MÁS LIVIANO QUE EL AIRE DE FEDERICO JEANMAIRE POR ADOLFO ARIZA

MÁS LIVIANO QUE EL AIRE DE FEDERICO JEANMAIRE POR ADOLFO ARIZA

Me encontré un libro sin leer en mi biblioteca, una vez más (hubo una etapa de mi vida que estuve con otras actividades y leí muy poco).

Cuando miré la contratapa, me llamó la atención el comienzo: “Una anciana de 93 años mantiene encerrado en el baño de su casa a un adolescente que la abordó en la calle para robarle.” Me interesó cómo habría hecho el autor para construir una buena novela con ese formato, a la que se otorgó el Premio Clarín de Novela 2009, por lo demás.

En ENTREVISTA FEDERICO JEANMAIRE ESCRITOR (https://www.clarin.com/ediciones-anteriores/corazon-libro-gano-premio-clarin-2009-autor_0_Bk_XB_0TKg.html), el autor cuenta cómo le llegó la idea de la que nace la novela :

“Es el gran origen de todo el texto. Hace muchos años mi tarea en la Biblioteca del Congreso, donde trabajo, era microfilmar diarios. Me encontré con una historia impresionante de una señora tucumana, que tenía siete hijos, y para el Centenario sale a volar en globo, cae en el Río y muere.”

Como este hecho fue la etapa final de la vida de la madre de la anciana (Delita la llama ella) que le cuenta al adolescente a través de la puerta del baño, y que es una narración dentro de la narración.

Este formato narrativo es lo que en Wikipedia se define así: “La narración enmarcada o relato-marco es una técnica literaria que consiste en la inclusión de uno o varios relatos dentro de una narración principal.”

No es novedoso, aunque hay diferencias con ejemplos muy famosos, como los relatos incluidos en el Decamerón de Boccacio, o más cercanamente, el del Viejo Vizcacha en el Martín Fierro de Hernández.

La historia de Delita, la madre de Rafaela, la anciana mencionada, no es una narración breve, y es el centro de la presentación de la situación de la mujer en el primer cuarto del siglo XX, y que, en más de un sentido, no ha cambiado aún.

Así se lo cuenta al adolescente:

“¿Qué era lo que había pasado con Delita? Ése es el asunto que quiero contarle. Paciencia. Ya mismo voy ahí. No, no. Lo que le vengo diciendo hasta ahora no es ninguna pavada. Era necesario. Si no, después, usted no va a entender nada. Delita quería volar. Pero no es que quería tirarse desde un techo o desde la ventana de un cuarto piso. No como un pájaro, quiero decir. Lo que ella quería era subirse a un avión. Y no subirse como pasajera o como acompañante, no, lo que en verdad quería mi madre era pilotear un aeroplano, así se llamaba a los aviones en aquel tiempo. Usted se imagina: mil novecientos dieciséis y una joven y bella mujer de la alta sociedad porteña que pretende pilotear un avión. Era imposible. Perfectamente imposible. Si la mujer era apenas algo más que un animal doméstico. Un animal antipático pero necesario. Necesario para la reproducción de la especie o el mantenimiento de las fortunas familiares o la satisfacción de los deseos masculinos más bajos.”

Nunca escuchamos al adolescente encerrado sino a través lo que cuenta Lita (el chico la llama así, según ella):

“Era preciosa, Delita, eso decían todos los que la conocieron. Y tan joven. Delita, mi madre. No, por favor. Yo lo escuché gritar un rato larguísimo, sin molestarlo, desde la mesa de la cocina, y ahora usted, apenas comienzo, me vuelve a interrumpir. Creí que habíamos llegado a un acuerdo. Está bien. No es que fuera un acuerdo. Pero al menos pensé que me había entendido, que después del desahogo de gritos y de golpes contra la puerta con el que me torturó mientras tomaba el té, me iba a dejar contarle lo que quería contarle sobre mi madre. Sí, por supuesto. Usted me escucha, aprende, y listo, ya está.)

Lo había encerrado con una treta cuando el chico le pedía las cosas valiosas que pudiera tener en la casa, en defensa propia, pero después quiere ayudarlo, rescatarlo de la vida terrible que llevaba en la villa donde vivía hacinado con su familia, quiere enseñarle los que para ella es una vida mejor. O sea, una vida de un chico de clase media: conseguir un trabajo, una novia, formar una familia, que es lo que ella no había tenido, por los egoísmos de la familia y la sociedad de esa época.

En la misma entrevista de antes, Jeanmaire explica sus objetivos al escribir la novela:

“Me impresiona el salto llamativo que ha hecho la mujer en el siglo XX, de no ser nadie a ser mucho más que el hombre en muchos casos. En la historia de la aviación se ve el esfuerzo de la mujer por decir: “yo también puedo morir por algo que me interesa”. Con esa sola historia quería hacer una novela. Hasta que, hace un par de años, decidí que quería escribir sobre la realidad. Tuve la idea de la novela e incluí también este relato. Eso explica por qué la protagonista tiene 94 años, porque es la historia del siglo XX. El título “Más liviano que el aire” alude al deseo de la mujer. El libro juega con lo liviano que es el deseo de la mujer, pero en realidad no tiene nada de liviano. Es una manera de decir lo obvio desde un costado oblicuo. El libro cuenta el camino que hace la mujer a lo largo del siglo XX, que no tiene nada de liviano.”

No es el único aporte crítico del autor a la sociedad que aparece en la novela:

“Planteás una cuestión de clase entre la vieja de una familia aristocrática y un chico marginal. ¿Qué peso tiene lo social en tu novela? Mucho. Durante mucho tiempo yo iba de bar en bar para escuchar hablar a la gente y ver cómo era su relación con las palabras y con los demás. Es muy interesante ver cómo la gente se pelea por tener el control de la conversación. No dialoga, monologa. En la novela se juntan dos polos opuestos: ella es lo más viejo que se puede ser y él, lo más joven. Y no hay diálogo. Mi manera de exhibir esa incapacidad de diálogo es que la palabra del chico nunca aparece. Eso tiene que ver con que la señora viene de la clase que ha tenido el poder en la Argentina y tiene el poder del discurso. “

Debo confesar que comencé a leer la novela con cierto escepticismo. Desde mi experiencia de lector y profesor de Literatura me parecía difícil producir un relato que mantuviese tensión e interés con este monólogo – diálogo en un espacio tan limitado, sin casi acción posible. Sin embargo, la leí con interés porque – a pesar esas “limitaciones, incluidas las de los recursos literarios-  en ese lapso de cuatro días desde el 29 de noviembre hasta el 2 de diciembre están contenidos cien años de vida argentina, y los ochenta años de diferencia entre la anciana y el chico.

Como la anécdota de la tucumana del globo, también Lita y el chico –Santi- tienen referencia en la realidad. En https://www.clarin.com/ediciones-anteriores/corazon-libro-gano-premio-clarin-2009-autor_0_Bk_XB_0TKg.html , se cuenta:

“Se propuso encontrar a los personajes en su propio entorno. Tenía que verlos, sobre todo a la mujer. Por suerte encontró a una vecina de 93 años que contaba con los atributos físicos del personaje: salud, fortaleza física y, quizás, un antiguo brillo en la mirada de esos que dicen “vos y cuántos más”. Así nació Rafaela, o Lita. Una señora de barrio que tiene 93 “para 94”. Un día, un ladrón la apunta en la espalda con el filo de un cuchillo cuando está entrando a su casa y le dice que entre y le dé todo el dinero que tiene.”

Pero no son solo esos elementos de la sociedad los que se manifiestan en la novela. En la misma entrevista se lee: “A mí lo que me interesa es lo solos que vivimos todos y lo difícil que nos resulta comunicarnos, y que es esa soledad la que termina por generar violencia”.

Eso está representado por los personajes de la novela, que no se pueden ver, solo comunicarse a través de una puerta maciza, y el desenlace de la narración es la demostración de esa afirmación.

Podría creerse que es una novela de tesis, en las que predomina la idea sobre la acción. En este tipo de relato hay un intento de enseñar y dejar conclusiones teóricas con la narración. Generalmente hay un manejo de los personajes para llegar a resultado preconcebidos, pero no es así, o no lo parece, y gran parte de la habilidad narrativa de Jeanmaire es justamente que nos metamos en la novela por interés narrativo, no intelectual.

Este Licenciado en Letras y profesor en la Universidad de Buenos Aires logra una novela muy atractiva. Pensemos en lo que dijo Saramago, miembro del jurado que seleccionó la novela para el premio Clarín. “Más liviano que el aire, la novela ganadora, “habla de la vida contemporánea donde el bien y el mal comparten una frontera difusa.” Esa frase lo emocionó al autor porque reconoció que había comprendido perfectamente el sentido de la novela.

