospandemia requieren del aporte de las tecnologías clave para su recuperación industrial, económica, social y cultural, como los nuevos avances en I4.0, inteligencia artificial y grandes datos. Para el desarrollo nacional es fundamental superar el perfil de especialización construido en los últimos 15 años. Ofrecer beneficios fiscales sin restricciones sobre el origen del capital de las empresas ni el tamaño de las mismas -aun cuando se beneficia más a las pymes– puede agudizar la concentración y extranjerización del sector por la vía de la canibalización de las empresas más pequeñas en la disputa por los trabajadores informáticos.”
Es una conclusión dura, pero real. En estas épocas pandémicas a veces he criticado el modelo Pedidos Ya, porque significa precarización del trabajo. Me han respondido: -Bueno, pero es trabajo.
Argentina tiene una larga tradición de valorización del trabajo digno, y, ahora mucha gente de nuestra clase media urbana ni se plantea defenderlo.
Por eso, este tema me pareció una entrada necesaria para mi blog: en momentos en que se vislumbra una posibilidad de retomar un camino de defensa de los intereses de las mayorías populares en un modelo de integración latinoamericana, es clave defender y promover los sectores económicos que tienen mayor posibilidad de desarrollo dentro de un proyecto con objetivos propios, distintos del de las corporaciones de los países centrales, que nos quieren como proveedores de recursos naturales y commodities.
Argentina tiene enormes capacidades –muy valoradas- para realizar avances en en I4.0, inteligencia artificial y grandes datos, pero tenemos que aprovecharlas con decisión e inteligencia, y sin vendernos a los intereses de afuera como hacía el macrismo, y otros proyectos neo liberales.
ENTENDÁMOSLO, Y RECLAMEMOS MEDIDAS QUE CONDUZCAN A ESE OBJETIVO.
María Teresa Andruetto egresó de la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Córdoba.
Algunos de sus libros son Tama (Premio Luis Tejeda 1992), La mujer en cuestión (Primer Premio Novela Nacional de las Artes 2002) y los poemas Palabras al rescoldo y Kodak. En esta editorial publicó para niños y jóvenes El anillo encantado, Huellas en la arena, La mujer vampiro y La niña, el corazón y la casa.
En 2011, Andruetto fue seleccionada autora representante por la Argentina para el premio Hans Christian Andersen.
Me ha pasado algo poco habitual con esta novela: hay poquísima información sobre ella y su autora, aunque Andruetto ya tiene una trayectoria importante. Es más, la información que incluyo la saqué de la contraportada del libro.
Completo el resto del texto de esta contraportada:
“Inspirada en el viaje de su propio padre, que emigró de Italia a la Argentina, Andruetto relata la historia de un naufragio, una larga aventura y por fin, el cumplimiento de una promesa.
Dice la autora, “Si un libro puede ser un modo de conocer, una manera de penetrar en el mundo y buscar el sitio que nos corresponde en él, Stefano me permitió recuperar la sensación de hambre, desarraigo, extrañamiento, de hombres y mujeres que un día se marchan de su tierra en busca de una vida mejor”. “
Del epílogo de la novela, a cargo, de la autora, saco un dato más: “Soy hija de un partisano que llegó desde el norte de Italia a la Argentina, en 1948”. Según Wikipedia, “La Resistencia italiana o Resistencia partisana (en italiano, Resistenza italiana o partigiana) fue un movimiento armado de oposición al fascismo y a las tropas de ocupación nazis instaladas en Italia durante la Segunda Guerra Mundial.”
La novela está llena de estas referencias a la realidad, sea histórica, geográfica, o sociológica. Por ejemplo, Stéfano (Stefanin, le decía la madre, y me recuerda a una italiana que fue vecina mía en Las Heras: Lina Deblasi, que así llamaba a sus hijos.), vivía con su madre en Airasca, una comuna italiana de la Ciudad metropolitana de Turín, región de Piamonte.
Su padre había muerto en la Batalla del Piave (junio de 1918), una victoria decisiva del ejército italiano durante la Primera Guerra Mundial frente al del Imperio austrohúngaro.
Así lo cuenta Stéfano: “Dicen que el agua corrió encarnada de tanto llevarse la sangre de los soldados, también la de mi padre.”
Él es el protagonista, y el narrador, y lo hace en primera persona, aunque también utiliza la tercera persona. Otro recurso central es el uso del diálogo, con la madre, antes y después de irse de su casa, y con Ema, una mujer a la que menciona, como interlocutora, durante toda la narración, aunque no sepamos quién es hasta el final, y otros personajes. No daré más datos porque ese suspenso es parte del tempo narrativo de la obra, pero es muy interesante el manejo de los recursos que menciono en un avance cronológico, que es permanentemente interrumpido por flashbacks de su vida. Esas vueltas instantáneas y rápidas al pasado logran que nunca se pierda la referencia al pasado, a su vida en Italia, a la madre que lo esperaba inútilmente.
Acá voy a mencionar un aspecto que saltó de mis lecturas de niño y adolescente: esta historia de un muchachito italiano que se embarca rumbo a Argentina en busca de una persona me sonó en la memoria (incluso recuerdo la tapa de la novela en la colección Robin Hood). Se trata de Corazón: Diario de un niño, escrita por el autor italiano Edmundo de Amicis en 1886. En ella se cuentan, en forma de diario, las vivencias de un niño italiano, originario de Turín, llamado Enrique.
¿Por qué establecí la relación?
Porque ese Diario incluye, dentro las varias narraciones breves que lo integran, a Marco, de los Apeninos a los Andes,que narra la historia del extenso y complicado viaje de un niño de trece años, Marco, desde Italia hacia Argentina, en busca de su madre, que había emigrado a nuestro país dos años antes para poder trabajar y poder dar una mejor vida a sus hijos.
No pretendo establecer relaciones que la autora no ha mencionado, pero me llamó la atención que ambos salieran –obvio, en barco- del Norte de Italia (Stéfano, de Génova) y, aunque este viene en busca de una vida mejor, también tiene como encargo de su madre buscar a su amiga, Chiara Martino, algo que parece secundario, pero termina siendo central. Y, por supuesto, el hecho de dejar Italia en busca de una salvación, como conocemos tantas historias.
Hay otra relación que es inevitable: el nombre de Stéfano. Es el título de una obra de teatro de Armando Discépolo (1887-1971) -creador del Grotesco criollo y autor de varias obras clásicas del teatro argentino-, que muestra la historia de un músico inmigrante italiano que busca triunfar en Argentina. También el Stéfano de Andruetto aprende a tocar el saxo con un instrumento que le regaló “el turco Rasú” (cuántos “turcos” he conocido en Mendoza, inmigrantes árabes, generalmente dedicados al comercio), y vive mucho tiempo de eso.
Me arriesgo un poco más:
En el Stéfano-drama el protagonista fracasa y Stéfano-novela está jalonada de fracasos, la mayoría relacionados con el protagonista que busca su camino y deja caer a las personas que lo quieren: Agnese, la madre; las mujeres posibles que quedaron en el camino: Tersa, Lina; Aldo Moretti, el músico. Sin embargo, hay una luz al final que esperanza, como en la obra de teatro: la persistencia en la búsqueda porque finalmente habrá un logro que lo premiará.
Finalmente, está el tema del género, mejor del subgénero, porque es una novela, sin dudas. No es un diario como Marco, de los Apeninos a los Andes, pero hay una línea cronológica, y un crecimiento en edad y aprendizaje.
Por eso, me voy a inclinar el subgénero novela de aprendizaje, aunque muy matizado.
¿Qué es una novela de aprendizaje?
Una narración en la que el protagonista evoluciona, construye su personalidad y es un héroe que tiene que superar obstáculos y afrontar riesgos.
Así es Stéfano, el de Andruetto.
