Marcela Serrano (Santiago de Chile, 1951).

Aunque empezó a escribir a edad muy temprana, no publicó su primera novela, Nosotras que nos queremos tanto, hasta 1991. Esta obra fue además la ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (1994), y también en 1994, del premio de la Feria del Libro de Guadalajara (México) a la mejor novela hispanoamericana escrita por una mujer. La tenía en mi biblioteca para leerla después, pero compré para mi esposa El manto y, cuando lo terminó, lo hojeé, y me interesaron el tema y el enfoque, y me puse a leerlo.

La lectura me dejó una sensación fuerte, por varias razones:

  • El tema, la muerte.

En noviembre de 2017, después de un largo y duro proceso, un cáncer terminó con la vida de la periodista Margarita Serrano, una de sus cuatro hermanas. Entonces, decidió que durante cien días se alejaría del mundo y se encerraría para vivir su duelo. “La Margarita” había muerto y con ella no sólo se había acabado el periodismo combativo que ejercía, sino también se había roto la unidad de cinco hermanas: Elena, Paula, Margarita, Marcela y Sol.

En estas circunstancias de vivir en pandemia, la muerte se nos ha hecho más evidente. Quién no tiene parientes o amigos/as muertos/as. No es fácil no haber sentido miedo en algún momento.

Y con la muerte aparece el duelo, que es el tema de esta novela.

  • El país, Chile, y el tiempo en que se desarrolló una buena parte de la historia narrada.

En general, los mendocinos conocemos mucho a Chile, con el que Argentina comparte 5308 kms. de frontera, Cordillera de los Andes por medio, y hay aspectos culturales comunes.

La autora narra la vida de su familia en su país y nos quedan grabados costumbres, ambientes, paisajes. En este espacio ocurrió la dictadura de Pinochet, la puerta de entrada para el ensayo neo liberal en el Sur de América, y para gobiernos militares genocidas, como el que también tuvimos nosotros. Cuando leía la novela, recordé la tarde del 11 de septiembre de 1973, en la casa de mi maestro Borello, cuando escuchábamos cómo bombardeaban el Palacio de La Moneda o cuando fuimos a la vieja estación de ferrocarril de la calle Perú a recibir los restos de Elena, una compañera de la Facultad de Filosofía y Letras, fusilada por los militares chilenos. También padeció el exilio forzado, otra situación dolorosa que conocemos.

Por eso, sentí El manto con tanta intensidad, ya sea en lo negativo, o en las alegrías de las chicas que crecían libres en ese mundo tan pleno.

  • La mujer:

Es una de las autoras que mejor ha sabido ahondar la temática de la mujer latinoamericana, aunque tenga una visión cosmopolita.

Otras de sus obras son:

Antigua vida mía (1995)

El albergue de las mujeres tristes (1997)

Nuestra Señora de la Soledad (1999)

Un mundo raro (dos cuentos-2000)

Lo que está en mi corazón (2001), obra finalista del prestigioso Premio Planeta.

Hasta siempre mujercitas (2004)

La llorona (2008)

Es común en esta producción la reflexión sobre la condición femenina. Hay un eje central que es la defensa de la mujer y su retrato íntimo presentado desde un sentir profundo y diferencial de mujer Su obra pone en el tapete todos sus temores, miedos, esperanzas, vacilaciones, desengaños y fracasos, pero también sus amores y éxitos.

Dijo en algún momento: “No tengo ningún pudor en escribir como escribe una mujer. Al revés, pegaría un grito para decirles a todas las mujeres que por favor escriban distinto de los hombres… Porque creo que nosotras sí tenemos otro lenguaje”.

El título de la novela es muy revelador. Cuando murió Nicanor Parra (hermano de Violeta), “su ataúd fue cubierto por este manto cosido por su madre hace mil años para él…”, nos cuenta Marcela Serrano.

En una nota (https://www.telam.com.ar/notas/202009/510723-marcela-serrano-nueva-novela-el-mando-chile-literatura-escritura.html) dice: “La idea del manto sobre el ataúd me la inspiró Nicanor Parra. A él lo cubrieron a su muerte con un manto confeccionado por su madre años y años atrás, de muchos pedacitos de tela diferentes. Ella era costurera y usaba los retazos. Un collage. Un patchwork. Me fascinó esa idea: en vez de la bandera chilena, ya que se veló en la Catedral de Santiago, cubrirlo con algo tan humilde y cercano para él. Mi ilusión era cubrir a mi hermana con mis palabras.”

Ese es el sentido de toda la novela, contar cómo caminó el duelo por su hermana, en el que va desgranando su vida, la de su familia, y la del mismo Chile. En la misma nota dijo: “La escritura es un tremendo antídoto contra la soledad y la pena.”

La novela se plantea cosmopolita, en parte por el exilio político de la autora, pero también por su vida exitosa de novelista. Pero, la autora va dejando sus opiniones sobre su país: “Instalamos allí (para atender a su hermana en su etapa final de enfermedad) un home clinic (que país tan siútico e invadido, lleno de palabras en inglés.” (Siútico: que pretende ser fino, elegante y distinguido, pero suele resultar ridículo, de mal gusto o pretencioso.)

Al mismo tiempo, nos cuenta cómo fue el velatorio: “yo he vivido largamente en México y aprendí de ellos esta otra forma de honrar la muerte. Fue muy lindo el velorio, llorábamos y nos reíamos al unísono, comíamos, tomábamos, nos deteníamos a mirarla largamente, luego seguíamos. Nada de iglesias ni de frío ni de penumbras.”

También nos cuenta que es su primera obra escrita en primera persona, una experiencia extraña para ella: “estoy tan acostumbrada a hablar desde los personajes, y a estar siempre atenta a la coherencia de un personaje, y de repente no había personaje, no tenía que estar atenta a nada, era la voz propia, no más, y era un alivio que no hubiera personajes, me parecía tan fácil.”

También para mí la lectura fue una experiencia no habitual, como de estar mirando a alguien en su intimidad. Por eso, este acompañamiento en su duelo, en momentos que mucha gente también tiene que hacer el mismo camino, es doloroso por momentos, pero ayuda a que lo hagamos mejor, dentro de lo posible.

Como la misma Marcela lo dice: “Freud es fantástico porque se tira todos unos párrafos geniales sobre cómo uno entra en el duelo, de lo importante que es hacerlo como Dios manda, en el sentido de dedicarse al duelo y que después, el duelo se va a liberar, y el duelo termina y uno empieza una vida normal, pero Freud no se hace cargo de que esa vida normal va a ser con ausencia. Esa ausencia uno la vive siempre con uno.”

Aunque más no sea por vivir esa experiencia –literaria, pero que la excede- vale la pena leer la novela, tan distinta, aunque muy bien escrita, de lo que solemos encontrar en la narrativa.

Es auto biográfica, pero no es una biografía común: es la misma vida de Marcela Serrano y su duelo desenvolviéndose ante nosotros.