En algún momento, el autor dijo: ““Más liviano que el aire no ha dejado de estar presente”. Es cierto, de ahí también la actualidad de la novela: el contexto, los personajes, se sienten con realidad y vida. También colaboran con esto los recursos literarios: el monólogo que enmarca un diálogo que no escuchamos le da valor teatral al relato. A través de él conocemos el pasado, el presente, lo historia de Rafaela y su familia, la vida del adolescente en la villa.

LOS INVITO A LEER LA NOVELA, ES UNA NARRACIÓN NOVEDOSA Y POTENTE.

FLOREROS DE ALABASTRO, ALFOMBRAS DE BOKHARA ANGÉLICA GOROSDICHER POR ADOLFO ARIZA

FLOREROS DE ALABASTRO, ALFOMBRAS DE BOKHARA ANGÉLICA GOROSDICHER POR ADOLFO ARIZA

Angélica Gorodischer falleció el 5 de febrero de este año en Rosario.

Fue una gran escritora argentina, pionera del género de ciencia ficción.

Tenía dos libros de ella sin leer en mi biblioteca: A la tarde, cuando llueve (Emecé, 2007), una preciosa auto recopilación de citas propias, sobre todo de charlas y conferencias, y esta nouvelle magnífica.

Cuando vi la noticia de su muerte, miré estas obras, y elegí la novela para hacer una entrada en mi blog, primero como homenaje póstumo, avergonzado homenaje por haberla ignorado, segundo, porque me enganché totalmente en su lectura.

Floreros de alabastro; alfombras de Bokhara ganó el Premio Emecé 1984-85, otorgado por unanimidad por un jurado integrado por María Esther de Miguel, Basilio Uribe y Geno Díaz.

“. Y por último, Gorodischer describía un grupo de “locas de la guerra” en el que figuraban, entre otras, Sara Gallardo, Griselda Gambaro, Luisa Valenzuela, Olga Orozco y Leda Valladares, y en el que humildemente esperaba poder ser incluida alguna vez.” (https://www.lanacion.com.ar/cultura/con-la-libertad-de-la-locura-nid220295/).

No solo debe de ser incluida, sino destacada como figura relevante, y ese sello de “loca de la guerra” se manifiesta en esta novela.

Leemos en La Nación un párrafo que demuestra lo anterior:

“Por supuesto, la aspiración “a figurar algún día” en ese grupo era un gesto de modestia o de inconsciencia saludable: al menos desde una década atrás, y aunque no gozara todavía del reconocimiento del gran público, Gorodischer era considerada internacionalmente como la más grande narradora de ciencia ficción y fantasía junto a la estadounidense Ursula LeGuin, consideración que su saga Kalpa Imperial (1983), uno de los libros más grandes y peor apreciados de su tiempo, confirmaría para siempre.”

Floreros de alabastro; alfombras de Bokhara es una novela que sorprende permanentemente, ya sea por el modo de narrar, una variante muy personal de la narración en primera persona, o por el uso “alocado” del género narrativo teñido permanentemente por sus opiniones sobre la sociedad y la historia y su vida personal (por ejemplo, los roles del hombre y la mujer, el gobierno del Proceso, México, Argentina).

Todo pasa por su subjetividad, que tiñe todo, sobre todo con un humor ácido, pero agradable.

La autora ya anuncia lo que es su novela en la contratapa:

“Nada es lo que parece en Floreros de alabastro, alfombras de Bokhara: ni las plácidas señoras burguesas, ni los doctores en ciencias políticas, ni las chicas de barrio, ni los magnates del petróleo. Ni los gatos. Sobre todo los gatos que, si bien se los mira, tienen un sospechoso aire de Sigmund Freud en sus peores momentos.

“Aquí sólo se puede confiar en el humor, en México, en la augusta sombra del maestro Chandler deslizándose entre los párrafos. ¿Quiere un consejo? Apártese rápidamente: esto más que un libro es una alfombra mágica”, dijo Angélica Gorodischer”.

No sería mala idea analizar la novela desde esa metáfora de alfombra mágica, porque en más de un momento sentimos que viajamos en una narración imprevisible.

Podemos definirla como una novela policial, cumple con los requisitos de este género, pero en la realidad no deja de ser una excusa para armar una ficción en la que es muy difícil anticipar lo próximo que sucederá.

ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LA TÉCNICA NARRATIVA

La novela tiene una narradora protagonista. Esto significa que es un doble personaje: el que narra y el que participa de la acción.

Esta protagonista nos cuenta lo que piensa, siente y lo que percibe sensorialmente. En muchos momentos, lo primero es el centro de la narración de una manera muy particular, porque lo hace hablándonos, de un modo muy familiar, como si fuéramos compañeros de viaje.

Es una argentina que podría ser una turista como nosotros/as, quejándose de que en México no hay bidets (comparto totalmente la opinión).

De esa manera nos cuenta sus andanzas, en las que inesperadamente aparece como una experta espía que escala paredes de mansiones.

Muchas veces nos sentimos dentro de su mente, escuchando sus monólogos internos, o diálogos con el lector, y, por lo tanto, viviendo intensamente la acción.

Se hace necesaria hacer una mínima presentación de esta protagonista a la que nunca conocimos el nombre.

Es una señora cincuentona, porteña, que adora a las plantas y a sus hijas, y que recibe una tarde una visita inesperada, que rechaza descortésmente en primera instancia: el Dr. Marcelo J. Kerr. Por la conversación con él nos damos cuenta de que en su juventud había participado en operaciones clandestinas a favor de los aliados. Kerr es parte de una desconocida organización secreta, y le propone una misión: ir a la ciudad de México con el objeto de trabar amistad con un tal Teodoro Félix Pedro Brülsen, millonario argentino, para investigar sus actividades.

No daré más datos sobre la historia narrada, solo agregaré que ella termina aceptando la propuesta que le ofrece Kerr por los U$D 100.000 que le van a pagar, más todos los gastos. Justamente, la protagonista dice que esta importante cantidad de dinero le permitirá adquirir los floreros de alabastro y las alfombras de Bokhara que dan nombre a la novela.

Es una mujer culta, de ideas revolucionarias, y todavía capaz físicamente de desempeñarse con eficiencia en una riesgosa aventura que vamos conociendo junto con ella, aunque ni así tendremos en claro qué se investigaba, ni anticipar el desenlace, en el que la autora deja el género policial, hacia otro casi de novela rosa.

A Gorosdicher no le interesa atenerse a un género. El policial (si bien lo conoce bien, ya que su primer intento literario en 1964 fue un cuento policial (En verano, a la siesta y con Martina)) que ganó un segundo premio en un concurso de la revista Vea y lea) es un formato inicial en el que ella se mueve sin ningún prejuicio, dejándose llevar por su manera de sentir la narración. Incluso ella misma reconoce su incapacidad de sujetarse a la lógica interna del cuento policial, más allá de que usa varios clichés bastante comunes en las novelas policiales. Todo esto le da un tono paródico a la novela, como para que no la tomemos demasiado en serio.

“-Un amigo mío, Carlos Trillo, una vez me dijo: “Sos una escritora atípica”. No sé si es cierto, o si es un poco de orgullo. Ese me gusta.” (Entrevista hecha en el invierno de 2007, en el marco del ciclo de Sylvia Iparraguirre “La literatura argentina por escritores argentinos”, una serie de 24 conferencias en la Biblioteca Nacional.)

Lo es, y se propone serlo en cada momento de la narración.

He leído algún comentario sobre la novela que la cataloga como un policial negro, o sea un subgénero que introduce aspectos más oscuros, violentos, en el que el investigador corre riesgos; hay momentos de la acción que podrían analizarse dentro de este subgénero, pero no alcanzan para definir a toda la novela. Son un ejemplo más de lo que dije arriba: son parte de un juego permanente de la autora, que nos hace pensar que las cosas van a seguir por un camino, para sin transición, saltar a otra cosa.

Para eso usa los subgéneros, que le dan mayor libertad.

Entre todos esos juegos, aparecen los filosos comentarios (de Gorosdicher porque en esos momentos ella es la señora cincuentona); por ejemplo, sobre las diferencias de poder entre hombres y mujeres, o en las acciones (positivas y/o negativas) de las personas en el poder y o gobernantes corruptos.

En Una entrevista a Angélica Gorodischer (https://www.pagina12.com.ar/400564-una-entrevista-a-angelica-gorodischer) dice: “Yo escribo”, decía, y lo hacía con una imaginación enorme (“yo no investigo”), humor, gusto por la acción y la experimentación: que la escritura vaya por algún lado raro y se caiga al precipicio.”

Está claro, y hay que tenerlo en cuenta, al abrir Floreros de alabastro; alfombras de Bokhara.

Más abajo leemos:

“Su nombre también está asociado al feminismo, por el que militó y trabajó muchísimo, dio centenares de conferencias: una de las crónicas de estos días detallaba que en su biblioteca había un cartel con la inscripción “el futuro es mujer”.”

“Dirá Gorodischer: “Hay mujeres que tienen éxito y son muy nombradas. Lo que no tenemos ni llegamos a tener nunca es el prestigio de los varones”.”

