Creí que había terminado la entrada, pero no encontraba el título. Eso es mala señal, significa que no está terminada, que algo está mal o falta.

De golpe recordé una frase de una obra de Casona, creo que en Prohibido suicidarse en primavera (lamentablemente es uno de los tantos libros que presté y no recuperé nunca). Allí un personaje le dice a otro que defendía las posturas que elegían el centro y no los extremos, que a los que van por la izquierda le tiran piedras los de la derecha, a los que van por la derecha le tiran piedras los de la izquierda, y a los que van por el centro le tiran piedras de los dos lados.

Esto vale.

También recordé que Perón siempre sostuvo que en un proyecto político hay que dar lugar a todos sin exigirles una univocidad ideológica, pero el que conduce lo hace desde el centro. Claro que, si no está Perón, no es tan fácil, pero en un Frente político vale la idea.

La nota de diciembre de Pepe Natanson plantea este tema clave, cada vez más:

¿Tiene posibilidades de éxito un gobierno de centro, en el marco del Frente de Todos?

El problema es que están apareciendo críticas de sectores cercanos o propios. Jorge Alemán –hace unos días- habló de Las críticas al Frente de Todos https://www.pagina12.com.ar/321028-las-criticas-al-frente-de-todos, diferenciándolas de la derecha o del “fuego amigo”, pero señaló –sin descalificarlas- que marcan diferencias que pueden debilitar al Gobierno o al proyecto político.

Dice Natanson: “. La entronización de Alberto como candidato peronista fue una apuesta a la apertura y la moderación, un giro al centro de Cristina con base en el argumento de que ella quizás lograría ganar las elecciones pero que gobernar se le haría cuesta arriba y que se imponía, por lo tanto, un nuevo contrato social, liderado por un dirigente capaz de dialogar con todos.”

Claro, pasaron los días y aparecieron las críticas de los que pensaban que el Frente de Todos era un camino para instalar un Gobierno que tomara medidas “kirchneristas”, y como no hace eso, según lo que creían que era su fin, empezaron a criticar más o menos desembozadamente.

El problema es que no era eso, era un Frente, gracias al cual la sociedad argentina tuvo la posibilidad de echar al nefasto Gobierno de Macri. No se votó al kirchnerismo: se votó a un Frente con un Presidente con otras características.

¿Eso quiere decir que las aspiraciones progresistas, tanto del kirchnerismo como de otros sectores o personas, deben quedar olvidadas?

Para nada, yo nunca fui kirchnerista, aunque lo apoyé y defendí cuando fue gobierno, pero soy peronista y en el pensamiento y doctrina de Perón encontré todo lo que necesité –y necesito- para buscar una sociedad mejor y más justa.

No es mi intención evaluar la gestión del Alberto justo en medio del río, y con tantos enemigos (sí, lo son) que intentan aprovechar cualquier error –real o aparente- para atacarla. No solo eso, en muchos casos son golpistas.

Por lo tanto, cuando leo a compañeros que reclaman otras medidas o actitud, que acusan al Gobierno de “blandito”, o de otras cosas, siento que, a pesar de sus declamaciones sobre su rol positivo en esta etapa tan decisiva para el país, están ayudando a esos enemigos y olvidando todo lo que costó que el Peronismo volviera al poder.

Hay que buscar canales para criticar lo que corresponda, pero no dar de comer a los que quieren que este Gobierno fracase y se tenga que ir.

Más allá los errores que haya cometido el Gobierno, ha enfrentado lo que Natanson llama “un año de fuego”, lo que no es una exageración, y necesita seguir siendo un Frente sólido –no unívoco- que es la única condición que permitirá seguir adelante.

En la nota de arriba Alemán propone algunas condiciones para resolver este conflicto. Sean esas u otras, es muy distinto de salir por los medios y las redes a descalificar medidas del Gobierno.

NO PODEMOS CONFUNDIRNOS DE ENEMIGO. QUIEREN QUE FRACASEMOS, Y CON ESO QUE FRACASE LA OPORTUNIDAD DE SUPERAR LAS INEQUIDADES E INEPTITUD DEL MACRISMO Y AVANZAR HACIA UN MUNDO MÁS JUSTO Y MENOS DESIGUAL.

Natanson cierra su nota así:

“Las sociedades prueban diferentes opciones y cuando comprueban que ninguna funciona pueden caer en la tentación de las opciones extremas. Los argentinos intentaron el kirchnerismo, después el macrismo y ahora este peronismo de centro: la alternativa puede ser un regreso al pasado reciente de la polarización y el conflicto, pero también el salto desesperado a un futuro trágico.”

ES REAL, NO SEAMOS INSENSATOS.