La nostalgia
Es una novela de inmigrantes, de gente que debió dejar su patria en busca de algo que no tenía. Esa ausencia duele, y ese dolor –nostalgia- en gallego es morriña y en portugués, saudades. Por eso la novela suena como la música de los marineros en el puerto.
Entre la gente que esperaba para subir al barco que los traería a América, sonaba una mandolina y cantaban:
Amore scrivimi
non lasciarmi più in pena
O sea:
Amor escríbeme
no me dejes más con dolor
Esa es la nostalgia, que etimológicamente significa el dolor del regreso.
Busqué la letra y encontré -en una magnífica versión de Mina- un tango canzone de 1936, que se llama Scrivimi.
Cuántas cosas en esta novela de no muchas páginas, que merece ser leída.
El análisis del odio en la sociedad –no solo argentina-, es complejo, y como aparece permanentemente en los hechos, sigue generando elementos muy importantes para entender el mundo de hoy y -lo digo otra vez- para tomar mejores decisiones.
La nueva editorial de Pepe Natanson (https://www.eldiplo.org/256-las-luchas-por-la-tierra/el-hombre-que-piensa-que-todos-piensan-como-el/) en el Dipló vuelve sobre el tema, en parte, porque la anterior recibió una crítica innecesariamente dura, y sin fundamentos, lo que lo llevó a responderla y, en parte, porque resalta algunos aspectos de la historia argentina (con elementos discutibles, aunque no sea la oportunidad de hacerlo).
Lo más importante, a mi juicio, es que avanza en su análisis del fenómeno del odio, además de volver a desarrollar lo que llama “transformación del espacio público” como factor clave para comprender el mundo en que vivimos -cómo compramos y vendemos, cómo nos relacionamos, cómo formamos nuestro pensamiento y emociones-, cuando muestra de qué manera se ha avanzado (como dijo en la editorial de septiembre) en “una hipersegmentación que las redes sociales convertirían más tarde en hiperpersonalización”. O sea, se ha acrecentado el individualismo, vivimos en burbujas que las redes y la información pública llenan de tal manera de lo que nos gusta, que creemos que todo el mundo es así.
No es ocasional, recordemos, entre otras cosas, la bandera de la meritocracia que enarbola con tanto entusiasmo el neo liberalismo y que responde al modelo de explotación laboral de los países centrales: en definitiva, significa que me salvo solo, y que, si me va mal, es solo mi responsabilidad. Por lo tanto, el Estado no debe ayudarme, y de ahí viene la descalificación de los planes sociales que se escucha –junto con otras barbaridades vergonzosas- en las marchas anti Gobierno.
Sin embargo, hoy la pandemia nos enseña, o debería enseñarnos, que no hay salvación individual, como viene diciendo el Papa Francisco.
Voy a citar un párrafo del Editorial porque me parece que afina nuestra comprensión del fenómeno del odio.
“En Las vueltas del odio, Gabriel Giorgi y Ana Kiffer lo explican en estos términos: “El odio político es, fundamentalmente, circulación. Se mueve y se adhiere entre superficies. Busca demarcar un colectivo a partir de un odio común. No siempre lo puede hacer, pero su impulso es el de operar como contagio”. Y agregan: “El odio quiere hacer mundo colectivo, que puede durar un instante, pero eso no importa: quiere trazar las coordenadas de un común a partir de la segregación de un ‘otro’ siempre demasiado próximo. Su lema fundamental podría ser: que ese o esa (o eso, porque el odio deshumaniza) desaparezca de mi vista, para fundar sobre esa desaparición un territorio común”.”
Por eso es tan tajante y violento este odio, porque implica la desaparición del otro, del distinto, del que piensa de otra manera, o es de otra raza, o es sexualmente diverso. Esta desaparición puede ser solo alejamiento (¿guetos? ¿qué se vuelvan a su país?) o desaparición (el Holocausto como ejemplo máximo, pero no aislado).
No es secundaria esta mención del fascismo, porque, aunque nunca desapareció, ha ido tomando auge tanto en Argentina, como fuera de ella.
Natanson recalca que hay odio tanto en sectores o miembros del anti peronismo como del peronismo, pero, citando a Feierstein escribe: “el odio es de doble vía, pero el fascismo está hoy limitado a la derecha.”
Lo terrible de esto, es que la clase media argentina –y mendocina todavía más-, con un alto porcentaje de anti peronistas, se ha ido corriendo a esa derecha, y desde allí se extrae el núcleo duro macrista, el que hoy, a menos de un año de asumir un Gobierno que no agrede y que se ha hecho cargo de las consecuencias del macrismo y de la pandemia, tiene actitudes de odio, incluso violentas y con ánimo destituyente.
Todo va cerrando y haciéndose evidente en la línea de tiempo: la globalización, la concentración de riquezas y poder, el incremento exponencial de las capacidades tecnológicas sin el necesario correlato de desarrollo de la capacidad de uso en favor del mundo y de la sociedad, el agotamiento del modelo mundial, el aumento de las tensiones geopolíticas, el deterioro creciente del medio ambiente, la pandemia…
El panorama da para la desesperanza, pero hay opciones:
Hemos visto en todo el mundo, y mucho en Argentina, acciones solidarias, tanto sectoriales, como personales.
El Gobierno insiste en que no hay salvación individual, y promueve la participación y la organización.
El Papa Francisco firmó este el 3 de octubre, en Asís, su tercera encíclica, “Fratelli tutti” (Hermanos todos), sobre la “fraternidad y la amistad social” y dedicada a la post pandemia; ya Laudato si (una encíclica “ecologista” donde Francisco habla de la “cura de la casa común”, es decir el mundo) fue la que advirtió sobre la crisis climática del planeta y las catástrofes que ponen en peligro la tierra y sus habitantes.
Tenemos opciones, pero la decisión es personal, y aunque todavía el juego se está desarrollando, las cartas están sobre la mesa.
Nadie puede decir –a menos que esté en modo carne de trolls- que no entiende esto, porque vive y padece esta realidad.
El dilema no es peronismo y anti peronismo: es, o trabajo para un mundo mejor para la mayoría de los habitantes, o colaboro, por acción u omisión, con su destrucción. El odio es parte de esta posición.
CADA DECISIÓN DE CADA UNO DE NOSOTROS AVANZA EN UNO DE LOS DOS SENTIDOS, NO ES NEUTRA.
Antonio Tabucchi (Pisa, 1943 – Lisboa, 2012) está considerado el mejor escritor italiano de su generación y goza de un amplio prestigio internacional.
Sostiene Pereira es de 1994. La novela está ambientada en la ciudad de Lisboa en 1938, en pleno régimen del dictador Salazar.
Debo reconocer, con no poca vergüenza, que no conocía a este autor ni a su obra, a pesar de mi condición de Profesor y Licenciado en Literatura. Disfruto mucho este re encuentro con la lectura de obras literarias –mi primera vocación, como ya lo he dicho- por haber decidido escribir comentarlas en mi blog. Además, la novela –algo extraña, singular e intensa- tiene varios elementos significativos:
El análisis histórico político, no solo de Portugal, sino de Europa, en una etapa previa a la Segunda Guerra Mundial (la Guerra Civil española, el fascismo italiano);
El proceso de evolución personal desde una vida chata, sin compromisos ni sueños, hasta la decisión de jugarse totalmente, dejando paso a “otro yo hegemónico de la confederación de las almas”, de acuerdo con la teoría psicológica que le explica el Dr. Cardoso, el médico que conoció en una clínica talasoterápica. Sentí que, de alguna manera, todos/as nos hacemos cuestionamientos de ese tipo: “…es como si sintiera deseos de arrepentirme de mi vida, no sé si me explico.”, le decía Pereira al Dr. Cardozo. O sea, empieza a preguntarse: ¿No habrá otra vida para elegir?;
La descripción de Portugal, sobre todo de Lisboa: en parte porque es un país que me gusta mucho, y que quiero visitar alguna vez, pero sobre todo porque nos pone dentro del escenario –no es casual esta palabra, como ya lo veremos después- de la acción, de una manera muy efectiva, casi como transpirando igual que Pereira al subir una calle empinada;
La controversia literaria, ligada a la oposición entre el fascismo de la dictadura del gobierno de Portugal, que apoya a los nacionalistas españoles en la Guerra Civil, como lo hicieron Italia y Alemania (¿recuerdan Guernica?), entre los poetas nacionalistas portugueses y escritores franceses, como Daudet, solo por su nacionalidad.