Sus críticas están basadas en la realidad, y son punzantes y prácticas, pero no tiene intención de caer en polémicas, sino marcar lo que pasa en la sociedad. Le molestan las novelas ideologizantes (de acuerdo total); si quiere demostrar algo, escribe un panfleto o un ensayo o da una conferencia.

De la misma entrevista saco un comentario más, porque no deja dudas de vida como escritora:

“Pero yo pienso que he ido haciendo un camino, con altos y bajos. Si me preguntaran qué clase de camino diría que no es una autopista; más bien es una especie de camino rural, bordeado de árboles. Mejorado, ni siquiera pavimentado. Y con muchas plantas alrededor. Con curvas, idas, venidas. Por ahí sube, por ahí baja un poquito.”

Se siente hermanada con Balzac, Borges, Virginia Woolf, Armonía Somers y Clarice Lispector, entre otros, lo que nos hace ver que también en sus lecturas buscó autores diversos. Ella lo tiene claro cuando dice:

“Y me gusta esa cosa del hecho psicoanalítico: una cosa sale de otra, parece no tener nada que ver con la primera, y sin embargo están íntima y secretamente imbricadas. A veces me pregunto si la misión del escritor no será esa, encontrar hermandades y relaciones entre cosas que aparentemente no tienen nada que ver. Esa búsqueda me gusta.

Trafalgar Medrano es un buen ejemplo: un tipo que se va de viaje de negocios interestelares y luego cuenta sus aventuras en un bar rosarino.”

¿A quién elige de los autores de ciencia ficción?

A Borges, claro.

Está claro el peso que tiene lo oral en la novela: la protagonista nos habla, y habla todo el tiempo, pero, no es casual porque es de oír y guardar, no solo frase y palabras, sino modalidades de la voz, y usarlas al escribir, dejándolas que aparezcan libremente.

Para terminar porque creo que lo escrito alcanza para demostrar que vale la pena leer esta novela, y otras de Gorosdicher, copiaré un fragmento en el que describe lo que ve en la casa del que hombre al que va a espiar para descubrir en qué anda (de noche, saltando paredes y esquivando guardias).

“Planta baja y un piso. Escalera de mármol con pasamanos de madera y bronce, estatuas de efebos y doncellas sosteniendo lámparas de varias luces, enormes jarrones Ming o Tang o Sèvres o Talavera o Coyotepec, no sé ni me interesaba ni pondría yo esas cosas flanqueando las puertas de mi casa ni bajo las escaleras. Techos que sí envidié, artesonados, molduras, gargantas de luz. Cuadros, alfombras, un patio andaluz escondido en un entrepiso, y todo un poco polvoriento y casi abandonado. Qué coleccionaría este hombre. Barcos en botellas: acababa de ver dos sobre una mesa con tapa de mármol. No. Abanicos: uno en un marco dorado con cristal biselado y esquinas de bronce, otro en un atril, dos más en una vitrina en la que también había sombrillas y bastones. No, tampoco. Cuadros, eso era. Coleccionaba cuadros. Momento, por favor, ésos no eran cuadros.

Iconos. Coleccionaba iconos.”

Creo que es un ejemplo suficiente para demostrar lo que he escrito más arriba. SOLO FALTA LO OBVIO: LÉANLA, VALE LA PENA.

OLIMPIA DE BETINA GONZÁLEZ POR ADOLFO ARIZA

OLIMPIA DE BETINA GONZÁLEZ POR ADOLFO ARIZA

Es una novela misteriosa.

No es casual, porque es parte de lo que la autora busca: “Lo que a mí me pasa como escritora no es tanto pensar que los humanos aprendamos de los animales, sino que los animales me parecen un gran misterio. Y creo que la literatura y la poesía tienen que recuperar esa cualidad misteriosa del mundo.” (https://www.lavoz.com.ar/numero-cero/betina-gonzalez-la-literatura-tiene-que-recuperar-la-cualidad-misteriosa-del-mundo/).

De ese mundo misterioso de lo animal y lo humano, entremezclados (¿son dos mundos?), con fronteras difusas, trata Olimpia.

Es una novela corta, Betina González habla de nouvelle como el formato narrativo necesariopara construir su historia como ese montaje de escenas cortas al que aspiraba.

Me pasó algo poco habitual con su lectura: podría haberla leído de una vez o dos, pero por líos personales la empecé y la dejé varios días, lo que me volvió a pasar en el segundo intento. En ambos (y en el tercero y definitivo también) tuve que hacer una relectura rápida porque me costaba recordar el hilo de las diferentes cosas que pasaban. Eso tiene que ver con esta estructura de la que hablo, y con los mundos que están atrás.

A la autora le interesa la ciencia como materia narrativa, y Olimpia es una novela de ciencia, sobre un experimento seguido paso a paso. Así lo dice “Creo que las escritoras de ficción compartimos con quienes hacen ciencia varias actitudes: curiosidad por los caminos posibles y los que se descartaron; el juego de ensayo y error; la experimentación y, sobre todo, esa ola en la mente —una combinación de emoción y pensamiento— que marca la chispa de la invención.” (https://www.infobae.com/cultura/2021/09/15/olimpia-lo-cientifico-como-energia-narrativa/).

En la novela el científico es Mario Ulrich, que ha heredado una fortuna y tiene una gran casa junto al río en la que realiza un experimento al que dedica su vida con fanatismo. Su esposa es Lucrecia, una chica que se ha dedicado a los saltos ornamentales en cuerpo y espíritu, y que va a participar del experimento hasta cambiar su vida y comprensión del mundo.

¿En qué consiste este experimento?

“Criar al hijo que han concebido junto a una mona, la Olimpia del título, sin hacer diferencias, como si fueran hermanos, para indagar qué hay de cierto en la idea de que lo que llamamos humano es un añadido al sustrato animal que la sociedad modela, para llevarlo a un nivel que nos distingue de las bestias.” (La Voz)

Así aparece Olimpia, que no puede hablar, pero que tiene medios de comunicación y que evoluciona en el transcurso de la novela, aunque no sepamos bien qué terminó siendo.

“-Es perfecta-dijo Lucrecia desde la escalera. Iba en camisón y tenía a Blas en brazos. Acababa de sentir el llamado de la mona, una conmoción de la sangre galopándole en los oídos, un calor o un vacío en el estómago tan fuerte que en ese mismo momento se le ocurrió su nombre: Olımpia.”

Pero no son las únicas voces y visiones de mundo que aparecen en la narración: Carmen, una señora que trabaja desde siempre en la casa donde el matrimonio vive, y que maneja como si fuera suya, porque quiere que nada sea cambiado en ella (aunque esa actitud se modifica con el correr de la novela). Se agregan la enigmática Esmeralda, una chica de ideas anarquistas que se incorpora al trabajo doméstico, un cazador muy particular, Juan Averá, que vive de conseguir animales con los que tiene una relación muy especial y que es capaz de venganzas pacientes, como lo demuestra en la obra. Finalmente, está Amarillo, un perro con el que han experimentado quitándole un pedazo de cerebro, y que se transforma en otro animal, “un lobo amarillo”, pero que no actúa como lo hacen los perros comunes y piensa (sí, así se narra en la obra).

La autora cuenta así la génesis de la obra:

“Sé que Olimpia arrancó mucho antes de sus primeras líneas, a lo mejor con mis dos libros anteriores. Siempre me habían interesado las historias de niños salvajes, chicos que sobrevivían al abandono o al accidente gracias al cuidado de los animales. Aunque hay ejemplos muy antiguos en los mitos como el de Rómulo y Remo, es el siglo XVIII el que se llena de estas historias en las que la sociedad asiste al rescate de estos seres exhibidos en ferias científicas y en las cortes europeas para luego transformarse en la incomodidad particular de algún noble que no sabe qué hacer con ellos. Descubrir que la mayoría de esos casos de niños ferales eran fábulas salidas de una filosofía obsesionada con probar el valor de la cultura y la supremacía de “lo humano” no me decepcionó. Al contrario. Hay una historia de las ideas que se cuenta sola en cada niño feral, igual que en cada fantasma que se aparece a los vivos y en cada objeto volador no identificado que cruza nuestro cielo.” (Infobae)

Cuatro años demoró en producir esta novela de 211 páginas. Vio películas, leyó libros de historia, filosofía y psicología. Trabajó sobre el feminismo, el anarquismo. Estudió sobre los perros, y algunos otros temas.

Ubica la novela en la década del 30 del siglo pasado y justifica así su elección:

“–Porque fue una época violenta en términos políticos y la narrativa no estuvo exenta. Ya Leopoldo Lugones había construido una ficción fantástica en torno a los monos y la animalidad. También emergen Horacio Quiroga y sus cuentos, tan geniales como perturbadores.” (https://www.clarin.com/cultura/betina-gonzalez-escritora-resuena-bordes-cultura-buscas-historias-cierran-_0_nteH-JlFx.html)

De hecho, hay una relación concreta con Yzur, un cuento de Las fuerzas extrañas de Leopoldo Lugones, sobre un mono que puede hablar, pero que no lo hace para que no lo esclavicen.

