Casi por
casualidad, porque, aunque compro el Diario Los Andes, lo miro muy rápidamente,
y menos el Suplemento Económico. Sin embargo, hoy este Suplemento publicó esta
nota:
Es una buena nota, que deberían leer y pensar todos/as los/las
mendocinos/as, porque, si queremos parar este retroceso, hará falta encontrar
un proyecto político que plantee una estrategia que nos permita empezar (será,
si lo logramos poner en marcha, un largo y duro camino) el tránsito hacia un
modelo provincial mejor para quienes habitamos esta hermosa Provincia (de paso,
muchos/as se han ido buscando mejores horizontes).
Este tema ya lo había planteado en mi blog (HAY QUE DECIRLO: ESTA ES LA HERENCIA DEL
CORNEJO-MACRISMOhttps://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2020/03/28/hay-que-decirlo-esta-es-la-herencia-del-cornejo-macrismo/),
pero la nota que menciono es más abarcativa y profunda, y supera el análisis
del Gobierno que terminó en Diciembre, aunque hace manifiesta su gran
responsabilidad al acompañar la propuesta macrista que amplió y profundizó los
problemas mendocinos preexistentes.
Está claro que las culpas de nuestros problemas vienen de
bastante antes, y me animo a decir que Mendoza no ha tenido buenos Gobiernos en
democracia.
El único Gobierno que asumió con un plan integral fue el
del Pilo Bordón (el no bien valorado Libro Verde), más allá del necesario
análisis de la concreción de esa propuesta.
Voy a incluir el texto de la nota en mi entrada, pero,
como tiene gráficos muy esclarecedores, aconsejo su consulta en la web del
Diario y, si es posible, la lectura de la edición en papel, que está bien
elaborada.
Una aclaración que me parece necesaria: aunque he sido
crítico de la gestión cornejista, y creo que nuestra clase media menduca se ha
derechizado (que no es lo mismo que ser conservadora) y no hizo un análisis
crítico y objetivo de lo que había pasado en Mendoza (LA ELECCIÓN MENDUCA:
¿ACIERTO O ERROR? https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2020/03/09/la-eleccion-menduca-acierto-o-error/),
es real que el Peronismo mendocino no ha sido una alternativa válida, en
relación con un proyecto como el que reclamo arriba.
Esto no significa que no haya buenos dirigentes en el Peronismo de Mendoza, los hay, y muchos, pero los/las que hemos propuesto son los mismos –más o menos- de elecciones anteriores. Hay muchos/as dirigentes jóvenes que no llegan a esos lugares porque en las roscas internas (como en cualquier Partido) no tienen chance, pero significarían una alternativa muy interesante para la ciudadanía mendocina.
Creo que vale la
pena leer estos aportes, pensar, reunirse, organizarse, para que Mendoza salga
del tobogán que la mayoría no merece.
Mendoza en
crisis: una década sin crecimiento
Si bien Mendoza es la quinta economía más importante del
país, esto no se refleja en otras variables significativas para la población.
Por Soledad Gonzalez y Mariano Zalazar –
mzalazar@losandes.com.ar
Industria, vino,
petróleo, montañas y buen desarrollo de la industria TIC podría hacer de
Mendoza una de las provincias más importantes de la región.
De hecho, la
provincia es la quinta economía más importante del país (produce el 3,7% del
Producto Bruto Interno de Argentina), detrás de Buenos Aires (34,2%), Ciudad Autónoma
de Buenos Aires (15,7%), Santa Fe (8,8%) y Córdoba (7,8%). Sin embargo, este
supuesto liderazgo, en los últimos diez años viene cayendo y en la comparación
con las otras provincias de Cuyo -San Juan y San Luis- la nuestra, presenta una
desmejora notable en muchos indicadores.
Para muestra, un
botón: en la última década la provincia creció 0,62%, prácticamente nada. Los
indicadores de desempleo, muestran que Mendoza duplica a San Juan y San Luis.
El salario promedio privado mendocino es menor que el de San Luis y supera por
80 pesos al de San Juan. Claramente, la provincia ha tenido serios problemas para
renovar su matriz productiva, sólo se ha empezado a movilizar con ingresos de
la TIC. Pero un cambio mucho menor, al que sí dieron ingreso las vecinas, es la
minería en San Juan y el de la soja en San Luis, que se pueden ver plasmados en
el crecimiento de la infraestructura caminera, un ejemplo gráfico de ello.
El gigante que durmió
Además, el
desempeño económico de Mendoza en la última década ha sido muy pobre. Según los
informes presentados por la Dirección de Estadísticas e Investigaciones
Económicas (DEIE), entre 1991 y 2009 la provincia creció a un ritmo promedio de
4,4% anual (no hay datos comparables más antiguos). Entre 2010 y 2019, en
cambio, la economía mendocina avanzó solo 0,62% promedio por año, un valor que
según los economistas conduce al aumento de la desocupación y la pobreza.
En el total de
Argentina también hubo un crecimiento económico lento durante ese período, pero
fue mayor al de Mendoza en términos porcentuales (1,28% anual). En
consecuencia, los resultados estadísticos llevaron a un pequeño deterioro de la
importancia relativa de la provincia en el PBI nacional.
El economista
Jorge Day del Ieral (Fundación Mediterránea), recordó que históricamente
Mendoza representaba el 3,9% del total producido por el país, pero hoy se
encuentra en el 3,7% mencionado anteriormente.
Al mismo tiempo,
otras provincias ganaron terreno. Es el caso por ejemplo de San Juan, que
gracias al impulso de la minería pasó de tener una participación de 1,1% en
2010 a 1,35% en 2019, según el Instituto de Investigaciones Económicas y
Estadísticas de esa provincia (IIEE).
San Luis, tiene
un peso promedio histórico de 1,07% sobre el PBI nacional. No hay datos
estadísticos oficiales que muestren la evolución de su Producto Bruto
Geográfico (PBG) en los últimos años, pero si hay otras variables que
evidencian mejoras, como las que hacen referencia al mercado laboral. Sin
embargo, es claro el desarrollo de San Luis con la soja. Si se analiza a partir
del 2001 comenzó con ese producto, para la campaña 2009 ya tenía 155 mil
hectáreas de superficie sembrada total y en la última campaña alcanzó las 308
mil hectáreas, según datos del ministerio de Agroindustria para el total de
soja.
A esto también se
le sumó la conversión de granos a carne y el atractivo que generan los campos
para desarrollar maní. Un producto que trae inversiones de zona de Córdoba.
Qué pasó en 2019
El 2019 fue un
año recesivo para todo el país y Mendoza no fue la excepción. Según la DEIE, el
Producto Bruto Geográfico (PBG) de la provincia -estudio que mide el tamaño de
la economía local- retrocedió 1,5%.
La caída fue
impulsada por el mal desempeño del sector agropecuario (cayó 7,5%) y retracción
del comercio (-6,2%), la explotación de minas y canteras (-6,1%), el rubro de
“electricidad, gas y agua” (-2,4%) y el de “transporte y comunicaciones”
(-0,2%).
Otras cuatro
ramas de actividad amortiguaron la caída. Se trata de la industria
manufacturera (0,5%), la construcción (0,6%), los establecimientos financieros
(1,9%) y los servicios comunales, sociales y personales (3,3%).
La buena noticia
para Mendoza, es que la baja fue esta vez menor a la que se registró a nivel
nacional (-2,5%), de donde se deduce que el año pasado la provincia recuperó al
menos una parte de la participación perdida en la última década.
Salarios incoherentes
Si hubiera una
relación directa entre el tamaño de la economía y el nivel de ingresos, Mendoza
sería la quinta provincia con mejores salarios del país. Sin embargo, hay otras
variables que entran en juego y llevan a la provincia a estar en el puesto
número 13 en el ranking de sueldos. Analizando los números, se puede concluir
que lo más importante en este caso, es la composición de la matriz productiva
de cada región.
De acuerdo a las
estadísticas del Ministerio de Trabajo de la Nación, Santa Cruz es la provincia
con mayor nivel de ingresos en el sector privado registrado, con un salario
promedio de $ 77.861 netos. Tiene mucho que ver con ese resultado el hecho de
que Santa Cruz es el tercer mayor productor de petróleo del país.
Justamente, le
siguen en el ranking dos provincias con mucha actividad hidrocarburífera,
Chubut y Neuquén, que “explotó” tras el descubrimiento de Vaca Muerta.
Más abajo, en la
posición número diez, aparece llamativamente San Luis, con un sueldo promedio
de $ 38.261 netos. Según Jorge Day, el desarrollo económico logrado por la
vecina provincia durante sus años de “promoción industrial” explica en parte
por qué se encuentra por arriba de Mendoza.
La Pampa y
Córdoba ocupan el puesto 11° y 12° respectivamente, antecediendo a Mendoza, que
tiene un salario promedio de $ 34.685. Si bien nuestra provincia tiene también
un perfil petrolero, ese sector viene cayendo desde hace varios años. De hecho,
la producción de crudo durante el primer trimestre, antes del inicio del aislamiento
social obligatorio, fue la más baja desde que se tiene registro (1999).
“El sector petrolero
viene cayendo constantemente en el norte de la provincia. El sur tiene
potencial con Vaca Muerta, pero el crecimiento fuerte ha llegado de la mano del
gas, que está todo en Neuquén. Aun si hubiese gas en Mendoza, no podría
explotarse fácilmente por la ausencia de gaseoductos”, explicó Day.
Apenas $ 80 por
abajo de Mendoza está San Juan, que pese a tener un peso mucho menor en la
economía nacional (está 2,35 puntos por abajo de Mendoza), tiene un nivel de
ingresos similar al de nuestra provincia. Los economistas consultados,
coinciden en que esto se debe al plus que le ha dado la minería del 2010 en
adelante.