Uno de los aspectos más interesantes de la novela es el modo en que se desenvuelve el avance narrativo:
El autor, Tabucchi, es el narrador, que no es omnisciente, que acompaña a Pereira y a los otros personajes.
Narra en tercera persona, pero cuenta lo que dice Pereira, como lo muestra muchísimas veces (desde el título “Sostiene Pereira”).
O sea que Pereira narra en estilo indirecto, a través de Tabucchi. Incluso a veces, aparece participando directamente en diálogos, al igual que otros personajes, de la misma manera que el autor: “¿Por qué dijo eso Pereira? ¿Porque le daba pena Monteiro Rossi?”. Pero inmediatamente le devuelve la palabra al personaje: “Pereira no lo sabe, sostiene.”
Este juego de estilo directo e indirecto entre los personajes y el autor se repite en toda la novela. Si me hubieran dicho a priori que en una novela todo el relato se desarrollaba así, probablemente hubiera tenido dudas de su eficacia narrativa, pero Tabucchi lo resuelve con total solvencia, logrando un tempo narrativo brillante.
Transcribo un párrafo como ejemplo: “Entró un hombrecillo pequeño y delgado. Llevaba el pelo cortado a cepillo, tenía un par de bigotitos rubios y vestía una chaqueta azul. (Tabucchi) Señor Pereira, dijo Monteiro Rossi, le presento a mi primo Bruno Rossi …” “En qué idioma debemos hablar, preguntó Pereira.” Los personajes intervienen en la narración con sus diálogos, aunque sean en estilo indirecto.
Se me ocurre que este modo de narrar acerca lo narrativo a lo dramático, poniéndonos frente a la acción misma, como en el teatro, donde, cuando se abre el telón, se instala un mundo ficticio, pero real para nosotros mientras dure la escena. Subimos las calles transpirando como Pereira, olemos el olor a frito que había en las escaleras de la redacción por culpa de la portera, como Pereira.
Otro elemento que colabora con esto es el modo en que el autor describe. Portugal era muy importante para Tabucchi: pasaba la mitad del año allí y decía que tenía dos patrias. Describe, concisa y precisamente, el paisaje de Lisboa, sus calles, sus restaurantes, los edificios; también lo hace con las Termas de Buçaco, cerca de Coimbra, o la clínica talasoterápica en Parade. Todas esas descripciones, como las de personas (la de Marta, la novia de Monteiro Rossi, es magnífica), o las oficinas, nos meten en la acción, y colaboran con el clima de suspense que se mantiene durante toda la narración.
Soy lector de novelas policiales, y me he acostumbrado a tratar de anticipar el desenlace. En la novela, presentí el tipo de situación a la que iba a tener que enfrentarse Pereira, pero no es una debilidad narrativa, porque me llegué a sentir angustiado por su suerte, y por cómo iba a resolver la disyuntiva que se le planteaba a su vida misma.
En la décima edición italiana, Tabucchi agrega una nota en la que cuenta cómo conoció a Pereira y cómo llegó a escribir su vida. Allí dice: “Aquella tarde de septiembre comprendí vagamente que un ánima que erraba en el espacio del éter me necesitaba para relatarse, para describir una elección, un tormento, una vida. En ese privilegiado espacio que precede al momento del sueño, y que para mí es el espacio más idóneo para recibir las visitas de mis personajes, le dije que volviera de nuevo, que se confiase a mí, que me contara su historia. Volvió y yo encontré para él de inmediato un nombre: Pereira.”
Esta nota tiene valor propio, describe cómo un personaje busca a un autor que escriba su vida, que lo materialice en el ámbito eterno de una novela y cómo el autor llega a escribirla.
“Y en el verano del noventa y tres, cuando Pereira se había convertido en amigo mío y me había relatado su historia, yo pude escribirla.”
Esta nota, solo por sí misma, justificaría que leyeran la novela, pero toda ella vale la pena. Háganlo.
Como si fuera poco, la película que se hace basada en esta novela (1996) tiene como protagonista nada menos que al gran Marcello Mastroianni, poco antes de morir.
No es una novela común, pero es muy recomendable, y eso es lo que hago.
Escribo sobre este tema porque se están planteando mucho los aspectos negativos de las redes sociales a pesar de que tienen millones de usuarios, o por eso mismo.
Hay una idea que tiene que quedarnos en claro: si el acceso a las redes sociales es gratuito, es porque el producto que se comercia somos nosotros/as.
La nota menciona un documental de Netflix sobre el tema y, precisamente, el objetivo del autor es destacar aspectos que no han sido mencionados; por lo tanto, parece necesario verlo, lo cual no debería ser una dificultad dada la cantidad de usuarios que tiene la plataforma, pero no me gusta mucho hacerle propaganda porque su desarrollo se basa en las mismas estrategias que estamos cuestionando.
En la nota se indica algo que todos/as hemos vivido: “Y no solo vas a “confirmar” que hay que quemar barbijos, sino que probablemente se te genere la sensación falsa de que todo el mundo piensa así.” Más de una vez me ha pasado que, en una polémica, encontrarme con gente de este tipo: convencidos/as de que están defendiendo una causa que toda la gente –como ellos/as- comparte, y el que no, o es un corrupto pago, o un fanático. No hay ninguna posibilidad de intercambio de opiniones.
Voy a agregar un aspecto –mencionado muchas veces- que es clave, y que tiene que ver no con cómo son las redes sociales, sino con el uso aprovechado de sus características por empresas, sectores políticos, religiosos, y por todo aquel que entiende el juego, y no tiene escrúpulos en sacar provecho de él para lograr que compremos lo que ellos quieren (que muchas veces no es lo que nos conviene), o votemos a un candidato, o apoyemos a un gobernante, aunque nos esté perjudicando.
La lista se puede ampliar bastante.
Este el aspecto clave que quiero plantear para agregar a los que analiza Rearte: uso positivo, de acuerdo con principios solidarios y éticos para lo cual hay que entender lo que son las redes.
LÉANLO, PIENSEN Y SEAN RESPONSABLES.
Lo que no dice el documental de Netflix sobre las redes sociales
Leonardo Rearte
El documental “El dilema social” explica, palabras más, palabras menos, por qué las redes están arruinando el mundo, pero, aun así, no lo dice todo.
1. El documental “El dilema social” (Netflix) explica, palabras más, palabras menos, por qué las redes están arruinando el mundo. Cuenta cómo estas simpáticas plataformas te persuaden para que estés atado a ellas la mayor cantidad de tiempo… porque esa es la forma de vender más publicidad. ¿Se entiende? La red es gratis porque vós sos el producto que compra el cliente que pone publicidad en las redes. Y para venderte a vós, y tus amigos, necesitan tu información.
Pero no, no te roban los datos. Los toman. Porque la info que buscan no es tu clave Banelco; les alcanza con saber qué fotos posteás, con quiénes te relacionás, en qué lugar estás, a qué dedicas el tiempo libre (más o menos, las mismas dudas de Perales).
A la hora de usar anzuelos, no importa qué es verdad y qué no. Todo vale. Es decir, que si sos un antivacuna, que cree que el barbijo destruye el sistema inmunológico, y las antenas 5G nos manejarán a control remoto; lo más probable es que el algoritmo (cerebrito) de las redes detecten esto, y te entregue material a lo pavote en este sentido. Y no solo vas a “confirmar” que hay que quemar barbijos, sino que probablemente se te genere la sensación falsa de que todo el mundo piensa así.