Ulrich busca reproducir un experimento del científico Winthrop Kellog (propio de esa década que menciono), que hizo una serie de experimentos con una mona y su propio hijo intentando averiguar qué separa a los animales de los seres humanos. Quería averiguar si, dado que la adquisición de lenguaje era el rasgo distintivo de las personas, esa mona podía aprender a hablar dadas ciertas condiciones.

Es la inversión de lo que les pasó a los niños ferales, aunque no sepamos bien qué hubo de verdad y falsedad en esas historias.

Lo hizo con Olimpia, la mona, y Blas, su pequeño hijo.

Lo que sucede es lo imprevisible que subyace en la experimentación científica:

“–Lucrecia empieza a encontrar un rol maternal pero animal, conectando con su cuerpo. En el vínculo con la mona, reconecta con su animalidad y con su vitalidad, de alguna manera. Me parece que eso es parte de lo que implica abrirse al misterio del animal. Y nosotros también somos animales, atravesados por la cultura, pero seguimos teniendo esa posibilidad. Algo que, me parece, le envidiamos al animal es esa capacidad de vivir en el presente.” (LaVoz)

La novela es una búsqueda en las preguntas que se le ocurren a la autora sobre lo animal y lo humano. Más que respuestas aparece lo que la narración y los personajes van construyendo, sin que Betina se lo proponga. Por ejemplo, Amarillo es una especie de Frankestein que le dio una suerte de voz al animal.

Lo que sí pone la autora es su visión de la época y de sus características, no solo del momento en que se desarrolla la novela, sino también de la actualidad y del pasado.

“Es decir, la dominación de género es anterior a la esclavitud como sistema. Es el mismo discurso de la supremacía de lo humano. Y sabemos que detrás de esa supremacía está el varón blanco heterosexual como modelo.” (Clarín)

No estoy seguro de las ventajas de contar con tanta información como la que hay sobre Olimpia, sobre todo cuando es la misma autora la que la aporta. Espero haber logrado una nota consistente.

Podría desarrollar más temas sobre la novela. Pero eso excedería el sentido de este blog, que solo intenta acercar a los lectores elementos que colaboren en la lectura.

Lo que sí, la novela merece ser leída, y tal vez releída, porque no siempre todo lo que encierra la narración aparece a la primera vez, pero es una obra muy interesante de una escritora profunda y reflexiva, y que sabe narrar.

¿De quién hablo?

Betina González

Nació en Villa Ballester, en 1972. Es una escritora multipremiada. Ganadora del Premio Clarín Novela 2006 con “Arte menor”, publicó también el libro de relatos “Juegos de playa”, ganador del Segundo Premio Fondo Nacional de las Artes en el mismo año, y “Las poseídas”, que en 2012 recibió el Premio Tusquets de Novela, y podría seguir.

Trabaja como profesora de Escritura y de Semiótica en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Nueva York en Argentina (vivió muchos años en EEUU y es bilingüe).

Espero que este comentario les sea útil para su lectura.

LAS AVENTURAS DE LA CHINA IRON DE GABRIELA CABEZÓN CÁMARA POR ADOLFO ARIZA

LAS AVENTURAS DE LA CHINA IRON DE GABRIELA CABEZÓN CÁMARA POR ADOLFO ARIZA

Es la primera obra de esta autora que leo. También me la recomendó mi hija, pero anduvo dando vueltas por mi escritorio un par de meses, porque siempre hubo urgencias.

No es una escritora nueva, aunque yo no la conociera, ni sin fama. Veamos:

Gabriela Cabezón Cámara (San Isidro, Buenos Aires, 4 de noviembre de 1968) es una escritora y periodista argentina. Se la considera una de las figuras más importantes de la literatura latinoamericana contemporánea, además de ser una destacada intelectual y activista feminista.

Ha publicado dos novelas: La Virgen Cabeza y Las aventuras de la China Iron, cuya versión en inglés fue nominada al prestigioso Premio Booker Internacional. Entre las principales influencias que definieron su vocación y estilo, Cabezón Cámara ha reconocido a Patricia Highsmith, Rodolfo Walsh, Nestor Perlongher y Osvaldo Lamborghini.

Trabajé mucho en mi etapa de la F. F. y Letras sobre el tema de la gauchesca dentro del contexto de la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX. También estudié el tema de Civilización y barbarie a partir de Hernández y Sarmiento. O sea, que de lo que habla la novela de Cabezón Cámara me era muy conocido y trabajado. No por ello me resultó menos sorprendente su narración.

Es una novela de menos de doscientas páginas, pero de una magnitud literaria enorme. Es como el cofre que llevaba en la carreta la inglesa con la que se va la China por la pampa, que parecía un pozo insondable del que nunca terminaban de salir objetos, muchos casi maravillosos.

¿QUIÉNES SON LAS PROTAGONISTAS?

Son dos mujeres: la China Iron (la joven mujer de Martín Fierro, que quedó sola cuando a Fierro se lo llevaron en una de las levas que hacía el Gobierno para arrear gauchos a los fortines de la frontera con los indios) y Liz, una escocesa que busca a su marido, que también había sido levantado en una leva.

La China (con mayúscula), o Josephine Star Iron (como la llamó Liz (Iron por Fierro, y Star porque le hubiera gustado llamarse Estreya, como su perro)) o Tararira, nombre que se da a sí misma en el final de la transformación de su vida ya en el mundo del río Paraná, es la muchacha solo mencionada como la china en el Martín Fierro, quien la había ganado en una partida de truco cuando tenía solo solo doce años.

Ella no busca a Fierro como Liz busca a su marido, al contrario, está escapando, incluso ha abandonado a sus hijos en el pobre rancho en que vivía, dejándolos a cargo de una pareja de viejos.

Las dos comienzan un viaje de exploración por la pampa argentina de finales del siglo XIX: van en una carreta tirada por bueyes, con el perro de la China, Estreya, y un gaucho medio indio, astuto y leal, llamado Rosa (Rosario).

Se hace necesaria una primera consideración técnica: es un relato de viaje.

Este es un género literario en el que el autor escribe acerca de uno de sus viajes, de las personas que en él ha encontrado o conocido, de las emociones sentidas o aquello que ha visto o aprendido. Puede estar basado en hechos reales o ser una construcción especulativa o ficticia, pero en el transcurso del viaje se dan transformaciones en la vida y el ser mismo del viajero.

El tema del viaje es un tópico reiterado en la literatura universal. La Odisea de Homero es un relato épico de viaje, por ejemplo.

Es evidente que en muchos casos estas transformaciones son un proceso de aprendizaje, lo que nos lleva a otro género: el de las novelas de aprendizaje

La novela de formación o novela de aprendizaje es un género literario que narra la transición de la niñez a la vida adulta. Se denominó Bildungsroman en alemán, y fue acuñado por el filólogo Johann Karl Simon Morgenstern en 1819.

O sea que, de movida, la novela participa de dos géneros que tienen que ver con búsquedas personales, con ir de un lugar a otro, con migrar, no solo físicamente.

Otro rasgo clave: es una migración de dos mujeres que muy poco tenían que ver entre ellas, salvo el género y la decisión de buscar más allá del horizonte.

Esta migración llega a convertirse en una idea que viaja y cambia, como el río y sus afluentes, “como una dinámica del existir, como lo otro del ser, como la alteridad que significa una perspectiva nueva, que es feminista, pero la trasciende como renovada concepción del mundo y el modo de ser en el mundo. Migración como cambio permanente.” (https://www.escritores.org/recursos-para-escritores/recursos-1/colaboraciones/29082-las-aventuras-de-la-china-iron-de-gabriela-cabezon-camara).

Recordemos lo de activista feminista.

Es inevitable que la novela tenga una fuerte impronta ideológica, llevada con sutileza la mayor parte de la novela, pero, que, al final, cuando termina (o sigue) el viaje entre las islas de Paraná –lugar idílico y perfecto-, se instala con fuerza y devora lo narrativo.

¿QUÉ IDEAS?

La idea de libertad, a partir de una concepción sexual resueltamente liberadora, cobra otro sentido también en la mirada sobre el sitio del hombre y la mujer en el universo y más precisamente, en ese universo que imagina y construye el deseo libre. El desierto cede al deslizamiento del lenguaje y es, en la Tercera Parte, una “tierra adentro”, un adentro acuático que es, ahora, “paraíso”. Dice la China: “Hay que vernos, pero no nos van a ver”. Ya han salido del plano en que los hombres pueden alcanzarlas. Están en mundo cuasi perfecto, primigenio, esencial.