Desempleo en alza
El estancamiento
de la economía mendocina trajo como consecuencia un fuerte incremento de la
desocupación. Los informes publicados por el Indec demuestran que en los
últimos tres años Mendoza pasó de tener el nivel de desempleo más bajo de Cuyo,
a duplicar la desocupación de San Juan y San Luis.
Puntualmente, en
el cuarto trimestre de 2016 la tasa de desempleo de la provincia era de 3,3%.
Al final de 2019, ya había saltado a 7,3%. En el mismo período, San Juan logró
una reducción de la desocupación, bajando la tasa de 5,1 a 3,5%. Lo mismo
ocurrió en San Luis, donde la tasa pasó de 3,6 a 2,9 en el transcurso de los
tres años.
Un atenuante de
lo ocurrido en Mendoza, es que al mismo tiempo creció 1,5 la tasa de empleo. Lo
que ocurre, señalan los economistas, es que, ante un escenario de pérdida del
poder adquisitivo, muchas personas salieron a buscar trabajo para mejorar los
ingresos del hogar. Un parte lo consiguió -por eso creció el empleo- pero
fueron muchos más los que no lo lograron -por eso se duplicó el desempleo-.
No obstante,
tampoco en ese punto se puede destacar el mercado laboral mendocino. Los
números del Indec demuestran que en los mismos tres años la tasa de empleo de
San Juan creció diez puntos y la de San Luis 6,5 puntos porcentuales.
Pobreza e indigencia
El bajo
crecimiento económico, la pérdida de poder de compra de los salarios y el
aumento de la desocupación, condujeron a un inevitable crecimiento de la
pobreza y la indigencia en Mendoza. Una vez más, los resultados de la provincia
son los peores de la región.
Desde que el
Indec retomó la medición de los niveles de pobreza (segundo semestre de 2017)
hasta el segundo semestre de 2019, el porcentaje mendocinos pobres creció de
26,4% a 38,6%. Eso significa que en solo dos años 144.000 personas cayeron por
debajo de la línea de la pobreza. En el mismo período, la indigencia creció 3,7
puntos porcentuales (40.619 se sumaron a esa condición).
En San Luis
también creció la pobreza (3,7 puntos) y la indigencia (1,3 puntos), pero en
ambos casos mantiene tasas más bajas que Mendoza. En tanto, San Juan, logró
reducir sus 0,8 puntos sus niveles de pobreza y 1,1 puntos porcentuales la
indigencia.
Al fondo de la coparticipación
El Régimen de Coparticipación
Federal ha sido siempre un tema central de discusión entre las provincias y el
Estado Nacional. Entre idas y vueltas Mendoza no se ha visto favorecida y el
monto que recibe no tiene relación alguna con su aporte a la economía nacional.
A simple vista
las estadísticas son engañosas, porque Mendoza recibió en 2019 el 3,78% de los
aportes nacionales (coincide con lo que aporta al PBI), pero otras provincias
con una participación mucho menor, recibieron mucho más. Es el caso por ejemplo
de -Chaco (4,56%) y Tucumán (4,3%). San Juan y San Luis también reciben más de
lo que aportan.
Si se analiza la
coparticipación por provincia y por habitante (ver gráfico), se observa que
Mendoza está en casi en el fondo de la tabla, superando únicamente a Ciudad de
Buenos Aires y provincia de Buenos Aires. Las vecinas provincias de Cuyo,
percibieron más del doble que Mendoza.
Ahora encontré
otra de Natanson titulada Pánico que es, a mi ver, la continuidad de aquella. Si
bien seguimos en la misma situación de incertidumbre (hoy escuchaba que Trump
va a demandar a China por haber producido el coronavirus, aunque la OMS descarta
la posibilidad de que se haya producido artificialmente), me pareció que esta
nota nos actualizaba el Estado del Arte, con un avance interesante sobre la
actualidad argentina, y alguna alternativa de cambio radical en las políticas
socioeconómicas.
Si uno ve el
papel de las entidades bancarias –podríamos ir bastante atrás, por ejemplo, al
2001-, está claro no solo que no nos han servido de mucho, sino que no han
perjudicado.
El dólar aumentó
porque los Bancos, en lugar de entregar préstamos a las Pymes con los fondos
que les entregó el Gobierno para eso, los volcó a la especulación cambiaria.
O sea que, si
queremos vivir en un país mejor para la mayoría de los/las argentinos/as, habrá
que hacer cambios profundos, y no contar con quienes han sido socios en la destrucción
del sistema productivo y social del país.
Me parece un buen
aporte para los que quieran entender mejor a la Argentina en esta etapa tan
crucial.
En la primera
escena de Soy leyenda, adaptación al cine de la novela de Richard Matheson, el
científico Robert Neville, uno de los escasísimos sobrevivientes a un virus
masivo que aniquiló a la mitad de la población y convirtió a la otra mitad en
zombies, dedica sus mañanas a perseguir ciervos con su auto deportivo por las
calles vacías de Nueva York. Tras muchos intentos, Neville arrincona a un
ciervo, le apunta con el rifle y se prepara para disparar cuando se le
adelanta… un león, que despedaza a su presa y se lo lleva. El coronavirus no
mató a medio planeta (220.000 al cierre de esta nota) pero las imágenes de
avestruces caminando por el centro de Ituzaingó, pingüinos en las playas en
Miramar y ciervos paseándose por Tigre, por mencionar solo ejemplos locales,
subrayan el carácter sobrenatural de lo que estamos viviendo.
La pandemia es un
“hecho social total”, como sostiene Ignacio Ramonet, cuyos efectos se sienten
en todo el planeta (1). Pero a diferencia de otros mega-acontecimientos del
pasado, como la Segunda Guerra Mundial, la caída del Muro de Berlín o los
atentados del 11 de septiembre, cuyo impacto llegaba a algunas zonas de manera
diferida, esta vez el shock se siente en todo el mundo al mismo tiempo. Esta es
la singularidad, el signo verdaderamente diferente de lo que estamos viviendo:
la simultaneidad de la crisis y, con ella, su capacidad de trastrocar el
tiempo. La historia, como señala Richard Haass, se está acelerando, los
acontecimientos se condensan con espectacular rapidez (2): el primer caso de
COVID-19 sucedió el 8 de diciembre, cuatro meses que parecen siglos. Y después
siguió la cuarentena y su paradoja del tiempo: achicar el espacio para estirar
el tiempo, recluirnos para dar tiempo a que el sistema de salud se prepare,
mientras nuestro tiempo personal –el transcurrir lento de los días– se nos hace
eterno.
Pero el signo de
lo extraordinario reside también en el carácter igualador del virus: todos nos
lo podemos pescar en cualquier momento, aunque desde luego no todos dispongamos
de los mismos medios para enfrentarlo. Nadie puede no hacer nada frente al
virus, e incluso si lo intenta el virus lo atacará igual (el hecho de que
líderes mundiales que lo subestimaban como Boris Johnson hayan caído resulta
ilustrativo). Medio planeta en cuarentena, clases suspendidas en casi todo el
mundo y, de acuerdo con las estimaciones de la OIT (3), 81% de la fuerza
laboral total o parcialmente paralizada. El historiador francés Patrick
Boucheron sostiene que nunca experimentamos tan íntimamente la historia, que
literalmente penetra nuestros cuerpos (4).
¿Era previsible?
Parece que sí, a juzgar por los informes, libros y advertencias de organismos
oficiales que llevaban años alertando sobre un virus de este tipo, lo que no le
quita su carácter sorpresivo, del mismo modo que los antecedentes (SARS, Ébola,
gripe aviar) no lo hacen menos inédito. Sencillamente, una pandemia de estas
características no estaba en el radar de los grandes líderes mundiales ni en el
de los organismos internacionales (salvo la Organización Mundial de la Salud).
Tan sorpresivo
resultó el impacto que países ricos (Estados Unidos, Italia, Francia) y con
sistemas de salud sólidos (España, Gran Bretaña) resultaron más afectados que
otros, más pobres y con esquemas sanitarios frágiles; del mismo modo, el club
de los “solofiebristas”, como denominan en España a los que defendían la idea
de que el virus era “solo una fiebrecita”, está integrado por líderes de
derecha, como Donald Trump o Jair Bolsonaro, y de izquierda, como Andrés Manuel
López Obrador o Daniel Ortega. En rigor, la eficacia a la hora de contener la
propagación del COVID-19 resulta de una combinación de: la celeridad para
declarar la cuarentena (la empobrecida Grecia salió mejor parada que Italia),
los niveles de conexión con el mundo y sobre todo de ingreso de personas
provenientes de los países inicialmente afectados (lo que explica el éxito de
Venezuela, expulsor neto de personas), la capacidad de cibervigilancia del
Estado (como demostraron los países asiáticos e Israel, que recurrió a la ley
anti-terrorista) y, por supuesto, la cobertura del sistema de salud.
El hecho de que
los alineamientos no se expliquen, al menos en una primera etapa, por la
riqueza del país ni por la ideología de quien lo gobierna demuestra que
efectivamente estamos ante algo nuevo, diferente de todo lo anterior. ¿Qué
mundo nos dejará la pandemia? La tentación es la de siempre: adaptar el
pronóstico a nuestros deseos. Desde que el virus se instaló como un plato
volador en nuestras vidas, los ambientalistas se ilusionan con un resurgir de
la conciencia ecológica, los izquierdistas con una crisis fatal del
capitalismo, los nacionalistas con muros y fronteras. Ahí donde Giorgio Agamben
anticipa un refuerzo del estado de excepción (justamente el tema que investiga
hace décadas), Slavoj Žižek, autodeclarado comunista, prevé un retorno… ¡del
comunismo! (aunque sería un comunismo distinto).
Más atención
merecen en cambio los planteos del progresismo liberal acerca de la necesidad
de enfrentar el tema con una mayor articulación global, recuperando instancias
de coordinación destartaladas como la Organización Mundial de la Salud.