Las chances de la moderación

Por José Natanson

La pregunta por el gobierno de Alberto Fernández, sus éxitos y fracasos, es la pregunta por las posibilidades de la moderación política en Argentina.

Recapitulemos este año de fuego, volvamos al comienzo, a la foto de presentación en sociedad del gabinete albertista, reflejo a la vez del regreso del peronismo al poder en su novedoso formato de coalición, apuesta a un grupo de dirigentes sobrios y experimentados e implícitamente honestista. Primeras semanas: comienzo de la renegociación de la deuda, medidas de contención social, nuevo enfoque hacia América Latina, incipientes problemas de ensamblaje estatal y la espera táctica del momento adecuado para avanzar con la promesa de reformar la Justicia y despenalizar el aborto: más sensatez que sentimientos, hasta que la súbita irrupción del coronavirus dio comienzo al verdadero gobierno de Alberto.

El momento más duro de la pandemia fue también el más virtuoso del gobierno, el más, en cierto modo, nítido. La etapa Power Point: en línea con el viejo apotegma de Fernando Henrique Cardoso (“Gobernar es explicar”), Alberto desplegaba un discurso docente en el que le agradecía a la sociedad, de la que decía sentirse orgulloso, contrastando con la aspereza con la que tanto Cristina como Macri amonestaban a los argentinos, o a parte de ellos, por el egoísmo de quienes no quieren ceder sus privilegios (Cristina) o la supuesta propensión a los atajos y las avivadas (Macri). El protagonismo presidencial crecía conforme se apagaba la voz de los dos grandes referentes del pasado, en una regla que se verificaría en los meses posteriores: sube Alberto (y con él Horacio Rodríguez Larreta), bajan los líderes de la grieta. En el fondo, ni Macri ni Cristina tenían mucho para decir: Macri balbuceó algunas incoherencias hasta que partió a Francia, Cristina contribuyó con su silencio.

Durante estos meses, el gobierno parecía tener muy claro qué hacer (declarar la cuarentena, evitar el estallido social), cómo (reforzando el sistema de salud, instrumentando el Ingreso Familiar de Emergencia y la Asistencia al Trabajo y la Producción) y con quién (con los que gobiernan). Como suele suceder en los momentos altos, Alberto logró sintetizar su política en una consigna simple: la salud antes que la economía. Beneficiado por el “efecto estadista”, su imagen trepó al 60 por ciento. E introdujo novedades: la foto del 15 de marzo junto a Horacio Rodríguez Larreta (es decir el heredero de Macri) y Axel Kicillof (es decir el de Cristina) fue la gran noticia política en 2020, el gran invento de estos meses. Impensable bajo Macri o Cristina, permitió dotar de legitimidad a las medidas de confinamiento y producir un efecto tranquilizador sobre la sociedad en clave todos para uno/uno para todos: un té para tres que se repetiría en los meses siguientes. Juan José Becerra escribió en el Dipló. “A diferencia del dos, estructura connivencial que brinda por la memoria de los terceros excluidos, el número tres fractura la voluntad simplista de considerar que los fenómenos son blancos o negros, derechos o izquierdos, buenos o malos. El tercero es la cuña clavada en el maniqueísmo” (1).

Pero nada es para siempre. Igual que la cuarentena, esta etapa también se fue deshilachando. Como suele suceder con los gobiernos cuando descubren una fórmula que funciona, el actual también demoró demasiado en asumir la necesidad de un cambio, demasiado tiempo en acomodarse a la nueva realidad pos-pandémica. Con la distancia que da el tiempo es fácil decir que quizás lo mejor hubiera sido preservar la foto de los tres –la idea de unidad– pero cambiando el mensaje, aprovechándola para avanzar en una coordinación interjurisdiccional que trascienda lo estrictamente sanitario para sumar el transporte, la seguridad y el hábitat. Pero el sueño de un gobierno del AMBA se esfumó con la decisión oficial de recortar el porcentaje de coparticipación que recibe la Ciudad de Buenos Aires para reforzar la seguridad en la provincia de Buenos Aires, no tanto por la medida en sí, perfectamente justificable desde el punto de vista de la equidad fiscal, sino por el modo de anunciarla.

La nueva etapa encontró al gobierno atascado en el ruido agudo de sus engranajes chirriantes: el caso Vicentin fue el más notorio, pero los problemas de gestión se vieron también en el tortuoso camino seguido por el aporte de las grandes fortunas, la designación del procurador e incluso la carta de Cristina, que como la Biblia para los protestantes cada uno interpretó a su modo. Incluso la gestión de Martín Guzmán, la única capaz de concitar el consenso absoluto de la coalición, sufrió las sacudidas de los vientos internos y quedó a merced de las fuerzas del mercado, que aprovecharon la descoordinación para crear un breve “momento De la Rúa”, por suerte rápidamente superado.