Están en un ecosistema femenino. Tal vez la cita siguiente aporte algo más, pero lo que está claro es que es una novela atrapante, aunque que no fácil, porque es un planteo a fondo, desde las búsquedas del mundo de hoy:

“Lo que distingue a la mujer del hombre, no es tanto su afinidad con la naturaleza por las funciones orgánico-naturales que cumple como mujer (gestación, maternidad, cuidado de la casa y la progenie), sino en su resistencia a subsumirse dentro de un orden plenamente racional, su amalgama de inteligencia y sensibilidad y su renuncia a doblegar las emociones y sentimientos bajo el régimen de la lógica racional” (Leff Enrique, Ecofeminismo, el género del ambiente. Polis, Revista latinoamericana. 9-2004 (2/10/2012))

En ese viaje se despliega la visión de Cabezón Cámara de esa Argentina en camino a su institucionalización (1880, la Capitalización de Buenos Aires, la época en que se publica la segunda parte del Martín Fierro (La Vuelta de Martín Fierro es 1879)).

¿QUÉ HABÍA NARRADO HERNÁNDEZ EN EL GAUCHO MARTÍN FIERRO EN 1872?

Wikipedia dice: “En «La ida», Martín Fierro es un gaucho trabajador al que la injusticia social del contexto histórico lo vuelve un «gaucho matrero» —es decir: un gaucho fuera de la ley.”

Esa fue la denuncia de Hernández en La ida, una obra central para entender esa etapa del país: la vida desgraciada de los gauchos por la política del Gobierno (en esos años el Presidente era Sarmiento al que va dirigida su crítica) y los abusos de los terratenientes, jefes del ejército, policía y otros cómplices.

Hernández era parte de esa clase dirigente que quería consolidar un proyecto de país para Argentina, que tiene que ver con parte de los ideales de Mayo, y que se consolida en la Generación del 80, pero que rechazaba lo que dijo Sarmiento en una carta a Mitre: “…no trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono necesario, útil al país. La sangre es lo único que esos salvajes tienen de humanos”.

La visión de Cabezón Cámara de Hernández es muy negativa. A su estancia llega la carreta de Liz y la China, y las recibe un hombre viejo, un borrachín, que solo sabe hablar de cómo habría que hacer para transformar ese mundo bárbaro y primitivo en algo civilizado y progresista.

Esa etapa del viaje es terrible y brutal, y las mujeres huyen llevándose lo que necesitan para desarrollar el proyecto que buscan, aunque no lo supieran todavía, y que se manifiesta al final.

Poco se salva de ese mundo pampeano de los gauchos: China es una luz de esperanza, que busca y ve otras cosas, sobre todo en la naturaleza, en esa pampa dura, inclemente, pero llena de vida.

EL PAISAJE EN LA NOVELA

No es común encontrar en la narrativa descripciones como las de la novela: no son breves, pero son como meterse en la tierra, en las plantas, en los animales, en el cielo y las nubes, y describir desde ahí la esencialidad de la naturaleza, que es femenina, como Liz y la China.

Así llegan a las tolderías, y se instalan con los indios asimilándose a su vida dura, pero bella en la narración de autora, un mundo lleno de color, luminoso y radiante, con hombres y mujeres que viven en libertad, donde se aman libremente sin las limitaciones del mundo patriarcal que la autora denuncia.

Es un paraíso –distinto de lo que conocemos en otras narraciones que describen las tolderías y la vida que se desarrollaba allí, como Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla o La guerra al malón del Comandante Prado.

El tema de indio en la literatura argentina de esa época merece algunas aclaraciones: en la literatura romántica aparece, como modelo, en Atala de Chateaubriand (1801). Allí se lo presenta como el buen salvaje, que recoge la creencia de que los seres humanos, en su estado natural, son desinteresados, pacíficos y tranquilos, y que males como la codicia, la ansiedad y la violencia son producto de la civilización, como planteó Rosseau.

Sin embargo, los románticos argentinos no consideran así a los indios. Recordemos La cautiva de Esteban Echeverría (1837). Nuestros escritores de esa época son antes que escritores, hombres de la política (Wilde, Sarmiento, Hernández y otros) que tenían como modelo cultural a Francia, y económico a Inglaterra. Por lo tanto, los indios no eran seres irreales, eran quienes habitaban las pampas, y significaban un obstáculo para su proyecto agroexportador.

Por eso, Hernández, aunque defiende al gaucho, descalifica al indio, mostrándolo como un ser violento y brutal.

Cabezón Cámara ataca esta visión en la novela presentando al indio como un ser ideal, utópico. Ya estamos en la tercera y última parte de la novela: Tierra adentro, donde el viaje termina en el Paraná, en el agua, donde todo se mueve y cambia, sin fronteras geográficas, ni de género, ni de especie (“la risa se nos salía de los pulmones a todos los animales de la carreta”), ni de lengua.

En toda la novela aparecen mezcladas frases en castellano y en otras lenguas. Primero, el inglés de Liz, después, el mapuche. En la última etapa, los viajeros son los Iñchiñ, pronombre en mapuche que significa nosotros dos, una manera de llamar a un pueblo nuevo, fantasma, inasible, que puede estar en cualquier parte, que va estar con total seguridad, pero al que veremos si ellos lo quieren. También en esta última etapa será el guaraní la lengua que exprese la esencialidad y la belleza de ese mundo nuevo: Yvyra son los árboles o el bosque; Fierro es Kurusú Fierro, su nombre de mujer por Cruz, el amor perdido; ysyry es el río, el Paraná que es el ámbito final y perfecto al que llegaron después de la pampa. Es el Paraná y sus afluentes, y la naturaleza elemental pampeana se transformará en la riqueza de la vida en las islas y sus canales y habitantes: es una naturaleza que explota como la China y el grupo de los migrantes.

Esta transformación de Fierro se narra en una reversión de las coplas del Martín Fierro, no solo en lo estilístico: la estrofa hernandiana tenía seis versos de rima abbccb, o sea el primer verso libre; el Fierro de Cabezón Cámara también escribe versos, pero ya el primer verso no es libre, pero hay cambios más profundos. Dice Fierro:

Cuando llegamos acá

Nos fabricamos un toldo,

Como lo hacen tantos otros,

Con unos cueros de potro,

Con su sala y su cocina

Fuimos felices con Cruz.

En estos aspectos la autora plantea la sexualidad de una manera totalmente distinta de la tradicional, no solo del siglo XIX, sino de hoy.

Son varias escenas de erotismo y sexo explícito en la novela: la primera, entre Liz y la China, es de una fuerza y belleza difíciles de describir.

Hay que leer la novela, ya lo digo.

Hemos hablado del viaje, y ese viaje es hacia la libertad, completa, sin matrices patriarcales, lo que incluye, claro, al sexo.

Las aventuras de la China Iron cuestiona y reformula no sólo la historia del poema gauchesco de Hernández, sino también los modos de escritura propios del siglo XIX, con una mirada femenina, una nueva sensibilidad que vive la alteridad no como amenaza sino como exploración, como posibilidad de aprendizaje de una perspectiva nueva, de encuentro.

El jurado del Booker Prize lo definió con precisión: “Maravillosa reelaboración feminista y queer de un mito fundacional americano (…) con un lenguaje y una perspectiva tan frescos que cambian 180 grados la idea de lo que una nueva nación americana podría ser.”

Queer es un término tomado del inglés que se define como «extraño» o «poco usual». Se relaciona con una identidad sexual o de género que no corresponde a las ideas establecidas de sexualidad y género. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en el documento publicado en noviembre de 2015, afirma que existen diferentes aproximaciones al término queer como categoría identitaria. Por un lado, es utilizado como “término paraguas” por la gama de orientaciones sexuales e identidades que van mucho más allá de “LGBT”. Asimismo, el concepto “género queer” es un término general para las personas cuya identidad de género no está incluida o trasciende la dicotomía hombre/mujer.

En la actualidad describe una corriente de pensamiento y una actitud vital que alienta a actuar con libertad de género, afectos y sexualidades.

En este punto de una demasiado larga entrada, debo confesar que he sido preso de mi propia metáfora: la del cofre. Nunca termino de sacar cosas, como Liz, y queda mucho más, como para escribir un ensayo no breve.

¿QUÉ QUEDA?

Por ejemplo, la figura de la cautiva que forma parte del mundo de Gabriela Cabezón Cámara, escritora que, hasta ahora, ha releído ese mito fundacional de la literatura argentina desde dos perspectivas. En Beya (2011) escribió sobre la violencia de los cuerpos. Ahora, en el clásico viaje del héroe, la protagonista atraviesa un doloroso camino hasta lograr su liberación.

Pero, me detendré acá, incluso he escrito demasiado para el objetivo inicial de colaborar con la lectura de la novela. Me llevó puesto esta novela bella y distinta, y mi viejo amor por el tema del gaucho.

De todos modos, sin ninguna duda, léanla, es un punto de inflexión en la vida de un lector/a.

NOVELAS DE TERROR: ¿QUÉ ES EL MAL HOY? TODOS LOS DEMONIOS ESTÁN AQUÍ DE MARCELO FIGUERAS POR ADOLFO ARIZA.