Una de las recetas para hacerle frente a los daños propiciados por las redes sociales es sostener que hay ciertas verdades que los seres humanos tenemos que convenir. Sabemos que la tierra no es plana, y eso no debiera discutirse. Otro ejemplo: no se pueden negar los genocidios, es un dato irrebatible. Las vacunas, salvan empíricamente. Y así podríamos seguir. La verdad es una construcción que requiere consensos. Ese discurso consolidado, esa base de acuerdos mínimos, es necesario. Porque la verdad lo es.
2. Por eso, el creador del Me gusta, la diseñadora que empezó en Instagram, el pionero de Pinterest, entre otros, están convencidos de que las redes están multiplicando las “grietas” en todo el mundo. Y lo dicen en este documental que debiera ser de visionado obligatorio en las escuelas.
Pero no solo porque describe el mecanismo de estas burbujas de desinformación, que le han bajado tanto el precio a la verdad científica. Sino porque también le achacan a las redes la culpa sobre la adicción a las pantallas, el bullying, y el socavamiento de la personalidad.
Es mentira que Bill Gates quiere ponerle un chip a la futura vacuna. Pero sí es verdad que el creador de Microsoft les prohibió a sus hijos acceder a celulares hasta bien grandecitos. Porque el chabón, algo sabe.
3. Hay cosas que el documental de Netflix no dice. Por ejemplo, la desgracia de que la gente consuma las noticias todas mezcladas en una plataforma que no jerarquiza la información y que no dependa de editores directos. Que dos o tres grandes empresas de Silicon Valley se lleven la mayor parte de toda la torta publicitaria del mundo es una de las razones de la destrucción de miles de redacciones de diarios, radios, y canales de TV regionales. Y esto a su vez ha provocado, entre otras consecuencias, que no existan tantos profesionales chequeando información como hace una década.
El documental de Netflix tampoco dice que quizá mucha gente llegó a él siguiendo los propios algoritmos de Netflix, que es la base de la crítica del envío. Una “hermosa” contradicción que nos debe alertar sobre lo incrustado que está en la sociedad este sistema.
Así y todo, “El dilema social” es una de las obras más relevantes del año. Porque nos permite reflexionar sobre un hecho que nos invade tanto, que ya como que nos estábamos acostumbrando. Como la rana que al ser cocinada paulatinamente no salta de la olla… El documental es una especie de termómetro que avisa que ya nos estamos quemando, aunque seamos incapaces de percibirlo.
El tema del odio en la sociedad se ha planteado más de una vez, y sobre todo por estos días por la aparición de varias situaciones de violencia en marchas y banderazos contra el Gobierno.
Por eso, en su editorial de septiembre, José Natanson, director para el Cono Sur de Le Monde diplomatique, se refirió a la utilización del odio como arma política.
Considero que es un análisis muy válido de la actualidad de la política, pero ya hemos hablado de este tema antes, porque fue parte de la estrategia electoral del PRO.
Les aconsejo leerlo completo.
En su libro El arte de ganar (2011), Jaime Durán Barba, que fue el conductor de las campañas electorales del PRO, afirmó:
“El electorado está compuesto por simios con sueños racionales que se movilizan emocionalmente. Las elecciones se ganan polarizando al electorado, sembrando el odio hacia el candidato ajeno… Es clave estudiar al votante común, poco informado, ese que dice “no me interesa la política” El papel de los medios es fundamental, no hay que educar a la gente. El reality show venció a la realidad…”
Así lo hizo Trump, que lo entendió bien.
Natanson inicia su nota así:
“Aunque la estela viene de lejos, el origen más cercano de la política del odio puede rastrearse a la crisis financiera del 2008, que a diferencia de los shocks anteriores comenzó en los países desarrollados para desde ahí expandirse al resto del mundo, y cuyo impacto todavía se siente. Si hasta aquel momento los efectos negativos de la globalización neoliberal, sobre todo el aumento de la desigualdad, eran vistos por muchos como daños colaterales inevitables, la crisis terminó con la idea de la globalización como promesa: para amplios sectores de la sociedad, ya no había nada que esperar de ella.”
Quiero agregar que en Argentina hubo un hito equivalente al 2008 europeo: la crisis del 2001. Desde el “corralito” hubo un proceso que culminó en una revuelta popular y en la renuncia del Presidente Fernando de la Rúa. El grito de que “Se vayan todos” fue el símbolo del desencanto de las clases medias urbanas con la clase política. El odio y el rencor que se generó entonces (recuerdo con total nitidez a la gente rompiendo vidrieras de Bancos) no se disipó nunca, y sobre esa realidad trabajó la estrategia macrista que conceptualizó Durán Barba.
A esto se agrega lo que describe Natanson:
“Las transformaciones del ecosistema mediático agudizaron este panorama. Lejos de la etapa de la radio y televisión de masas, cuando tres o cuatro canales y estaciones se disputaban una audiencia amplia y por lo tanto buscaban posiciones más moderadas, la multiplicación de emisores –radios FM, canales de cable, sitios web, blogs– produjo una fragmentación del público en grupos más pequeños, compactos y separados entre sí, una hipersegmentación que las redes sociales convertirían más tarde en hiperpersonalización. Las redes son en esencia empresas de publicidad cuya rentabilidad depende de que pasemos dentro de ellas la mayor cantidad de tiempo posible, lo que las lleva a ofrecernos información que nos haga sentir “cognitivamente cómodos”, es decir información con la que estemos de acuerdo. Aplicando la lógica predictiva, el algoritmo nos encasilla y nos sumerge en un mundo en el que pareciera que todos piensan como nosotros, …”
No hace falta mucha perspicacia para reconocer estos elementos en la realidad argentina. Miremos el uso de las redes por equipos de trolls y bots para movilizar a esos sectores ya sensibilizados y dispuestos a cualquier cosa contra el Gobierno peronista al que claramente odian. Siempre hubo anti peronistas, en una gama diversa, y tampoco estas actitudes maniqueas profundas son nuevas en política (unitarios y federales, por ejemplo), pero hay un contexto distinto, como describe Natanson.
Es un rebrote fascista que, como en otras ocasiones, aprovecha situaciones de zozobra y/o desencanto –con base real, pero a veces amplificados desde afuera- en las sociedades. Natanson pone ejemplos: los campesinos e inmigrantes franceses o la clase media argentina, y cierra “pero en todos los casos la percepción es la misma: desilusión, resentimiento y una intensa idea de injusticia.”
Sin embargo, creo que lo más relevante para nuestra vida en sociedad es esto:
“Sin embargo, a diferencia del fascismo clásico, las fuerzas del odio hoy no buscan generar una nueva comunidad, no pretenden reconstruir el Lebensraum exterminando a los judíos de Europa, sino ampliar el margen para el ejercicio de la libertad individual sin interferencias: desde educar a mis hijos sin que el Estado me imponga una educación sexual integral (ESI) hasta salir a la calle y contagiarme de coronavirus si eso es lo que quiero, tal la noción extrema de libertad que guía estos reclamos (aun cuando la ESI apunte a generar las condiciones para una sociedad más democrática y cuando la cuarentena busque garantizar la capacidad de atención del sistema de salud). En contraste con el fascismo histórico, se trata de una propuesta profundamente anti-comunitaria, que conecta directamente con el individualismo exacerbado de las sociedades contemporáneas”
Lo que destaco es terrible, porque tiene que ver con la convivencia y la armonía social, que ya se ha venido deteriorando de manera alarmante.