Nuevamente el deseo: quizás sería deseable, pero ¿es lo que va a ocurrir? Que
el problema sea global no significa que la solución será global, como sostienen
las Naciones Unidas. De hecho, la energía colectiva para enfrentar la pandemia
–el sacrificio del quedáte en casa, el esfuerzo financiero del Estado– es,
hasta ahora, nacional: la Nación sigue siendo la referencia más eficaz a la
hora de pedir sacrificios, lo que una vez más demuestra que quizás existan
Argentina y los argentinos (o Grecia y los griegos) pero que no está tan claro
que exista tal cosa como “la humanidad”.
Sucede que la
crisis del coronavirus trastrueca el tiempo, pero también reconfigura el
espacio. La pandemia, cualquier pandemia, es una experiencia muy territorial:
como el peligro llega de afuera, la naturaleza territorial de la autoridad
política se refuerza. Y recupera centralidad el Estado-nación, única instancia
con capacidad para cerrar fronteras y declarar confinamientos, que además sigue
siendo el dispositivo más adecuado para gestionar el miedo, el sentimiento que
prevalece en momentos en que la textura de la vida cotidiana, como sostiene
John Gray (5), está cambiando, alterada por una espeluznante sensación de
fragilidad.
El miedo suena de
fondo, es la música funcional de la pandemia. El futurólogo Emiliano Gatto, que
está diciendo cosas muy interesantes sobre la transformación en curso (6),
sostiene que el pánico que nos atenaza se debe no tanto a la incertidumbre
activada por el virus como a lo que éste tiene de certeza. El problema no es no
poder hacerse una idea, sino no poder deshacerse de una idea, compuesta en este
caso por sirenas de ambulancias, salas de terapia desbordadas, adultos mayores
conectados a respiradores, gente obligada a morir en total soledad (solo un
miedo muy profundo puede hacer que aceptemos sin protestar algo que hasta hace
poco hubiera resultado intolerable). En este marco, quizás la tarea de un buen
gobierno consista en asumir la incertidumbre y, parado bajo ese enorme cono de
sombras, transformar el pánico irracional en temor productivo, el mismo que
hace que nos lavemos las manos treinta veces por día. Al fin y al cabo, desde
Maquiavelo sabemos que gobernar es en esencia gestionar el miedo.
Pero recuperemos
la pregunta inicial. ¿Qué mundo nos dejará el virus? ¿Cómo imaginar un mundo
que no sea una simple prolongación –mejorada, deteriorada, idealizada– del
presente, pero tampoco una simple proyección de nuestros deseos? ¿Un mundo
semejante al de la Primera PosGuerra, inestable, recesivo, con nacionalismos en
ascenso? ¿O un mundo más parecido al de la Segunda PosGuerra, con crecimiento,
un nuevo Estado de Bienestar y paz en Europa?
La suerte se está
jugando en este momento. Si el futuro por un lado asoma sombrío, por otro es posible
adivinar también algunos destellos de esperanza. En el editorial de El Dipló de
abril mencionamos avances positivos, como el renovado protagonismo de la
ciencia y el regreso del Estado. Un mes después podemos agregar dos más. El
primero es cierta revalorización de la vieja idea de industria nacional
asociada a la necesidad de recuperar segmentos de cadenas de suministros hasta
hora deslocalizados: los especialistas coinciden en que el hecho de que
Argentina disponga de dos de las pocas fábricas de respiradores artificiales
que hay hoy en el mundo (se trata de una tecnología del siglo XX, es decir de
la época en que el país contaba todavía con una industria pujante) constituye
una ventaja sanitaria importante: la industria nacional como resorte de soberanía.
El segundo es la recentralización en el gobierno nacional de áreas de gestión
que habían sido cedidas al mercado, la sociedad civil o las provincias: el
intento, finalmente frustrado, de declarar de interés público las camas de las
clínicas privadas durante la emergencia, como hizo sin ir más lejos España,
podría ser un primer paso hacia una mayor articulación del sistema de salud,
cuyo problema no es tanto el gasto como la segmentación.
Pero es posible
incluso pensar más allá. Las crisis suelen ser el momento en el que los
gobiernos populares imponen decisiones audaces que en tiempos más normales
hubieran generado una fuerte resistencia corporativa y años de interminables
discusiones: la crisis del 29 dio pie al New Deal, la Segunda Guerra al Estado
de Bienestar, Argelia a la Quinta República. En Argentina, la dictadura y
Malvinas habilitaron el Juicio a las Juntas, la crisis del 2001 permitió el
tratamiento de la ley de genéricos y la crisis del 2009 ayudó a estatizar las
AFJP y concretar la Asignación Universal por Hijo. Hoy, a un costo fiscal nada
desdeñable, el gobierno de Alberto Fernández está pagando el Ingreso Familiar
de Emergencia, una ayuda extraordinaria para el amplio universo de trabajadores
informales, irrepresentados e invisibles: transformarlo en un derecho
permanente, en una versión local de la renta básica universal que se discute en
el mundo, podría ser el primer gran saldo progresista de la pandemia.
1. Ignacio
Ramonet, “La pandemia y el sistema- mundo”, disponible en https://www.eldiplo.org/notas-web/la-pandemia-y-el-sistema-mundo/
En entradas anteriores he planteado,
frente a las hipótesis sobre cómo será el mundo después del coronavirus, que
hay alternativas desde América Latina. En el mundo después del coronavirus (https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2020/04/06/el-mundo-despues-del-coronavirus/), hablé de “Populismos
latinoamericanos” haciendo una breve reseña histórica, y resaltando al
Peronismo como un proyecto válido por su trayectoria y su presente. En La economía para Francisco (https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2020/03/20/la-economia-para-francisco/) subí una nota que me
había mandado Humberto Podetti en
la que se desarrollaba el pensamiento de Francisco que fue planteado en el
encuentro que se realizó en Asís, en marzo de 2020, en el que el Papa convocó a
economistas a hacer un pacto común. Ese pensamiento, y cito lo que escribimos
en esa entrada, se elabora “con las categorías del pensamiento latinoamericano
(principalmente, el pueblo como sujeto de la historia y el papel substancial de
las periferias en el diseño de un futuro universal)”
Me pareció que estas alternativas
merecían profundización y desarrollo, y le pedí al mismo Humberto Podetti (un
gran representante del pensamiento latinoamericano), materiales para presentar
al Peronismo como una alternativa, no solo válida, sino también la mejor que podríamos
desarrollar en América Latina para proponer un proyecto continental que tenga
chances para construir un espacio no residual como es ahora para los países
centrales, sino en el que los latinoamericanos tengamos una mejor calidad de
vida, y, como dicen las tres banderas justicialistas: Soberanía Política,
Independencia Económica y Justicia Social.
Humberto me mandó este aporte, escrito
rápidamente, que transcribo abajo, porque es una excelente síntesis
“No hay dudas de que el modelo peronista
del 45 al 55 es el modelo para el futuro. Pero eso no era el estado de
bienestar, que fue el proyecto surgido en Europa a partir del Plan Marshall y
la decisión de dejar atrás tres siglos de guerra en Europa. Fue nuevamente un
modelo del centro a costa de la periferia. Ese modelo peronista es el proyecto
político de Francisco, que, por supuesto no es exclusivamente peronista, sino
fruto de los muchos otros aportes de los movimientos populares
latinoamericanos. Por cierto, que fue universalizado y desprendido de sus
localismos para ser comprendido por todos. El proyecto integral es un estado
continental industrial, con industrias localizadas y organizadas
continentalmente, sistema de democracia directa, donde el pueblo delibera y
gobierno por los medios que hacen posible la expresión de su voluntad, una
comunidad organizada continentalmente, con parlamentos de doble representación
(representación política y representación social), mercado libre y equilibrado
en la capacidad de negociación de ambas partes y sanción para el abuso de la
posición dominante o las cláusulas abusivas, relocalización de la población
mediante estímulos de propiedad, tecnología, comunicaciones, etc., tecnología
sometida a aprobación social, medidas de fomento para el trabajo, el acceso a
la propiedad, la educación en todos sus grados y a la salud que comienza por la
posibilidad de una vida digna en un ambiente natural sano. La segunda parte es
la reforma del sistema global, propiciando la reforma de todos los organismos internacionales
ONU, OIT, OMC, FM, BM, para ponerlos al servicio de trabajo, propiedad,
tecnología, conocimiento, etc. para todos los habitantes del planeta.”
HUMBERTO PODETTI (abril de 2020)
Está claro, y lo he manifestado varias
veces en las redes, que esta construcción deberá ser hecha con la participación
de todos los actores –individuales o sectoriales- que quieran realizar ese
proyecto.
LOS LATINOAMERICANOS TENEMOS
QUE PENSAR QUÉ MUNDO QUEREMOS Y ACTUAR EN CONSECUENCIA, SI NO OTROS LO
DECIDIRÁN POR NOSOTROS.
Comienzo con una
anécdota personal de hace muchos años, en una etapa muy difícil de mi vida por
razones económicas. Tan grave fue esa etapa, que mi esposa y yo tuvimos los
sueldos embargados.
Afortunadamente,
pude salir de esa situación y pagar mis deudas, pero tuve varias entrevistas
con responsables del cobro a morosos de las entidades financieras con las que
tenía deudas impagas. Recuerdo una en la que el empleado me dijo, cuando
estábamos negociando un plan de pago: “Quiero que, a partir de ahora solo
piense en mí, en cómo va pagar esta deuda”. Me acuerdo, porque en esos momentos
difíciles, esa insensibilidad cruel me pareció terrible.
¿A qué viene la
anécdota? A que hace poco escuché a representantes de los fondos con los que
Argentina está negociando (Pimco, Ashmore, BlackRock, Templeton, Fidelity –el
que bloqueó el reperfilamiento bonaerense–, Macrosynergy, Greylock y Monarch,
entre otros) hacer planteos semejantes al que relaté.
