Hace mucho que sigo la columna Dar la palabra de Nené Ramallo en Diario Los Andes. Soy Profesor de Lengua como ella (trabajamos juntos también), y siempre me interesó el origen de las palabras y la normativa que ella ha desarrollado tan bien.

Hoy me encuentro con esta nota, que, dentro de su temática habitual, toca no solo usos de la Lengua castellana, sus orígenes y evolución y su corrección normativa, sino la importancia de entenderla desde lo que es y significa para la sociedad, antes y ahora.

Desde los diez y ocho años he trabajado en política, y un tema que he comentado más de una vez es el de la política y la ideología.

En algún momento de esa militancia, en la etapa universitaria, creí que lo central era la ideología, en consonancia con cierto acercamiento al marxismo, y llegué a decir que “todo es ideología”. La misma militancia y mi encuentro con el peronismo en 1973, me hicieron entender que lo que importa es la política, no la ideología, porque es aquella la sirve para mejorar el mundo y hacerlo más justo y equitativo.

Esto no significa despreciar la ideología, que es la que le da el marco al proyecto político, que es la que nos ayuda a comprender los movimientos y acciones de la política, pero es esta y no aquella la que permite construir un mundo mejor y defender los derechos y necesidades de la sociedad.

Desde hace un tiempo, coincidiendo con la radicalización de las posiciones en la vida social, en las que las derechas mundiales han tomado empuje, hay sectores de la sociedad que han adherido a proyectos políticos que proponen medidas represivas contra los que protestan porque quieren un mundo más justo y se encierran en conservadurismos teñidos de fascismo, la caracterización ideológica ha adquirido relevancia.

Es más, esta situación ha justificado actos violentos y discriminatorios en muchos lugares del mundo. Esa posición encontró lugar en los proyectos del capitalismo neo liberal con tanto vigor que, desde los ’70, formó parte de los Gobiernos latinoamericanos, que, primero por la fuerza, y después, con metodologías seudo legales, basadas en el uso del poder económico de las corporaciones concentradas que la globalización posibilitó, tomaron el poder en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, y algunos otros países.

Hoy estamos viviendo la reacción a esa situación, en varios casos porque la asimetría generada por ella ha llevado a actitudes violentas de los sectores postergados, y en otros, como en Argentina, porque la madurez política de un sector mayoritario de la sociedad usó las elecciones para buscar otro proyecto político que reemplazara al que no la había beneficiado.

En este contexto el movimiento feminista (al que considero el hecho político más relevante de los últimos tiempos) ha tomado un auge sin precedentes, y a lo que parece, imparable. En ese marco se dan los cuestionamientos a todas las expresiones que se puedan relacionar –con o sin justificación-con la historia patriarcal y machista de la sociedad. Allí adquirió relevancia el término “matria” (aunque Nené Ramallo lo incluye en usos anteriores como éste: “Miguel de Unamuno (la “matria vasca”)”.

A partir de esta palabra, partiendo de “patria”, la autora hace un análisis excelente con un objetivo claro: “Seamos custodias de las palabras y no las disfracemos de intencionalidades que ellas no poseen.”

El tema es que estas búsquedas y descalificaciones de todo lo que sea o parezca patriarcal han provocado muchos cuestionamientos a la palabra “patria” (la relación es clara) con un sentido peyorativo.

La nota de Ramallo es muy precisa en la mostración de la evolución de esta palabra y de otras de la familia, y sirve para entender que no hace falta caer en extremismos y tratar de reemplazarlas por otras que parecieran ideológicamente más representativas del movimiento feminista.

Aclaro que siempre defendí y valoré el movimiento feminista, y he tenido discusiones por esto; también que siempre respeté la propuesta del lenguaje inclusivo, aunque no la use (prefiero todas y todos) porque me pareció ideológica, y la lengua no procede así. Si el uso la incorpora al lenguaje general, la utilizaré.