Y acá nos interpela una realidad, que se relaciona con algo que también planteó Natanson: la “dilución del centro político”, y es la derechización fascistoide de grupos políticos (parte de la UCR que acordó con el PRO para formar Cambiemos, por ejemplo, o los libertarios) y de un sector de la clase media urbana. Son los que piden mano dura a las fuerzas policiales, o rechazan la diversidad (claro, el feminismo es un blanco preferencial).
“Pero no hay que confundirse, no se trata de una vuelta a la Edad Media. Aunque en una mirada superficial puedan parecer arcaicas, se trata de tendencias muy actuales. Por lo pronto, las fuerzas del odio han descubierto mucho antes que las corrientes democráticas las oportunidades que abren las redes sociales y las apps de mensajes para difundir consignas en las que la verdad ha pasado a ser un resabio del pasado, mediante operaciones de “desinformación organizada” tan capciosas como efectivas.”
El mejor ejemplo es el de Tik Tok, que de red social de adolescentes que subían bailecitos y bromas tontas, ha pasado a ser una herramienta valiosísima para proyectos de derecha como el de Trump, por ejemplo.
Reconozcamos esta realidad, pero no la naturalicemos. El macrismo tuvo muchos errores (más allá de éxitos electorales que lo hicieron aparecer como una propuesta valiosa y moderna), pero uno –cualitativamente hablando- que para mí se destaca es la elección, que sigue presente, lamentablemente, del uso del odio como herramienta de construcción de poder.
Así se intentó destruir a los que aparecían como rivales políticos, o como útiles para esos “enemigos” (que no lo son), para hacer prevalecer su lugar de poder social, económico -y, claro, político.
Es un daño enorme a la estructura real y espiritual de la sociedad argentina y, por lo tanto, imperdonable. NO LO OLVIDEMOS NUNCA.
Conocí (sí, eso fue) a Liliana Bodoc cuando leí Los días del venado, la primera novela de la trilogía de épica latinoamericana que se llamó La saga de los confines. (los otros son Los días de la sombra y Los días del fuego), allá por el 2000.
Me gustó mucho y la empecé a usar como libro de lectura con mis alumnos de Lengua. En años posteriores fui agregando las otras novelas de la saga (aclaro que mis alumnos/as leían seis libros por año).
No recuerdo si conocí (personalmente) primero a Liliana o a Jorge, su esposo, del que tomó el apellido como escritora, pero sé que la invité a dar una charla a mis alumnos/as que habían leído sus obras. Aceptó –como siempre- con todo entusiasmo. Para los chicos/as fue una experiencia inolvidable. Nunca habían conocido a una escritora de verdad, y les encantó su modo de entender la literatura, como algo encarnado en la vida de la gente, sobre todo de América Latina, con la mirada puesta en la justicia social.
He leído casi toda su obra, y creo que Liliana es una de las mayores escritoras contemporáneas que he conocido, por eso, cuando leí Elisa, la rosa inesperada, después de la muerte de Liliana, fue un golpe muy fuerte, tan fuerte como cuando la inhumamos en el Memorial.
Me abracé a Elisa, como ya no podía hacer con Liliana, y quiero compartirla con uds.
“Hay que andar por el mundo como si no importara
sin preguntar el nombre del pájaro y la planta,
ni al capitán del buque, adónde lleva el agua.
Mirar al otro lado del que todos señalan,
que es allí donde crece la rosa inesperada.”
Estos versos son con los que comienza esta novela juvenil y son del poema “Canción de guía”, de Conrado Nalé Roxlo.
Como siempre, no voy a anticipar el argumento, pero diré que Elisa es una adolescente rubia que vive con su abuela en una villa de Santa Fe, rodeada de negros y de cumbia, abandonada por sus padres, y llena de rencor por ese mundo que rechaza.
Desde allí comienza el viaje, pleno de peligros y malos tratos, al Norte, donde pasará situaciones terribles, donde la acecharán los diablos, a Tilcara; allí una voz de niña de piedra y el silbido de un viejo la rescatarán del peligro. Volverá a Santa Fe, al origen repudiado, ahora la posibilidad de la salvación.
Llevaba la marca de la soledad, la que la ponía en manos del peligro, de los diablos. “Soledad de la pena, soledad de los pobres”, la llamó.
¿Apareció la rosa inesperada? ¿O es la cumbia inesperada, la rechazada, que nace en las palabras que escribe, en la “cantata villera” que la pone a resguardo de los diablos?
“Mamá cumbia”, la que le escribe a su madre, Irene, es la síntesis del fin del viaje:
“Cumbia, sacáme de acá,
Lleváme lejos
Que está el diablo ofreciendo caramelos.”
La cumbia es la rosa inesperada, la que la salva porque la reconcilia con su origen, condición imprescindible para hallar la felicidad.
En una entrevista que le hicieron alumnos/as de Santa Fe, cuando presentó el libro allí, en el Taller El Lecturón. Santa Fe, agosto de 2017, dijo:
“Primera novela que no quise escribir, que me salió a buscar.”
No es autobiográfica, pero tiene temas que le eran cercanos. Es una novela de mujeres, como fin de un proceso personal en el que las mujeres fueron buscando y encontrando un lugar protagónico. Por eso, aparece el tema de la trata de mujeres y la soledad y exposición que se dan en la vida de muchas mujeres, como el sacrificio silencioso de Rufina, su abuela.
En otro momento dijo: “Este libro me llevó a transitar caminos que no tenía previstos. Cambiar de planes. Aquí hay incluso una modalidad de relato fantástico por el que yo no había transitado nunca. Por eso creo que este libro es como una bisagra.”
En Elisa había experiencias personales: el Viaje a Tilcara fue una de ellas. Allí se enferma, como dice en una entrevista “de una enfermedad violenta, no solo física, sino espiritual y moralmente”, como Elisa. Se siente sola, como Elisa.
La novela nace de la idea de una novela de viajes, por eso la bitácora (www.elviajedelilianabodoc.com.ar), aunque la vuelta a Santa Fe surge un par de años después, de su vida, de su infancia santafesina y de sus visitas posteriores.
Es una novela de viajes porque reúne sus condiciones claves: ser documental y literaria.
Como el que comenzó Liliana Bodoc hace alrededor de veinte años, el mismo que la llevó a Tilcara, de donde escapó de los diablos, como Elisa.
Su muerte la llevó a otro viaje, en otro plano. Siempre enfrenté el dolor de su muerte con la convicción de que tenía que tener un sentido dentro de lo que siempre buscó: las palabras que crearan un mundo mejor que el que la historia nos había dado
El mundo que crean las palabras de Liliana Bodoc es un universo complejo, con civilizaciones enteras, con hechos, símbolos, sueños, seres fantásticos, o no tanto.
Con Elisa accede al mundo más circunscripto de las mujeres de toda edad, con todas sus problemáticas, en Argentina, ahora: la búsqueda de la felicidad, el despertar de la sexualidad, el conocimiento de sí mismas y la construcción de la identidad en la adolescencia; pero también la trata de personas y la violencia sexual.
Más circunscripto, pero no menor.
Si no han leído otras obras de Liliana, empiecen por esta: será como caer como Alicia en el País de las Maravillas en un pozo que te lleva un mundo nuevo, hacia otras vidas, incluida la propia: Vale la pena.
Hace poco, mientras preparaba mi último comentario de libros en este blog (https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2020/08/29/distancia-de-rescate-de-samanta-schweblin-por-adolfo-ariza/), en el que un elemento narrativo fundamental es el envenenamiento por uso de pesticidas, en Mendoza hubo una manifestación “en contra del modelo agroindustrial que ha desarrollado, sin ética ni misericordia, el capitalismo neo liberal que se instaló desde los ’90, y que está poniendo a la raza humana en riesgo de extinción” (me estoy auto citando).
Se sumaron las dos situaciones, y ayer apareció esta nota:
“Tenemos poco tiempo por delante para decidir si la vida humana organizada sobrevivirá en la Tierra o sucumbirá a la amenaza de un desastre ambiental”, agregó Chomsky.