Uno dijo que
Argentina no sabía con quién se estaba metiendo, que tenían espaldas para
aguantar y esperar un Gobierno que entendiera a los mercados, como Macri (una
amenaza patotera a un país soberano y a su Gobierno constitucional); otro
planteó que debíamos mostrar un sacrificio que duela para que demostrar que
merecíamos consideraciones (si ese dolor es porque la gente se muere de hambre,
no tiene importancia, es un daño colateral).
Más allá del
nivel en que estén, es el mismo criterio, que es común en las instituciones y
organismos de crédito. Es el mismo que en el 2008 en Europa desahució a miles
de personas (vi en Italia y España los edificios tapiados para que no se
metiera nadie) y los dejó en la calle, lo que causó muchos suicidios, a pesar
de que las mismas especulaciones financieras eran las que habían provocado la
crisis.
Sin embargo, hoy hay tendencias diferentes
causadas por el fracaso de modelo neoliberal expoliador de países y sociedades,
y por la explosión de las terribles consecuencias de ese modelo, hoy agravadas
por la pandemia del coronavirus.
Más allá de lo
tremendo de haya hecho falta tanto dolor y sufrimiento para que se busquen
soluciones más humanas y solidarias para paliar esas consecuencias en las que
padece gente vulnerable e inocente, hay que resaltar que aparecen declaraciones
personales e institucionales que rechazan ese modelo injusto e inicuo.
Tenemos que
respaldar esta propuesta, porque de ello se juega mucho de nuestra vida y la de
nuestros hijos.
El organismo rechaza planes de ajuste y avala la suba de impuestos a los ricos
Naciones Unidas
asegura que la propuesta de canje argentina es sustentable
En un documento
de la Conferencia sobre Comercio y Desarrollo, el organismo de la ONU respalda
de manera categórica el enfoque de reestructuración de la deuda del gobierno
argentino.
“El objetivo
general de la resolución de la crisis de la deuda soberana debe ser poner al
país en un sendero sostenible de sus compromisos, a lo largo del cual su
relación deuda/PIB caiga permanentemente”, aconseja la Conferencia de
Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Casi calcadas de las
palabras del ministro de Economía, Martín Guzmán, este objetivo es el único
“compatible con estrategias de desarrollo a largo plazo para fomentar la
producción nacional”.
Este lunes el
gobierno argentino inició técnica y formalmente la operación de
reestructuración de deuda bajo legislación extranjera, la cual implica una
quita de capital de 5,4 por ciento y un recorte de 62 por ciento en intereses.
La estrategia presentada por el gobierno argentina es que los compromisos estén
alineados con la capacidad de pago del país sin que se requiera un ajuste
adicional de las cuentas públicas.
En el informe de
Naciones Unidas sobre le impacto de la pandemia en las finanzas de los países
en desarrollo se analiza en un apartado el “el enfoque actual de Argentina
para resolver su crisis de deuda”.
“La
productividad y la capacidad de producción facilitan la diversificación
estructural y social, la inclusión y, por lo tanto, pone a la economía en un
camino virtuoso hacia un desarrollo social estable y un desarrollo económico
sostenible”, destaca el documento. “En el corto plazo, las
reestructuraciones de la deuda soberana deben permitir un ‘respiro'”,
señala el informe.
Coincide también
con el diagnóstico del Fondo Monetario, que aseguró que la Argentina requiere
de un alivio sustancial en la carga de deuda, en un claro mensaje a la postura
intransigente de algunos fondos de inversión. “Es una señal de
dificultades por venir, ya que algunos acreedores privados están rechazando la
oferta”, advierte el informe.
En el caso
específico de compromisos en moneda extranjera, aclara que “los pagos del
servicio de la deuda en divisas deben estar vinculados a la evolución de los
ingresos de exportación”. En el marco de una caída global del comercio por
la pandemia de coronavirus, el mensaje refuerza la posición argentina frente a
los acreedores.
Ese alivio, para
la Unctad, se logra “a través de estancias apropiadas en los pagos del
servicio de la deuda, para que los gobiernos resuelvan o mitiguen el núcleo de
desequilibrios macroeconómicos, tanto externos como internos”. Es
precisamente el mayor problema que dejó el gobierno anterior en materia de
deuda: plazos cortos y amontonados en pocos años. El canje ofrecido por el
equipo de Guzmán plantea vencimientos hasta 2047 y un período de gracia de tres
años sin pagar capital ni intereses.
La UNCTAD también
rechaza los planes de ajuste y estimula reformas impositivas redistributivas.
Para salir de los desequilibrios económicos plantea que es mejor hacerlo
“a través de políticas para el crecimiento inclusivo en lugar de ajustes
precipitados de austeridad”. “Por lo tanto, lograr una trayectoria
fiscal sostenible puede requerir déficits fiscales iniciales para persistir o incluso
crecer, junto con reformas tributarias redistributivas, para minimizar los
impactos recesivos y lograr presupuestos equilibrados futuros sobre la base de
un camino de crecimiento dinámico en lugar de depresión profunda”, agrega
el informe del organismo.
“Del mismo
modo, lograr una ruta de comercio sostenible de equilibrio para evitar crisis
recurrentes de balanza de pagos requiere políticas para impulsar ganancias de
exportación en línea con la demanda interna, en lugar de reprimir la
última”, concluye el apartado.
El informe
también analiza el impacto de la pandemia y de las medidas que toman los
distintos países para amortiguar el efecto y mantener las respectivas
cuarentenas. “A raíz de la crisis de Covid-19, cualquier ‘espacio de
alivio’ requerido para devolver las economías al crecimiento sostenible, las
trayectorias de la balanza fiscal y comercial deberán ajustarse para permitir
absorber los impactos inmediatos de la crisis, además de resolver los ya
existentes desequilibrios macroeconómicos y generación de amortiguadores
suficientes contra futuros shocks exógenos”, afirma Naciones Unidas.
“Debe quedar
claro que los principios básicos sobre los que se basa esta propuesta (así como
los principios actuales de Argentina las negociaciones sobre su deuda
multilateral con el FMI) se basan en elementos esenciales para garantizar que
el mundo en desarrollo puede salir de las cargas de deuda insostenibles, de una
vez por todas”, finaliza el apartado del informe.
Al leer
esta nota se me vino a la cabeza uno de los temas que me andan rondando por
estos días: la peste y su significado. Es un tema muy antiguo. Hay bastante
escrito sobre esto por estos días, mucho con tenor apocalíptico, pero mi
intención era –y es- encontrarle el sentido en nuestras vidas, hoy, y sobre
todo mañana, en ese futuro tan poco cierto. Si nos fijamos bien, la mayoría de
los temas que se plantean son controversiales, y tienen sesudos defendedores,
por lo que es muy difícil saber qué hacer.
Salvo que
el aislamiento y el lavado de manos son las únicas “vacunas” ciertas, lo demás
es discutible –lo que se hace hasta el hartazgo en los medios. Hoy mi hijo me
comentaba que había llegado a él un comentario (aparentemente científico,
porque todas las teorías son dichas por científicos, analistas o catedráticos
del más alto nivel posible) que decía que autopsias hechas en Wu Han demuestran
que muchos de los muertos por corona virus, no han sido por neumonía, sino por
inflamaciones que impiden el intercambio gaseoso, con lo cual se podrían curar
con antibióticos y corticoides, y no necesitarían asistencia mecánica para
respirar. Si vemos la frenética carrera para contar con la cantidad de
respiradores artificiales necesarios para atender los pacientes graves, aquella
noticia echaría por tierra las estrategias que se están usando en todo el
mundo.
Personalmente,
esperaré que el paso del tiempo vaya permitiendo tener alguna claridad sobre el
futuro próximo y no tanto, pero está claro que muchas cosas no van a ser
iguales, aunque no sepamos qué va a cambiar y de qué manera. Por lo tanto,
pensemos y anotemos qué cosas queremos que sean distintas, dependan de
nosotros/as o no.
Por esto,
comparto esta nota de Marta Riskin, que nos puede ayudar a entender mejor la
realidad, y lo que está detrás de la realidad, que es una manera de llegar
mejor a ese futuro incierto.
Sigamos así,
que, aun en medio de la tormenta, estamos en el camino correcto.
El
comportamiento del sistema de medios en la coyuntura lleva a Marta Riskin a
afirmar que cuando las comunicaciones están en poder de monopolios se excluyen
ricas representaciones perceptivas y argumentales al acceso popular y se hace
del miedo un instrumento de dominación política y control social.
Fosas
comunes en Nueva York para enterrar a los muertos por coronavirus
Fosas
comunes en Nueva York para enterrar a los muertos por coronavirus
Imagen: AFP
“Hay muerte
en las nubes
Hay miedo
en la noche”
“En brazos
del miedo he sido transportado”
H.P.
Lovecraft
Si el miedo
fuese un mero instinto que se resuelve en huida, lucha o parálisis, la
humanidad ya hubiese perecido.
Por cierto,
el-miedo-que-no-es-zonzo alerta de peligros.
Asimismo,
reactualiza traumas, dificulta vínculos profundos, provoca depresión, violencia
e indiferencia ante el dolor ajeno.
Las grandes
pesadillas son universales.
Hambre y
miseria.
Dolor y
enfermedad.
Soledad y
desamor.
Todos los
miedos se resumen en miedo a la muerte.
Sin
embargo, presuponerlo un mero mecanismo de supervivencia no explica por qué, en
situaciones límites (guerras, hambrunas, pestes) desborda como pánico, odio e
ira y se descarga sobre algún Otre. Y nunca es sobre cualquier Otre.
Como toda
emoción humana, el miedo es una construcción cultural y, cada pueblo ha
cultivado (y sofocado) sus propias fantasmáticas.
Batalla cultural
Globalización
mediante, la comunicación de masas cumple con su expreso objetivo de construir
“masas”, comercializando mercancías materiales e ideológicas.
Utilizando
expertos y tecnologías se segmentan públicos, se instituyen valores y se
confirman prejuicios; ya sea hacia minorías (negros, judíos, musulmanes,
pueblos originarios) mayorías (asiáticos, mujeres insumisas, sexualidades
diferentes) o vendiendo a los jóvenes que sobran viejos en el planeta.