Esta etapa temblorosa parece ir quedando atrás. El gobierno logró alejar el espectro de una devaluación brusca, que hubiera complicado cualquier posibilidad de recuperación socioeconómica en el corto plazo, con un nuevo enfoque de la política cambiaria y sobre todo con la decisión de fortalecer a Guzmán, confirmando una vez más una ley no escrita de la política argentina, ley que los presidentes –por motivos obvios– se niegan a reconocer, pero que se verifica una y otra vez: los superministros de Economía funcionan. Junto al reordenamiento de la economía alrededor de Guzmán comenzaron a desperezarse los ministerios con potencial reactivador (Obras Públicas y Vivienda, sobre todo) y se anunciaron dos medidas de orientación progresista: la decisión de legalizar el autocultivo de cannabis y el envío al Congreso del proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo.

Con estas jugadas, Alberto tiende un puente a marzo, el mes que el gobierno sitúa como el punto de inflexión hacia una nueva fase política, cuando las campañas de vacunación ya estén avanzadas, la circulación totalmente liberada, los dólares de la soja a 430 fortaleciendo las reservas y la economía comenzando a sentir la recuperación. Hay que pasar el verano.

Sin embargo, incluso si se cumplen los pronósticos oficiales y llegamos en paz a marzo, dos cuestiones estructurales asoman en el horizonte del gobierno. La primera, sobre la que viene insistiendo Pablo Touzon (2), es el riesgo de avanzar en la ampliación de libertades individuales (aborto, cannabis) y reformas institucionales complejas (Justicia), pero sin dar en la tecla de una agenda de transformación socioeconómica profunda y sostenible. Un gobierno de los corazones más que de las cosas.

La segunda cuestión es la que señalamos al comienzo de este editorial. La entronización de Alberto como candidato peronista fue una apuesta a la apertura y la moderación, un giro al centro de Cristina con base en el argumento de que ella quizás lograría ganar las elecciones pero que gobernar se le haría cuesta arriba y que se imponía, por lo tanto, un nuevo contrato social, liderado por un dirigente capaz de dialogar con todos. En su momento, siguiendo los análisis de Ignacio Ramírez, sostuvimos que había dos caminos posibles para la construcción de esta alternativa: de izquierda hacia el centro (desde el kirchnerismo al peronismo federal) y del centro hacia la izquierda (la fallida opción Lavagna). La paradoja –y la muestra del genio de Cristina– es que fue la líder de la facción izquierdista la que decidió la ampliación al centro.

A un año de la llegada de Alberto al gobierno, el interrogante que sigue pendiendo como una sombra oscura tiene menos que ver con su figura que con el país sobre el que ejerce su mando: ¿se puede gobernar Argentina desde el centro? ¿O hay una energía social centrífuga con poder gravitatorio que empuja a los gobiernos a los extremos, como fueron extremos, cada uno a su modo, los grandes líderes desde nuestra recuperación democrática, Alfonsín, Menem y los Kirchner? ¿Será que se necesita una voluntad hegemonista y una cierta desmesura personal para domar el potro de Argentina, y que Alberto, al que no le falta firmeza pero que es sensato y componedor, es demasiado normal, una solución uruguaya a los problemas argentinos?

Ojalá no sea así. De hecho, la performance del gobierno en las últimas semanas demuestra que el Presidente, luego de unos días agitándose como un junco al viento del dólar, dispone de reflejos para recuperarse. Quienes en su momento aplaudimos la opción del Frente de Todos como una forma de salir del empate esterilizante de la última década –una hipótesis del fin de la grieta– rezamos para que Alberto se afirme y termine de despegar. Entre otras cosas, porque lo que viene puede ser peor de lo que imaginamos. Veamos si no el mundo. Cuatro años atrás nadie pensaba seriamente que en la democracia más sólida del mundo un personaje como Donald Trump podría convertirse en candidato y menos aún en Presidente, y nadie pensaba tampoco que en el moderado e hiperinstitucional sistema político brasilero podía imponerse alguien como Bolsonaro; es más: casi nadie en Brasil sabía quién era Bolsonaro seis meses antes de convertirse en Presidente.

Las sociedades prueban diferentes opciones y cuando comprueban que ninguna funciona pueden caer en la tentación de las opciones extremas. Los argentinos intentaron el kirchnerismo, después el macrismo y ahora este peronismo de centro: la alternativa puede ser un regreso al pasado reciente de la polarización y el conflicto, pero también el salto desesperado a un futuro trágico.

1. Juan José Becerra, “Todos para uno”: www.eldiplo.org/notas-web/todos-para-uno/

2. Ver páginas 4 y 5 de esta edición.