“El síndrome de «hubris» (SH) es un trastorno psiquiátrico adquirido que afecta a personas que ejercen el poder en cualquiera de sus formas. Se ha descrito en multitud de campos, desde la política a las finanzas. La relación médico-paciente también es una relación de poder. La falta de humildad y empatía en su ejercicio puede hacer que cualidades como la confianza y seguridad en uno mismo se transformen en soberbia, arrogancia y prepotencia.” (https://www.neurologia.com/articulo/2018355)

Si quiero traducir hýbris (en griego antiguo ὕβρις)) la mejor palabra es desmesura. Generalmente la hybris es el tópico de toda la tragedia griega. El héroe sobrepasa las capacidades humanas y desarrolla unos sentimientos o unas aspiraciones desmedidas en su actuación. La tragedia clásica contrapone a la hybris, la sophrosynê (σωφροσύνη), esto es, la moderación que respeta los límites que se imponen al hombre.

Hago esta introducción –en parte, seguramente, porque soy Profesor de Griego, y vi este tema cuando alumno-, pero, sobre todo, porque aparece mucho en política. Llevado al extremo, es una “paranoia” del poder.

De hecho, Nelson Castro lo aplicó a los dos últimos Presidentes argentinos: Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri. A pesar de ser un excelente periodista, no parece, como muchos/as de sus colegas, una garantía de análisis objetivo.

Creo, sin dudas, que la hubris es un riesgo latente en cualquier actividad humana que nos ponga cerca del éxito, de la riqueza o del poder.

Está claro que puede manifestarse en jugadores famosos de fútbol u otro deporte popular o en artistas encaramados en millones de seguidores en Instagram, o, claramente, en la política.

Es que la política, además, nos pone cerca, de la manera que sea, del poder, la riqueza y del éxito. Estaremos rodeados de gente que nos alabará, aunque seamos unos pavos, nos seguirá obsequiosamente, y tratará de sacar tajada personal de la relación. No es fácil mantener el equilibrio en política, pero es necesario, más aun, imprescindible.

No voy a opinar sobre si los Presidentes que mencioné padecieron este síndrome, porque creo que haría falta una formación técnica de la que carezco.

Sin embargo, esta nota de Rosa Montero, (https://www.losandes.com.ar/article/view?slug=empeorara-por-rosa-montero), me parece una buena manera de avanzar en la comprensión del síndrome, y, a la vez, tener una visión –terrible, por lo demás- del actual Presidente de los EEUU.

A pesar de lo desagradable de la sensación que deja saber en qué manos está el imperio más poderoso de la historia de la humanidad, y los riesgos que nos genera a todos/as los/las que habitamos este planeta, es conveniente conocer la realidad, y comprenderla acabadamente.

Eso siempre mejorará la posibilidad de tomar mejores decisiones y de no vivir en un mundo irreal.

Empeorará – Por Rosa Montero

La hybris es un estado de soberbia tan absoluto que te deja sordo y ciego.

Por Rosa Montero – © Rosa Montero / Ediciones El País, SL. 2019

Hay un ensayo que me encanta y sobre el que ya he escrito alguna vez: En el poder y en la enfermedad (Siruela, 2010), del neurólogo británico David Owen, más conocido como político, porque fue dos veces ministro, de Sanidad y de Exteriores, con los laboristas. Su libro, documentadísimo y deliciosamente escrito, trata de la enfermedad en los políticos.

De cómo la ocultan, sobre todo. Y entre otras cosas dice que, según un estudio de 2006, el 29% de todos los presidentes de Estados Unidos sufrieron dolencias psíquicas mientras ejercían el cargo, y que el 49% presentaron rasgos que indicaban trastorno mental en algún momento de sus vidas. Unas cifras aterradoras por lo elevadas, sobre todo si tenemos en cuenta que, según la OMS, la prevalencia de la población general estaría en torno al 22%.

Leí el libro de Owen cuando fue publicado en España, hace casi 10 años, pero al releerlo ahora sus palabras me han parecido espeluznantemente actuales. Sí, claro, sé que me entienden: estoy hablando del inaudito Donald Trump. Aunque, bien mirado, creo que el trastorno psíquico es una realidad demasiado seria y no justificaría lo que este señor es.

Yo diría más bien que debe de tener una de esas personalidades que no son consideradas enfermedad mental en los tribunales, un carácter psicopático, narcisista y ególatra.

En su formidable libro, Owen desarrolla una teoría propia sobre la borrachera de poder en la que caen demasiados políticos. Él bautiza esta enfermedad con el nombre griego de hybris. Esquilo decía que los dioses envidiaban el éxito de los humanos y que, para vengarse, enviaban la maldición de la hybris a quien estuviera en lo más alto, volviéndole loco. La hybris, pues, es un estado de soberbia tan absoluto que te deja sordo y ciego, haciéndote perder todo sentido de la realidad. A los poderosos les es sumamente fácil caer en esta dolencia: lo sabían bien los romanos, que por eso tenían al esclavo que iba susurrando el famoso “recuerda que eres mortal” al oído de los generales victoriosos. Ahora bien: si incluso Julio César podía perder la cabeza con el poder, imaginen lo que la hybris puede hacer con un tipo exhibicionista y mercurial como Trump.

Aunque no hace falta imaginarlo: lo estamos viendo. Ya saben que, por cuestiones de impresión, este artículo se escribe 15 días antes de su publicación. Tal como están las cosas, no descarto que en estas dos semanas el señor Trump haya lanzado al mundo otras dos o tres peligrosas bravuconadas. Está muy subido, muy crecido, hybrido total, que diría el sabio Owen. Porque además no creo que haya nadie en su entorno que aventure una crítica. Vamos, para mí Donald Trump tiene toda la pinta de mandar a la horca a quien le contradiga. Y esto es lo que los psicólogos llaman “pensamiento de grupo” (también viene en el libro), un fenómeno habitual en los poderosos, y que consiste en la creación de un pequeño grupo cerrado que se jalea a sí mismo apasionadamente, demoniza las opiniones ajenas y niega cualquier dato objetivo que contradiga sus creencias. Como es evidente, unir la hybris y el calentón del pensamiento de grupo trae consecuencias catastróficas.

Sí, Trump está muy crecido. Tiene la desfachatez de querer comprar Groenlandia, porque el deshielo del calentamiento climático ha hecho que su riqueza en tierras raras sea más fácilmente explotable (junto con su epígono Bolsonaro, parece dispuesto a expoliar la Tierra, a saquearla), y cuando los daneses le dicen que no está en venta, anula su viaje presidencial a ese país con alucinante pataleta, un gesto zafio y feroz semejante al empellón que el matón de la escuela da a un niño en el patio. Acto seguido, ordena a los empresarios norteamericanos que se vayan de China, cosa que me ha dejado turulata: pero ¿no era Donald Trump el adalid del liberalismo? ¿No se oponía con todas sus fuerzas a que el poder público y los políticos se inmiscuyeran en la sacrosanta libertad de mercado? La hybris parece estar haciendo tales estragos en él que incluso actúa como un tirano contra sus propias ideas. Yo diría que tiene grandes planes megalomaniacos y una cabeza demasiado pequeña para albergarlos. Me temo que esto sólo puede empeorar.