Sus “Divide
y triunfarás” no solo siembran imperios y apocalipsis nucleares o ecológicos.
También, resucitan circunstancias personales y colectivas traumáticas, propagan
espantos sobre escenarios de crisis e incrementan sufrimientos; con el fin de
generar dependencia y sometimiento a algún poder omnímodo, a cambio de
espejismos de refugio y alucinaciones de inmortalidad.
Cuando las
víctimas aceptan sus consignas se convierten en Masa.
La participación
en la Masa no obedece al coeficiente de inteligencia.
Notables
intelectuales apoyaron o creyeron inofensivo a Hitler.
El miedo
puede ser muy zonzo si ignoran su poderío para motivar confrontaciones.
Justamente,
la importancia simbólica de denuncias y resistencias reside en la capacidad de
liberarse del miedo y cortar con el sometimiento a la muerte.
En “La
Peste”, Albert Camus advierte: “Si el miedo no es clima adecuado para la
reflexión se debe en primer lugar, enfrentarlo”.
La
reflexión señala a la especie humana que la ayuda mutua es el imperativo
categórico.
Nadie se salva solo
Solo el
grupo contiene la frágil individualidad de la especie humana.
A quién no
alcancen los hechos históricos para aceptar que los mejores resultados frente
al peligro se logran cuando no solo se piensa en la propia tribu; vale
recordarle que sus fundamentos biológicos fueron reconocidos por Darwin.
La ayuda
mutua conforma Comunidad.
El
compromiso solidario organizado por el Gobierno Nacional ante la covid-19,
generó excelentes anticuerpos en los argentinos.
El Estado
ha privilegiado la salud y la vida y puesto en valor a la Política; convocando
a la ciudadanía a no dejarse arrasar por los miedos y construir en común.
Por
contrario, la persistencia de fake news y desinformaciones tóxicas muestra que
las pandemias ideológicas exigen medidas preventivas y vacunas culturales.
Cuando las
comunicaciones están en poder de monopolios, estos se asumen como
“Aquel-que-piensa-por-los-demás”, excluyen ricas representaciones perceptivas y
argumentales al acceso popular y se autoadjudican patente de corso para hacer
del miedo un instrumento de dominación política y control social.
Elegir
entre Comunidad y Masa requiere educación, práctica y experiencias.
El gran
desafío de la política sigue siendo construir una Comunidad auténticamente
democrática de largo aliento.
En la búsqueda de presentar opciones que sirvan para
avanzar hacia un mundo mejor, encontré una larga nota en la Revista NUEVA SOCIEDAD, citada por mi amigo
Ricardo Campero en un posteo en Facebook.
La socialdemocracia “es una tendencia política que surgió
en Europa en la segunda mitad del siglo XIX, como una ideología política de
izquierdas de carácter europeísta que promueve un socialismo democrático y
reformista. Es una versión socialista peculiar de países altamente
desarrollados.” (Wikipedia)
En qué medida
nuestras sociedades latinoamericanas podrían hacer propio este movimiento daría
para discusiones bizantinas, pero es evidente que ese modelo socialista
contiene propuestas y medidas mucho mejores que las que ha instalado el neo
liberalismo, tal como hemos sufrido en Argentina, y en otros países de América Latina.
Solo voy a incluir los párrafos finales, pero a quienes
les interese conocer mejor esta corriente política podrán leerla en forma
completa en el link que incluyo en la entrada.
La crisis global
ha creado conciencia de cuán vulnerables nos ha hecho la hiperglobalización. En
un mundo globalmente interconectado, las pandemias se propagan velozmente a
través de las fronteras. Las cadenas de suministro mundiales se cortan con
demasiada facilidad. Los mercados financieros son vulnerables a las crisis. Los
populistas de derecha quieren cerrar las fronteras y aislarse del mundo. Pero
esa es la respuesta incorrecta a los desafíos globales de epidemias, guerras,
migraciones masivas, comercio y cambio climático. Más bien, nuestro objetivo
debería ser combatir las causas de estas crisis. Para hacer esto, la economía
global debe tener una base más resistente.
A raíz de la
coronacrisis, las cadenas de suministro mundiales ya se están reorganizando. Las
cadenas de suministro más cortas, por ejemplo, con fábricas estadounidenses en
México y europeas en Europa del Este, crean más estabilidad. Europa debe volver
a ser tecnológicamente soberana. Para hacer esto, tenemos que trabajar mucho
más estrechamente en investigación y desarrollo. El sistema financiero global,
que se mantiene unido, pero con una enorme fragilidad, necesita con urgencia un
nuevo orden. Hace más de una década que los bancos centrales no logran
controlar las tendencias deflacionarias con políticas puramente monetarias. Los
gobiernos con políticas fiscales expansivas están esquivando la crisis. De esto
se colige, en términos políticos, que, para hacer cumplir la lógica fundacional
del parlamentarismo, no debe haber impuestos sin representación. Los sistemas
financieros deben volver a ponerse bajo control democrático.
Los conflictos
surgen de la interdependencia excesiva. Estos conflictos deben ser amortiguados
por normas internacionales y por la cooperación multilateral. El manejo
competente de crisis de la Organización Mundial de la Salud (OMS) demuestra la
efectividad de la cooperación multilateral para combatir la pandemia. Sin
embargo, a diferencia de la crisis financiera de 2008, esta vez no hay una
respuesta coordinada de las 20 economías más grandes. La rivalidad geopolítica
de las grandes potencias, por un lado, y la apelación del populismo de derecha
al aislamiento, por el otro, se interponen en el camino de una mayor
cooperación internacional. Los elementos existentes de la gobernanza
multilateral deben fortalecerse con contribuciones concretas. Esto puede
comenzar por una mejor financiación de la OMS y continuar con una reunión del
G-20 para coordinar el manejo de la crisis económica. Aquí, la alianza de los
multilateralistas puede demostrar su valor añadido.
La crisis ha
dejado claro a la ciudadanía que las cosas no pueden continuar como antes.
Nunca ha sido mayor el deseo de una reorganización fundamental de nuestra
economía y nuestra vida en común. Al mismo tiempo, se deben evitar los peligros
existenciales sin restringir desproporcionadamente la democracia y la libertad.
¿Qué fuerza política puede negociar las necesarias soluciones de compromiso? La
politóloga estadounidense Sheri Berman tiene una esperanza inquietante: «¿puede
la socialdemocracia salvar al mundo nuevamente?». Pongamos manos a la obra.
Leí la nota de
abajo en la edición en papel del Diario Los Andes. Me había llamado la atención
el título (a esta altura de la vida de los medios de comunicación desconfío
mucho de los titulares, que es una especialidad muy valorada ya que mucha gente
solo lee los títulos) por el contenido y el estilo, y la lectura completa me
resultó muy interesante.
Esta nota me
describió rápidamente una selección de virus conocidos para sacar una
conclusión que justifica muy claramente el título.
No sé cuánto
tiempo nos llevará salir de esta cuarentena, creo que bastante, sobre todo a
los que, como yo, tenemos más de 65 años, pero podría haber otra(s)
pandemia(s), y mucho más letales. Por esto, la comparto, y me parece una buena
lectura para estos momentos de cuarentena.
PENSEMOS QUÉ
PODRÍAMOS HACER (CON NUESTRA PARTICIPACIÓN) PARA QUE ESTO NO VUELVA A PASAR.
ESTO INCLUYE QUÉ
GOBIERNOS VAMOS A ELEGIR Y QUÉ LES VAMOS A PEDIR.
Covid-19:
tuvimos suerte
Por Joaquín
Marias Baldillou – Licenciado en Ciencias Geológicas
Las evidencias
científicas muestran que la vida apareció en la Tierra hace 3800 millones de
años atrás; pese a ello, los humanos hemos estado en este planeta desde hace
menos de 1 millón de años.
Se desconoce en
cambio, cuándo aparecieron o cuál fue el origen de los virus, que probablemente
existen en este planeta desde el momento en que se inició la vida como tal.
Hay
aproximadamente cinco mil tipos de virus precisamente identificados e
innumerables más que no han sido descubiertos o descriptos todavía, pero se
sabe que están ahí, viviendo en la naturaleza desde tiempos pasados en cada
rincón y ecosistema que podamos imaginar.
Estos aparatos de
ingeniería genética son extremadamente diminutos y tienen la capacidad de
copiarse a sí mismos y atacar células de forma selectiva. Sin ser animales y
estar al borde de lo que podría llamarse “vida”, son sólo material genético
protegido por capas de proteínas que dentro de un huésped pueden replicarse a
sí mismos innumerables veces.
A pesar de esta
diferencia de tiempo transcurrido en la Tierra, nosotros hemos desarrollado
nuevas herramientas y costumbres con nuestra inteligencia a un ritmo muy
acelerado. Entre las cosas a las que más cerebro le hemos destinado en estos
últimos años de gloria tecnológica se encuentran las comunicaciones, el espacio
cercano, el entretenimiento digital, formas de transporte rápido y seguro,
finanzas atractivas, dinero, y últimamente la conquista de Marte para probar si
podemos habitar otro planeta, como si acá abajo no tuviésemos nada que hacer.
El virus de Lassa
produce una fiebre hemorrágica de igual nombre y se lo conoce desde 1950 en
África. Mueren aproximadamente 5000 personas al año a causa de este virus que
no tiene vacuna y es contagiado por las ratas.
El virus de
Marburgo se conoció en 1967 producto de una fuga y contagio en un laboratorio
en esa ciudad alemana por trabajar con monos de Uganda. Causa una fiebre
hemorrágica parecida a la del Ébola y ya ha habido casi una docena de brotes en
el mundo, el último en 2014. Se han registrado tasas de mortalidad de hasta el
90%. Tampoco se conoce vacuna o tratamiento.
