Encontré esta nota de abajo y me interesó el título: “El neoliberalismo es una de las fuentes del ascenso de las formas fascistas y autoritarias”.

https://www.eldiplo.org/notas-web/el-neoliberalismo-es-una-de-las-fuentes-del-ascenso-de-las-formas-fascistas-y-autoritarias/

Estoy muy atento a este tema del fascismo en la sociedad de hoy, porque creo que –mirando la realidad global y la nacional- es una amenaza para los proyectos democráticos que ha logrado duramente, en forma embrionaria en muchos casos, la humanidad.

Lo que resulta muy evidente es que, en esta tendencia hacia proyectos de derecha –con una gran gama de opciones-, es muy difícil hacer una caracterización que las agrupe razonablemente.

Hay una nota en Página 12 que es un buen ejemplo de lo que digo, es un conjunto de ensayos y entrevistas reunidos en el libro Neofascismo:

Intelectuales advierten sobre el avance de la extrema derecha  (https://www.pagina12.com.ar/426651-intelectuales-advierten-sobre-el-avance-de-la-extrema-derech?utm_source=FB&fbclid=IwAR2IoVjSWcNEZCQgsEBUGv4RVI79o-xTREBRvmxD71A3QZvqNZmCrSOOuw8)

Se lee allí:

“Un libro de reciente publicación reúne una serie de ensayos y entrevistas que tienen como protagonistas a intelectuales como Judith Butler, Chantal Mouffe, Alain Badiou, Alvaro García Linera, Noam Chomsky, entre otros. Se llama Neofascismo, un nombre que es poco preciso para definir el amplísimo arco de la extrema derecha actual, pero sirve para ofrecerle al lector un marco de inteligibilidad. Un punto de partida. Decir de Bolsonaro que es un “neofacho” puede ser una inexactitud en términos de teoría política, pero casi todo el mundo entiende de qué se está hablando.”

Es cierto lo que dice, pero establecer puntos de contacto que nos permitan una comprensión de la situación es muy complejo. Trump, Bolsonaro, el caso húngaro, Milei, por dar algunos ejemplos, expresan una gran gama de modos y pensamientos difíciles de agrupar con coherencia.

La misma nota lo sintetiza así:

“La extrema derecha global asume una doble condición, desconcertante, por cierto: es un cambalache y avanza. Frente a una izquierda o centro izquierda acomplejada, a la defensiva, liberalizada, las fuerzas más reaccionarias crecen en su autoestima y encarnan, para millones de personas en todo el mundo, una ilusoria idea de “progreso”. En sus amplias reden conviven la Biblia y el calefón: los hay globalifóbicos, anti musulmanes, euroescépticos, xenófobos, anti derechos de las minorías sexuales, pro LGTB, ultra católicos, cristianos evangelistas, anti establishment, veneradores de la liberalización total de la economía, etc. La tendencia mayoritaria refleja un cambio de paradigma respecto de la extrema derecha clásica: la cuestión racial va perdiendo peso frente a las más diversas formas de la llamada “batalla cultural”.”

Esa expresión “batalla cultural” es clave, porque esa amplitud –difusa, en más de un sentido- permite que toda esa diversidad aparezca con una consistencia que no es real, aunque eso no disminuya los riesgos que suponen la llegada de alguno/a de ellos/as al poder.

Inclusive es complejo precisar cómo va a seguir el proceso: Milei, que logró algunas importantes convocatorias, ha aumentado en pocos días un 10% su imagen negativa, aparentemente a causa de sus desaforadas, casi cercanas a lo delictivo, declaraciones.

Creo que mucho de esto se da porque esta aceptación de la derecha se monta en el descontento –real, pero también fogoneado por los medios que actúan en función de intereses corporativos y de baja política- que se manifiesta en un gran porcentaje de los países del mundo.

En la nota que mencioné primero, se lee, en relación con EEUU y el libro En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente, “Tenemos que pensar que la expresión “las ruinas” refiere a algo que ya está viejo pero que, sin embargo, no terminó. Uso el término “ruinas” porque aún estamos viviendo en el neoliberalismo, el neoliberalismo no ha terminado, pero está en un proceso de decadencia. Muchas cosas se están derrumbando o arruinando. En el aspecto económico, el neoliberalismo dispersó y dislocó a las comunidades, las regulaciones estatales desaparecieron y muchas empresas locales fueron sustituidas por empresas globales. Todo esto redundó en que millones de personas en todo el mundo empeoraron su situación, quedaron en la precariedad. Nunca, desde la Gran Depresión, la clase trabajadora estadounidense había estado en una situación de tanta debilidad y con un futuro tan complicado. Estas son las ruinas económicas del neoliberalismo.”