Adicionalmente, encontré la nota de Clarín que voy a compartir más abajo con ustedes, que habla directamente de ecocidio, y pensé que, a pesar de que había publicado alguna entrada antes, debía ir por más, porque no hay otra alternativa. Me acordé de otro libro, lo hojeé y localicé la cita siguiente:
“Además, estamos acercándonos rápidamente a varios puntos de inflexión, más allá de los cuales incluso una reducción espectacular de las emisiones de gases de efecto invernadero, no bastará para invertir la tendencia y evitar una tragedia mundial. Por ejemplo, a medida que el calentamiento global funde las capas de hielo polares, se refleja menos luz solar desde nuestro planeta al espacio exterior. Ello significa que la Tierra absorbe más calor, que las temperaturas aumentan todavía más y que el hielo se funde con mayor rapidez.
Una vez que este bucle retroactivo traspase un umbral crítico alcanzará un impulso irrefrenable, y todo el hielo de las regiones polares se derretirá, aunque los humanos dejen de quemar carbón, petróleo y gas.” (Yuval Harari, 21 lecciones para el siglo XXI, p. 139).
Espero que esta entrada ayude en algo en esta lucha que debiera ser una gesta mundial, porque, de no ser así, no va a cambiar la situación que plantea la nota de New York Times.
Me comprometo a continuar colaborando en todo lo que esté a mi alcance para triunfar en esta guerra, que voy a calificar como épica porque deberá ser la hazaña que salve a la humanidad.
O sea, también a mis hijos/as, nietos/as y bisnieta. Por eso me pongo a velar las armas, como los caballeros medievales, para conseguir el triunfo final.
Los ambientalistas promueven crear la figura del ‘ecocidio’ como delito penal
Desde agosto, mientras enormes extensiones del bosque tropical del Amazonas se han reducido a cenizas y la indignación se intensifica, un grupo de abogados y activistas han estado promoviendo una idea radical. Un día, dentro de unos cuantos años, imaginan que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sea llevado a La Haya para ser enjuiciado por ecocidio, un término que ampliamente se entiende como la destrucción deliberada y generalizada del medio ambiente. Y esperan que la ofensa, a la larga, sea vista a la par con otros crímenes de lesa humanidad.
Actualmente no hay un delito internacional que pueda ser usado para hacer criminalmente responsables a los líderes mundiales y ejecutivos de corporaciones de las catástrofes ecológicas que resulten en los desplazamientos masivos y disminuciones poblacionales asociados con los crímenes de guerra. Pero los ambientalistas dicen que el mundo debería tratar al ecocidio como un crimen contra la humanidad ahora que se hacen patentes las amenazas inminentes presentadas por un planeta cada vez más caliente.
En Bolsonaro han llegado a ver algo así como un villano ideal hecho a medida para un caso legal de prueba.
“(Bolsonaro) se ha convertido en un símbolo de la necesidad de un crimen de ecocidio”, dijo Jojo Mehta, cofundadora de Stop Ecocide (Paren el Ecocidio), un grupo que busca darle a la Corte Penal Internacional de La Haya la jurisdicción para procesar a líderes y negocios que conscientemente causan un amplio daño ambiental.
El primer llamado prominente a prohibir el ecocidio fue hecho en 1972 por el Primer Ministro de Suecia, Olaf Palme, anfitrión de la primera cumbre importante de Naciones Unidas sobre medio ambiente. En su discurso en la conferencia, Palme argumentó que el mundo necesitaba urgentemente un enfoque unificado para salvaguardar el medio ambiente. “El aire que respiramos no es propiedad de ninguna nación”, dijo. “Los grandes océanos no están divididos por fronteras nacionales; son nuestra propiedad común”.
La noción tuvo poca adhesión, y Palme murió en 1986 habiendo logrado pocos avances para establecer principios vinculantes para proteger el medio ambiente.
Durante los 80 y 90, los diplomáticos consideraron incluir al ecocidio como un delito grave mientras debatían con las autoridades de la Corte Penal Internacional, que fue establecida principalmente para procesar los crímenes de guerra. Pero cuando el documento constitutivo de la Corte, conocido como el Estatuto de Roma, entró en vigor en 2002, el lenguaje que habría criminalizado la destrucción ambiental a gran escala había sido eliminado por la insistencia de importantes naciones productoras de petróleo.
En 2016, el principal fiscal de la Corte señaló un interés en dar prioridad a casos dentro de su jurisdicción que incluyeran la “destrucción del medio ambiente, la explotación ilegal de recursos naturales o el desposeimiento ilegal de tierras”.
Esa acción llegó mientras los activistas sentaban las bases para un cambio trascendental en la jurisdicción de la Corte. Su plan es lograr que un Estado que sea parte del Estatuto de Roma proponga una enmienda a su acta constitutiva estableciendo el ecocidio como un crimen contra la paz. Al menos dos terceras partes de los países que son signatarios del Estatuto de Roma tendrían que respaldar la iniciativa para prohibir el ecocidio para que la Corte obtenga un mandato expandido, y aun entonces aplicaría sólo a países que aceptaran la enmienda. No obstante, podría cambiar la opinión mundial respecto de la destrucción ambiental.
Los activistas dicen que no faltan culpables que podrían ser enjuiciados si el mundo decidiera prohibir el ecocidio. Pero pocos son tan fascinantes como Bolsonaro, un ex capitán del Ejército de extrema derecha que en su campaña prometió hacer retroceder los derechos de las tierras de los pueblos indígenas y abrir áreas protegidas de la Amazonia a la minería, la agricultura y la explotación forestal.
Bolsonaro es un potencial acusado porque ha sido desdeñoso de las leyes ambientales de su país. Prometió poner fin a las multas emitidas por la agencia que hace cumplir las leyes ambientales. Se queja de que la Constitución de 1988 de Brasil separó demasiada tierra para comunidades indígenas que “no hablan nuestro idioma”.
Desde que Bolsonaro asumió el cargo en enero, la deforestación en la Amazonia se ha elevado de manera significativa, preparando el camino para los miles de incendios que empezaron a arder en agosto.
El mes pasado, enfrentando la presión internacional y un boicot a algunas exportaciones brasileñas, Bolsonaro ordenó una operación militar para extinguir los incendios en el Amazonas. Pero el mensaje del gobierno ha sido que la angustia mundial por el Amazonas es una intromisión injustificada en la soberanía de Brasil.
Eloísa Machado, profesora de Leyes en la Universidad Fundação Getúlio Vargas en San Pablo, señaló que el hecho de que Bolsonaro desmantelara las protecciones ambientales, lo que ha devastado a las comunidades indígenas de la Amazonia, podría cumplir ya con los criterios de crímenes de lesa humanidad en el marco de la ley internacional existente. Dijo que podría equivaler a genocidio. Ella y un equipo de eruditos están redactando una queja que la Corte Penal Internacional podría utilizar como plan para abrir una investigación contra Brasil.
En el mejor de los casos, los activistas dicen que tomaría unos cuantos años reunir el apoyo que necesitan para enmendar el Estatuto de Roma. Pero elevar el perfil del debate sobre la penalización del ecocidio podría avanzar un largo trecho para moldear la evaluación de riesgos de corporaciones y líderes mundiales que hasta ahora han considerado los desastres ambientales principalmente como pesadillas de relaciones públicas.
“Utilizamos la ley criminal como la línea entre lo que nuestra cultura acepta y lo que no”, dijo Mehta. “Una vez que se tiene una ley criminal establecida, uno empieza a cambiar la cultura”.
Es la primera novela de Samanta Schweblin (Ciudad de Buenos Aires; 1978), publicada en 2014 por Penguin Random House. Desde 2012 reside en Berlín, donde escribe y dicta talleres literarios.