El virus de la
Viruela, es uno de los únicos 2 virus erradicados por el ser humano. A pesar de
tener tasas de mortalidad registradas de hasta el 30%, algunos tipos de viruela
eran 100% letales. Las vacunas que existen sólo están en custodia en caso de
necesidad mayor para contrarrestar un brote producido por algún hecho
imprevisto, entre los cuales se considera como hecho imprevisto a una guerra
bacteriológica o viral.
El virus Nipah de
Malasia y el virus australiano Hendra, son virus extremadamente raros de los
cuales no se conoce mucho y por lo tanto no hay vacuna o cura conocida. Este
último fue descubierto en 1994 y se transmite desde los caballos a los humanos,
habiéndose registrado más de 50 brotes en Australia desde su aparición, con una
tasa de mortalidad del 60%. El virus Nipah ha demostrado tasas de mortalidad de
aproximadamente 77% y se encuentra en igual estado de conocimiento que el virus
Hendra.
En nuestro país
podemos encontrar casos de Hanta virus que es transmitido por las ratas y
ratones que comen frutos en los bosques de la Patagonia. Este tampoco tiene
vacuna conocida y su mortalidad es del 35% aproximadamente. Brotes en los años
recientes han sido reportados por las noticias de Argentina y Chile.
La fiebre
hemorrágica de Crimea-Congo tiene una tasa de mortalidad del 40%, fue
descubierta en la década de los 40 y los últimos brotes sucedieron en el 2013
en la zona de los Balcanes, sin cura ni vacuna alguna conocida.
El temido Ébola
(Zaire ebolavirus) registró su último brote en el 2018 hasta fines de 2019 en
África, habiendo sido descubierto en 1976 en el ex-Zaire. La mortalidad de este
virus es entre el 83% y el 90%, se contagia por fluidos corporales causando
también fiebre hemorrágica. A fines de 2019 se aprobó una vacuna contra esta
enfermedad la cual está siendo aplicada actualmente en las zonas afectadas.
El HIV
seguramente es el más conocido de todos estos virus, el cual lleva 35 millones
de muertes acumuladas a la fecha desde su descubrimiento en 1981; uno de los
virus más estudiados del planeta que sigue sin tener vacuna ni cura alguna. Por
suerte, los pacientes mejoraron su calidad de vida debido a tratamientos y
terapias retrovirales.
Ya espantados por
haber leído los párrafos anteriores es necesario decir que queda una enorme
cantidad de otros virus que tampoco tienen vacunas y cuentan con altas tasas de
mortalidad; por suerte otros tantos como los causantes de las hepatitis,
algunas gripes y otras virosis tienen vacunas disponibles que logran contener
las enfermedades y por tanto la mortalidad.
El SARS-CoV de
2002 que surgió en China infectó más de 8400 personas matando al 11%, la Gripe
A H1N1 generó una pandemia (2009-2010) que contagió aproximadamente al 20% de
la población mundial y se llevó medio millón con ella, el MERS-CoV que apareció
en Arabia Saudita en 2012 sigue sin cura ni vacuna, y ahora el SARS-CoV2 que
empezó en 2019 nuevamente en China paralizó al mundo dejándonos a todos sin
aliento.
Esta última
pandemia se produjo en un proceso de contagio entre animales y humanos,
haciendo que la enfermedad pueda ser llevada entre nosotros de un lado al otro,
tal como sucedió con la gran mayoría de virus mencionados. Casualmente el brote
comenzó en una moderna súper ciudad de más de una decena de millón de personas.
C. Emiliani
describe en 1993 cómo la teoría de Evolución Extintiva predice que el ataque
viral sobre una especie en particular será más efectivo mientras más cantidad
de individuos la compongan y compara a los humanos con otra populosa especie
que de hecho está siendo actualmente atacada de forma viral. No obstante,
pensar en la extinción de los humanos por ahora es un poco prematuro.
El mundo avanzado
en el que vivimos, preocupado por el espacio, Marte, los smartphones, y el 5G
no pensó en ningún momento que un virus era un verdadero peligro latente que
nos podía paralizar y atacar sigilosa e intensamente como si fuese un enemigo
que no da tregua. Pasó hace 102 años en tiempos de la Primer Guerra Mundial y
no volvimos a pensar en ello como algo terrible.
Esta vez tuvimos
suerte de que este simple coronavirus no es como los descriptos arriba, que
causan espantosas fiebres hemorrágicas y donde las tasas de mortalidad superan
en la gran mayoría el 50%.
Tendremos que replantearnos qué hacemos en este planeta,
cómo vivimos en él y qué es lo que podemos aportar para transitar el camino
correcto. Es momento de dejar de pensar tanto en aparatos electrónicos, en
Marte, en lo lucrativo y en querer mostrar la foto de una playa virgen cuando
en realidad todos los océanos están llenos de nuestra basura, los hospitales
del mundo carecen de insumos para emergencias, las economías dependen en gran
parte del comercio extranjero y la humanidad demuestra ser igual de frágil
frente a una guerra de balas y cañones que de material genético microscópico y
vuelos cancelados.
De verdad, esta vez realmente tuvimos suerte. El próximo
virus podría ser mucho más serio y la historia bastante más trágica. Hasta
entonces, no perdamos la oportunidad de sanarnos y de buscar las curas a los
problemas que ya tenemos. Esta es la gran lección de que necesitamos un mundo
mucho mejor.
En realidad, no
tenía mayores intenciones de publicar otra entrada en mi blog, pero esta mañana
encontré esta nota en Los Andes. Es extraño como ese matutino, poblado de notas
anti Gobierno, y/o pro liberales, publica las de Krugman o Stiglitz, que son
muy críticas del capitalismo neoliberal.
De todos modos,
bienvenidas sean.
He venido
publicando entradas que avanzan en el tema del capitalismo contemporáneo –responsable
de muchos de los males que castigan a la mayoría de los seres humanos, y al
planeta.
Está claro que hay más opiniones sobre cómo será el mundo
después del coronavirus que certezas, pero rápidamente se han manifestado –incluso
desde antes de la pandemia- situaciones sociales, geopolíticas, ambientales, en
las que las formas actuales del capitalismo, ya desde países, o corporaciones o
personas, tienen directa –y nefasta- responsabilidad.
Sin embargo, esta nota de Krugman es un buen aporte para quienes quieran comprender mejor este mundo bajo pandemia, y poder ser parte lo más activa posible de ese mundo que se dará, antes o después.
EEUU está viviendo una situación inédita, más terrible que la del 11S, y es muy difícil predecir el desenlace, así que este aporte del Premio Nobel es muy interesante.
Que les sea útil.
El Covid-19
despierta a los zombies habituales
Por Paul Krugman
– Premio Nobel de Economía. The New York Times. 2020
Permítanme
resumir la perspectiva de los medios del gobierno de Trump / de la derecha: es
un engaño o, en todo caso, algo sin importancia. Además, intentar hacer algo al
respecto destruiría la economía. Además, es culpa de China, por lo que
deberíamos llamarlo el “virus chino”.
Ah, y también los
epidemiólogos que han estado proyectando la propagación del virus a futuro han
sido objeto de un ataque continuo, acusados de ser parte de una conspiración
del “Estado profundo” contra Donald Trump, o quizás los mercados libres.
¿Todo esto no les
da una sensación de “déjà vu”? Debería hacerlo. Después de todo, es muy
parecida a la idea que tiene Trump / la derecha acerca del cambio climático.
Esto es lo que tuiteó Trump en 2012: “El concepto del calentamiento global fue
creado por y para los chinos con el fin de eliminar a la manufactura
estadounidense como competencia”. Ahí está: es un engaño y hacer algo al
respecto destruirá la economía, y China tiene la culpa de esto.
Además, los
epidemiólogos, asombrados al ver que sus mejores esfuerzos científicos eran
tachados de ser un fraude que obedecía a motivaciones políticas, debieron haber
sabido lo que ocurriría. Después de todo, sucedió exactamente lo mismo con los
climatólogos, quienes durante décadas han sufrido un hostigamiento constante.
Así que la reacción
de la derecha al Covid-19 ha sido casi idéntica a la del cambio climático,
aunque en una escala de tiempo muy acelerada. Pero, ¿qué hay detrás de este
tipo de negación?
Bueno, hace poco
publiqué un libro sobre el predominio de las “ideas zombis” en nuestra
política: ideas que, según pruebas contundentes, están equivocadas y deberían
desaparecer, pero que de alguna manera siguen arrastrándose y carcomiendo el
cerebro de la gente.
El zombi más
predominante en la política estadounidense es la insistencia de que los
recortes fiscales para los ricos producen milagros económicos y en realidad se
pagan solos; pero el zombi con mayores consecuencias, el que plantea una
amenaza a la existencia, es la negación del cambio climático. Y ahora el
Covid-19 ha despertado a todos los zombis habituales.
Pero, ¿por qué la
derecha está considerando una pandemia de la misma forma en que considera los
recortes fiscales y el cambio climático?
La fuerza que,
por lo general, permite que las ideas zombis sigan arrastrándose son los
intereses financieros personales. Los elogios a las virtudes de los recortes
fiscales los pagan de manera casi directa los multimillonarios que se
benefician de estos recortes. La negación del cambio climático es una industria
respaldada casi por completo por los intereses de los combustibles fósiles.
Como dijo Upton Sinclair: “Es difícil hacer que alguien entienda algo cuando su
salario depende de que no lo entienda”.
No obstante, es
menos evidente quién gana al minimizar los peligros de una pandemia. Entre
otras cosas, la escala de tiempo se comprime enormemente en comparación con el
cambio climático: pasarán muchas décadas antes de que se materialicen las
consecuencias del cambio climático, lo que les dará mucho tiempo a los
intereses de los combustibles fósiles para tomar el dinero y huir, pero ya
estamos viendo consecuencias catastróficas de la negación del virus después de
tan solo unas semanas.