Creo que esta nota desarrolla un buen ejemplo de cómo la ideología no es la mejor vía para usar bien la Lengua, que hay criterios mejores que tienen que ver, en primer lugar, con la verdad y la realidad, y, después con avanzar en hacer cosas que mejoren la vida, que nos ayuden a encontrarnos en un proyecto común, y no dividirnos.

Pienso que este modo de planear las cosas se puede ampliar a otras áreas de la vida en las que se manifiesten actitudes determinadas por planteos ideológicos, y que no colaboren en la convivencia de los argentinos/as.

Por eso, comparto con ustedes esta nota.

Tal vez haya ido demasiado lejos en la extrapolación de la nota a un nivel sociopolítico, pero creo que ese análisis de esta situación cotidiana del uso de la Lengua con intencionalidades que exceden y falsean la verdad, demuestra que se puede salir por arriba de las confrontaciones ideológicas y avanzar en mejores propuestas para la vida en sociedad de nuestra patria.

En defensa de las palabras

El término “matria” no es un vocablo de creación reciente; lo respetamos y admitimos, pero reivindicamos el valor de “patria”.

Nené Ramallo

https://www.losandes.com.ar/opinion/en-defensa-de-las-palabras/

LAS PALABRAS HAN ATRAVESADO LOS SIGLOS. Y SIGUEN ALLÍ, COMPAÑERAS DE JORNADAS Y DE REALIDADES, A VECES, MUY DISTANTES Y DISTINTAS DE LOS ENTORNOS EN QUE SE ENGENDRARON.

Fascinada por el poder evocativo de las palabras, quisiera cerrar el año 2020 refiriéndome a toda la magia que se esconde en el corazón de un término. Y lo hago a partir de las afirmaciones de Álex Grijelmo en el comienzo de su obra “La seducción de las palabras”: “Nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano”.

Las palabras han atravesado los siglos. Y siguen allí, compañeras de jornadas y de realidades, a veces, muy distantes y distintas de los entornos en que se engendraron; escucho y me sorprendo cuando se rechaza un término porque se lo vincula al varón y, en su lugar, se crea otro sin ahondar en la riqueza léxica que nos brindan tantos años de historia del español: se ha cuestionado, junto a tantos otros, el término “patria” porque se lo ha vinculado, exclusivamente, al vocablo “pater”; el desconocimiento del idioma latino ha llevado a mirar en forma parcial el significado de “patria”; en efecto, la “patria” era la tierra de los ancestros, porque el sustantivo “pater”, metido en el corazón semántico de “patria”, no aludía exclusivamente al “padre biológico”: su plural,  “patres”, eran todos los antepasados, mujeres y hombres. Y esa raíz indoeuropea está presente en otros vocablos, como “Júpiter” (“el padre de los dioses”); en “patrocinio” y “patrocinar” (“defender, proteger, amparar, favorecer”). Y en “patrimonio” (“hacienda que alguien ha heredado de sus ascendientes”); en “patricio/a” (“que pertenece a la clase social alta”), en “padrón” (“registro de los vecinos de un municipio”) y en “patrón” o “patrono” (“persona que emplea trabajadores”). ¿Dejaremos de usarlos por una interpretación parcial de su valor semántico? ¿Y no llamaremos más “¿Madre Patria” a España, cuando allí “patria”, que provenía del adjetivo “patrius -a -um” es equivalente a “de los antepasados”?

A veces, la palabra “padre” está muy disimulada, como ha sucedido con el hipocorístico “Pepe”, que se usa para invocar familiarmente a alguien que se llama José; en efecto, este término proviene de llamar a San José, “pater putativus Christi” (“padre putativo de Cristo”). Se tomó la costumbre de colocar, en lugar de toda esa frase desarrollada, la forma abreviada “P.P.” que, en la oralidad, se lee “Pepe”.