NOVELAS DE TERROR: ¿QUÉ ES EL MAL HOY? TODOS LOS DEMONIOS ESTÁN AQUÍ DE MARCELO FIGUERAS POR ADOLFO ARIZA.

Es una novela de terror. Tengo poca experiencia en este subgénero de la novela, y aquí debo hacer una digresión personal:

Cuando era niño, -tal vez diez años- escuchaba todas las tardes, por radio, una novela de Tarzán, el Rey de la selva, mientras tomaba el café con leche. En mi casa de Las Heras, teníamos una radio bien grande, de madera, sobre la heladera, frente a la mesa de la cocina. Un día, empezó un capítulo que tenía que ver con algunos seres sobrenaturales de los que recuerdo sus quejidos fantasmales. Me asusté mucho, apagué la radio y no volví a escuchar la novela de Tarzán.

Supongo que por eso –yo, un lector total, ya entonces- no leí casi nunca novelas de terror, salvo una ojeada a Frankestein. Evité el género, incluso, y más, en el cine.

Casualmente, si existiera la casualidad, dentro de las lecturas elegidas para este blog, leí y comenté

DISTANCIA DE RESCATE DE SAMANTA SCHWEBLIN (https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2020/08/29/distancia-de-rescate-de-samanta-schweblin-por-adolfo-ariza/)

y

ÉSTE ES EL MAR DE MARIANA ENRÍQUEZ (https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2021/03/22/este-es-el-mar-de-mariana-enriquez-por-adolfo-ariza/)

Ahora, después terminar de leer la novela de Figueras, encontré una entrevista suya en Página 12 (https://www.pagina12.com.ar/371822-marcelo-figueras-publica-todos-los-demonios-estan-aqui), en la que dice:

“-El peso del género de terror en la literatura argentina contemporánea es cada vez más evidente. Lo atribuyo a que vamos cayendo en la cuenta de que pocos géneros se prestan mejor a contar la experiencia vivida en este país durante el último medio siglo. Con la excepción de un par de interregnos, estuvimos casi todo el tiempo inmersos en una de terror. Es lo que ya vienen haciendo desde algún tiempo autoras como Samanta Schweblin y Mariana Enríquez: abrirnos los ojos para que entendamos que nuestra sociedad no conoce nada parecido a lo que podríamos llamar “normalidad”. Nuestra norma, en todo caso, es la crueldad de los más poderosos y lo siniestro que se oculta detrás de lo mundano.”

Fue un relámpago en mi cabeza: vislumbrar una propuesta distinta para las novelas de terror, no tanto en lo histórico, sino en lo contemporáneo y argentino, aquí y ahora.

Esta, su octava novela, se desarrolla en un escenario de terror también: Buenos Aires de finales de 2001, en las once semanas terribles que antecedieron al estallido del 19 y 20 de diciembre, todavía vívidos en la memoria de los argentinos/as.

Volveremos sobre esto, después de hacer algunos comentarios sobre lo que son las novelas de terror.

Si intentáramos definir el subgénero por el propósito –teniendo en cuenta de que hay muchas alternativas y mezclas que impiden definiciones rigurosas-, podríamos decir que explora situaciones terroríficas que despiertan en el lector temores ocultos. Esas situaciones pueden ser naturales o sobrenaturales.

Hay que diferenciar entre horror y terror literario.

El terror es el sentimiento de temor que tiene lugar antes de que pasen las cosas. La lectura produce en nosotros ideas y especulaciones sin que aparezca algo terrible que lo justifique. En cambio, el horror es el sentimiento que nos invade después de que suceden los hechos, en los que algo o alguien –un monstruo o criatura- se sale de las reglas del mundo que la rodea.

Ambos coexisten, o pueden coexistir, en las novelas de terror, y se puede considerar el horror y el terror como niveles. Stephen King –al que sigue Figueras después de leer, cuando niño, Salem’s Lot (La hora del vampiro), su segunda novela- añade un tercer nivel, aún más terrible para el lector: la repulsión. Aquí aparecen cuerpos destrozados, asesinos demenciales y feroces, sangre y líquidos y olores repugnantes.

¿QUÉ ELEMENTOS CARACTERIZAN A ESTAS NOVELAS?

  • Deben cultivar el miedo, poniéndonos enfrente de hechos inquietantes, que despierten nuestros propios temores.
  • Tienen que crear y mantener atmósferas que nos hagan sentir permanentemente que algo terrible u horrible está por pasar.
  • Muchas veces incluyen elementos o presencias sobrenaturales, como vampiros, brujas, fantasmas, zombies y extraterrestres.

¿SE DAN ELEMENTOS COMO ESTOS EN LAS NOVELAS QUE HE MENCIONADO?

En Enríquez, por ejemplo, están las musas y el supra y el inframundo; en Schweblin, el curanderismo rural y la transmigración de almas, pero en Todos los demonios están aquí es donde se da un mundo de terror más complejo y profundo, lleno de acotaciones teológicas y filosóficas.

La obra se desarrolla, además de en ese Buenos Aires en explosión, en una isla del Tigre, una especie de sucursal del infierno –eso lo vamos descubriendo junto con el protagonista-narrador de la novela (Tomás Pons)- hasta quedar inmersos en un mundo sobrenatural y horroroso.

Como es una novela de avance policial, en la que no sabemos cuál será el desenlace, diré muy poco sobre lo que sucede en la narración, pero sí les aseguro que el terror y el horror nos van rodeando mientras leemos hasta formar un nube algodonosa y pegajosa.

En esa isla, en una mansión antigua, funciona un instituto neurosiquiátrico en el que entra a trabajar el psiquiatra Tomás Pons, que va a ir descubriendo que no es una institución común, sino todo lo contrario, en la que él y toda su historia familiar se van a ver involucrados.

Un aspecto central de la novela, que es su eje, y el verdadero monstruo, es el Mal. Según la ideología de los que crearon esa institución neurosiquiátrica, dentro de una concepción tomista, es la Privatio boni, la ausencia del bien (“La ausencia del bien, también conocida como teoría de la privación del mal, es una doctrina teológica y filosófica en la que el mal, a diferencia del bien, es insustancial, por lo que pensar en él como una entidad es engañoso. En cambio, el mal es más bien la ausencia o la falta de bien” (Wikipedia (inglés)).

Figueras no piensa así, cree que hay malos concretos –de antes, como Hitler o Stalin, o contemporáneos como Videla o los que condenan a la gente al sufrimiento como Cavallo o las fuerzas represoras, en ese 2001 de la novela. Esos malos –tantos son- tienen que ir al infierno.

¿Dónde está el infierno?

Copio una de las citas en el comienzo de la segunda parte: El infierno está vacío y todos los demonios están aquí Wililiam Shakespeare.

Por supuesto, si hablamos del infierno, es difícil eludir La Divina Comedia de Dante Alighieri. En uno de los arcos de la mansión neurosiquiátrica, se puede leer:

Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate (CIII, 9) (La divina comedia) (Dejen toda esperanza, los que entren)

Sin embargo, el Mal y el infierno están en muchos lugares, además del neurosiquiátrico del Tigre, que tiene un valor metafórico.

Están en las calles de Buenos Aires, en la crisis del 2001, y también en mucha gente, que son como nosotros.

Dice Figueras en la entrevista:

“… me parece que es uno de los motores del libro, es eso de qué es el mal en el mundo contemporáneo. Nosotros fuimos educados en una idea muy definida del mal, que tenía que ver con los pecados y las jerarquías de réferis espirituales, que en general eran los curas y la autoridad eclesial, que te decían si te ibas a salvar o no. El tiempo ha pasado, hemos crecido, … y también está la sensación de que el infierno es una fantasía más, como cualquier otra. Ya no pensamos en términos del mal como una fuerza actual. De ahí que me gustara pensar en qué siento que puede ser el mal en este mundo. De ahí que pensé en la indiferencia”.

Habla también de que no podemos salvarnos solos. “… Porque si se empieza a pudrir mal va a ser muy difícil que alguien se salve, incluyendo a Elon Musk,”

En Distancia de rescate también aparece el Mal que afecta a la sociedad. Dije en mi blog: “podríamos arriesgar que se trata de una de las primeras novelas argentinas en ocuparse del campo como escenario en el siglo XXI, de la transformación de ese espacio verde y bucólico de los siglos XIX y XX en pesadilla agrotóxica, y no sería tan errado”

Y sobre Este el mar, escribí: “Enríquez ve, como derivación de esa crítica social, a la ciudad también como una catedral de cemento y horrores. Decía en’Marea nocturna’ que su relación con el terror es un perfecto reflejo de la vida anónima e insensible en las ciudades: éstas y su ritmo acelerado te obligan a dejar que lo terrible, aunque suceda a nuestro alrededor, siga su curso. Y de ese modo te distancias del otro, del diferente.”