Es cierto que tal
vez haya algunos multimillonarios que se imaginan que negar esta crisis les
traerá algunas ventajas financieras. Justo antes de que Trump hiciera ese
llamado aterrador para reactivar el país antes de Pascua, sostuvo una
conferencia telefónica con un grupo de administradores de fondos que quizá le
dijeron que terminar el distanciamiento social sería bueno para el mercado. Eso
es disparatado, pero nunca se debe subestimar la codicia de estas personas.
Recordemos que Steve Schwarzman de Blackstone, uno de los hombres que participó
en la conferencia, una vez comparó las propuestas de acabar con una exención
tributaria con la invasión de Adolf Hitler en Polonia.
Además, a los
multimillonarios les ha ido muy bien con los recortes fiscales de Trump y tal
vez teman que el daño económico del coronavirus tenga como consecuencia la
derrota de Trump y, por tanto, un aumento a los impuestos para personas como
ellos.
Pero yo creo que
la reacción desastrosa al Covid-19 se ha basado menos en los intereses
personales directos y más en dos formas indirectas en que se vinculan las
políticas públicas por la pandemia con el predominio general de las ideas
zombis en la mentalidad de la derecha.
La primera es que
cuando existe un movimiento político construido casi por completo en torno a
que son falsas las afirmaciones de cualquier experto, se tiene que promover una
actitud de desprecio hacia los conocimientos que penetre en todo. Cuando
ignoramos a las personas que analizan las pruebas sobre los efectos del recorte
fiscal y los efectos de las emisiones de gas de efecto invernadero, ya estamos
preparados para ignorar a las personas que analizan las pruebas sobre la
transmisión de la enfermedad.
Esto también
ayuda a explicar el papel central que tienen los conservadores religiosos que
odian a la ciencia en el conservadurismo moderno, el cual ha tenido una
influencia importante en la respuesta deficiente de Trump.
La segunda es que
los conservadores tienen una creencia verdadera: a saber, que existe una
especie de efecto halo en torno a las políticas exitosas del gobierno. Temen
—tal vez con razón— que si la intervención pública puede ser eficaz en un área,
los electores quizás consideren más positiva la intervención del gobierno en
otras áreas. En principio, las medidas de salud pública para limitar la
propagación del coronavirus no deberían tener gran repercusión para el futuro
de programas sociales como Medicaid. En la práctica, la primera tiende a
aumentar el apoyo para la segunda.
Como resultado,
la derecha a menudo rechaza las intervenciones del gobierno incluso cuando es
evidente que son para el bien común y no tienen nada que ver con la
redistribución del ingreso simplemente porque no quieren que los electores vean
que el gobierno está haciendo algo bien.
La conclusión es
que, así como con muchas cosas, Trump, la atrocidad de hombre que habita la
Casa Blanca, no es todo lo que hay detrás de las terribles políticas públicas.
Desde luego que es ignorante, incompetente, vengativo y totalmente falto de
empatía. Pero su incompetencia en cuanto a las políticas públicas relacionadas
con la pandemia se debe tanto al carácter del movimiento al que sirve como a
sus ineptitudes personales.
Soy uno de los tantos católicos argentinos,
que cumplen formalmente los sacramentos, pero cuya vida no tiene en cuenta lo que
esa fe supone, aunque siempre me interesó lo espiritual.
Como Profesor, empecé a trabajar en una
Escuela católica, de los Misioneros de la Consolata, allí me invitaron a
participar de los Cursillos de Cristiandad. Fue una experiencia conmocionante,
que me llevó a practicar el culto con mucho fervor. Aunque el Cursillo no me
interesó para participar de sus actividades, seguí profundizando mi fe y mi
conocimiento del tremendo significado de vivir en Cristo. Me involucré en
actividades misioneras porque comprendí que ese era el llamado que significaba
ser parte de la Iglesia Peregrina. También hice estudios formales de materias
teológicas, y hasta llegué a escribir algún artículo sobre estos temas.
Después
fui buscando otros modos de espiritualidad, dejé de participar regularmente en
el culto, pero siempre fui católico militante.
En
este proceso el papado de Francisco tuvo un enorme significado para mí, porque significó
un reverdecer de esa Iglesia de la que enamoré después del Concilio Vaticano
II: la que se enfocó en ser “la opción de los pobres”. Por eso, sigo su
apostolado y sus directivas.
Dentro
de todo este proceso personal, la Pascua de Resurrección fue siempre una etapa central
en mi vida religiosa: porque Jesús es el Resucitado, y con él resucitó la
humanidad.
Me
llegó el texto de la Homilía de Francisco en la misa de la Vigilia Pascual. Me
pareció una buena manera de decirle Felices Pascuas al que me lea.
Felices Pascuas.
ÉL VIVE
Homilía de Francisco en la misa de la
Vigilia Pascual:
«Pasado el sábado» (Mt 28,1) las mujeres
fueron al sepulcro. Así comenzaba el evangelio de esta Vigilia santa, con el
sábado. Es el día del Triduo pascual que más descuidamos, ansiosos por pasar de
la cruz del viernes al aleluya del domingo. Sin embargo, este año percibimos
más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos vemos reflejados
en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como nosotros, tenían en
los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima
demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor
se unía el miedo, ¿tendrían también ellas el mismo fin que el Maestro? Y
después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por reconstruir. La memoria
herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para nosotros, era la hora más
oscura.
Pero en esta situación las mujeres no se
quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del
remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad.
Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes
para el cuerpo de Jesús. No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la
oscuridad del corazón. La Virgen, en el sábado, día que le sería dedicado,
rezaba y esperaba. En el desafío del dolor, confiaba en el Señor. Sin saberlo,
esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del «primer
día de la semana», día que cambiaría la historia. Jesús, como semilla en la
tierra, estaba por hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres,
con la oración y el amor, ayudaban a que floreciera la esperanza. Cuántas
personas, en los días tristes que vivimos, han hecho y hacen como aquellas
mujeres: esparcen semillas de esperanza. Con pequeños gestos de atención, de
afecto, de oración.
Al amanecer, las mujeres fueron al
sepulcro. Allí, el ángel les dijo: «Vosotras, no temáis […]. No está aquí: ¡ha
resucitado!» (vv. 5-6). Ante una tumba escucharon palabras de vida… Y después
encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio y les
dijo: «No temáis» (v. 10). No temáis, no tengáis miedo: He aquí el anuncio de
la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Son las palabras que Dios nos
repite en la noche que estamos atravesando.
En esta noche conquistamos un derecho
fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una
esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una
palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia. Es un don
del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos: Todo irá bien, decimos
constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y
haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y
el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse. La
esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios
conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida.
El sepulcro es el lugar donde quien entra
no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida
donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada,
tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba,
puede remover las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a la
resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos
esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha
venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz
iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más
oscuros de la vida. Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la
esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen
la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido.
Ánimo: es una palabra que, en el Evangelio,
está siempre en labios de Jesús. Una sola vez la pronuncian otros, para decir a
un necesitado: «Ánimo, levántate, que [Jesús] te llama» (Mc 10,49). Es Él, el
Resucitado, el que nos levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el
camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te
dice: «Ánimo”. Pero tú podrías decir, como don Abundio: «El valor no se lo
puede otorgar uno mismo» (A. MANZONI, Los Novios (I Promessi Sposi), XXV). No
te lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don. Basta abrir el corazón en la
oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón
para dejar entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de
mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no
turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que
debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú
estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras
incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el
amor que nos tienes.
Este es el anuncio pascual; un anuncio de
esperanza que tiene una segunda parte: el envío. «Id a comunicar a mis hermanos
que vayan a Galilea» (Mt 28,10), dice Jesús. «Va por delante de vosotros a
Galilea» (v. 7), dice el ángel. El Señor nos precede. Es hermoso saber que
camina delante de nosotros, que visitó nuestra vida y nuestra muerte para
precedernos en Galilea; es decir, el lugar que para Él y para sus discípulos
evocaba la vida cotidiana, la familia, el trabajo. Jesús desea que llevemos la
esperanza allí, a la vida de cada día. Pero para los discípulos, Galilea era también
el lugar de los recuerdos, sobre todo de la primera llamada. Volver a Galilea
es acordarnos de que hemos sido amados y llamados por Dios. Necesitamos retomar
el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada de amor gratuita.
Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis y en los tiempos
de prueba.
Pero hay más. Galilea era la región más
alejada de Jerusalén, el lugar donde se encontraban en ese momento. Y no sólo
geográficamente: Galilea era el sitio más distante de la sacralidad de la
Ciudad santa. Era una zona poblada por gentes distintas que practicaban varios
cultos, era la «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15). Jesús los envió allí, les
pidió que comenzaran de nuevo desde allí. ¿Qué nos dice esto? Que el anuncio de
la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que
hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados y, si no lo
hacemos nosotros, que hemos palpado con nuestras manos «el Verbo de la vida» (1
Jn 1,1), ¿quién lo hará? Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que
llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en
tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Galilea, a cada región
de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos somos
hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras.
Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no
fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el
corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo
necesario.
Al final, las mujeres «abrazaron los pies»
de Jesús (Mt 28,9), aquellos pies que habían hecho un largo camino para venir a
nuestro encuentro, incluso entrando y saliendo del sepulcro. Abrazaron los pies
que pisaron la muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros,
peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le
damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida.
La escena ocurrió
en el invierno de 1347, en el inicio de la peste negra, la epidemia que asoló
Europa, Asia y el Norte de África cobrándose, según los relatos más fiables, unos
20 millones de vidas. Liderados por Jani Beg, que había heredado el trono de su
padre tras asesinar a sus dos hermanos, hordas de mongoles recientemente
islamizados asediaban el puerto genovés de Caffa, hoy Feodosia, en el Mar
Negro, en busca de las riquezas de una ciudad que recibía unos 200 barcos
diarios repletos de mercancías. Frente a la obstinada resistencia de los
sitiados y ante la evidencia de que sus propias tropas estaban cayendo víctimas
de una enfermedad desconocida que se propagaba como pólvora, el khan ordenó, en
lo que probablemente sea una de las primeras operaciones de guerra
bacteriológica de la historia, utilizar las catapultas para bombardear de
cadáveres contagiados el interior de las murallas, obligando a los sitiados,
que pensaban erróneamente que la enfermedad se contraía por el contacto de los
cuerpos, a escapar. Pero la peste ya se había propagado a través de su
verdadero vector, las ratas, y la huida la trasladó a Génova, de ahí a
Constantinopla y finalmente a medio mundo civilizado.