Erróneo es pensar que la “p” es siempre exclusivamente signo de género masculino y la “m”, de femenino; veamos casos en que esta creencia se contradice: el latín tenía “maritus”, que dio en español “marido”; en el núcleo de este término, hallamos “mas”, que significaba “macho” y que encontramos en el comienzo de “masculino”; la “m” no vincula, pues, el género. Si se quiere eliminar del habla todo vestigio de género, deberíamos suprimir vocablos como “maridar” y “maridaje”, relacionados con aquel “maritus” y con su núcleo “mas”; los dos términos hoy son muy usados en el ámbito de la gastronomía. En efecto, este verbo, aparte de significar “unirse en matrimonio”, sirve para nombrar la correspondencia o unión de dos cosas diferentes: “maridar vino y comida”, “maridar música árabe y rock”. No cuestionamos el término.

Y, para no generar confusiones, sobre todo de intereses, se hace imperioso marcar bien las diferencias semánticas y fonéticas entre “matrimonio” y “patrimonio”, en donde no reside el valor de uno u otro vocablo en la consonante inicial.

A la inversa, poseemos vocablos que comienzan con “m” y que se vinculan a lo femenino, pero que la comunidad no discrimina a la hora de usarlos, aunque designe objetos masculinos: “matriz”, más allá de indicar el útero, tiene otros valores tales como el molde, de cualquier clase, con que se da forma a algo; también, en la imprenta, los espacios en blanco de un texto impreso; y en el ámbito matemático, es un conjunto de números o símbolos algebraicos colocados en líneas horizontales. ¡Lo femenino ha invadido un ámbito masculino! ¿Y el que se matricula tendrá en cuenta, si es varón, que su “matrícula” (diminutivo de “matriz”) debería ser “patrícula”?

Seamos custodias de las palabras y no las disfracemos de intencionalidades que ellas no poseen. Mi deseo de ver los últimos cambios en el aula ha provocado que, siguiendo muy de cerca todas las discusiones en torno a “presidente” y “presidenta”, enseñara a mis estudiantes de diferentes edades que está totalmente autorizado decir “presidenta”. He llevado al aula la obra académica, consensuada por las veintitrés academias de lengua española diseminadas en el mundo, para indicar el femenino de ese sustantivo, no solamente con el artículo, sino con su terminación “-a”.  Siempre cuento que ya en el siglo XIX estuvo permitido a Leopoldo Alas publicar su magistral obra “La regenta”, palabra análoga por su terminación a “presidenta”. Entonces, con justicia, también debo decir, sin rasgarme las vestiduras, que el término “matria” no es un vocablo de creación reciente: hicieron uso de él autores famosos como Edgar Morin (la “matria Europa”) o Miguel de Unamuno (la “matria vasca”); lo respetamos y admitimos, pero reivindicamos el valor de “patria”. En ese sentido, con verdadera maestría, Borges reivindica el sentido profundo de “patria”, no circunscripta exclusivamente al ámbito masculino; en su “Oda al sesquicentenario”, en bellos versos nos hace reflexionar:

“Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo / cargado de batallas, de espadas y de éxodos / y de la lenta población de regiones / que lindan con la aurora y el ocaso, /y de rostros que van envejeciendo / en los espejos que se empañan /y de sufridas agonías anónimas /que duran hasta el alba /y de la telaraña de la lluvia sobre negros jardines.

La patria, amigos, es un acto perpetuo como el perpetuo mundo. […] Nuestro deber es la gloriosa carga /que a nuestra sombra / legan esas sombras que debemos salvar. /Nadie es la patria, pero todos lo somos. / Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante /, ese límpido fuego misterioso. (Borges, J. L. “Oda al sesquicentenario”).

Como cierre, más allá de la palabra poética, valiosísima y elocuente, me quedo con la definición, neutra, que nos dan los diccionarios: “Patria es la tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. Y también, añade el diccionario, es el “lugar, ciudad o país en que se ha nacido”.

*La autora es Profesora Consulta de la UNCuyo.