Compré este libro hace un tiempo porque lo vi recomendado en algún lado, pero quedó en mi mesa de luz, y ahora lo elegí como el segundo libro para comentar.
Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, es una nouvelle, o novela corta. La autora no se considera novelista, sino cuentista, y esta obra es una demostración de ese argumento. Su narración es, intrínsecamente, un cuento. Más precisamente, un cuento de terror.
Este tipo de cuento generalmente es una historia de ficción, aunque puede ser real. Se enfoca en los patrones de miedo, suspenso, produciendo sensaciones de terror y escalofrío. La misión es provocar inquietud y desasosiego.
Esto se percibe desde el primer momento en Distancia de rescate. Es inevitable una sensación de inquietud, incluso necesité parar la lectura un par de veces para tomar aire y descansar un poco. Ahora bien, lo llamativo es que el avance narrativo usa como recurso el diálogo, la conversación, entre Amanda, la madre de la pequeña Nina, y David, hijo de Clara, junto con las mismas Clara y Nina. A ellos se suman el esposo de Clara y el padre de Amanda, especialmente en el diálogo con el que concluye el relato, aunque el final sea abierto, no tanto en los hechos, sino en la proyección de las situaciones de la novela en el tiempo y en el espacio. O sea, el desasosiego no va a desaparecer cuando cerremos el libro, porque hay cosas sobre las que no terminamos de saber lo que pasó, o que no tienen una explicación en la realidad, y porque no podemos dejar de sentir que en verdad hay algo amenazante, y nos incluye.
Es una forma no convencional de narrar, porque no es fácil mantener el ritmo narrativo con el diálogo de los personajes, como si fuera una obra de teatro, pero Schweblin lo logra, y logra que se instale ese “mundo flotante” del que habla Henri Gouhier (La obra teatral), por el que, desde que se levanta el telón y hasta que se baja, se instala un mundo que los espectadores creemos que es real (si es verosímil, claro) y lo vivimos así: odiamos al villano, sufrimos con el dolor de los personajes, etc. Ahora bien, lo llamativo es que lo logra sin el escenario, sin esa habitación de tres paredes donde toman vida las obras teatrales. Incluso sentimos una tensión semejante a la que se da cuando un drama alcanza el clímax. La diferencia es que, en Distancia de rescate, cuando se cierra el telón, nos queda la sensación de que algo terrible sigue pasando.
Ahora Netflix la va a llevar a la pantalla; será interesante ver si logra algo semejante a lo que consiguió Schweblin con la palabra escrita.
Hay en Internet varias notas sobre la novela, algunas demasiado bien escritas –como me dijo alguna vez mi querido Profesor, el Dr. Adolfo Ruiz Díaz-, así que evitaré hacerme el crítico literario, y solo intentaré compartirles mis vivencias de lector.
Por ahí, encontré un párrafo que comparto abajo, y del que no recuerdo su origen, pero no tengo muchas ganas de perder tiempo en buscarlo. Me pareció un aporte interesante:
“El libro tiene una gran cantidad de lecturas. Puede decirse que es una novela sobre la ambigua relación entre madres e hijos, ese amor y adoración que se puede convertir en puro terror y ansiedad. También el tratamiento del campo, de lo rural y bucólico y su transformación en algo peligroso y tóxico. Y quizá el punto más controvertido de esta historia, su punto de género fantástico. Distancia de rescate es un relato de terror, donde el curanderismo rural tiene un papel central en cuanto a conceptos tan extraños como la transmigración de almas.”
Todo eso está en la obra; es más, el título alude a “esa distancia variable que me separa de mi hija”, como dice Amanda y que calcula constantemente a base del tiempo que tardaría en correr hacia su hija y salvarla en caso de un peligro inminente, pero no creo que se limite a esto, tal vez aluda al rescate de algún mundo de los que se presentan en la novela
Leí por ahí que “podríamos arriesgar que se trata de una de las primeras novelas argentinas en ocuparse del campo como escenario en el siglo XXI, de la transformación de ese espacio verde y bucólico de los siglos XIX y XX en pesadilla agrotóxica, y no sería tan errado”.
Esta me parece la lectura central.
En estos días hubo en Mendoza una manifestación en contra del modelo agroindustrial que ha desarrollado, sin ética ni misericordia, el capitalismo neo liberal que se instaló desde los ’90, y que está poniendo a la raza humana en riesgo de extinción. Los reclamos eran:
Cambios en el modelo agroindustrial
Participación ciudadana en la toma de decisiones.
Detener ya la profundización extractivista, la quema de humedales, los desmontes, y el avance de la frontera agropecuaria.
No al acuerdo de megafactorías porcinas con China ni con nadie.
No al modelo de agronegocio impulsado por el Consejo Agroindustrial Argentino.
Transición inmediata hacia un modelo justo, soberano y sostenible de producción de alimentos agroecológicos
Creo que esa es la amenaza que se cierne sobre todos en la novela, y que sigue flotando cuando terminamos de leerla. Sin embargo, no hay nada en Distancia de rescate que la acerque al panfleto, sino que es una excelente novela, que asume el mundo actual y lo convierte en parte de la narración. Vale la pena leerla, se las recomiendo.
No sé el sentido que tenga dentro de este ambiente destructor la curandera de la casa verde, que puede hacer trasmigración de almas, y cuya acción es clave en el desarrollo del conflicto, pero lo que causa las tragedias que suceden en ese espacio rural es la contaminación, supongo de glifosato, porque los campos de soja lo cubren casi todo. Sin embargo, a pesar de esta falta de relación interna, se transforma en actor clave.
Todo eso transcurre en no mucho más cien páginas, después de que Amanda y Nina llegan desde la ciudad al campo, a un lugar de paz y escape; sin embargo, van apareciendo, cruzándose con las vidas de ellas, las presencias siniestras que hemos mencionado.
Si fuera un drama, sería una tragedia, por la muerte de Amanda, pero hay otros elementos que quedan sueltos, y que también son trágicos, como las deformaciones de la gente por los pesticidas. Esto incluye algunos que solo sospechamos: sabemos que el espíritu de David migró, pero no sabemos a qué cuerpo fue, ni qué espíritu llenó su cuerpo. Pero, al final, por algunos gestos que conocimos en otro personaje de la novela, encontramos una pista terrible. No les adelantaré nada más, porque hay que vivir todo lo que pasa en la narración, y eso es lo que les recomiendo.
David menciona muchas veces que hay que buscar lo importante, y les transcribo el párrafo final, cuando el marido de Amanda huye del pueblo hacia la ciudad:
“No ve lo importante: el hilo finalmente suelto, como una mecha encendida en algún lugar; la plaga inmóvil a punto de irritarse.”
Esa plaga –gusanos- nos acecha también a nosotros, eso es lo importante, y es lo que debemos saber.
Espero que la lectura les sea tan apasionante como lo fue para mí, y me gustaría que subieran sus comentarios a este blog. Los espero.
Elegí este tema para comenzar esta categoría que solo pretende recordar aquellas situaciones que, en Argentina, o en Latinoamérica, están pendientes de tratamiento o solución, casi sin quererlo.
Estaba buscando un tema para escribir, y encontré esta nota que comparto sobre un pueblo originario, y mientras la leía, pensé que la reivindicación de estos pueblos es una enorme necesidad, llena de injusticias ancestrales, en toda América Latina. Me dije: -Está bien, estamos repletos de urgencias, pero estos pueblos arrastran penurias de años, algún aporte tengo que hacer para su reivindicación.
Creé una categoría para incluir entradas sobre temas que no deben seguir siendo olvidados, y voy a compartir esta nota sobre la nación mapuche porque es clara, fundamentada, y no hace apologías llorosas que duran poco.