Difusa pero
angustiante, la sensación de fin del mundo se extiende hoy por el planeta,
conforme más y más países decretan la cuarentena y ven cómo se eleva el número
de contagiados y muertos. Apocalipsis con arresto domiciliario, según la buena
definición del periodista Boris Muñoz: ni siquiera podemos salir a la calle a
ver cómo termina esto. Por eso quizás algunos se apuran a buscar responsables:
las hipótesis conspirativas, explica el investigador especializado en estudios
del futuro Ezequiel Gatto (1), nos tranquilizan moralmente porque permiten
identificar un culpable, sea éste el gobierno chino, un laboratorio secreto de
Estados Unidos, un plan para acabar con los viejos al estilo de La guerra del
cerdo o un chino que se comió un murciélago. O un khan ambicioso que ataca una
ciudad bombardeándola con cadáveres. No importa que se trate de hipótesis
incomprobables, del mismo modo que la historia de los cuerpos contagiados de
peste bubónica volando por arriba de los muros podría ser falsa, una temprana
fake news, según corrobora el historiador Ole J. Benedictow en su libro La
peste negra (2). Lo importante, apunta Gatti, es que identificar un responsable
permite suponer que alguien pensó el futuro de todo esto, que esto ocurre
porque alguien así lo planeó y que todo tiene un sentido: uno sólo.
Hay algo
igualador en la incertidumbre, en el hecho de que nadie –de Donald Trump al
último obrero chino- sabe realmente cómo va a terminar la pandemia, aunque
desde luego el virus no afecta del mismo modo a todos. Como señala Gatto, es la
primera vez en la historia que el mundo parece plegarse sobre un sólo elemento
que define “nuestro tiempo”, lo que explica la sensación un poco aterradora de
que somos víctimas de una incursión extraterrestre, algo externo que nos pone a
todos en un único conjunto. Porque además
todo sucede en tiempo real, en la tiranía del minuto a minuto: vivimos
pandemias por radio y televisión, pero nunca a través de las redes sociales,
que aceleran la dinámica de los hechos (todos los días contamos el número
global de muertos) y dispersan la información: las pocas fuentes fiables –la
Organización Mundial de la Salud sobre todo– recuperan centralidad y
protagonismo.
El futuro está
abierto, hoy más que nunca. Por eso, antes que pensar el fin del mundo (o del
capitalismo, que a esta altura es casi lo mismo), quizás sea más sensato tratar
de pensar qué cambiará cuando la crisis finalmente pase. Slavoj Žižek sostiene,
en un libro de reciente aparición sobre el coronavirus que debe haber escrito
siguiendo el método Fogwill, que la pandemia abre la oportunidad de replantear
horizontes hasta hace poco impensables, aunque su proyecto de construir un
“comunismo con coordinación y colaboración global” suene un tanto inalcanzable
(3). ¿Qué cambiará entonces? No es sencillo imaginarlo, porque están ocurriendo
las cosas más insólitas: el FMI acepta tan campante que el gobierno argentino
no pague su deuda por cinco años, 1.300 millones de indios son confinados a sus
hogares en la cuarentena más masiva de la historia y los patos se pasean por
los canales de Venecia (y los carpinchos por Nordelta).
¿Qué saldo
dejará la pandemia?
En primer lugar,
observamos la reubicación en el centro de la escena internacional de dos
cuestiones que nunca se fueron, que siempre estuvieron ahí, pero que venían
sufriendo ataques y erosiones: el Estado-nación y la ciencia.
Como ha sido
señalado en estos días, el gran protagonista de la respuesta a la crisis fue el
Estado. No ocurre siempre, pero a veces las crisis totales, como la que estamos
atravesando, conllevan un reempoderamiento del Estado: sucedió después de la
Segunda Guerra Mundial, con la construcción del Estado de Bienestar, y puede
que termine ocurriendo ahora, en momentos en que se hace evidente que la
sociedad civil y los actores económicos pueden contribuir a buscar soluciones
pero que la respuesta general sólo puede venir del Estado, que distribuye
cheques de 3.000 dólares a todas las familias en Estado Unidos, renacionaliza
los sistemas de salud en Europa o decreta las cuarentenas en medio planeta.
También cascoteada
últimamente, hostigada desde los frentes diversos del fanatismo religioso (que
niega la teoría de la evolución), el hipismo irresponsable (que niega las
vacunas) y los intereses económicos (que niegan el cambio climático), la
ciencia recupera protagonismo. En momentos de incertidumbre y confusión, la
ciencia provee certezas: el coronavirus tiene tal ADN, se contagia de tal
forma, se testea de esta otra. Lo demostrable, lo verificable. Una de las pocas
instancias de coordinación internacional que sobreviven al ascenso de los
nacionalismos, la Organización Mundial de la Salud, se erige en un espacio
fundamental de coordinación de esfuerzos. Como sostiene Yuval Noah Harari (4),
la gran ventaja del hombre en la lucha contra el virus es la capacidad de
intercambiar información. Un coronavirus en Corea y un coronavirus en España no
pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Pero Corea
puede enseñar a España lecciones valiosas. Si el Estado es nacional, la ciencia
es, por definición, universal: quizás otro de los saldos de la pandemia sea un
fortalecimiento de la comunidad científica internacional y de los organismos
que la representan. Leviatán y positivismo para salvar al mundo.
Geopolítica
El fondo sobre el
que se recortan estos movimientos es la desglobalización, el proceso de
reversión de la tendencia a la integración planetaria cuyo inicio hoy, con la
distancia que da el tiempo, podemos situar claramente en la crisis financiera
de 2008/2009, que marcó el comienzo del declive de la Unión Europea como actor
global, produjo un auge de los nacionalismos y parió una serie de liderazgos
proteccionistas que, como Donald Trump y Boris Johnson, denuncian los acuerdos
comerciales y se amurallan detrás de sus fronteras. Con la fuerza demoledora de
su irrupción sorpresiva, el coronavirus cancela vuelos comerciales, quiebra las
cadenas globales de suministros, detiene los flujos de mercancías. Salvo
excepciones, los líderes mundiales reaccionan con reflejo nacional, compiten
antes que cooperan, como ilustra la intención de Trump de adquirir de prepo la
propiedad de un laboratorio alemán que estaba trabajando en una vacuna.
Es cierto, como
apunta Julio Burdman (5), que la globalización desborda a los gobiernos, que
líderes que intentaron una salida original, como Trump o Johnson, tarde o
temprano tuvieron que subordinarse a la estrategia general, que hay un momento
en que sus opiniones valen menos que la de Tedros Adhanom Ghebreyesus, director
general de la OMS. Pero también es verdad que una vez que pase lo peor el
resultado será menos, y no más, integración global. Cuando superemos la
pandemia, ¿Estados Unidos seguirá aceptando que la mayor parte de los
principios activos de los remedios que consume o los chips imprescindibles para
ensamblar sus computadoras y celulares se produzcan fuera de sus fronteras?
En esencia, la
desglobalización puede ser vista como la respuesta defensiva de actores en
situación de declive hegemónico a la transición de poder global motorizada por
el ascenso de China. Contra los que se apuraron a ver la crisis como un golpe
fatal al régimen chino, como el Chernobyl del Partido Comunista Chino, la
reacción rápida mostrada tras un primer momento de ocultación terminó
convirtiendo al país en el gran protagonista de la crisis. Frente a las
dificultades de Italia y España para imponer el distanciamiento social, los
desvaríos de Trump y la absoluta descoordinación del sistema norteamericano,
donde cada Estado y cada ciudad toman un rumbo diferente, China respondió de
manera asombrosamente eficaz.
Como señaló
Byung-Chul Han en un comentadísimo artículo publicado en estos días (6), esto
fue posible por el mix único de la tradición confucionista de una sociedad
acostumbrada a la disciplina colectiva y el despliegue de un Estado digital de
vigilancia total: cuando los sensores del metro de Pekín detectan a un pasajero
con fiebre el sistema de reconocimiento facial lo identifica y le envía un
mensaje a su celular instándolo a que se acerque en un plazo perentorio al
centro de control más cercano a hacerse el test, al tiempo que rastrea a
quienes compartieron el vagón para que hagan lo mismo. Para Han, la soberanía
ya no reside en quien es capaz de cerrar las fronteras sino en quien controla
los datos. Soberano no es el que decide; es el que sabe. Dotado de un panóptico
digital compuesto por 170 millones de cámaras, el Estado chino logra niveles de
trazabilidad que le permiten encontrar y aislar a los contagiados, pero esto
sólo es posible en un país en el que las empresas de telecomunicaciones no tienen
inconvenientes en compartir los datos con el Estado porque son públicas y en el
que los derechos civiles directamente no existen.
No hay muchas
dudas: los sistemas centralizados –autoritarios o semi-autoritarios– de Asia
respondieron mejor al estrés de la crisis que la mayoría de las grandes
democracias occidentales (con la singular excepción, una vez más, de Alemania).
Como sostiene Andrés Malamud en esta misma edición de El Dipló, si en Oriente
la crisis fortaleció el statu quo político, en Occidente lo puso en cuestión.
La decisión del gobierno chino de enviar profesionales y equipos médicos a
países no sólo del tercer mundo –el primero en recibirlos fue Italia–, junto a
la postal de ciudadanos chinos escapando de España para volver a su patria, confirman
quién está ganando la batalla cultural de la pandemia.
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