Figueras terminó de escribir la novela durante la pandemia.

“Pocas cosas más propias del género de terror que una epidemia descontrolada –dice Figueras-. Hay cantidad de narrativas con ese tema, como el Diario del año de la peste de Daniel Defoe, o “La máscara de la muerte roja” de Edgar Allan Poe, que es uno de mis cuentos favoritos y perfectamente podría referir a la Argentina de los últimos cincuenta años, con ese grupo de ricos que se encierra en un palacio lleno de vituallas y piensan que por eso la peste se va a detener del lado de afuera de la muralla, mientras los pobres mueren y ellos danzan y beben y comen pantagruélicamente. Este contexto de terrorífica incertidumbre me parece que fue una buena caja de resonancia para trabajar esta novela”.

O sea que las “situaciones terroríficas que despiertan en el lector temores ocultos” son aprovechadas para montar sobre ellas hechos –no menos terroríficos- pero que son lo negativo y terrible de la realidad cotidiana.

Esta vuelta de tuerca me parece muy interesante porque esos aspectos quedan realzados de una manera distinta, y llegan a nosotros con un impacto que, de otra manera, no lo tendrían y hasta quizás permanecerían ignorados.

Cuando Tomás, el protagonista narrador, y dos miembros del geriátrico -Instituto Jenseits (Más allá, en alemán)- corren por los túneles del subterráneo en el centro de Buenos Aires debajo de donde se desarrollan los tumultos populares con gases, caballos, tiros, barricadas en llamas, muertos y heridos, sentimos que estamos de verdad en el infierno que se desató en Argentina en el 2001.

Es más que una metáfora, es la realidad misma que, con el terror se nos mete debajo de la piel, y ya no podremos olvidarlo jamás.

Me ha parecido que esto es lo más relevante de esta novela que recomiendo fuertemente leer, aunque no te guste el género de terror. Es una experiencia fuerte, y vale la pena.

No he querido comentar otros aspectos importantes de la novela: el manejo del suspenso, la creación de personajes que, aunque extraños, tienen una realidad a veces espeluznante, las descripciones del paisaje (Buenos Aires, el Tigre) que ambientan perfectamente el terror de la acción, etc. Lo he evitado porque ya se ha estirado mucho la longitud de la entrada, y porque voy a apostar a que lean la obra.

Es una obra culta, llena de referencias a películas, a la Historia, a filósofos, a pintores. Más de una vez tuve que googlear temas, como lo de la Privatio boni, que menciono arriba, pero no se pierde el interés por la narración, al contrario, gana en profundidad y sentido.

TODAVÍA EN ARGENTINA NO HEMOS SALIDO DEL INFIERNO: LOS POBRES SIGUEN ESTANDO AHÍ, Y LOS RICOS –QUE DANTE PONDRÍA EN ALGÚN CÍRCULO HORRENDO, JUNTO CON LOS OTROS RESPONSABLES DE NUESTROS PESARES- TAMBIÉN.

QUE LA LECTURA NOS AYUDE A BUSCAR SALIDAS PARA NUESTRA PATRIA Y EL MUNDO, PORQUE EL PARÁISO TAMBIÉN EXISTE.

LOS PICHICIEGOS DE FOGWILL POR ADOLFO ARIZA

LOS PICHICIEGOS DE FOGWILL POR ADOLFO ARIZA

Compré este libro en el 2014 para mi hija que lo tenía como lectura en una materia del Normal donde estudiaba Profesorado en Lengua. Hace unos días me lo trajo para leerlo y publicar una entrada en este blog.

No había leído nada de Fogwill, sociólogo, publicista y definitivamente irreverente escritor, que decía: “Creía en mí, no en la literatura””.

Esto es muy importante porque no es un escritor común:

“Y por lo general, por no decir casi siempre, el yo de Fogwill (potente, disruptivo, cáustico, fascinante, intimidatorio, encantatorio, perturbador, rotundo) es empleado como punta de avanzada de su literatura. Fogwill funcionaba como una especie de agente de su propia obra, en los múltiples sentidos de la palabra agente: el etimológico (el que la llevaba, el que la impulsaba, el que la empujaba hacia delante), el profesional (gestor editorial, negociador de contratos, difusor general, representante), el del mundo del espionaje (operar, a la vista o en sigilo, tramar y conspirar, infiltrarse)”. (https://www.infobae.com/cultura/2020/08/21/el-legado-de-fogwill-entre-el-buen-realismo-la-sensibilidad-de-las-palabras-y-la-leyenda-personal/)

Esto hace que esta novela, que transcurre en las Islas Malvinas antes del fin de la guerra, tenga particularidades que hacen que su lectura sea muy recomendable.

Es una novela importante dentro de la literatura nacional, y Fogwill, como decide presentarse con solo el apellido (como Platón, dijo) es un autor de una vasta obra de poesías, novelas y cuentos, desde un poemario, en 1979, El efecto de la realidad (empieza a escribir de grande, ya que había nacido en 1941) hasta la póstuma Estados alterados, de2021 (muere en el 2010).

“En 2010, cuando la Argentina festejaba el Bicentenario, el Centro Cultural Haroldo Conti montó la muestra “200 años 200 libros” y, entre el Facundo y El Aleph, entre El limonero real y La invención de Morel, aparecía incuestionable y altivo un ejemplar de Los Pichiciegos. Era de la primera edición, la de De la Flor, que decía “pichy-cyegos” y tenía una portada que simulaba la etiqueta del licor que tomaban los soldados en Malvinas.

La guerra nunca lo abandonó del todo a Fogwill. Volvió a ella varias veces después de Los pichi. Tal vez porque, como escribió en el cuento “El arte de la novela”, la guerra es una experiencia contemporánea inevitable para cualquier escritor. “Siempre había pensado que intercalar los efectos de una guerra convencional en un relato convencional era una posibilidad ajena a cualquier pequeño escritor argentino, y sin embargo allí estaba la guerra, intercalada, tan respetuosa del realismo como cualquiera de las guerras que se leen en las novelas extranjeras de la década del cuarenta”.” (https://www.infobae.com/cultura/2021/09/19/fogwill-reediciones-e-ineditos-para-seguir-leyendo-al-gran-provocador-de-la-literatura-argentina/)

Es muy buena la presentación que hace de su novela porque la saca del molde en que caemos, casi inevitablemente, los/las argentinos/as cuando nos enfrentamos a Malvinas. Yo viví la guerra, y aunque nunca defendí la posición bélica, sentí rencor y rabia (como la mayoría, creo) hacia los piratas y usurpadores ingleses.

“Sobre Los Pichiciegos (que transcurre mayormente en una cueva malvinense improvisada por desertores del ejército), por ejemplo, dice: “Pretendía ser un trabajo hacia el habla argentina. Pero no sé si lo logró. Ya en esa época para mí la nación no era más que la lengua. En los 80 yo decía que podría escribir de nuevo Pichiciegos sin Guerra de las Malvinas: no era una novela sobre la guerra”.” (https://socompa.info/entrevista/ser-escritor-es-fracasar-en-la-vida/).

En esa misma entrevista, leemos: “Para escribir Los Pichiciegos, Fogwill declaró haber usado su conocimiento del frío (solía navegar por los mares del sur), de la colimba y de los pibes. Pero la sustancia que regula todas las acciones a lo largo de la novela es el miedo. “Yo viví años con miedo, loco. Está bien que era un miedo anestesiado, pero era miedo al fin. Yo había sido trotskista, y una vez los milicos tuvieron secuestrado durante meses a un tipo que vivía un piso debajo mío, pensando que era yo. En los últimos años de mi carrera empresaria yo vivía con miedo, me mangueaban de todos lados, me buscó la cana durante un mes. Cuando caí preso se me pasaron todos los miedos. En la cárcel fui el tipo más libre del mundo.”

Fogwill no habla como un escritor convencional, no lo es: cuando le hacen un planteo literario, sobre el género de sus cuentos, dice: “–No, no, yo escribo, loco, no tengo problema con los géneros.”

Es deliberadamente irreverente y disruptivo, porque elige ser diferente, como persona, escritor e intelectual.

Leamos cómo lo explica él:

“–Las grandes editoriales son el camino más rápido a la mesa de saldo. De sus libros buenos venden cuatrocientos, y encima casi todos son malos. Pero de golpe les ofrecen tres o cuatro mil mangos a pibes que están en la lona y agarran; van a la mesa de saldo al par de meses y así es como los desgastan.

–Salvo si uno está consagrado…

–No, no: salvo si uno es una máquina de hacerse propaganda, como soy yo.

–¿Eso le viene de su carrera como publicista? [Fogwill, asesor de marketing, fue responsable de los horóscopos Bazooka e inventó nada menos que el eslogan “El sabor del encuentro”.]