Por supuesto que tenemos muchos pueblos originarios olvidados y maltratados a lo largo y a lo ancho de América Latina, pero elegí al mapuche por ser un buen ejemplo de cómo piensan los Gobiernos neo liberales y las corporaciones que los apoyan y muchas veces los llevan al poder. Cuando la desaparición de Santiago Maldonado –desgraciadamente no fue la última-, los mapuche de Argentina y Chile fueron elegidos como chivos expiatorios para cargarles la culpa de esa desaparición. En ese contexto, se difundieron falsedades, no solo sobre los hechos ocurridos, sino también en las características de esa nación, en su pertenencia a Argentina, e incluso se crearon conspiraciones internacionales inexistentes y antojadizas.
Es cierto que muchas de estas fake news y mentiras no resisten un mínimo análisis, y llegan a la ridiculez, pero no es menos cierto que un sector de nuestra clase media urbana las creyó cuando los medios oficiales y los equipos de trolls y bots las desparramaron en las redes sociales.
Por eso me pareció oportuno compartir esta nota que explica y describe muy bien cómo los mapuche se desarrollaron en el país, sobre todo en los últimos siglos.
Creo que conocer la verdad sobre esta nación, en primer lugar, corrige la visión falsa que dejó un ataque mentiroso y perverso en el conocimiento de muchos/as argentinos/as, y, en segundo, debería colaborar en que incorporemos la reivindicación de los pueblos originarios como una obligación central para nuestro país.
La situación de los mapuche no es diferente a la de los otros Pueblos Originarios. El Censo Nacional de Población realizado en 2001 en la Argentina permite verificar que un 96,3% de los mapuche son argentinos por haber nacido dentro de las fronteras de la Argentina. El 89 % de los mapuche, además, ha nacido en la misma provincia en la que fueron censados. Esto nos dice que a pesar de que muchas personas creen que los mapuche son chilenos, la realidad es otra muy diferente.
Desde el punto de vista de la ciencia antropológica, es un sinsentido equiparar variables de pertenencia étnica y de estado-nación, dado que son conceptos de diferente tipo, que no se afirman ni se niegan mutuamente. En otras palabras, ser mapuche no contradice ni impide el ser argentino o el ser chileno, como tampoco lo obliga, ya que son pertenencias de distinto orden.
Por otra parte, desde el punto de vista histórico, pensar que ser mapuche es ser chileno es un anacronismo, dado que los sentidos de pertenencia indígena se remontan a una antigüedad mayor a la del trazado de las fronteras internacionales. Estos individuos que hoy son considerados chilenos o argentinos según hayan nacido más allá o más acá de la Cordillera, tienen un origen familiar enraizado en alguna de las antiguas identidades territoriales (pehuenche, guluche, puelche, huilliche, moluche, picunche, waizufche, chaziche, lafkenche, furilofche, wenteche, nagche, mahuidache, etc.) que hoy componen en conjunto la ancestralidad mapuche y que antes de la consolidación de las fronteras estatales eran soberanas en un territorio compartido bajo sus propias reglas. Ningún investigador que trabaje con fuentes antiguas puede negar estas presencias en el territorio pampeano y patagónico desde varios siglos atrás. No hay dudas de la preexistencia al Estado nacional, por ejemplo, de los pehuenche o de los huilliche, nombrados en infinidad de documentos virreinales y crónicas de viajeros.
Cuando Alonso de Ercilla escribió su poema “La Araucana”, a mediados del siglo XVI, para describir la guerra de conquista en el centro-sur de Chile, eligió un nombre poético para la región circundante a la Plaza de Arauco, que extendió a sus habitantes. Pero este nombre no refleja la interacción entre las diferentes identidades territoriales ni es el nombre que los mapuche eligieron para representar su identidad en sentido amplio.
Los pueblos asentados a uno y otro lado de la cordillera de los Andes reivindicaban identidades locales que los diferenciaban al interior de este conjunto, y a la vez, sostenían una identidad común en virtud de las características compartidas, en especial un idioma (mapuzugun), con sus variantes regionales. Todos estos pueblos se mezclaban permanentemente, por medio de la circulación de personas y de productos comercializables, de alianzas militares y de matrimonios mixtos.
En cuanto a la tan debatida antigüedad del término mapuche, Francisco P. Moreno verificó en 1876 su utilización –bajo la forma mapunche– para denominar a algunos de los participantes de un Parlamento reunido en el área de influencia del “lonko” (cacique) Sayhueque. Es muy probable que se utilizara anteriormente, ya que lo que los documentos escritos nos informan es meramente eso: lo que se ha escrito. La utilización oral de un término suele preceder a su aparición escrita
Con el tiempo, el término mapuche se fue extendiendo para abarcar al conjunto de subgrupos que comparten una cultura, y especialmente una lengua (el mapuzugun), aun con variaciones dialectales.
Las variaciones a través del tiempo en los nombres de los pueblos no necesariamente significan cambios en su identidad. En todo caso, son índice de nuevas relaciones con otros grupos, resultado del contexto histórico concreto.
Por ejemplo, es sabido que para 1810 no existía una sociedad que se presentara a sí misma con el nombre de “República Argentina” Y, sin embargo, en 2010 se celebra el Bicentenario del “nacimiento de la patria”, Así, el nombre de una nación no es inmemorial ni esencial sino contingente, y ello no afecta ni la “identidad” ni el sentimiento nacional.
En 1878 Estanislao S. Zeballos escribió, por encargo del Ministerio de Guerra un alegato titulado “La conquista de quince mil leguas”. Esta obra, donde Zeballos describió a su conveniencia un territorio y una población que no conocía, presentó varios postulados que justificaron políticamente las campañas militares. Entre ellos, que el origen (y el destino) de los indígenas estaba en Chile. Al crear un enemigo “extranjero”, el Ministerio de Guerra lograba debilitar la oposición que desde muchos sectores se hacía a la política expansionista de los presidentes Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca. En sus obras posteriores, Zeballos argumentará cada vez con mayor énfasis en la supuesta raíz chilena de los indígenas de la Pampa y la Patagonia; idea que será rescatada por la política nacionalista a partir de 1920 y difundida como verdad “científica”, aunque la raíz de su argumento no estuvo nunca en el ámbito de la ciencia, sino de la política parlamentaria y militar. En Chile, por idénticos motivos, se atribuyó a los “araucanos” un origen pampeano, de manera que también allí se convirtieron en “extranjeros”.
Se sabe que, debido a las campañas militares, numerosas familias mapuche y tehuelche huyeron hacia Chile, donde algunas de ellas se establecieron definitivamente, pero otras regresaron al oriente de los Andes, de donde eran originarias, cuando las condiciones fueron propicias. Este origen “argentino” de algunas familias aparentemente “chilenas”, está documentado en fuentes militares y en numerosos registros de historia oral. Por ende, son tan falaces las afirmaciones que pretenden asignar origen “chileno” a los mapuche o araucanos, como las que afirman un origen “argentino” para los tehuelche –otro nombre impuesto-, quienes pasaron por similares vicisitudes.
Las migraciones afectaron a la totalidad de los pueblos originarios, quienes pueden por lo tanto no residir hoy en sus territorios de ayer. Sin embargo, son originarios y preexistentes, no porque sean “originarios” de un territorio totalmente incluido en lo que hoy es territorio argentino y hayan permanecido estáticamente dentro de sus fronteras, sino porque son originarios de un territorio preexistente al trazado de las fronteras internacionales, y es en ese carácter de preexistentes que se hacen merecedores de derechos constitucionales específicos reconocidos en el derecho internacional.
Mientras esperamos que pronto se realice una decisiva, aunque parcial reparación, es indispensable comenzar a hacerse cargo, al menos, de la verdad y memoria histórica, disipando las confusiones intencionalmente fraguadas y reproducidas por intelectuales al servicio de los poderosos de ayer y de hoy.
* Antropóloga, Profesora titular de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora del CONICET. Forma parte de la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena.
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