Entonces, si fracasan los partidos políticos en darnos una forma de vida justa y deseable, si “22 hombres tienen más dinero que todas las mujeres de África”, tipos como Milei, que nos ofrecen soluciones incomprobables y sin sentido pueden aparecer como una alternativa viable.

Si no, no se puede entender que haya gente que se embandere en la anulación del Estado, en momentos en que la pandemia ha demostrado que los Gobiernos estatales –y no las corporaciones- son los que han permitido empezar a salir de la mayor tragedia sanitaria que ha vivido la humanidad.

Resulta difícil de entender que se defienda la desaparición de los controles cuando las corporaciones internacionales han abusado de sus posiciones dominantes para enriquecerse escandalosamente y no dudan en, por ejemplo, desforestar el mundo para ganar dinero.

En realidad, esta “liberalización” –casi paradojalmente, la palabra libertad y sus derivados aparecen a cada rato- en realidad no es mucho más que una regresión a etapas superadas por la humanidad. Por ejemplo, los blancos del interior de EEUU temen que van a llegar a ser minoría –la tendencia es esa- y se defienden como en el “Far West”.

Hay un rasgo que atraviesa a estos movimientos: un anticomunismo visceral y violento. Esto es irracional, no estamos en los ’50, no hay casi comunismo, y no hay proyectos geopolíticos que tiendan a establecer esta ideología en el mundo.

El mundo es capitalista, y sí hay proyectos de poder geopolítico, como el de la OTAN, o China, pero no tiene sentido utilizar –o darle valor- al anticomunismo como una bandera de lucha. Lo que sí está claro que esta idea ha sido fogoneada también desde más de un lugar.

Frente a esta situación, creo que es central que, quienes creemos en avanzar hacia un mundo más justo, con acceso a los derechos del hombre que permitan una vida que merezca llamarse así, tenemos que pensar en qué haremos para no seguir perdiendo frente a los poderes concentrados de las corporaciones y su aparato de comunicación.

En la primera entrevista, Wendy Gago responde a las siguientes preguntas:

“En el libro hablás de alimentar perspectivas de izquierda, ¿cómo podría repensarse una noción de libertad que no quede conjugada en términos de una libertad ingenua o rápidamente capturada en términos liberales y que, tampoco, sea absorbida por la idea de libertad que el neoliberalismo ha logrado acoplar con la de seguridad?

¿Cuál sería, entonces, la forma de libertad capaz de escapar a estas dos?

Lo más importante para lxs estadounidenses –y no creo que sea necesariamente el mismo desafío que afrontan brasileñxs, argentinxs o chilenxs, porque ustedes tienen una tradición más robusta en materia de socialismo y de democracia social, tanto en términos intelectuales, como en un nivel más popular– es que la izquierda pueda explicar y hacer circular, en términos muy sencillos, una noción de libertad que conecte con el corazón del socialismo. Una noción de libertad que incluya ser libres de carencias, ser libres de la desesperación y de la precariedad, ser libres del desamparo de no tener vivienda. “Libertad de”, pero también “libertad para”: libertad para realizar nuestros sueños, y no solo sobrevivir; libertad para elegir, no simplemente abortar o con quién dormir –que es importante–, sino también libertad para construir vidas, construir comunidades y mundos en los que todos queramos vivir. Si no trabajamos inmediatamente en la resignificación de la libertad, para hacer de ella un concepto que afirme las visiones de la izquierda, para alejarla de esa clase de iteración libertaria, agresiva, antisocial y antiestatal, perderemos esta batalla.”

La investigadora va más allá, y propone estrategias de acción política y social para ganar la batalla:

“Los movimientos sociales de izquierda, los populismos de izquierda no pueden permitir que toda la energía de los movimientos sociales sea desviada hacia política legislativa y electoral, donde sería neutralizada y diluida. En lugar de eso, los movimientos tienen que volver a las calles, tienen que volver a la organización y a organizar a la gente que todavía no participa. Por ejemplo, la población latinx a lo largo de la frontera de Texas, que apoyó fuertemente a Trump –en parte, porque son familias de segunda y tercera generación que, en muchos casos, trabajan para ICE, nuestra agencia de deportación, o son emprendedores, o tienen negocios por cuenta propia– fue organizada y movilizada por el Partido Republicano, apelando a la idea de libertad, a valores sociales conservadores y al miedo a lo que los demócratas les iban a hacer. Mientras tanto, los movimientos sociales y el Partido Demócrata ni siquiera se les acercaron. Los movimientos sociales necesitan crecer, tienen que salir de sus burbujas, salir a organizar. Hablo de la organización convencional, del tipo de organización que sale de Facebook y de las redes sociales y va al encuentro de los seres humanos en sus barrios, en sus casas, en sus comunidades, donde éstas personas viven y, movilizándolas por mundos mejores, se vuelve parte de esas comunidades. Si esto no pasa, los movimientos sociales seguirán siendo un estímulo eficaz para la política electoral, pero no van a tener realmente poder para hacer valer sus demandas, ni van a crecer más allá de la población básicamente urbana a la que ya llegan hoy.”

Esto vale, aunque no sea la única posibilidad de acción política, y lo hemos visto en Chile. Sería impensable que Boric hubiera llegado a la Presidencia y se hubiera avanzado en la reforma constitucional, sin la lucha –dura y sangrienta- que dio el pueblo chileno en las calles.

Ahora bien, el ejemplo de Chile sirve también para demostrar lo que dije antes: las calles sirvieron para llegar al Gobierno, pero no alcanzan para gobernar: ahora es la política la que debe consolidar un poder rodeado de acechanzas de los fuertes sectores de la derecha chilena, con sus apoyos extra nacionales.

Hay que derrotar al fascismo, cualquiera que sea su versión, con militancia, organización social y acción política.

Esto vale para Argentina, aunque estemos en medio de situación muy crítica, pero llena de posibilidades hacia adelante:

  • el manejo de la pandemia (aunque hay que lograr que los cuatro millones de argentinos/as que tienen una sola dosis se vacunen);
  • la recuperación económica que ha hecho crecer el empleo (aunque la pobreza amplificada por la inflación sea terrible aún);
  • el desarrollo científico tecnológico que nos permite crecer, y producir elementos para mejorar la vida y la economía de nuestro país, y también exportar productos de alto valor agregado;
  • la disponibilidad de riquezas naturales: alimentos, combustibles, minerales altamente requeridos en el mundo de hoy (esto se valoriza más con lo del punto anterior);
  • los avances en el reconocimiento y desarrollo de políticas adecuadas de los Derechos Humanos, tanto individuales como sociales (a pesar de todo, somos un país de avanzada en este tema);
  • las organizaciones de la sociedad, muchas surgidas por las crisis, como la del 2001, y que son garantía de que hay ámbitos de la vida que tendrán que ser respetados, inclusive por los Gobiernos.

Gago desarrolla algo que ya hemos mencionado: el fascismo medra en el desencanto social.

“Porque muchas de estas personas de las que he estado hablando, que viven en la precariedad, sienten que la libertad es lo único que les queda, es lo único que creen tener. Se sienten abandonadas y desechadas; con tantas cosas que pasan en el mundo, se sienten bombardeadas por poderes que no comprenden; sienten que son objeto de desprecio por parte de un mundo más sofisticado; y se aferran a eso que llaman libertad, pero nosotrxs tenemos que resignificar esa libertad. La libertad tiene que cifrar no solo solidaridad social y bienestar social, sino también la capacidad de vivir vidas en un ambiente sostenible y protegido que hoy está en un tremendo peligro. Este es el modo en que nos concierne la libertad.”

Esa sensación de precariedad es muy contagiosa, y los medios la aumentan persistentemente: recordemos la cantidad de notas y entrevistas relacionadas con la gente que se va o quiere irse de país. Tal vez hayan disminuido un poco ahora, porque están dedicados a la escasez de gasoil, pero es difícil para nuestra clase media urbana mantener la esperanza con este bombardeo de noticias desalentadoras.

No hablo que se escondan los problemas, pero también pasan cosas positivas en nuestro país y en el mundo, y conocerlas ayudaría a sobrellevar la dura realidad argentina.

La lucha contra el fascismo y el neoliberalismo que le ha abierto –y lo sigue haciendo- el camino al fascismo, es una lucha por un humanismo contemporáneo que asuma todos los avances de la humanidad y proponga una vida mejor, más igualitaria y justa, para la mayoría de las personas.

TENEMOS QUE TENER UN LUGAR EN ESA DURA LUCHA, SI ES POSIBLE EN LA PRIMERA LÍNEA DE COMBATE, PORQUE NOS JUGAMOS TODO: LO QUE TENEMOS Y LO QUE NOS FALTA.

#neoliberalismo # fascismo