–No, no. Es la personalidad. Hay grandes escritores que en la cancha pueden ser virulentos peleadores y después en la literatura tienen miedo. ¿Pero de qué? ¿De fracasar? Si ser escritor ya es fracasar. ¿Qué peor te puede pasar? ¿Cuál sería el éxito de un escritor? ¿Ganar el premio nacional, 1.500 mangos por mes? ¿La jubilación de un sargento?” (Entrevista citada)

Sigue:

“Ser escritor es fracasar en la vida. Casi todos terminan mendigando la beca, el pequeño premio. Una mina para casarse quiere un tipo que tenga no esta mierda [y golpea el volante], sino de Volkswagen Gol para arriba, y que pueda comprar departamentos; y los escritores no pueden, terminan, de viejitos, en el mejor de los casos, ganando luca y media por mes del premio nacional, el que es profesor a lo sumo otra luca, y si los editores les pagan dos libros por año son diez lucas, o sea 3.300 pesos por mes, y con eso no se paga ni el seguro de uno de esos autos.”

Finalmente:

“–Escribir para mí es pensar. Es cierto, aunque sea pensar sobre la frase (y no sé si hay maneras de pensar fuera de una frase). Y escribo para no ser escrito, para no ser narrado por el discurso social que circula y tengo que repetir. Y ahora siento que a medida que voy escribiendo, que sale un libro nuevo, o que tengo un texto nuevo satisfactorio (porque los libros no me importan una mierda, acá todos hablan de los libros y nadie de los textos), siento que obtengo una victoria, porque no es algo que me mandaron. A mí me haría muy feliz ganar un premio grande, como el Cervantes, de 250 mil euros, sería muy feliz. Pero si yo pudiera hacer un libro bueno, pero un libro bueno-bueno, como El discurso vacío, de Mario Levrero, sería más feliz.”

Este es el escritor que escribe Los pichiciegos. No es tan común que el mismo autor entregue tantos elementos válidos sobre su vida y obra. Es lúcido e implacable sobre la realidad en la que produce sus obras.

Esto es lo que dice de la novela:

“Lo que más impide es el poder editorial, que obliga a escribir cosas legibles. Los buenos libros son ilegibles; Los Pichiciegos, al salir, era casi ilegible. Las faltas sintácticas de los personajes fueron censuradas en La Nación diciendo que se notaba que la novela fue escrita muy rápido. Algunas cosas eran demasiado obvias en ese momento, como la derrota argentina. Pero otras cosas eran impensables, como el retorno democrático, anunciado en la novela. A la semana de haberla escrito, la llevé a varias editoriales. Durán, dueño de la editorial española Legasa, que editaba a [Jorge] Asís, me dijo que la editaba instantáneamente, desafiando el poder de los milicos, si yo le agregaba un acto heroico por parte de los pichis, heroico por la patria. Y los de Galerna me ofrecieron cualquier plata para pedalearme, mientras mandaban un tipo a hacer entrevistas que desembocaron en el libro Los chicos de la guerra, con el que se llenaron de plata. Como si un pibe de 18 años que tiene que matar fuera un chico, ¡por dios! Llamarlos chicos, y poner a las asociaciones de psicólogos al servicio de “curarlos” fue una maniobra para desmalvinizar a la Argentina. Los estigmatizaron de arranque, por eso la tasa de suicidios es mayor que entre los leucémicos y sidosos terminales.”

Lúcido y terrible, y esta es la sensación que tenemos al leer la novela: Malvinas es un mundo bipolar: arriba, las islas, los soldados ingleses, los Sea Harrier en el cielo: una muerte que puede llegar en cualquier momento; abajo, esa red de cuevas donde habitan los pichis, que es un mundo extraño, de pesadilla, pero poblado con gente común: los pibes de la guerra (sí, eran pibes), venidos de las provincias, mal preparados, mal vestidos y comidos.

¿Cómo es ese mundo?

“-Igual no sé … Posiblemente parecido … -le dije, casi preguntando.

-No. Ni parecido es: pensá en el frío. Pensá en el miedo. Pensá en la mierda pegada contra la ropa. Pensá en la oscuridad y pensá en la luz que cuando te asomás te hace doler los ojos. Eso -me insistía- no tiene nada que ver con lo que pasa aquí. -Y señalaba la ventana.

O tiene que ver: hablar del miedo, por ejemplo.

El miedo: el miedo no es igual. El miedo cambia. Hay miedos y miedos. Una cosa es el miedo a algo -a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida-, y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo. Vas con ese miedo, natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire, cargado de bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo que traés aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que te entró en el medio de la lastimadura. Hay dos miedos: el miedo a algo, y el miedo al miedo, ese que siempre llevás y que nunca vas a poder sacarte desde el momento en que empezó.

Despertarse con miedo y pensar que después vas a tener más miedo, es miedo doble: uno carga su miedo y espera que venga el otro, el del momento, para darse el gusto de sentir un alivio cuando ese miedo chico -a un bombardeo, a una patrulla- pase, porque esos siempre pasan, y el otro miedo no, nunca pasa, se queda.

¿Y ahora? -guié

Tampoco, ya no, tampoco –dijo y me miró- ¿Entendés?

-Sí -respondí convencido.

-No. ¡No me entendés! Seguro a vos alguna vez habrán estado a punto de boletearte, fuiste preso, tuviste dolores en una muela, o se te murió tu viejo. Entonces, vos, por eso, te pensás que sabés. Pero vos no sabés. Vos no sabés. (Pags. 94-95)

Allí vivían, enterrados como los pichiciegos:

“-¿Qué…? ¿Nunca comieron pichiciegos … ? -averiguaba el santiagueño-. Allí -preguntaba a todos-, ¿no comen pichiciegos?

Había porteños, formoseños, bahienses, sanjuaninos: nadie había oído hablar del pichiciego. El santiagueño les contó:

El pichi es un bicho que vive abajo de la tierra. Hace cuevas Tiene cáscara dura -una caparazón- y no ve. Anda de noche. Vos lo agarrás, lo das vuelta, y nunca sabe enderezarse, se queda pataleando panza arriba. ¡Es rico, más rico que la vizcacha!” (Pág. 27)

Hay una narración en tercera persona, pero de alguien que está ahí, (un pichi) y otra del que toma notas de lo que pasa y lo escribe, o sea el autor (Quique Fogwill) (un pichi que desaparece de la novela).

Está muy presente la realidad argentina, de eso hablan los pichis (a uno le dicen Galtieri) desde las limitaciones culturales propias de colimbas. Es un video de ese terrible momento de Argentina.

Fogwill busca lo argentino en su novela, como quizás en toda su obra (no la he leído como para opinar) y la echa sobre nosotros, como la nieve –“pegajosa, pastosa”- que describe en el inicio de la novela, y nos invade y enmudece.

Es un mundo muy duro el que muestra el cáustico Fogwill, y es más que una etapa de nuestro país, porque allí está la Argentina esencial de la época.

Novela dura como la misma guerra: solo queda el narrador, y la guerra llega a su fin. No hay salvación, y decide caminar –una decisión tomada al azar- hacia el pueblo, sin ningún propósito.

Sin embargo, no es un pesimista: por ejemplo, Fogwill cree en la democracia para Argentina y le entusiasma criar hijos, aun de viejo.

Algunos catalogan su obra de realismo social, con personajes que son prototipos de una dimensión social a la que representan; sin embargo, en aquella suelen ingresar, como las monjas en Los pichiciegos, elementos inexplicables, a veces fantasmales. Esto podría hacernos pensar que su obra es fantástica: de hecho, las cuevas en Malvinas son un mundo ficticio, por momentos irreal o imposible, pero no lo sentimos así.

La ficción se impone, que es lo que quiere Fogwill, porque él es el personaje de su obra, y así queda instalada, y así la vivimos, como el pichi que decide caminar porque ya nadie puede decidir, porque la guerra terminó con todo.

Creo en la validez del mito de Fogwill, en lo que él mismo construyó, difundió y promovió, con todos sus excesos y virtudes. Alguna definición de mito dice: “Historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de una persona o de una cosa y les da más valor del que tienen en realidad.”

Pero creemos en el mito, no en la realidad.

En Malvinas viven los pichiciegos, seres fantasmales en un mundo fantasmal, en el marco de una guerra sin sentido, y cuando esta termina, también desaparecen. Son un grupo de argentinos bien reales, prototipos de un país y de una época, que quedan enterrados sin ruido ni lágrimas. Terminó su etapa.

He leído la novela y releído muchas veces sus páginas en la escritura de esta entrada, y cada vez surgieron detalles no percibidos, comentarios que habría que entender más profundamente.

Por algo hay varios críticos que consideran a Los pichiciegos una de las novelas más potentes de la literatura argentina. Al principio me pareció que esto era exagerado, pero ahora, cerrando esta entrada, he cambiado de opinión.

HAY QUE LEERLA. ES UNA NOVELA DISTINTA, LLENA DE ARGENTINA Y DE ARGENTINOS/AS. VALE LA PENA.

LÉANLA Y SAQUEN SU CONCLUSIÓN.